Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: Selección es bandera

Representar al país debería significar un orgullo gigante, capaz de postergar ambiciones personales o derretir los brotes de vedetismo. Pero no siempre es así. Los tenistas parecen encaprichados en sostener lo contrario cada vez que que la Copa Davis nos guiña un ojo para conquistarla.

Por Elías Perugino ·

23 de abril de 2014
  Nota publicada en la edición de marzo de 2014 de El Gráfico

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Cuando uno era chico, al tenis le decían “el deporte blanco”. Uno era chico, chiquitísimo, y no entendía nada del juego, y mucho menos entendía sobre la manera de contar los tantos. “¿Por qué 15-0 si sólo le hizo un punto?”, era una de las dudas que a uno lo asaltaban –y lo dejaba con los bolsillos vacíos de respuestas– mientras espiaba un partido cualquiera con la cabeza sumergida en la medianera de ligustrina del Club Social, el paquetísimo reducto de la ciudad donde los más top de la comunidad se juntaban cada fin de semana para medir su destreza. “¿Cómo que 40-0, si hasta ahora venían contando de a 15?”.

Uno era chico, chiquitísimo, y no entendía casi nada, pero lo de “deporte blanco” sí lo entendía, porque todos los jugadores –hombres, mujeres o niños– vestían impecablemente de un blanco tan blanco como la sal. Así desde siempre. Ni uno ni sus padres soñaban con nacer en 1919, cuando sí nació El Gráfico, por entonces una revista de tamaño sábana que reflejaba la actividad social, cultura y deportiva de los argentinos, no exclusivamente el deporte. Y en la edición número 3[1], e incluso antes que el fútbol, el tenis ya merecía la portada, en la que las señoritas aparecían con unas faldas blancas e inmaculadas, mínimo un metro más grandes que las que hoy lucen Sharapova o Azarenka.

Uno era chico, chiquitísimo, y aunque vivía en una casa bien futbolera, en las charlas cotidianas de mamá y la abuela, que no eran precisamente de la alta sociedad, sonaban nombres como Analía Obarrio o Mary Teran de Weiss[2]. Y hasta papá y el tío, que eran tanos talleristas que vivían engrasados hasta las muelas, a veces metían un bocadillo aludiendo a Enrique Morea[3]. Significa que el tenis, más allá de germinar en gentes de posición social acomodada, siempre supo inocular la seducción del juego hasta en aquellos que no podían ni estaban interesados en comprar una raqueta.

A propósito: cuando uno era chico, chiquitísimo, las raquetas eran de madera y pesaban como de plomo. Había que tener brazos musculosos como el zurdo de Guillermo Vilas para empuñarla cual espada del Zorro y aplicar golpes en extinción como el revés a una mano, una rareza por estos días donde las raquetas pesan menos que fetas de fiambre y el revés a dos manos es una religión obligatoria para poder levantar esas pelotas de concreto que vienen misilísticamente ejecutadas desde el otro lado de la red.

Cuando uno era chico, chiquitísimo, el genio de Vilas[4] puso al tenis en el televisor de la cocina, en la pantalla de los bares, y se quedó allí para siempre, remachado en el alma de un pueblo militante del deporte, nacionalista al menos para el deporte, que se enredó en la deliciosa embriaguez de la Copa Davis[5], ese campeonato mundial de tenis que se juega una vez por año. Y apareció Clerc, estalló Sabatini para amplificar la buena vibra en el circuito de las chicas, tocó timbre La Legión, puso el pecho Nalbandian, asomó Del Potro…

Para la patria deportista, para el acervo argentino –que enarbola al deporte como una arista tan representativa como la música, la literatura o la ciencia–, el tenis ya no es lo que era cuando uno era chico, chiquitísimo. Desbordó ese compartimento estanco del puñado de federados, sus familiares directos y la minúscula comunidad de amateurs con buen pasar. Echó raíces en el escalón de la masividad. Compara sus decibeles de repercusión con el automovilismo o el básquetbol. Copó horas de transmisión en las cadenas deportivas de televisión. Se transformó en un manjar predilecto para el merchandising y la publicidad. Se viralizó, si se permite el término, en la vida de los millones de argentinos que llevan al deporte como un combustible que les recorre las venas y les inflama el alma.

Cuando uno era chico, chiquitísimo, no siempre imperaba el orgullo por integrar una selección de lo que fuera, no subyacía un mandato social para asumir ese compromiso como un legado de representatividad insoslayable. En el fútbol de principios de los 70[6], por ejemplo, los jugadores preferían no estar, no ser citados a la Selección para no perder prestigio, para no quemarse. En el mapa argentino de hoy, Selección es igual a Bandera. Es ese fuego que asumen e irradian Las Leonas, la entrega conmovedora de los muchachos irrepetibles de la Generación Dorada del básquetbol, el orgullo de Los Pumas aun en las derrotas, los renaceres milagrosos del vóleibol, la voracidad de gloria de los boxeadores, el compromiso visceral con que el fútbol se toma cada desafío mundial desde el ciclo del Flaco Menotti[7] para acá…

El tenis, cree el chico que metía la cabeza entre la ligustrina, se subió a todos los bondis de la evolución menos a ese, el del compromiso con la bandera que va más allá de los egoísmos personales. Es una sensación que ya rompía los ojos desde los tiempos en que Vilas y Clerc jugaban el dobles casi sin dirigirse la palabra, aunque al menos lo jugaban, y que luego fue sumando capítulo tras capítulo hasta llegar a nuestros días, sin importar la sucesión de jugadores, capitanes y dirigentes de la AAT.

La gran noticia que ya supo generar el deporte argentino en 2014 es la contratación de una eminencia como Julio Velasco para conducir a la selección de vóleibol. Como José Pekerman o Cachito Vigil, Velasco es un docente capaz de tocar todas las cuerdas y trascender al tiempo con sus enseñanzas. Enhorabuena que podamos absorber la sabiduría que transmite con tanta simpleza, pero también con tanta profundidad. Es un capital invalorable para el vóleibol y para el deporte argentino en su globalidad. Durante la conferencia de prensa que sirvió de presentación dijo, como al pasar, una frase que podría ser de utilidad para esa gente del tenis que habla a través de comunicados[8] o promete peregrinaciones salvadoras[9] a destinos sin vírgenes: “Creo mucho en el trabajo de equipo. Y el trabajo en equipo significa que la pregunta ‘¿quién es más importante?’ está fuera de lugar. Todos los componentes del equipo son muy importantes”.

El pecado del tenis argentino en relación con la Copa Davis, cree el chico que no entendía por qué decían 15-0 si habían hecho un solo tanto, es que siempre hubo alguien que se sintió más importante que el equipo, allá arriba, en el pedestal que habilitaba a la pleitesía y al sometimiento de todos los demás. Es la ruta sin retorno que uno ha visto transitar desde que era chico, chiquitísimo. Como chiquitísima es, una vez más, la actitud y la decisión que tomó ese deportista gigante que es Juan Martín Del Potro.

Por Elías Perugino

TEXTOS AL PIE

1- Publicada el 12 de julio de 1919, reflejó la iniciación del Campeonato Argentino en las instalaciones del Lawn Tennis.

2- Obarrio jugó entre el final de la década del 20 y mediados de la del 40 mientras que Mary (tapa) fue número 1 del país durante seis temporadas y considerada la décima jugadora del mundo.

3- Uno de los pioneros del tenis argentino. Doble oro en los Panamericanos de 1951, ganador del doble mixto en Roland Garros 46, líder del ranking nacional y sudamericano en varias temporadas.

4- El mejor tenista argentino de la historia. Profesional entre 1969 y 1992. Ganador de 62 torneos en singles (entre ellos 4 Grand Slam) y 16 certámenes en dobles. Logró el Masters de 1974.

5- El torneo masculino por equipos se disputa desde 1900. Estados Unidos lidera la tabla histórica con 32 títulos, seguido por Australia, con 28. Argentina nunca conquistó la ensaladera.

6- Era tal la desorganización, que los futbolistas se sentían desprotegidos y preferían darle prioridad a sus clubes. Nadie se desvivía por llegar a la Selección.

7- Luego de la mala experiencia en Alemania 74, la AFA le confía la Selección a César Luis Menotti, quien logra que se la considere una prioridad y encabeza un ciclo serio que desemboca en el título de 1978.

8- En vez de sentarse cara a cara y plantear sus disidencias, Del Potro informa sus deserciones por comunicados que, lejos de despejar dudas, acrecientan la incertidumbre.

9- “Si tengo que ir caminando a Tandil, iré”, dijo el presidente de la AAT, Arturo Grimaldi, luego del comunicado de Del Potro. Tarde, tardísimo.