US Open 1990: Gabriela Sabatini, nunca tan grande
La crónica con la que Luis Hernández, el promotor del tenis desde las páginas de El Gráfico, narró la conquista más relevante de Gaby.
*Nota de Luis Hernández, con fotos de Adriana Groisman, publicada el 11 Setiembre de 1990
Siento aquella indescriptible sensación de mis primeros años al lado de Guillermo El Grande. Debo contar una hazaña con otro argentino como protagonista, otra geografía, una historia diferente y , sin embargo tan igual. Siento la misma inseguridad de aquel principiante que fui y ya no soy. Para bien o para mal. Tengo los mismos nervios, me recorren de punta a punta los mismos escalofríos.
Gaby acaba de escribir una página de gloria: el estadio entero la ovaciona, aunque ella difícilmente lo advierta. Tiene otras urgencias, la movilizan otros impulsos, quiere abrazar al mundo abrazando al Ova. Corre. Aprieta el puño. Grita. Sonríe dulcemente, con la dulzura infinita de la que sólo ella es capaz. Sabe que acaba de marcar un hito en la historia del tenis: le ha ganado a Steffi, ha conquistado el primer torneo de Grand Siam de su vida, pero sobre todo se ha ganado a sí misma.
Por eso su euforia seguirá a la noche en "Ellos", donde irá a comer con otras once personas en la mesa que presidirán Chris Evert y su marido, que no pasará por varios días, que acaso la marcará para siempre. Un júbilo inédito, un triunfo histórico que me hacen sentir tan feliz como a tantos argentinos que la estarán viendo frente al televisor, como el propio presidente, hasta el más humilde obrero de Jujuy o de Tierra del Fuego, que la quieren tanto. Gabriela acaba de alcanzar la gloria. Y yo tengo el privilegio de estar aquí, a pocos metros, con ganas de sallar al court para abrazarla.
En aquella carta abierta que escribí en EL GRÁFICO del 24 de abril decía: "….aunque siempre esperemos sentir bajo la piel la felicidad de un triunfo tuyo". Y, gracias a Dios, pude sentirla. Recorriéndome hasta hacerme temblar allí arriba, en la sala de prensa, de ese estadio Louis Armstrong de Flushing Meadow, con 20.826 personas que la ovacionaban mientras corría a buscar los brazos de su hermano Osvaldo, para quedar cubierta por ellos y por las lágrimas de un triunfo inolvidable. De esos que hacen entrar a un deportista en la historia grande, que no se borran jamás. Que hacen que uno también sienta los ojos húmedos sacudidos por la hazaña que sólo los grandes jugadores pueden lograr. Y Gabriela Sabatini lo fue y seguramente seguirá siéndolo. Se lo ganó definitivamente sobre ese cemento hirviente del Abierto de los Estados Unidos y ante la mejor jugadora del mundo como es la alemana Steffi Graf. Incuestionable, terminante, merecido. Fue la mejor. Logró su lugar entre las hazañas del deporte argentino. Junto a Guillermo Vilas, los héroes tenísticos que serán bandera de generaciones y orgullo que el tiempo irá convirtiendo en leyenda.
Con la copa en alto, su piel cetrina resplandeciente bañada por el sudor y su sonrisa iluminando el bello rostro, era la imagen misma de la triunfadora soñada. Aquella que parecía perderse y languidecer seis meses atrás. Esta ganadora grandiosa de hoy. Dos imágenes, dos jugadoras, dos mujeres. Muchas cosas pasaron antes de abrazarse con esta gloria del Abierto de los Estados Unidos.
Mucho cambié, ella también
Uno asume el papel del malo de la película. Por aquella crítica luego de Key Biscayne y la Carta Abierta recordada al comienza. Que dolió, que aún sigue doliendo. Pero, que seguro, contribuyó a buscar cambios, a rebelarse. A querer demostrar que no era así. Sacudió con cosas que duelen decir, pero que había que hacerlo, porque con la complacencia sólo se hubiera conseguido que estas lágrimas de felicidad de hoy fueran frustrantes heridas que la llevaran lejos del sublime triunfo logrado en Nueva York.
¿Qué se cuestionaba?: 1°) Su mentalidad, su falta de fuego interior, sus entornos populosos y decisivos. 2°) Una conducción técnica que no la hacía progresar luego de casi dos temporadas. 3°) Su falta de profesionalismo para entrenar, para planificar partidos, para meterse decididamente en un mundo tan competitivo.
¿Qué cambió?: 1°) Tanta era su falta de mentalidad y alma de campeona, que se trabajó específicamente en eso con Jim Loher, el más conocido sicólogo deportivo. Se redujo notablemente su entorno (únicamente su hermano Osvaldo y Willy, un amigo de la familia, estuvieron con ella en Nueva York, pero no sus padres) y empezó a tomar sus propias decisiones, a ser Gabriela Sabatini por sí misma, no con lo que los demás le indicaban que debía ser. 2°) Después de Roland Carros, Angel Giménez dejó su lugar de coach a Carlos Kirmayr, con él llegó todo un nuevo lineamiento técnico buscando una agresividad que no se tenía y se reforzó preferencialmente la parte mental para poder llevarlo a cabo. 3°) Comenzó a recobrar la alegría para jugar y encontró nuevas motivaciones en los entrenamientos, que antes languidecían por falta de ellas. Se vio obligada a ver a sus rivales, a planificar sus partidos. Es decir, a ser más profesional en lo suyo.
No son pocos cambios. Casi, una nueva jugadora, otra mujer. Con cosas que jamás se negaron, como que también se decía allí: a) Es una gran jugadora. b) "Estará entre las tres del mundo y podrá ganar un torneo de Grand Slam." c) No creemos que pueda ser Ia N' 1 del mundo y aún lo pensamos. Campeona significa eso, los que hacen la historia, aunque muchos confundan con grandes jugadores:
Camino a la hazaña
Los cambios llegaron hasta el hábitat. En lugar del Park Meridien —57 y Sexta Avenida—, cuartel general de los jugadores importantes durante el torneo, el grupo Sabatini aceptó la invitación del Mayfair Regent —65 y Park Avenue—alejándose del ruido y la continua presión del ambiente tenístico. Estuvieron en la suite 1.603 (cuyo costo normal es de 750 dólares diarios) y disponían de tres dormitorios y tres baños. Uno para. Gaby, otro para Kirmayr y su esposa y el último para Osvaldo, su hermano. Desde allí se manejó con mucha tranquilidad el grupo. Saliendo a media mañana para el Flushing Meadow Park en uno de los Infiniti blancos de que disponían por las autoridades del torneo. El regreso-se producía-sobre las 19 y Gabriela no cambió sus hábitos parar los restaurantes neoyorquinos: Alfredo's, en el majestuoso edificio del Citicorp en Lexington Avenue, o Ciao Bella en la Tercera Avenida. Por supuesto, la elección es porque allí las pastas son de gran calidad. Salvo eso, sólo las largas charlas con Kirmayr y Loher, para ir hablando cada paso del campeonato y después escuchar a Chicago o Phil Collins con sus walkman.
"No sé. Estoy preocupada porque, aun jugando bien, los resultados no se dan." Este era el pensamiento luego de la primera semana. Una autocrítica que antes era difícil escuchar en Gabriela y que es otro síntoma de su maduración. Como, también, la decisión de volver a integrar el doble con Mercedes Paz.
Llegaba el momento decisivo del certamen y uno iba descubriendo a una Sabatini en plena evolución. Los cambios estaban allí. Faltaba plasmarlos en la cancha, pero tendría dos pruebas fundamentales; la soviética Leila Meskhi, en los cuartos de final jugados el miércoles por la noche y Mary Jo Fernández, en las semifinales.
Como para toda gran hazaña, la suerte debe tomar parte. Y aquí también la hubo. Mes-khi en lugar de la yugoslava Mónica Seles en los cuartos. era una invalorable ayuda. Y ya que no estuviera la legendaria Martina Navartilova (eliminada por Manuela Maleeva 7-5, 3-6 y 6-3 en octavos) daba para soñar con ser finalista. Pero faltaba crecer aún. Aquella noche ante Meskhi nació la campeona. La soviética es una buena jugadora, de contraataque, que no tiene peso para definir. Pero Gabriela no estaba aún en la plenitud de su cambio. Sin atreverse todavía a aplicar los constantes pedidos de Kirmayr de ir hacia adelante.
Entre esas dudas se encontró, de pronto, que estaba perdiendo el tie-break del primer set, 2-5. Y allí encontró por primera vez la respuesta de su corazón. Esa íntima fuerza que le faltaba--y que sus dos hombres-guías le estaban trata-do de despertar desde hacía ya más de dos meses. Como pudo, corriendo con los dientes apretados y llevándose por delante a la soviética, más que con golpes y técnica, sacó el partido adelante: 7-6 y 6-4, Encontraba la fuerza espiritual para intentar la hazaña.
El sueño era posible
Venía una vieja y querida enemiga: María José Fernández (dominicana, de padre español, madre cubana y nacionalizada americana). Una prueba total para la mentalidad en evolución de Gabriela. Siempre le molestó mucho el juego de Mary Jo y la venció en momentos importantes de su carrera. Debería apelar a mucho coraje y paciencia para ser finalista.
Pero aquí la evolución daría un salto impensado. Porque, con el partido planteado desde el fondo de la cancha, la norteamericana sacó una ventaja de 4-1 y dispuso de dos ventajas con su servicio para lograr el 5-1. Prácticamente era liquidar el encuentro. No lo fue a buscar (“le falta el instinto asesino", diría su padre), se quedó atrás como aquellos equipos que esperan el error del rival jugando a los pelotazos. Gaby, en cambio, sacudió a todos. Sobre el saque de su adversaria pegaba un approach e iba a la red. Una y otra vez. Forzando el partido, queriéndolo ganar con una determinación y una táctica que antes eran imposible para ella.
Uno volvió a ver esos toques talentosos que desde hacía años Gabriela había perdido, comprendiendo que había regresado la alegría a su juego. Levantó, ganó el set, siguió empecinadamente buscando en el siguiente aunque lo perdió por idéntico scorer (7-5) y no se paró en el tercero. Meta saque y volea nomás. Presionando siempre, más parecida a Pam Shriver que a Gabriela Sabatini, Nada de esperar, todo al riesgo ofensivo. Como se debe ganar cuando uno quiere ser el mejor. Fue una terrible batalla que duró 2-horas y 47 minutos, que hubiera destrozado a cualquiera. Pero ella terminó corriendo corno si fuera el primer set.
Estaba en la final. No se había encontrado con ninguna de las que la preceden en el ranking. Pero allí, esperando, estaba esa máquina de destrucción que es Steffi Graf, que en sólo 53 minutos había vapuleado a Arantxa Sánchez Vicario por 6-1 y 6-2 para desencanto de todo un público que fue a ver a su nueva niña mimada.
El día de la gloria
Pesaban muchas cosas. Gaby había jugado dos horas y media y Steffi sólo una, con el agravante de que lo había hecho casi cuatro horas antes que la argentina, lo que significaba un descanso mayor. A esto, como una lápida, los enfrentamientos personales daban un 18-3 para la alemana que destrozaban cualquier optimismo. Por otro lado, el análisis más severo mostraba que Graf transitaba su peor temporada tras varias lesiones y el problema que creó las andanzas de su padre Peter y su amante-chantajista. Presionarla, atacarla cuanto se pudiera sería la clave. ¿Podría hacerlo Gaby?
La mañana del sábado 8 de septiembre la sorprendió desayunando en su hotel con Kirmayr y un papel delante. Sobre él, el brasileño volvió a diseñar la estrategia que habían ya charlado la noche anterior; además, el coach la había obligado a ver desde el vestuario el match Graf-Sánchez.
Kirmayr pedía jugar pelotas altas sobre el revés y bajar con slice luego para no darle ángulos a la rival y alejarse del peligro de su drive. Una vez controlado esto, debía aprovechar cualquier pelota corta para atacar sobre el revés de su contrincante. En cambio, si era atacada, debía tirar su passing shot, corto y cruzado, ya que a la alemana, lanzada sobre sus increíbles piernas, le costaría frenar e ir a buscar abajo. Quizá, por primera vez, Gaby entendía y creía en cómo jugarle a esa sombra.
A las 11 de la mañana entró a la cancha 14 y empezó su inusual entrada en calor: un fulbito contra su coach, tomando como cancha los cuadrados de saque. Una inteligente manera del brasileño de buscar la motivación y la alegría de su dirigida. Después una práctica informal de tiros ("Sólo busqué que entre en ritmo, que transpire un poco; gracias a Dios no tiene dolor alguno", sentenciaba Kirmayr una vez terminados los cuarenta minutos de preparación). Llegaba la hora de la verdad y de la gloria.
Los primeros cuatro games marcaron el partido. Con una Sabatini dominante, moviéndose como nunca lo había hecho, con una seguridad aplastante y subiendo a la red en cuanto podía. Graf sintió el impacto de lo inesperado. Buscó como respuesta su arma principal: el drive. Pero se encontró que no estaba allí como otras veces. Porque su adversaria no se lo dejaba pegar a la carrera, como a ella le gusta, y se veía siempre presionada por una devolución de saque excepcional. Desde allí empezaba a mandar Gaby y a poner en práctica la táctica de Kirmayr. El estadio, en silencio, veía ese 6-2 en 32 minutos como increíble. Pero ante una campeona se debe tener respeto. Y Graf lo es. Salió dispuesta a todo en el segundo. Atacó y encontró el pas-sing, cruzado y corto, que tanto se le había pedido a Gabriela. Que siguió corriendo, atacando, poniéndole toda la sangre y el coraje que una final de Grand Siam necesita. Llegaron al 4 iguales y Sabatini quebró con dos tiros excepcionales: un passing paralelo de drive y una volea corta de revés.
Parecía definido, que la hazaña ya era realidad. Pero surgió la tenacidad de una grande: Graf salió como una poseída que metía miedo en el 5-4 y recuperó el break. Era 5-5 y la posibilidad de tener que ir a un tercer set, que el físico de Gaby no podría aguantar. Fue 6-6 y el tie-break. La muerte súbita como le dice el ambiente y una pelota que define todo. Está Graf 3-1 y su servicio. Domina con el drive, mientras la argentina se defiende como puede con el revés con slice. Hasta que logra llegar, pararse de drive y pegar. Fue un misil. Paralelo, limpio, impecable. Que terminó con la confianza rival. Si no había podido ganar ese punto, no podría ganar el partido. De allí en más Sabatini atacó todo hasta eh 6-4 y match-point. Entonces fue Graf quien se jugó con un saque y volea, pero enfrente Gaby pegó un drive espectacular que fue a dar en la línea. Era la gloria.
El salto, las lágrimas, el abrazo interminable con Ova, la copa de manos de Linda Evans y la ovación de todo el estadio. Era Gaby más grande que nunca. La misma que cayó extenuada en manos de la masajista por dos horas, mientras hablaba con sus padres y recibía la visita y felicitación de Navratilova, Pam Shriver y Virginia Wade. La misma que feliz festejó tomando champagne, como nunca lo hace, en el restaurante “Ellos” de la Segunda Avenida junto a su grupo, más la especial presencia de Chris Evert y su esposo, Andy Mills, la mujer de Kirmayr, Janet, y el hombre que lleva sus negocios dentro de Pro-Serv, Dick Dell. Recién pasadas las dos de la madrugada regresó al hotel. Es que tenía todo el derecho del mundo a festejar, a dejar que la felicidad bañara su alma como siempre lo había deseado. Era su triunfo en el tenis y en la vida. En la lucha por ser Gabriela Sabatini, la gran tenista. Lo es. Permitimos, también, "„ .sentir bajo la piel la felicidad de un triunfo tuyo".