1996. Juegan con la muerte
El autódromo de Río Cuarto pudo ser testigo de una tragedia. Después de un terrible accidente y dos largadas fallidas, el Flaco Traverso ganó su primera carrera del año.
La pintoresca Río Cuarto cobijó un manojo de alternativas. Pulseadas con recursos genuinos, y no tantas. Pero alrededor hubo atractivos de punta a punta, catorce mil personas vibrando al borde del asfalto y un puñado de conclusiones.
Hasta el último momento colgó un interrogante sobre el novedoso sistema de "larga duración" que acarreaba 46 vueltas sobre el lomo, y un cambio obligatorio de dos neumáticos antes de cumplirse el sesenta por ciento de la competencia. Seguían los interrogantes, más interrogantes...
La clasificación del sábado por la tarde fue extraña, rara: la lluvia neutralizó una costumbre, aumentó la incertidumbre que -amagaba en la firmeza de algunos y el ablande de otros. Y la grilla del domingo fue atípica para este TC 2.000: con algunos "pesos pesados" -como Traverso, Guerra, Maldonado y Ortelli- ocupando posiciones que iban de la novena a la vigésima.
"El agua caída no me permitió dar demasiados giros, pero en esta clase de competencia la ubicación en la grilla no es determinante. Sí lo será en el cambio de neumáticos, que es una verdadera incógnita...", definía Guillermo "Yoyo" Maldonado.
Este Turismo Competición 2.000 modelo 96 que se achicó con la clasificación de los viernes -y se abarató-, el sábado lluvioso se extrañó...
Pero más allá del ánimo desbordante que despertó a los fanáticos, y de las expectativas, por un instante el dramatismo paralizó a más de uno, por no decir a todos. De antemano se sabía que este circuito ancho y rápido tendría su primer acertijo en el final de la recta principal, donde los autos alcanzan una velocidad superior a los 200 kilómetros por hora.
Hasta ahí, la máxima presión recaía sobre ella y le adicionó al espectáculo dos largadas fallidas...
En la primera, llegaron todos enmarañados, sin resignar un milímetro. Y se quebró la duda, pasó lo que se esperaba: el frenaje, el toque de Pablo Peón a René Zanatta, quien quedó cruzado en medio de la curva impidiendo el paso de los autos.
"Se me trabó la caja de cambios...", acusó Zanatta. ¿Verdad o picardía? Nadie puede comprobarlo, pero la detención del rafaelino levantó un manto de sospecha. Obligó a flamear la bandera roja y la responsabilidad pasó así, curiosamente, a Zanatta. Pareció que Río Cuarto estaba predispuesta a una cuenta regresiva, ahora los giros de competencia se reducían a 44.
Y se largó por segunda vez, nuevamente la vuelta previa, el cartel de 5 minutos, de tres, la recta a fondo, el frenaje, el horror. El corazón de una ciudad se paralizó en un segundo: Tito Bessone apuntó la bendita primera curva a todo velocidad, un segundo pelotón siguió sus pasos, pero sin nada de espacio. Así, el Escort de Miguel Etchegaray fue el gatillo que disparó la segunda colisión... La ligó su coequiper Daniel Cingolani: El Ford se puso de cola, se descontroló y salió despedido, ensayó una especie de tirabuzón en el aire e impactó de lleno contra una torre de banderilleros que ocupaban Juano Fernández, fotógrafo de Parabrisas, y el veedor de la CDA, Julio Vázquez.
Por un momento la imagen se maquilló de terror, se contuvieron las respiraciones: Fernández y Vázquez quedaron colgados de la columna con el Escort de Cingolani destrozado por el impacto. El ambiente se contaminó con un manto de espanto que recién se disipó cuando, después de unos segundos, Cingolani salió -algo mareado y aturdido, pero ileso al fin- del Escort destruido, arrugado por donde se lo mirara.
"Venía de pasarlo a Traverso y no recuerdo más nada. Sentí un golpe de atrás, y salí disparado, pero en ningún momento perdí la conciencia. Hasta tuve la lucidez para cortar el contacto...", contó más tranquilo Cingolani. El doctor del TC 2.000, Pedro Bressi, le aplicó un inyectable en la ambulancia.
"Largué muy bien, había superado a cuatro y, de repente, me vi envuelto en una maraña de autos. No sé qué pasó...", se escudó Etchegaray.
¿Etchegaray fue el responsable de la colisión? Definitivamente, sí. Fue artífice de una maniobra fuera de los límites. No había necesidad alguna de jugarse el todo en la primera curva cuando el cambio de neumáticos era, en cierta manera, el marco regulador de la competencia.
BANDERA ROJA OTRA VEZ.
La última largada -por fin- vistió de galán a un autódromo que se había rociado de espanto, al borde del dolor. Pero ahora sí, fueron cuarenta giros imperdibles. En su pelea por el liderazgo, Tito Bessone volvió a picar en punta... Y el Flaco Traverso -en un circuito que era favorable a los Peugeot- entró en el juego de las especulaciones: se detuvo a cambiar neumáticos en la segunda vuelta (registró un tiempo de 20s 51/100), Bessone decidió especular hasta la vuelta cuatro. Y cuando, 20s 20/100 más tarde, volvió al pavimento se encontró undécimo con un espacio de ventaja sobre el Flaco. De ahí al final, los hombres de punta resignaron posiciones por el efecto del cambio obligado. Pero Bessone y Traverso se sacaron chispas, y el primer puesto quedó en mano de un elegido: "Forcé el motor al máximo, pero realmente el Flaco contaba con un auto superior a todos. El segundo puesto me deja muy conforme...", resumió Tito. Fue tan grande el espectáculo que sólo 88 centésimos se-pararon al primero del segundo. Al Flaco de Tito...
"Fue una carrera muy luchada; evidentemente acertamos en el cambio de neumáticos en la segunda vuelta. Es casi todo mérito del equipo...", se despachó Traverso.
El Turismo Competición 2.000 presentó un nuevo look, pero desvistió otros que lo dejaron colgando de un hilo...
¿Por qué una torre de baderilleros -que no estaba ocupada por banderilleros- se ubicaba a escasos metros del final de la recta más veloz del país? ¿Por qué un guard-rail fue arrancado de cuajo como quien corta una flor? ¿Por qué se maniobra al borde del abismo?
Pero, sobre todo, ¿por qué el automovilismo argentino sigue jugando con la muerte?
Por DARIO BOMBINI (1996).
Fotos: OSCAR MOSTEIRIN.