1981. ¨Pasá Mario, ésta es tu casa…¨
Diego Maradona y su familia invitaron a los Kempes a almorzar a su casa, el Matador estaba recién llegado a River y Diego a Boca. Dos de los jugadores más importantes de la historia charlaron a corazón abierto.
Los azorados pasajeros del colectivo 85 clavaban la vista en ese hombre con melena que aparecía saliendo del Mercedes Benz 450 rojo y se introducía en la señorial casona de la avenida José Luis Cantilo. Junto a él, sus padres y la presencia delatora de Jorge Cyterszpiler, brazo derecho de Maradona. El conductor del micro aceleró y entonces hubo que imaginar el abrazo que en ese instante se daban Mario Alberto Kempes y Diego Armando Maradona.
—Pasá, Mario; ésta es tu casa. Mucho gusto, señora. Adelante, don Mario, adelante. Al fondo anda papá haciendo el asado. Pónganse cómodos...
Kempes había llegado el día anterior.
Diego se enteró que vino sin su mujer y su hija y que viviría en el hotel Continental. "Pucha, sería lindo invitarlo a casa, en este momento debe andar extrañando bastante", pensó Diego para adentro. A las 21 sonó el teléfono de su habitación del Continental. Mario se estaba bañando y la música funcional copaba la pieza. De pronto, el amigo de Maradona escuchó la voz de Kempes.
—Sí, Mario. ¡Cómo te va! Te habla Jorge Cyterszpiler. Con Diego estamos enloquecidos tratando de dar con vos. Él ahora se está curando de la lesión y me pidió que en su nombre te invitara a almorzar a su casa mañana.
—Encantado, Jorge. ¿Sería una molestia si fuera con mis padres?
—Por favor, Mario, a las doce y media los pasamos a buscar...
Diego les dio a Jorge y a Quique Tebele su Mercedes rojo para esa misión. EL GRAFICO advirtió el operativo y pasó a integrar esta historia. Todo el hogar de los Maradona estaba pendiente de la visita de los Kempes. Don Diego concentraba su talento campestre acomodando brasas; doña Tota preparaba un manjar especial para el gusto de Mario; Claudia, la novia de Diego, se esmeraba cortando palmitos sobre la mesada. Cada uno con su tarea. Todo el mundo pendiente de la llegada. Lilí, una de las cinco hermanas del jugador de Boca, manipulaba platos y vasos.
A las 13.10 se produjo el encuentro. Ambos se veían felices. Doña Tota invitó a la madre de Mario a caminar por el jardín. La recién llegada elogió las flores. Allí se enteró de que la casa había sido adquirida hace cuatro meses. Ambas no podían ocultar su alegría. La familia Maradona estaba orgullosa de recibir la visita de los Kempes. Y los Kempes de haber sido in-vitados por los Maradona.
La vida en familia
Diego y Mario caminan por los jardines que rodean a la piscina. Van hacia el guincho donde don Diego cuida el vacío, las achuras y tiras de asado que están ahí, a fuego lento en la parrilla, desde las once de la mañana.
—¿No vas a traer a tu señora? —pregunta Diego.
—Por ahora no. Ya está casi en el séptimo mes del embarazo, le tiene mucha confianza a su médico y es preferible que el crío nazca allá. Están sus padres, todos los suyos rodeándola. Yo también me siento más tranquilo así, aunque te digo que extraño a Mavi y a Arianne; qué bueno... no sé qué hacer...
Diego sonríe y acota:
—¡Cómo se te pegó la forma de hablar de los españoles!
—¡Qué va! Pasé cinco años allá. Mario elogia la casa y felicita a Diego por la elección. Diego quiere saber dónde vivirá él.
—Por ahora, en el hotel Continental, hasta que Mavi tenga familia. Entonces la traeré y ya dispondremos de tiempo para buscar un departamento. No me gusta el aislamiento, la soledad. Sé que para los chicos sería casi ideal un chalet con mucho terreno para que jueguen en él, una especie de casa quinta, pero eso es bueno para ellos, no para nosotros, y aunque parezca egoísta también tenemos que pensar en lo que nos gusta. A Mavi le agrada el bullicio, estar entre amigos. Salir a la puerta de calle y ver gente. A mí también. Por ahora el ruido nos hace falta a los dos. Más adelante no sé…
La madre de Diego llama a la mesa. La cabecera está reservada para Mario y su mamá. A los costados, Maradona de un lado, don Mario Kempes del otro. Claudia dice que el jueves vio por televisión el programa de Juan Alberto Mateyko y escuchó que a Kempes le gustaban las pastas. Por esa razón le pidió a doña Tota que amasara unas ravioletas. Y pregunta:
—¿Qué querés primero: las ravioletas o el asado?
—¡Las dos! ¡Qué vengan las dos!, —dice Mario con una sonrisa. Después explica—. Me costó mucho trabajo acostumbrarme a la cocina española. Lo mismo le sucedía a Mavi cuando estábamos de novios y en casa le dábamos asado. Lo comía casi por obligación...
—Pero al final terminó gustándole —dijo la madre de Kempes.
—¡Y qué otra cosa podía hacer la pobre! —replicó su hijo.
La conversación se transforma en un ping-pong entre Mario y su madre:
—Si por mí fuera, los domingos antes de los partidos me comía una buena raviolada, pero ésta...
—¿Esta qué?
—¡Pues que me mataba de hambre!
—¡Ah, sí! Ya te olvidaste del arroz con pollo...
—Sí, arroz con pollo pero sólo me dejaban comer la alita.
—Para que después volaras en la cancha...
Una carcajada general puso fin al ping-pong mientras don Mario —el padre—, junto al implícito elogio al asador
—"Esta costillita es un manjar"—rememoró sus andanzas valencianas en procura de una carnicería que le permitiera conseguir una tira de asado al gusto nuestro.
—Sucede que ellos tienen otro tipo de corte y entonces nunca entendían lo que yo quería. Ellos, por ejemplo, cortaban costilla por costilla porque allá las cocinan hervidas, como si fuera para un puchero. Entonces, por más que andaba, no conseguía hacerme entender.
—Hasta que encontró a un carnicero uruguayo... —interrumpió Mario—. Ahí me salvé porque me dejaba pasar al otro lado del mostrador y yo mismo cortaba el costillar con una sierrita que compré. Después lo llevaba a casa y lo metíamos en una asadera eléctrica. Por supuesto, la carne no tenía el mismo sabor que si la hubiéramos hecho a las brasas pero con un poquito de chimichurri quedaba bastante pasable. Hasta me parecía sabrosa y es que no había otra salvación. En Valencia es imposible la parrilla porque son todas casas de departamentos...
El tema culinario terminó cuando Claudita, la hermanita menor de Diego, le pidió a Kempes un autógrafo en el cuaderno para mostrárselo a sus compañeritas de la escuela. Mario firmó y le preguntó a la madre de Diego cuántos hijos tenía.
—Ocho —respondió—, tres varones y cinco mujeres, ella es la más pequeña.
—iClaro! Pensaron en el empate en cuatro —varones y mujeres—, de contra-golpe salió esta hermosura y el partido terminó cinco a tres... —dijo Mario provocando, nuevamente, carcajadas en toda la mesa.
Asado, ravioletas y fútbol
Claudia quiere hacer méritos con la suegra y se ofrece a cambiar los platos. Raúl (un pibe de Esquina, Corrientes, que estuvo en Argentinos Juniors y ahora fichará para la cuarta de Boca) hace de mozo. "¿Quién quiere un chorizo, o riñones...?" Pero no trae nada y se le saca tarjeta amarilla...
Kempes se asombra al enterarse de que cuando él peleaba su contrato telefónicamente con Aragón Cabrera todo estaba siendo grabado por una audición radial, con el consentimiento del propio presidente de River.
—¿Sabés una cosa, Mario? —dice Diego—. A mí me parece que te quedaste corto con el contrato. Vos le tenías que haber exigido más a River.
—Dejalo así —contesta Kempes—. Este año arreglé de esta manera. Para mí es como pagar un poquito el derecho de piso. ¿Sabés qué pasa? Se dijeron tantas cosas sobre mí que yo ahora lo único que quiero es poder demostrar que soy el Kempes de siempre. El año que viene hablamos...
Cyterszpiler escucha en silencio y Diego ironiza:
—Mario, si tenés algún problema con Aragón te lo presto a Jorge para que te pelee el contrato. Es una fiera... Nosotros hablamos con el presidente de River hace un tiempo. Y hubo alguna confusión con respecto a lo que le pedimos. Yo en ningún momento dije que quería ganar más que Fillol. Que el Pato gane lo que él cree justo. Yo iba a pedir lo que pienso que me corresponde, sea menos o más.
Kempes ha solicitado una llamada telefónica a Valencia desde el hotel, y se lamenta porque muy pronto tiene que regresar. "Quiero hablar con Mavi, me cuesta estar alejado. Al separarnos en Valencia aguanté las lágrimas, pero cuando desde el micro que me llevaba al avión vi a Arianne saludándome con las manos, no resistí. Anoche, en el hotel, de nuevo..."
Pero el almuerzo merece extenderse. Cyterszpiler se para y con el consentimiento de Kempes se ofrece para arreglar el inconveniente. En dos minutos logra poner en línea a los esposos Kempes. "Y eso que el operador de ENTeI es hincha de Boca", comenta Jorge.
Camiseta y autógrafo
Mientras Mario habla, su padre lo mira a Diego y le dice:
—Prometeme que me vas a dar una camiseta tuya. No importa cuándo. Se la quiero regalar a Hugo Sergio, mi otro hijo, que está jugando en Córdoba, en Corral de Bustos. Cuando le diga que estuve comiendo con vos, seguro que me va a decir cómo no le pediste una camiseta N° 10 de Boca.
—Por favor, don Kempes. Espere un minuto...
Casi al instante, el padre de Mario tiene la camiseta N° 10 de Boca en su poder. Diego también trae un cuadro que descolgó de la pared de su habitación. En la foto posa junto a Kempes. Quiere que el goleador del Mundial '78 se lo firme como recuerdo. Fue sacado en el partido que jugaron el Juvenil y el Valencia en honor del título logrado en Japón. Kempes vuelve y dice:
—Esa vez te hice un penal.
—Que no fue penal... —se ríe Diego.
—Parece que tenés las virtudes de nuestro hijo Hugo —comenta el padre de Kempes—. Él sabe hacer goles... Esta noche nos volvemos para Córdoba con mi señora. Esperamos estar junto a Hugo el domingo para verlo jugar. No queremos que por-qué volvió Mario piense que lo vamos a dejar de lado a él.
—Eso sí —dice doña Eglis Teresa Chiodi—. Vamos a estar con la radio en la oreja esperando que Mario haga un gol en River.
—¡Qué le haga goles a cualquiera menos a Boca! —suplica doña Tota.
—¿Sabe algo, señora? —salta Mario—. La única vez que con Central le hice goles a River fue en la cancha de Boca...
El tema surge espontáneo. Pero este partido especial hay que jugarlo con mucho equilibrio para que no vuelen los platos y los vasos conserven su lugar...
Diego está a nuestro lado y nos confiesa en voz baja:
—Estoy muy contento de que Mario haya vuelto al fútbol argentino. Ojalá hubiera muchos Kempes en los estadios. Las recaudaciones serían mayores, los clubes, ricos, y no habría tantos jugadores libres. Hoy cierra el libro de pases en la AFA y no quiero ni pensar lo que van a sufrir aquellos que no enganchen en ningún equipo.
—¿Cómo andas de la lesión, Diego? —pregunta Kempes.
—Mirá, me estoy tratando y no hago fútbol. El doctor Pintos me infiltró y me sacó sangre. Yo tengo miedo de jugar pronto, nunca sufrí una lesión y no sé cómo responderá la pierna. Pienso que con quince días de reposo para ponerme bien y quince más para entrenar puedo ser el Maradona que espera la hinchada de Boca.
—Justo para el Boca-River —acotamos.
—Ya quedamos desde ahora comprometidos a cambiarnos las camisetas, ¿eh? (Maradona)
—De acuerdo. (Kempes)
—Mario, ¿sabés qué dice Menotti íntimamente? Que ahora le falta Enzo Ferrero y los tiene a todos acá... ¿Cómo anda?
—Una barbaridad. En Gijón es ídolo y cuando va a Madrid o a Barcelona, en campos grandes, se hace un picnic con los marcadores. Y eso que allá te muelen a patadas, ¿eh? Tiene una velocidad sensacional.
Llega la hora del café. Hay masas secas. Kempes no oculta la satisfacción de que su primer almuerzo, de regreso a la patria, se haya realizado en un ambiente tan grato, tan familiar. Una preocupación lo apura.
—Me quedaría todo el día aquí —le dice a Diego—, pero tengo que pasar por el hotel a buscar mis cosas y presentarme al primer entrenamiento en River.
—¿A qué hora? —pregunta Maradona.
—A las cinco, ya no sé si llego a tiempo...
—Te doy mi coche, Mario. Llevátelo.
—Te lo agradezco, pero no, Diego, no…
—Sin ningún problema, Mario. Usalo todo lo que necesites.
—No, es que no quiero largarme a manejar todavía. Ni siquiera tengo registro. Mario se levanta. Sus padres, también. Diego se acerca y le entrega un ramo de flores a doña Eglis. La mamá de Kempes se emociona. Don Mario, el padre, aprieta la camiseta de Boca contra su pecho. Ellos se vuelven esa misma noche a Bell Ville.
El Mercedes Benz apunta por la avenida Cantilo hacia el Este. Tebele al volante, Cyterszpiler de copiloto. Atrás, la familia Kempes.
—Chau Diego, gracias por todo.
—De nada, Mario. Gracias a vos ¡y suerte! Maradona se queda en la puerta, abrazado a Claudia. Nos mira y cuando habla parece como si las palabras le brotaran del corazón:
—Estuvo lindo, ¿no?
Por GUILLERMO BLANCO y EDUARDO RAFAEL (1981).
Fotos: ALDO ABACA.