René Houseman por Juvenal
En 1973, el mítico periodista indagó en sus orígenes y buscó explicaciones sobre ese muchachito fenomenal, mitad humilde y mitad travieso, que enloqueció al fútbol argentino.
César Luis Menotti se asombra a cada rato con el pibe Houseman: “Pero fíjese la tranquilidad con que juega en primera de Huracán, a los 19 años, después de haber saltado en un año de sexta a una primera C… Además, sabe todo lo que debe saber un jugador. Mientras veía el primer tiempo de un partido pensé que debía hacerle una observación en el intervalo. Y apenas llegó al vestuario me encaró y me dijo: ‘¿Qué le parece, César, si me tiro a la izquierda para escaparle al marcador de punta y entrar por el otro lado, que está más fácil…?’. Justamente lo que yo le iba a decir me lo decía él… No es solamente un intuitivo: se ve que la piensa con el criterio de un jugador maduro. Y cuando se va a la izquierda, si a usted no le avisan que es wing derecho cree que es número once, porque maneja y tira igual con la zurda y no tiene ningún problema de perfil…”.
Junto con Menotti nos asombramos todos frente a la increíble revelación que nos ha traído el 73, en la figura de este muchachito de aspecto mitad humilde y mitad travieso, que parece un colado al lado de los más grandes, y cuando recibe la pelota muestra todos los matices del consagrado. Y, sin embargo, no hay motivos para el asombro: todo es perfectamente explicable, absolutamente lógico.
“A los 14 años jugaba en los potreros del Bajo Belgrano en un cuadro de barrio que se llamaba Los Intocables, porque nadie podía ganarnos. Ni los indios que nos esperaban en otros barrios, cuando salíamos de la canchita de Pampa y Dragones, entre el golf y la cancha de Excursionistas. Allí era marcador de punta número tres. Mi hermano mayor, Carlos Walter, que tiene 29 años y llegó a jugar en la primera de Excursionistas, era el 10. Mi otro hermano, Héctor Eduardo, de 22 años, marcaba al medio como número dos. Y todos los demás muchachos del equipo eran mayores que yo. Por eso no me cuesta nada amoldarme a jugar entre los cracks que tiene Huracán en la primera. Si siempre jugué al lado de tipos más grandes, enfrentando a gente mayor, desde que tenía 14 años…”, detalla Houseman acerca de sus orígenes.
Muchos lo comparan mentalmente con Oreste Omar Corbatta, aquel admirable loquito que llegó un día de Chascomús con sus patitas flacas, su fútbol lleno de atrevimiento y su maravilloso toque de pelota para hacerse ídolo de la hinchada de Racing. Y en la trayectoria encontramos el detalle que nos recuerda los comienzos de Félix Loustau, otro inolvidable loquito del fútbol argentino. Félix también jugaba de back izquierdo en las inferiores de Racing, hasta que un día llegó a River y Renato Cesarini lo puso de wing de ese mismo lado, para quedarse desde ese día y para siempre en el corazón de la multitud…
Nos imaginamos el gesto hosco de los descreídos de siempre: “Recién aparece, hace tres gambetas y dos goles y ya lo comparan con Corbatta o con Loustau… Jugadores como esos ya no salen más… Si a los pibes de hoy no les gusta el fútbol, están en otra cosa, no tienen potreros donde jugar… Lo único que se consigue así es agrandarlos y engrupirlos…”
Es cierto: corremos ese riesgo. Que el pibe se olvide de que es un pibe con muchas ganas de jugar y se sienta crack, más interesado en salir en la tapa de EL GRÁFICO que en volcar sobre la cancha toda la alegría, todo el atrevimiento, la ingenua picardía y el astuto candor que trae el potrero… Porque todavía quedan potreros… Y todavía surgen pibes como Houseman. Y porque todavía siguen repitiéndose esos milagros en el fútbol argentino, corremos el riesgo de entusiasmarnos y hasta de pasarnos en el elogio a la figurita que asoma. Lo corremos gustosos, porque el día que no seamos capaces de entusiasmarnos frente a la aparición de pibes como Houseman será porque habrá muerto nuestro amor por el fútbol…
“Iba a la escuela Mariscal Sucre y como alumno era más o menos… Más bien menos que más… Salí de sexto grado y entré a trabajar a los 14 años en la carnicería El Triunfo, de Dragones y Echeverría. El dueño, Oscar Canavesi, es hincha fanático de Huracán y está loco conmigo, ahora que juego en su club. La semana pasada me invitó a cenar con él en la Costanera. Hace unos años yo repartía bifes de chorizo con el camión de la carnicería por los carritos de la Costanera. Trabajaba medio día en el reparto y después, a jugar al fútbol. Los días de semana íbamos al parque que está entre la vía del ferrocarril y la Avenida Figueroa Alcorta, al lado de River. Los sábados y domingos, en la canchita de Pampa y Dragones. Hasta los 15 años y medio jugué de 3 para Los Intocables. Después pasé al Baby Fútbol y jugué de 11 en Defensores de Florida, hasta los 16 años y medio…”, recuerda el jóven delantero.
El padre, Wálter Máximo, es hijo de alemanes y nació en Santa Fe. Un día se fue para Santiago del Estero a trabajar, y en La Banda conoció a una santiagueña hija de santiagueños, Elba Lediz Mores, y se casó con ella. Tuvieron cuatro hijos: Carlos Wálter, Héctor Eduardo, Ema del Valle (la única mujer, de 24 años) y René Orlando, que ahora tiene 19 y juega en la primera de Huracán. Todos son santiagueños, de La Banda, y cuando el más chico tenía 4 años la familia se vino para el Bajo Belgrano, “donde toda la gente es humilde como yo, y por eso no me la voy a pillar, porque no les puedo fallar a mis padres, a mis hermanos y amigos…”. Casi no tiene tonada, aunque como resabio de la tierra del mistol y la chacarera le quedó el apodo con que lo conocen en el barrio: “Que no”. Porque cuando le preguntaban algo, desde chiquito, siempre anteponía esas dos sílabas a cada respuesta: “¿Qué no fui a la escuela…? ¿Qué no le avisé a Héctor…?” Y en el “¿Qué no…?” viraba una nota de reminiscencias de Julio Gerez y los hermanos Abalos…
“En Huracán me bautizaron con otros dos nombres: Babington y Rogante me llaman Cacho, no sé por qué, y Russo me dice Hueso, porque soy flaco… No me importa cómo me llamen, yo me siento feliz de estar al lado de ellos, de jugar el fútbol que se juega en Huracán… Cuando me habló el coronel Vilanova, de Defensores de Belgrano, y me preguntó a qué club me gustaría ir, le contesté: ‘A River, porque juega como se debe jugar, al toque, con alegría, con habilidad…’. Me dijo que Huracán me ofrecía más y acepté. Me alegro de haberlo hecho, porque hace el fútbol que quiere César, el que a mí me gusta…”
Le gusta el estilo riverplatense pero de chiquito era hincha de San Lorenzo.“Por mi hermano mayor, Carlos, que siempre fue mi ídolo y es fanático del Ciclón…”. Solamente dos veces vio jugar a San Lorenzo. Era cuando la delantera formaba con Facundo, Coco Rossi, Ruiz, Sanfilippo y Boggio. “Higinio García ya no estaba. Jugaba en Excursionistas con mi hermano Carlos…”. Lo impresionó el Nene Sanfilippo, “porque era el más chiquito y el más vivo de todos…”. Después, a partir del 62, cuando Antonio Roma le atajó el penal a Delem, se hizo hincha de Boca.
“Mi ídolo era Rojitas. Me volvía loco cuando movía la cintura. Ahora soy admirador de Ponce, pero sólo de verlos por televisión. Una sola vez fui a la cancha para ver un partido donde jugaba Boca. Fue la tarde que empató con River 0 a 0, cuando Carrizo le sacó varios goles hechos al Muñeco Madurga y se produjo la tragedia. Yo había ido con otros pibes del barrio y entramos por la puerta 12. Pero no nos quedamos en la popular: saltamos los dos metros que nos separaban de un techado pro el cual pasamos a la platea donde ven el partido los inválidos. No se veía tan bien pero no estábamos apretados como allá arriba. Y por eso nos salvamos de lo que pasó al final…”
Después de jugar en el baby para Defensores de Florida pasó a Defensores de Belgrano. Lo llevó Arce Gómez, el Chele, cuando tenía 16 años y medio. Entró en la sexta, pero ahora como número ocho: “Me resultó tan fácil como jugar de 3 o de 11. En 1972 Chitti me puso de número 7 y tampoco tuve problemas. Con cualquier pierna y sobre cualquier perfil me da lo mismo…”. Y con cualquier parte del pie, agregamos nosotros. Porque no es común ver que un pibe tenga tanta facilidad para pegarle con la cara externa, cacheteando de revés, con la derecha o con la zurda, parada o a la carrera, dejándola muerta para el compañero que llega acompañado o cruzando la pelota pasada en trayectoria de 15 ó 20 metros. Es tan poco común que resulta excepcional…
“Chele Goméz fue como un segundo padre para mí. Un día me dijo: ‘Me van a dar la primera y aunque me echen, te pongo a vos… Cumplió. Debuté en primera, jugué tres partidos, tuve un esguince de tobillo, dejé de jugar, reaparecí en la sexta, volví a primera cuando la huelga, jugando contra Nueva Chicago y allí me quedé. Hice 17 goles en 1972, ya en mi puesto actual, y cuando debuté en Huracán, contra el seleccionado marplatense, tuve suerte: ganamos 5 a 1 y marqué el cuarto…”
Piensa que Norberto Alonso “es un superdotado”. Como wing, “el mejor es Ponce”. Como fútbol, “el que juega Huracán”. Como el entretenimiento, fuera del fútbol, “el volley, porque da unos reflejos bárbaros”. Nunca lo vio jugar a Pelé: “La noche que iba a verlo, cuando jugaron el Santos y Peñarol en River, por la Copa Libertadores, me quedé a cuidar autos para ganarme unos pesos y al final no fui…”. Esa noche, perdiendo, Pelé fue más grande que nunca. Es una pena que el pibe Houseman no lo haya visto esa vez: habría recibido la gran lección de parte del gran ganador del fútbol mundial. A la hora de ponerle el pecho a la derrota Pelé también ganaba. Y es bueno que los pibes ganadores como Houseman aprendan que perder sin bajar los brazos también es parte de este juego llamado fútbol…
(Nota publicada en El Gráfico el 3 de abril de 1973)
JUVENAL (1973)