Las Crónicas de El Gráfico

Varelita

En 1943 llega a Boca el uruguayo Severino Varela, quién en sólo tres temporadas se convertiría en una leyenda del club. Con este hermoso texto El Gráfico presentaba al público a Varelita, un esquivador y un obrero.

Por Redacción EG ·

06 de diciembre de 2018
Nació en Montevideo, en la Unión, allá por donde las casas van apilándose los potreros. Pero enfiló por la Ocho de Octubre y, a favor del cuesta abajo, se vino tranqueando insensiblemente. Así ancló en el barrio Olímpico. Llegó como si lo atrajera el rumor del mar que golpea contra las rocas, como si el viento marino recogiera su aparejo y lo recostara sobre los bloques que vieron hundirse el Colombia.
Imagen Con 30 años, recién llegado a Boca, posa para El Gráfico el forward uruguayo Severino Varela. En solo tres temporadas ganó dos campeonatos (43 y 44), hizo 46 goles y se ganó el amor eterno del club.
Con 30 años, recién llegado a Boca, posa para El Gráfico el forward uruguayo Severino Varela. En solo tres temporadas ganó dos campeonatos (43 y 44), hizo 46 goles y se ganó el amor eterno del club.


Calles estrechas, reclinadas sobre la muralla, una rambla as dejó en offside. Ya no pudieron llegar hasta las piedras. A mitad de caída, se quedaron mirando el agua haciéndose las distraídas para no sentir la angustia de un barrio que se va... Allí, en esa parte de la ciudad vieja de casitas a las cuales el mar les graba viruelas; allí, donde el rumor del oleaje acuna por las noches; allí, donde llueve de costado porque el viento cabecea el córner que ejecuta la lluvia, Varelita encontró tibieza afectiva y un tanto ronca. Tibieza formada por una mezcla rara de confidencias, caña y anhelos; cariños que nacen recostados a un mostrador cuando los párpados se entornan la voz se vuelve persuasiva y sale de lo más adentro la confesión de ese vacío interior que pudo llenarse y no se llenó.

Ese barrio que recibió a Severino Vareta, tuvo de todo: su cancha, su cuadro, su boxing y un collar de boliches. No le faltó ni la troupe que lo pobló de canciones, ni la escuela que quiso educarlo, ni el poeta que pidió una caña doble el día que murió la Loquita Dora, aquella que llevaba una cicatriz en la cara y otra más profunda en el alma. Allí, donde hay más alegría que plata, donde el chiste y el apetito insatisfecho rivalizan, Varelita recogió en la misma línea de forwards los últimos reflejos del famoso negro Isabelino Gradín. Cuando el astro caía, y por eso, se agrandaba. Varelita, percibía el arte del esquive, esa manera de  llevarla corta, el amague de cuerpo que gambetea mientras la pelota sigue su trayectoria, ese afán de trabajo, ese espirito de lucha que acompañó al negro hasta el fin de su ocaso deportivo, y algo quedó de Gradín en Varelita. Sea por que Dios los hizo futbolísticamente parecidos, sea por una similitud de aptitudes, la verdad es que sí hay distancia en los colores, sobre la gramilla algo los une, como sí Varelita hubiera querido seguir agregándole cuentas al rosario que Gradín ya tenía terminada.
Imagen José Manuel "Charro" Moreno  junto a Severino Varela , en el Torneo Sudamericano de 1942.
José Manuel "Charro" Moreno junto a Severino Varela , en el Torneo Sudamericano de 1942.


Formó ala con Expósito, el menor de una familia que fue toda deportiva: el mayor era arquero de Olimpia. César, zaguero internacional del básquet, perteneció a aquel Olimpia que se denominó "La Máquina Blanca” el primo Diego: también fue internacional de básquet y corrió trece años por el wing oponiendo a su escasa talla el arte de ablandarla como una naranja entre las manos, para chuparla mejor. Varelita formó ala con ese pibe veloz, y ya en Olimpia recibió el nombramiento de suplente del seleccionado uruguayo. En el café Pommery, sede del club, produjo emoción. Yo no solicitaban más a Gradín; Uslenghi se había venido; el back Mascheroni estaba en Italia, pero tenían  otro para vestir la celeste. Varelita iba a esa sede y después se corría una cuadra hacia arriba para charlar con sus viejos amigos del Almacén del Hacha. De tanto tranquear esa cuadra en subida tiene el andar columpiado.

 Desde los lejanos tiempos de Olímpia fue Varelita un esquivador y un obrero. Atrás y adelante, la llevó, la perdió, la fue a buscar y la llevó de nuevo. No le escapó al trabajo ni al riesgo.  Donde hubo que meter la cabeza, la puso; donde hubo que entreverarse en recias defensas, lo hizo. Y es lo que hará  aquí. Podrá jugar bien o mal, pero nadie le discutirá su voluntad de trabajo ni su guapeza.

El Gráfico 1943