Las Crónicas de El Gráfico

De héroes y villanos

Cuando creíamos que la novelita de Messi y la Selección se había terminado, apareció una pubalgia y recrudeció el fuego cruzado con el Barcelona. Nuevos personajes y dramáticos capítulos de una saga que ya entra en su undécima temporada.

Por Elías Perugino ·

09 de noviembre de 2016
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Vivir en Argentina es como sentirse protagonista de todas las series de Netflix al mismo tiempo. Si lo avalaran algunos críticos de espectáculos, incluso arriesgaríamos a señalar que se trata de una experiencia superadora, que desnuda crudamente la esterilidad de la última horneada de guionistas. Remitámonos a las pruebas: ¿En qué serie se ha visto una caja fuerte dentro de un dragón de jardín? ¿Dónde hay una sitcom con un personaje como la Abogada Hot? ¿Y un ex funcionario arrojando bolsos con 9 millones de dólares provistos por la corrupción por encima de los paredones de un convento? ¿Dónde vieron que a los de Games of Thrones se les haya ocurrido inventar un país con cinco presidentes en diez días [1]? ¿Qué guionista imaginó a Usain Bolt corriendo los 100 metros llanos contra un colectivo? ¿Walter White [2] habría llegado a las cinco temporadas de Breaking Bad lidiando con los narcotraficantes del Gran Buenos Aires o del Gran Rosario? ¿Dónde están los villanos más malos que Guillermo Moreno y Luis D’Elía que se hayan enfrentado a los superhéroes de Liga de la Justicia? Vamos, dónde se ha visto…

Hablando de superhéroes, lo que tampoco entra en ningún guión es la novelita de Messi y la Selección. Los argentinos tenemos que ser muy retorcidos para no disfrutar de Leo, ¿eh? Demasiado. Tóxicos, absolutamente autodestructivos, salimos de una y nos metemos en otra. Bastantes capítulos nos costó bajarnos del absurdo orgullo patriótico porque no cantaba el Himno. Temporadas enteras nos flagelamos analizando por qué rendía una milésima más en el Barcelona que en la Selección. Cuando habíamos relajado y empezábamos a gozar, se perdieron las tres finales. Y entonces Leo –qué bien estuvo el guionista, un Emmy [3] deberían darle– nos ganó de mano y transformó la comedia en drama: “La Selección se terminó para mí”. ¡Chan! Música tenebrosa, títulos de cierre y hasta el capítulo siguiente…

Durante dos meses fuimos un tango colectivo. Se debatió sobre la renuncia de Leo hasta en el Canal Rural. Pasaron a un segundo plano la reformulación de la economía y el destape de los casos de corrupción del gobierno anterior. La gran cruzada nacional era convencer a Messi para volver. ¿Quién debía hablar en nombre de los 42 millones? ¿Tinelli? ¿Maradona? ¿El Papa Francisco? Cualquiera menos los de la AFA… Pero la AFA –esa remake de KAOS [4], pero con personajes menos queribles– hizo un casting como el de Gran Hermano y eligió al reemplazante de Gerardo Martino, suicidado en combate por una bala de dignidad. And the winner is… Edgardo Bauza, El Pacificador.

Tremendo personaje, El Pacificador. Cara de piedra y corazón de peluche. Campechano, paternal, respetuoso, sensato, sin los índices de histeria inherentes a la argentinidad promedio... Y allá fue El Pacificador, cauto y decidido, a cumplir su misión libertadora como cuando San Martín cruzó los Andes. “No lo voy a convencer, voy a charlar de fútbol”, mintió con nuestra complicidad El Pacificador. Del otro lado del océano, no hubo que combatir contra los realistas. “¿Y ahora qué digo?”, contó que le dijo nuestro Barbarroja, dispuesto a volver desde antes de que le tocaran el timbre. Emitió un bando a través de facebook –“Amo demasiado a mi país y a esta camiseta, hay muchos problemas en el fútbol argentino y no pretendo crear uno más”– y la máscara del drama se cambió por la de la comedia. Sonaron los violines. No más odios ni desencuentros. De allí en más, amor sin barreras. Amor incodicional.

“Después del quilombo que hice, tenía que jugar”, admitió el genio indiscutido, amado, venerado y nunca más defenestrado (¿Habíamos quedado en eso cuando implorábamos su vuelta, no?). Nuestro Minion preferido definió el cruce con Uruguay, pero al toque sembró la alarma. Maldita sea la pubalgia. Uno de los villanos más temidos: silencioso, rebelde, traicionero, recurrente como él solo. Top ten entre las afecciones más quisquillosas para un deportista. Incluso para un marciano como Leo.

Desde Cataluña, mandaron una batiseñal y aquí, con toda lógica y sin necesidad de consultar con Dr. House [5], Bauza decidió que no jugara contra Venezuela. Mejor cuidar el bien ganancial. Pero el otro integrante del matrimonio –si será venenoso el guionista…– no procedió con la misma condescendencia. Lo exprimió en cancha durante minutos banales –¿para qué jugar los 90 del 7-0 al Celtic y del 5-1 al Leganés?– y se rompió. Se rompió para perderse los dos partidos trascendentales de octubre con la Selección. Se rompió para que sean siete sus inasistencias en los primeros diez partidos de las Eliminatorias más complicadas que se recuerden. Se rompió para que El Pacificador se pusiera verde como El Increíble Hulk y estallara: “Nos piden que lo cuidemos, pero allá no lo cuidan mucho”. ¡Chan! Otra vez tiros, líos y cosha golda [6].

Tan espeso se puso el caldo, que desde aquí hubo que tragar saliva y pedir disculpas. No dijimos lo que dijimos. O lo dijimos sin querer decirlo. O queríamos decirlo y no lo tendríamos que haber dicho. Bendito sea El Normalizador de la cabellera a lo Donald Trump, las cuerdas vocales del Coco Basile y la memoria de Guy Pearce en Memento [7]…

A esta altura, la trama se nos salpicó de preguntas. ¿El Pacificador será tan pacífico? ¿Tendrá más poder el patrón que le paga el sueldo o el súbdito que lo arropa con su bandera? ¿Alguna vez se admitirán culpas desde el otro lado? ¿Leo se dejará persuadir y claudicará en su intención de jugar siempre, al menos hasta curarse del todo?

Como sea, la novelita de Messi y la Selección nos condena a sufrir una vez más. Pasamos del drama a la comedia y de la comedia al drama en menos de un mes. Santa paradoja, Batman. Lo que era, ya no es. Le saltó la térmica a El Pacificador y difícilmente vuelvan a recibirlo con champagne en el palco oficial la próxima vez que vaya al Camp Nou. Entró en escena El Normalizador y, lejos de acompañarlo en el reclamo, le tiró de las orejas, bajó el copete y abogó por una armonía difícil de restaurar. Y todavía falta Leo... Entre rumores sobre tratarlo con terapias pasivas o con métodos invasivos, al cierre de este capítulo, se desconocía su reacción. Mirá si se calentó con El Pacificador… Apiádese de nosotros, señor guionista, que Messi ya se perdió siete de los diez partidos de Eliminatorias. A este ritmo, cuando llegue Rusia 2018 vamos a sentarnos todos frente a la pantalla, pero para ver series de televisión…

Por Elías Perugino

Notas al pie

1. Al estallar la crisis, Fernando De la Rúa abandonó la presidencia el 20 de diciembre de 2001. Ramón Puerta lo sucedió por tres días. Adolfo Rodríguez Saa asumió y renunció a los siete días. Y Eduardo Camaño, titular de la Cámara de Diputados, fue presidente entre la noche del 31 de diciembre y la mañana del 1° de enero, cuando tomó las riendas del país Eduardo Duhalde.

2. Al profesor White le diagnostican una enfermedad incurable. Para pagar el tratamiento y asegurar el futuro de su familia, comienza a cocinar y vender metanfetamina. A partir de allí brotan las historias de Breaking Bad, una de las mejores series de todos los tiempos.

3. Son los galardones que consagran la excelencia en la televisión de los Estados Unidos. Se entregan desde 1949.

4. Era la organización del mal enfrentada a CONTROL en el Super Agente 86, serie protagonizada por Don Adams que parodiaba la puja entre la CIA y la KGB. El principal villano de KAOS era Conrad von Siegfried, o Siegfried, interpretado por Bernie Kopell.

5. Serie protagonizada por Hugh Laurie (el Dr. Gregory House), que constó de 177 capítulos a lo largo de ocho temporadas.

6. Típica frase de Oaky en Las Aventuras de Hijitus. El bebé del millonario Gold Silver tenía un perfil belicoso y le encantaba intimidar con las pistolas que llevaba entre los pañales. Un villano incipiente.

7. Thriller psicológico estrenado en 2000. Cuenta la historia de Leonard (Guy Pearce), quien padece amnesia anterógrada. Para recordar situaciones de su vida apela a sacar fotos instantáneas, además de tatuarse datos relacionados con el asesino de su esposa.

Nota publicada en la edición de octubre de 2016 de El Gráfico