2004. Burrito de carga
Ariel Ortega atravesaba un conflicto con el Fenerbahçe que le impedía hacer lo que más le gusta, jugar al fútbol. A corazón abierto, habla con El Gráfico y le cuenta todo lo que vivió y sus ganas de volver a jugar.
Se baja de su Peugeot 307 y saluda amablemente. A juzgar por su físico, pareciera que está más activo que nunca. “No sólo que no engordé, sino que estoy dos kilos más flaco”, dirá más tarde. Pelo largo hasta los hombros, zapatillas blancas con abrojo, jeans azules, remera blanca de mangas largas, y sobre ésta una de mangas cortas con un género militar, en distintos tonos de verde, que en la selva podría servir para camuflarse, pero no en la ciudad. Igualmente, siempre lo reconocen por la calle. Y todos, o casi todos, le hacen la misma pregunta. Esa que no puede contestar: “Burrito, ¿cuándo volvés a jugar?”.
Una vez sentado a una de las cómodas y lujosas mesas de Kansas, un restaurante que frecuenta, pide un licuado, invita unos cafés y comienza a hablar. Durante la nota sonríe, hace un par de chistes y contesta todas las preguntas con buena onda. Sin embargo, no es feliz. Y se le nota en la mirada. De sus ojos no salen lágrimas en ningún momento, pero sí un brillo melancólico, sobre todo cuando rememora los buenos viejos tiempos.
Desde que nació, hace 30 años, en Ledesma, ese pueblito jujeño tan conocido por el ingenio azucarero como por ser su pueblo natal, Ariel Ortega siempre vivió con la pelota en los pies. Es lo que mejor hace, lo que más le gusta, lo que le dio un nombre y lo hizo famoso. Pero hoy no puede jugar al fútbol profesionalmente, lo tiene prohibido.
–¿Cómo vivís sin el fútbol?
–La realidad es que se me hace difícil, porque me gusta jugar al fútbol y no lo puedo hacer. Es duro, trato de no pensar mucho porque eso es lo que mata. Pero no puedo. Siempre hay algo, alguien te pregunta. Prendés la tele y justo dicen algo sobre el tema. Pienso en el fútbol las 24 horas del día.
–¿Qué hacés con tanto tiempo libre?
–Se complica, porque no existe una obligación de nada, ¿viste? Por ahí un día tenés que ir a correr, estás en la cama y decís “bueno, no voy”, porque no hay ninguna obligación. Hay que tener mucha fuerza de voluntad, estar un poco motivado. Y lo peor es que no depende de mí. Dependo del Fenerbahçe. Trato de estar en mi casa, con los chicos, pero se me hace muy largo el día, muy largo.
–¿Y cómo te mantenés bien físicamente? ¿Hacés alguna actividad, salís a correr todos los días?
–Fijo, fijo, no hago nada. Voy de vez en cuando a correr. Lo que sí, siempre juego a la pelota. Por lo menos dos veces por semana. Me invitan a jugar fútbol-cinco, y trato de ir. Así me divierto un poco, me distraigo.
–¿A qué edad te imaginabas retirándote?
–Nunca me puse a pensar en eso. Si lo que uno piensa es que algún día va a tener que dejar porque el físico no le da o por otras cosas. Pero yo siempre dije que iba a jugar mucho tiempo. Todavía tengo la esperanza de que voy a solucionar lo mío y voy a jugar hasta los 38, 39 años.
–¿Mirás fútbol por la tele?
–No, nunca fui de ver mucho. Y ahora menos, porque me dan muchas más ganas de jugar. Y si voy a la cancha, peor. Veo poco. Los resúmenes, los goles, algún programa deportivo, pero no miro un partido entero.
–¿Quiénes te llamaron para ver cómo estabas o para darte una mano?
–No recibí muchos llamados. Me ha llamado la misma gente con la que hablaba cuando estaba en actividad. Bielsa me invitó a entrenarme con la Selección, Leo (Astrada), en River, y Gorosito, que me ha invitado cuando estuvo en Chicago y ahora en San Lorenzo. Desde ya, siempre les voy a agradecer. Son gestos muy lindos. Son pequeñas cosas que me hacen sentir muy bien.
–¿Y por qué no aceptaste esas propuestas?
–Las analicé, pero no quería ir porque para mí no es lo mismo pertenecer al grupo que venir de afuera. Siento que no los dejo trabajar tranquilos. Y no quiero que la otra persona se vea en el compromiso de hacerme sentir bien. Por ahí no es así, pero bueno, uno lo piensa.
–En estos meses sin fútbol, ¿cuál fue el momento más difícil?
–El año pasado. A los tres meses de la suspensión estaba mal, muy mal. En otro mundo estaba. Fue durísimo.
–¿Qué quiere decir “en otro mundo”? ¿Te cayó la ficha y te agarró la depresión?
–No, no soy una persona de decir me tiro en la cama y me deprimo. Pero no estaba bien. Y ahora pienso y me doy cuenta de que tenía actitudes malas. Estaba agresivo.
–¿Con quién te la agarrabas?
–Con todos. Era como otra persona. Yo sé cómo soy de verdad, mis amigos también. Soy un tipo tranquilo, de joder, divertido. Pero no estaba así y pensaba mil millones de cosas y no encontraba una explicación. Decía: ¿cómo puede ser que no juegue? Sentía mucha impotencia. Para peor, decían que se iba a llegar a un acuerdo, que se arreglaba lo mío. Entonces me entusiasmaba y pum, no se arreglaba nada. Eso me mataba. Me acuerdo de que una vez lloré muchísimo, y mirá que yo no soy de llorar, eh. Pero lloraba, lloraba solo. Aparte, no soy de hablar mucho tampoco. No hacía nada, me iba a Jujuy un tiempo, volvía. Fue pasando el tiempo y me fui sintiendo un poco mejor. No es que estoy bien, pero, gracias a Dios, ahora estoy más tranquilo. Ese bajón duró bastante, fueron más de cuatro meses, en la época que salió lo de la suspensión.
–Psicólogo ni ahí, ¿no?
–No, no. Me dijeron que vaya, pero dije que no. No les cuento las cosas ni a mis amigos. O sea: respeto el trabajo del psicólogo, pero no me da como para ir hablarle a una persona que no conozco.
–¿Te ponés a mirar videos de partidos tuyos?
–Un día me agarró la locura y me puse a ver un casete que me regalaron en Italia, con goles que había hecho y que ni me acordaba. Fue espontáneo, lo vi un poco, me levanté, apagué la tele y me fui. Miraba y decía “cómo corría, cómo jugaba” y todas cosas así. Pero no aguanté más, lo apagué y me fui a la mierda.
–¿Te imaginás volviendo a jugar? ¿Soñás con eso seguido?
–Todo el tiempo pienso eso, me imagino entrando en el Monumental. Es más, hasta gratis jugaría en River. Haciendo una buena pretemporada puedo volver a jugar. No es que engordé ni nada, estoy físicamente igual que cuando dejé de jugar. Espero volver, ése es mi sueño.
–Como vienen las cosas, ¿lo ves posible?
–Está difícil porque depende de los dirigentes del Fenerbahçe. El tema también es la impotencia de no poder hablar con los tipos, por el idioma. No es lo mismo hablar cara a cara que con un traductor. Se buscaron mil formas de llegar a un arreglo y no la conseguimos. River hizo un intento, y el presidente Aguilar ofreció muchísimas cosas, pero no se llegó a un acuerdo. Yo no quiero perjudicar tampoco al club, aunque creo que la única forma de solucionar el problema económico es que yo volviera a jugar. Si no, es imposible. Hace mucho tiempo que no juego, tengo 30 años y es complicado por las cifras que se están manejando ahora. El fútbol no es como cinco años atrás y es muy dura la sanción que me puso la FIFA. Ni por un pibe de 20 años se paga esa cifra.
–¿Creés que alguien podría haber movido más fichas y hubiera logrado que te sacaran la sanción?
–Uno piensa miles de cosas. Y ellos tampoco te dan algo accesible como para poder negociar. Es algo imposible, y a River, por supuesto, lo entiendo. Es un club importante y económicamente tampoco está bien como para poner la plata. Pero yo estoy seguro de que se podría haber hecho algo más. Es la sensación mía.
–¿Quiénes podrían haber hecho algo más?
–No sé, es como en la vida, no es que todo el mundo te quiere. Cuando andás bien sos Maradona, y cuando las cosas van mal los primeros que te sacan la mano son los dirigentes. No sé quiénes fueron. Si supiera te lo diría, pero no sé. Por suerte el hincha de River me hace sentir que quiere que vuelva. Peor sería que me dijeran “quedate en tu casa”.
–¿No le pediste a Grondona que te diera una mano?
–Dijo que estaba complicado. Me puso contento que me haya hablado y le agradezco, desde ya. Lo que pasa es que uno piensa un montón de cosas, y nunca sabe las palabras que se hablan, las cosas que se dicen. Creo que el tiempo te enseña muchas cosas. Cuando sos un pibe de 20, 22 años no te importa nada. Te importa jugar y nada más. Pensás que nunca te va a pasar nada. Y las cosas pasan. Es como que la vida me enseñó. Conocés más a la gente.
–¿Sentís que alguien te defraudó?
–Defraudado no, pero hay gente que cambió completamente el trato que tenía conmigo comparado con cuando jugaba. No te voy a dar nombres. Son pocas personas, pero hay. No es que era amigo de esas personas, aunque… A mí nunca me gustó que me vinieran a franelear, siempre fui un vago reservado. No soy amigo de esas personas, aunque el cambio fue mucho. Por ejemplo, uno que me sorprendió para bien fue Aguilar. No lo conocía demasiado, pero tuvo actitudes de amigo, como si fuera uno de los de Ledesma. No es que lo vea todos los días, pero las pocas veces que hablé o nos juntamos lo sentí así. No lo digo por tirarle flores ni nada de eso. Te lo digo porque Aguilar estuvo. También está la gente de siempre, como Leo, Hernán y la mayoría de los pibes de River. Por ahí hablo una vez cada seis meses con ellos, pero yo sé que están.
En River, su segundo hogar, estaba cómodo y feliz. Hasta que llegó una oferta demasiado tentadora como para rechazar. Con 28 años, a Ortega no le convencía demasiado dejar su país y sus amigos, pero sabía que aceptar el ofrecimiento del Fenerbahçe significaba poco menos que asegurar el futuro de sus hijos y, por qué no, hasta el de sus nietos. Sin embargo no era sólo la plata lo que lo atraía, sino también el hecho de volver a Europa. Además, por cómo se la habían pintado los turcos, imaginaba una estadía con todos los lujos que, en general, goza un jugador que llega como estrella a un club. Sin embargo, las cosas no se dieron así y, al poco tiempo de llegar a Turquía, Ariel no veía la hora de hacer las valijas y pegar la vuelta para Argentina. En un país completamente diferente, con otra cultura y otro idioma, la permanencia casi pasaba a ser supervivencia. Su familia volvió y él se sentía cada vez más solo, pero su contrato recién finalizaba en 2006. Por eso, sin pensar en las consecuencias, el 13 de febrero de 2003 abandonó Turquía. Ahí empezó otra pesadilla, porque a los cuatro meses la FIFA lo suspendió y le impuso una dura sanción económica: 11 millones de dólares.
–¿Por qué te volviste de Turquía?
–El idioma, el extrañar mucho, el vivir el fútbol de otra forma. Para mí, el fútbol es lo más lindo que me ha pasado en la vida. Jugar, disfrutar, ir al entrenamiento, estar en un vestuario y estar alegre, contento. Y estando allá no era feliz, no tenía ganas de entrenarme, me estaban sacando las ganas de todo. Lo básico es eso: no disfrutaba el fútbol.
–¿Qué era lo más inaguantable?
–Muchas cosas. El día a día me costaba. Pensaba “mañana tengo que ir a entrenarme” y no quería ni ir. Ya se me habían pasado las ganas. Me sentía muy mal, estaba aislado, solo. Todo esto que me pasaba se lo iba comentando a una persona del club que hablaba conmigo y que se lo iba comunicando al presidente y a todos los dirigentes. Y ellos en ningún momento buscaron la forma para que yo me sintiera bien. Eran pequeñas cosas, como ponerme un traductor o comprar un jugador argentino. Pero no hicieron nada.
–¿Cómo te manejabas con el idioma? ¿Entendías al técnico y a tus compañeros?
–Había un traductor, pero hablaba en portugués. Yo no hablaba con nadie, no tenía traductor propio, estaba incomunicado. Iba al club, me entrenaba, me bañaba, me cambiaba y me iba. Eso fue duro. Por ahí mucha gente habla y no sabe lo que es. Algunos dicen “tenía un contrato de mucha plata”, pero para mí no es así. Uno busca estar bien económicamente y decide ir a Europa pensando en estar más tranquilo cuando deje el fútbol. Pero para mí no es todo. Lo más lindo que hay es jugar a la pelota. Eso es lo que más disfruto.
–¿Y en la concentración, con tanto tiempo libre y sin poder hablar, qué hacías?
–Cinco mil dólares de teléfono por mes. Te cagás de la risa, pero es así. Llamaba a Buenos Aires, a Jujuy, a cualquiera. Estaba desesperado por matar el tiempo. Fue duro. Los entrenamientos casi todos los días eran doble turno y me la pasaba en la concentración. Ellos profesan otra religión, que es la musulmana, y rezan mucho. Tienen mezquitas, y tres o cuatro veces al día todo el país se pone a rezar. Yo estaba como ciego. No me movía nada, no me interesaba nada. Lo único que pensaba era en estar acá, en la Argentina.
–¿Por qué decidiste ir a Turquía? ¿No te imaginabas cómo podían ser las cosas?
–Fue un contrato muy bueno. Aparte, cuando un club compra una figura y gasta tanto dinero, es para tenerlo bien, para darle lo mejor. Más allá de que no sea figura. Yo pensé que iba a tener otro trato. Pero fue todo lo contrario.
–¿Y cómo se lo tomaron los dirigentes cuando les dijiste que te volvías?
–Creo que también ellos buscaron que me fuera. No es que un día me agarró la locura y dije me voy. Yo les decía que buscaran algo para que yo me sintiera mejor. Ellos no venían a preguntarme cómo me sentía. Directamente ni me hablaban. No me consultaban nada. Llegó un momento que no podía vivir porque estaba solo. No hablaba con nadie. Sólo me sentía bien cuando jugaba. Jugaba bien. Y eso que no me entrenaba, porque no tenía ganas, pero futbolísticamente andaba re-bien. Volaba y hacía goles.
–Y a los hinchas tampoco les habrá gustado que te fueras…
–No, la gente impresionante, se portó re-bien. Me recontraquerían. Me quieren, bah. Es más: cuando se dio la posibilidad de volver, me contó un periodista que la gente estaba entusiasmada, que empezaron a vender las camisetas mías de nuevo. Yo allá no podía andar por la calle. Sacando las distancias, era como Maradona en Nápoles, así. No sólo los del Fenerbahçe. Todos, en todos lados. Fue impresionante. Encima el tema de la prensa es complicado, el doble que acá. Un día fui a un restaurante y en un momento miré por la ventana y pregunté si había algún famoso, porque había muchos periodistas. Era algo así como la puerta de la clínica donde estaba Maradona. Y me contestaron “no, es por vos”. Cuando salí, todos se vinieron encima de la camioneta, no podía salir. Te juro, algo increíble. Yo no entendía nada, pero todos los días salían imágenes mías en la televisión y en los diarios.
–¿No pensaste en devolver algo de la plata que cobraste para que se solucione el conflicto?
–No tengo que devolver nada, porque cobré lo que jugué, nada más. No es que cobré por adelantado, como muchos periodistas dicen. Nada que ver. No cobré un peso de más. Cobré los meses que estuve ahí. Eso sólo. Por eso no me corresponde devolver nada ni lo haría, porque no es así.
–Ariel, te cambio de tema. Jugaste tres mundiales, ¿la última eliminación fue la peor?
–Fue complicado porque teníamos una ilusión, había un equipazo. Estábamos enchufados y nos tocó quedar afuera en un partido que lo podríamos haber ganado 5-0. Y eso es lo que tiene el Mundial. Por ahí agarrás 15 días que los jugadores están iluminados y lo ganás, pero por ahí te toca andar mal en un partido y chau. A las tres eliminaciones las sufrí muchísimo, fueron las cosas que más me dolieron en el fútbol. No hay otro campeonato, otra copa mejor que un Mundial. La sensación que vivís, el entusiasmo que hay, la ilusión que tenés. En los tres estaba esperanzado con ganar el campeonato. Quedar afuera es un vacío tan grande que no lo podés creer.
–Individualmente tampoco fue bueno para vos.
–Físicamente estaba mejor que en el 98, pero no tan bien futbolísticamente. Y en el 2002 volaba, pero me tocaron unos días que no estaba bien con la pelota.
–¿Te jode que se diga que la Selección fracasó?
–Para mí no existe esa palabra. Somos jugadores de fútbol y buscamos lo mejor. No es que vamos al Mundial con miedo y diciendo “éstos nos van a ganar”. Al contrario, fuimos al frente, pusimos el pecho y jugamos al fútbol. ¿Fracasar? Esa palabra no existe. No la entiendo, no hay justificativo para que te pongan un rótulo de ésos.
–¿Ya jugaste tu último partido en la Selección o todavía te ves con la camiseta argentina?
–Te juro por Dios que pienso que voy a jugar en la Selección. Quizá no, pero Dios me va a iluminar y me va a dar algo más para que pueda volver a jugar al fútbol. Si vuelvo a jugar, por supuesto que tengo que andar bien y todo. Pero, sinceramente, me imagino en Alemania.
Por Maxi Goldschmidt (2004).
Fotos: Alejandro Del Bosco.