Historias del Mundial 78, parte I
Se cumplían 30 años del primer Mundial ganado por Argentina. Passarella, Houseman, Alonso y Menotti –entre otros- contaban anécdotas de la intimidad que vivió la Selección que hizo historia.
DANIEL PASSARELLA
El Gran Capitan no sólo fue una pieza clave dentro del campo de juego sino también fuera de él. Gran animador del grupo, el hombre no sólo era el responsable principal de las cargadas sino que hasta se las rebuscó para conseguir una llave maestra de las habitaciones en José C. Paz. Y aprovechaba la salida de sus compañeros para hacer todas las travesuras posibles: colchones dados vueltas, sustancias extrañas en los picaportes, sapos en la cama, pantalones colgados de la lámpara, y todo rubricado con una zeta hecha con pasta dentífrica en el espejo. El Zorro Daniel, también fue apodado Jaimito, por el mítico personaje, terror de las maestras. Después de la final, para cumplir con una promesa a la Virgen de Luján, pasó con una bolsa por el vestuario y fue recolectando camisetas para llevar a la Basílica. Mario Kempes recuerda que no se salvó ni la venda que utilizaba de cábala en la rodilla. “El chacarero era terrible, me preguntó qué iba a hacer con la venda y se la llevó. Ni siquiera fue capaz de dejarme tocar la Copa, no la quería largar por nada del mundo”, evoca el Matador.
JOSE DANIEL VALENCIA
“Fue la unica persona que se acordó del interior del país, la que le dio identidad a una Selección, el que se preocupó por llevar el equipo de todos a las provincias, algo que no creo se dé nunca más. Si no era por él, jamás habría llegado a jugar un Mundial”, admite hoy el Rana Valencia, el 10 de Talleres que le ganó la pulseada a un tal Maradona, porque el 10 titular del equipo era Valencia. De hecho integró la formación inicial en los primeros cuatro partidos, y salió luego de Polonia, porque no había rendido. Y detrás de aquella designación, una historia de vida: “El Flaco Menotti fue el padre que no tuve. Mi viejo era el canchero de Gimnasia de Jujuy y una tarde sufrió un derrame cerebral en pleno partido. Yo tenía 13 años y estaba de espectador, hubo un amontonamiento, entró una camilla a llevarlo y nosotros ni enterados. Se murió seis meses después, por eso cuando ganamos el Torneo de Toulón yo lo abracé al Flaco y lloré sobre él. Fue la persona que me bancó cuando me tenía que bancar y que me castigó cuando hice alguna macana, y en ese momento simbolizó como nadie la figura de mi padre”.
RUBEN PAGNANINI
Al igual que los otros cuatro jugadores que no ingresaron ni un minuto, al defensor de Independiente le quedó esa espinita de insatisfacción, pero “alenté, ayudé y estoy orgulloso de haber integrado ese grupo, fue un regalo del cielo”. Compañero de Larrosa en los duelos de ping-pong, vivió los partidos con mucho nerviosismo y cree que “el más difícil fue contra Polonia, no sé qué pasaba si Fillol no atajaba el penal”. Como todos, recuerda con cariño a la abuelita de la esquina. Miles de hinchas se agolparon frente a la concentración antes del debut con Hungría. Entonces el micro tomó por una calle lateral. En una esquina estaba una abuelita con una Virgen de Luján. Al otro partido, lo mismo. Y en ambos ganaron. No la vieron contra Italia y perdieron. Después vino la mudanza a Rosario y el regreso a José C. Paz para la vigilia de la final. Rumbo al Monumental, todos se acordaron de ella. ¿Estará la abuelita?, se preguntaban con cierta dosis de angustia. “Cuando el micro llegó a la esquina y la vimos con la virgencita, se armó un carnaval bárbaro”. Cuatro horas después, daban la vuelta olímpica.
DANIEL KILLER
No jugo ni un minuto, pero fue un personaje clave. Junto con Kempes, Passarella, Houseman y Gallego, motorizaba todas las bromas, le aportaba una alegría vital a la convivencia. Además, fue el personal trainer de Luque. “Menotti me agarró antes del Mundial y me dijo 'Vos lo tenés que seguir hasta debajo de la cama, marcalo como si fueras un defensor europeo, no le des ventaja'. Y yo cumplí, me pegué como estampilla y le respiré en la nuca en cada práctica. Mi satisfacción fue que dio resultado: Luque aguantó todo y fue muy importante para el equipo.” Del clima sociopolítico, no se enteró: “En la concentración nos daban El Gráfico y la parte deportiva de los diarios; el resto, no”. Rumbo al estadio para enfrentar a Perú, escuchó Brasil-Polonia por la radio y fue el encargado de avisar cuántos goles había que hacer para clasificar finalistas. '”¿Cómo mierda hacemos para meter cuatro?', quise bromearle a Menotti arriba del micro. Pero al Flaco no le causó gracia y me paralizó con la mirada. Menos mal que se los hicimos…”
RENE HOUSEMAN
El Loco era una debilidad del Flaco Menotti, casi un niño mimado. En la concentración compartía la habitación con Bertoni, su rival por el puesto. Podía decirse que René era un quiosco ambulante: tenía un envidiable stock de cigarrillos y caramelos DRF y Sugus. “Tirame un cigarrillo”, le decía Bertoni en la pieza, luego de la cena. “¿Qué te voy a tirar, si no puedo tirar ni un corner?”, le respondía siempre, casi como cábala, quejoso porque consideraba que lo hacían entrenar demasiado: “El Profe nos liquidaba, pensaba que si nos entrenábamos más, era mejor, pero conmigo era todo lo contrario”. René participó en todos los partidos salvo contra Brasil, pero nunca levantó vuelo y perdió minutos con el correr del torneo. Pero resultó su principal crítico: “Sé que defraudé a mucha gente, no di lo que se esperaba de mí”. Camino a la cancha, cuando el afecto de la gente rodeaba el micro, Houseman se prendía como pocos. Más de una vez, Menotti lo tuvo que parar porque se quería bajar del micro para cantar. Los mimos del Flaco siguieron hasta el final: le hizo el nudo de la corbata para que luciera bien en la cena de gala posterior al título.
VICTOR BOTTANIZ
Por voluntad propia, el jugador 23. Menotti tenía 25 concentrados y debía desafectar a tres para la lista definitiva. “Nos reunió en el centro de la cancha, dijo: 'Maradona, Bravo y Bottaniz' y que no tenía nada más para agregar. Me quería morir, aunque me la venía venir, porque los candidatos éramos cinco o seis, no más”. Passarella, como capitán, les dijo a los tres que podían optar por irse o quedarse con el grupo. Bravo y Diego se fueron de inmediato. Bottaniz se quedó y jamás se arrepintió: “Lo hice porque el grupo era espectacular y quería ayudarlo. Después de tanto esfuerzo, no iba a desaprovechar la oportunidad de vivir un Mundial por dentro, aunque los primeros días me costó, quedé bastante golpeado”. Desde adentro, pero afuera, Bottaniz vivió cada minuto del camino a la gloria. Y se sintió campeón como el que más: “Participé en todos los entrenamientos, compartí las penas y las alegrías, traté de apoyar a todos; así que me sentí campeón como los 22 que figuraron en la lista”.
HECTOR BALEY
El Negro compartía la habitación con el dueño de su propio puesto, Ubaldo Fillol. Pero hacía lo posible para no molestar al Pato con sus dos hábitos: fumar y leer. A la noche, cuando le venían las ganas de un pucho, se recluía en el baño y pitaba en paz. Y para que la luz no perturbara el sueño de su compañero, ponía una toalla encima del velador a la hora de leer. Inseparable de Killer, Pagnanini y Luque, durante la estadía en Rosario y con el Paraná a mano, le picó otro bichito: “¡Qué ganas de ir a pescar!”. Intuyendo una respuesta negativa, lo encararon a Menotti y le pidieron permiso para tirar la caña. Increíblemente, el Flaco los dejó con una sola condición: “Vuelvan temprano”. Enfundados en camperas, buzos y gorros de lana, se pasaron media madrugada en el río y regresaron a la concentración con una cosecha abundante. Esa noche, mientras todos comían el menú habitual, en la mesa de ellos se degustaba un plato muy envidiado: pescado al horno con papas.
MARIO KEMPES
El Matador fue el goleador del Mundial con tres “dopietas” memorables: dos a Polonia, dos a Perú y dos a Holanda en la final. Luego de una primera fase discreta y signada por una sequía total, Marito explotó en la segunda y fue la gran figura del torneo. ¿Cuál fue el secreto mágico de ese cambio abismal? Una simple afeitada. Arrancó el campeonato con la idea de no rasurarse hasta el final, pero la mano venía torcida y decidió afeitarse antes de jugar con Polonia. Santo remedio: se volvió imparable. Kempes estuvo a punto de perderse el Mundial por una lesión: “Una semana antes, trabé fuerte en un partido contra Gijón y se me jodió la rodilla. Los médicos del Valencia querían operarme, pero salí disparando. Si me mandaban al cuchillo, me perdía el Mundial. Fui a un curandero y me recomendó que me pusiera una venda en la rodilla. Tuvo un efecto más psicológico que terapéutico, pero me sirvió”. A pesar de ser uno de los máximos artífices de la consagración, Kempes no pudo acariciar la Copa aquel 25 de junio: “Passarella la agarró y no se la prestó a nadie, ni un beso le pude dar”.
OSVALDO ARDILES
Menotti fue el gran defensor del volante derecho de Huracán. Lo sostuvo a rajatabla pese a las crecientes presiones de la prensa y de los hinchas, que preferían a Juan José López, el Negro de River. “Ardiles es crack por su regularidad y su despliegue. Es veloz mental y físicamente, un jugador de piernas cortas con tranco lungo que nadie puede voltear porque anda siempre pegado al piso. No digo que el Negro López es inferior, digo que Ardiles lo supera como hombre para mi equipo”, escribió el Flaco en su libro Cómo ganamos la Copa del Mundo. En el arranque de su gestión, Menotti confeccionó una suerte de boletín de calificaciones para los futbolistas que estaban en sus planes para el Mundial. Y Ardiles era el de mejor promedio, computando todos los rubros. Veamos: “Inteligencia: 10. Cultura: 10. Aplicación al trabajo: 7. Comportamiento en grupo: 8. Sentido de equipo: 10. Equilibrio emocional: 9. Deseos de superación: 8. Personalidad: 10. Temperamento: 9. Responsabilidad: 9. Puntualidad: 9”.
LUIS GALVAN
Minutos después de ganarle a Holanda, los jugadores argentinos regresaron al vestuario para cambiarse y esperar la premiación. En ese ratito mágico, el defensor santiagueño fue el centro de las bromas más cálidas. Junto a Olguín, Valencia y Ardiles, figuraba entre los más cuestionados por el público y la crítica. Pero les tapó la boca a todos con su tiempismo, se llevó el premio Fair Play por su corrección y fue figura en la final; por eso, El Gráfico y la mayoría de los medios lo calificaron con 10 puntos. “Luis, mire cuando anuncien su reaparición en Córdoba: 'Hoy juega la figura de la final del mundo'”, lo ensalzaba Menotti, que lo bancó a morir; mientras el resto de los muchachos imaginaba una transmisión radial: “Hoy vuelve Galván, Muñoz. ¿Entradas vendidas? Setenta y cuatro…”. Con su humildad de siempre, reflexiona: “Aquella fue una verdadera Selección del país, la integramos varios muchachos del interior que a los diez días de enfrentar a Holanda volvimos a jugar los torneos locales. Habíamos jugado un Mundial sin experiencia, sin el roce de una Copa Libertadores. Y lo pudimos hacer por la confianza de Menotti, que privilegió las condiciones de los jugadores y no otra cosa”.
OSCAR ORTIZ
Aunque transcurrieron tres décadas, al Negro le perdura la convicción que ya percibía por aquellos días de gloria: “Más allá del título, el legado más importante de aquel equipo fue el proyecto del Flaco. Antes de Menotti, nadie valorizaba ni le interesaba la Selección. Fue un antes y un después para la historia del fútbol argentino”. Ortiz, Alonso, Larrosa, Pagnanini y Rubén Galván casi no tuvieron tiempo de festejar con el grupo. River e Independiente, sus equipos, debían jugar 48 horas después en Quito, por la Libertadores, enfrentando a la Liga Deportiva y El Nacional. Al otro día, los cinco flamantes campeones del mundo, reunidos por el enviado de El Gráfico, fueron a la pequeña ciudad Mitad del Mundo (situada a 13 kilómetros de Quito), donde pasa la línea del Ecuador, y se armó una producción especial para festejar el título, que incluyó trajes típicos y varias tomas con un pie en cada hemisferio del planeta. Una celebración a distancia, pero con idéntica emoción.
CLEMENTE Y LOS PAPELITOS
Cada vez que Argentina salió a la cancha, hubo una “nevada” de papelitos. Este rito, habitual en nuestras hinchadas, no era deseado por el gobierno militar, que bajaba línea en tal sentido, y contaba con el respaldo del relator José María Muñoz, a quien le parecía que se daba una mala imagen ensuciando los campos con tantos papelitos. Desde las páginas de Clarín, Clemente, el genial personaje de Caloi, se puso al frente de la campaña para que la gente los tirara. Y ganó por goleada. Los hinchas se las ingeniaron para pasar los diarios por los puestos de cacheo y les dieron un colorido sensacional a los partidos. “Lo único que los militares no controlaban –recuerda Caloi– era el tablero electrónico, manejado por la FIFA. Y allí hicieron aparecer a Clemente arengando para que tiraran papelitos. Yo tenía un miedo bárbaro, podía terminar en una zanja; así que la movida del tablero no la disfruté. Lo del diario, sí. Fue una guerra simbólica y la gente se enganchó bien, escondían los diarios entre sus ropas para poder pasarlos”.
CESAR LUIS MENOTTI
La habitacion del Flaco en la concentración de José C. Paz –“El Bulín”, como solía decirle– quedaba en el altillo del chalet de la quinta Natalio Salvatori. Allí, mate y cigarrillo de por medio, se desarrollaron innumerables discusiones futboleras con sus colaboradores. En la mesita de luz tenía una radio portátil, el carnet de técnico, el handy que lo mantenía comunicado con su cuerpo técnico –su apodo era “Gato Negro”– y una pistola. También su infaltable gorrita, precedida por una historia. “Un día –contó en su libro– Moure (empleado administrativo) y Doree (masajista) fueron a tomar mate a los acantilados de la Villa Marista y la vieron rodando al compás del viento. Doree la recogió y la trajo. La lavó, le sacó las manchas de petróleo y se la puso. Cuando lo vi, se la pedí porque me encantó, pero no me la dio hasta que se la cambié por un buzo completo. La empecé a usar y se hizo famosa. Yo le puse el pumita para vestirla un poco más y la empezaron a fabricar en serie”. ¿Qué hizo Menotti el día después del título? Durmió la siesta como un duque. Lo buscaba todo el mundo, pero su colaborador Rodolfo Kraly le reservó una habitación con nombre fingido en el Hotel Libertador y zafó del asedio.
MIGUEL ANGEL OVIEDO
Jugo solo cinco minutos, contra Perú, pero Menotti y el cuerpo técnico le profesaban una alta valoración por su polifuncionalidad defensiva. Por eso siempre fue una carta importante para el banco de suplentes. Tímido, callado y de perfil bajo, el cordobés quedó impactado por el carnaval que armaba la gente en la calle y en los estadios. Y ni hablar el día de la final. El micro doble camello de marca alemana, sin patente, ploteado con los colores argentinos y con Luque sentado casi como copiloto del chofer, no podía avanzar. “Salimos con tiempo suficiente, pero había cuatro veces más de gente y se movía a paso de hombre. El Flaco Menotti se desesperó, creyó que no íbamos a llegar a tiempo para el partido”, recuerda Oviedo. Pudieron agilizar la marcha en el último tramo y el plantel llegó con los minutos justos para hacer el calentamiento e ingresar al campo. Al fin de cuentas, fue mejor: “No tuvimos tiempo para ponernos nerviosos”. Cada tanto, Oviedo echa mano a los videos y dice que se emociona tanto o más que hace 30 años.
NORBERTO ALONSO
El Beto todavía destila rencor hacia Menotti. Está convencido de que el DT lo convocó por la presión del periodismo y de los militares. Y que le provocó un desgarro por hacerlo entrar sin precalentar contra Francia. Pero hay una historia que pocos conocen y que aumenta las suspicacias del 6-0 a Perú. La cuenta el mismo Beto: “Antes del partido fuimos al vestuario y Pizzarotti nos frenó: 'Ustedes no pasan, la charla es solo para los 16 que entran al campo'. No lo podía creer. '¿Y yo que soy, de otra Selección?', le pregunté. No sé qué era tan importante que no podíamos escuchar”. La calentura la expresó unos días después, en la cena en que se celebró la conquista del título: “Había una mesa central donde estaban Menotti; el presidente de la AFA, Alfredo Cantilo, y los comandantes. Nos daban una medalla y una cigarrera de plata. Fueron llamando de a uno; yo subí, recibí las cosas, le di la mano a Videla, a Cantilo y con Menotti pasé de largo”. ¿No habrá sido demasiado saludar a Videla y no a Menotti, Beto?.
Por Diego Borinsky y Elías Perugino (2008).