¡Habla memoria!

Historias del Mundial 78, parte I

Se cumplían 30 años del primer Mundial ganado por Argentina. Passarella, Houseman, Alonso y Menotti –entre otros- contaban anécdotas de la intimidad que vivió la Selección que hizo historia.

Por Redacción EG ·

14 de febrero de 2020

DANIEL PASSARELLA

El Gran Ca­pi­tan no só­lo fue una pie­za cla­ve den­tro del cam­po de jue­go si­no tam­bién fue­ra de él. Gran ani­ma­dor del gru­po, el hom­bre no só­lo era el res­pon­sa­ble prin­ci­pal de las car­ga­das si­no que has­ta se las re­bus­có pa­ra con­se­guir una lla­ve maes­tra de las ha­bi­ta­cio­nes en Jo­sé C. Paz. Y apro­ve­cha­ba la sa­li­da de sus com­pa­ñe­ros pa­ra ha­cer to­das las tra­ve­su­ras po­si­bles: col­cho­nes da­dos vuel­tas, sus­tan­cias ex­tra­ñas en los pi­ca­por­tes, sa­pos en la ca­ma, pan­ta­lo­nes col­ga­dos de la lám­pa­ra, y to­do ru­bri­ca­do con una ze­ta he­cha con pas­ta den­tí­fri­ca en el es­pe­jo. El Zo­rro Da­niel, tam­bién fue apo­da­do Jai­mi­to, por el mí­ti­co per­so­na­je, te­rror de las maes­tras. Des­pués de la fi­nal, pa­ra cum­plir con una pro­me­sa a la Vir­gen de Lu­ján, pa­só con una bol­sa por el ves­tua­rio y fue re­co­lec­tan­do ca­mi­se­tas pa­ra lle­var a la Ba­sí­li­ca. Ma­rio Kem­pes re­cuer­da que no se sal­vó ni la ven­da que uti­li­za­ba de cá­ba­la en la ro­di­lla. “El cha­ca­re­ro era te­rri­ble, me pre­gun­tó qué iba a ha­cer con la ven­da y se la lle­vó. Ni si­quie­ra fue ca­paz de de­jar­me to­car la Co­pa, no la que­ría lar­gar por na­da del mun­do”, evo­ca el Ma­ta­dor.

 

Imagen Daniel Passarella.
Daniel Passarella.
 

 

JOSE DANIEL VALENCIA

“Fue la uni­ca per­so­na que se acor­dó del in­te­rior del país, la que le dio iden­ti­dad a una Se­lec­ción, el que se preo­cu­pó por lle­var el equi­po de to­dos a las pro­vin­cias, al­go que no creo se dé nun­ca más. Si no era por él, ja­más ha­bría lle­ga­do a ju­gar un Mun­dial”, ad­mi­te hoy el Ra­na Va­len­cia, el 10 de Ta­lle­res que le ga­nó la pul­sea­da a un tal Ma­ra­do­na, por­que el 10 ti­tu­lar del equi­po era Va­len­cia. De he­cho in­te­gró la for­ma­ción ini­cial en los pri­me­ros cua­tro par­ti­dos, y sa­lió lue­go de Po­lo­nia, por­que no ha­bía ren­di­do. Y de­trás de aque­lla de­sig­na­ción, una his­to­ria de vi­da: “El Fla­co Menotti fue el pa­dre que no tu­ve. Mi vie­jo era el can­che­ro de Gim­na­sia de Ju­juy y una tar­de su­frió un de­rra­me ce­re­bral en ple­no par­ti­do. Yo te­nía 13 años y es­ta­ba de es­pec­ta­dor, hu­bo un amon­to­na­mien­to, en­tró una ca­mi­lla a lle­var­lo y no­so­tros ni en­te­ra­dos. Se mu­rió seis me­ses des­pués, por eso cuan­do ga­na­mos el Tor­neo de Tou­lón yo lo abra­cé al Fla­co y llo­ré so­bre él. Fue la per­so­na que me ban­có cuan­do me te­nía que ban­car y que me cas­ti­gó cuan­do hi­ce al­gu­na ma­ca­na, y en ese mo­men­to sim­bo­li­zó co­mo na­die la fi­gu­ra de mi pa­dre”.

 

Imagen Valencia con Menotti.
Valencia con Menotti.
 

 

RUBEN PAGNANINI

Al igual que los otros cua­tro ju­ga­do­res que no in­gre­sa­ron ni un mi­nu­to, al de­fen­sor de In­de­pen­dien­te le que­dó esa es­pi­ni­ta de in­sa­tis­fac­ción, pe­ro “alen­té, ayu­dé y es­toy or­gu­llo­so de ha­ber in­te­gra­do ese gru­po, fue un re­ga­lo del cie­lo”. Com­pa­ñe­ro de La­rro­sa en los due­los de ping-pong, vi­vió los par­ti­dos con mu­cho ner­vio­sis­mo y cree que “el más di­fí­cil fue con­tra Po­lo­nia, no sé qué pa­sa­ba si Fi­llol no ata­ja­ba el pe­nal”. Co­mo to­dos, re­cuer­da con ca­ri­ño a la abue­li­ta de la es­qui­na. Mi­les de hin­chas se agol­pa­ron fren­te a la con­cen­tra­ción an­tes del de­but con Hun­gría. En­ton­ces el mi­cro to­mó por una ca­lle la­te­ral. En una es­qui­na es­ta­ba una abue­li­ta con una Vir­gen de Lu­ján. Al otro par­ti­do, lo mis­mo. Y en am­bos ga­na­ron. No la vie­ron con­tra Ita­lia y per­die­ron. Des­pués vi­no la mu­dan­za a Ro­sa­rio y el re­gre­so a Jo­sé C. Paz pa­ra la vi­gi­lia de la fi­nal. Rum­bo al Mo­nu­men­tal, to­dos se acor­da­ron de ella. ¿Es­ta­rá la abue­li­ta?, se pre­gun­ta­ban con cier­ta do­sis de an­gus­tia. “Cuan­do el mi­cro lle­gó a la es­qui­na y la vi­mos con la vir­gen­ci­ta, se ar­mó un car­na­val bár­ba­ro”. Cua­tro ho­ras des­pués, da­ban la vuel­ta olím­pi­ca.

 

Imagen Killer, Baley y Pagnanini.
Killer, Baley y Pagnanini.
 

 

DANIEL KILLER

No ju­go ni un mi­nu­to, pe­ro fue un per­so­na­je cla­ve. Jun­to con Kem­pes, Pas­sa­re­lla, Hou­se­man y Ga­llego, mo­to­ri­za­ba to­das las bro­mas, le apor­ta­ba una ale­gría vi­tal a la con­vi­ven­cia. Ade­más, fue el per­so­nal trai­ner de Lu­que. “Me­not­ti me aga­rró an­tes del Mun­dial y me di­jo 'Vos lo te­nés que se­guir has­ta de­ba­jo de la ca­ma, mar­ca­lo co­mo si fue­ras un de­fen­sor eu­ro­peo, no le des ven­ta­ja'. Y yo cum­plí, me pe­gué co­mo es­tam­pi­lla y le res­pi­ré en la nu­ca en ca­da prác­ti­ca. Mi sa­tis­fac­ción fue que dio re­sul­ta­do: Lu­que aguan­tó to­do y fue muy im­por­tan­te pa­ra el equi­po.” Del cli­ma so­ciopo­lí­ti­co, no se en­te­ró: “En la con­cen­tra­ción nos da­ban El Grá­fi­co y la par­te de­por­ti­va de los dia­rios; el res­to, no”. Rum­bo al es­ta­dio pa­ra en­fren­tar a Pe­rú, es­cu­chó Bra­sil-Po­lo­nia por la ra­dio y fue el en­car­ga­do de avi­sar cuán­tos go­les ha­bía que ha­cer pa­ra cla­si­fi­car fi­na­lis­tas. '”¿Có­mo mier­da ha­ce­mos pa­ra me­ter cua­tro?', qui­se bro­mear­le a Me­not­ti arri­ba del mi­cro. Pe­ro al Fla­co no le cau­só gra­cia y me pa­ra­li­zó con la mi­ra­da. Me­nos mal que se los hi­ci­mos…”

 

Imagen Killer se boxea con Baley.
Killer se boxea con Baley.
 

 

RENE HOUSEMAN

El Loco era una debilidad del Flaco Menotti, casi un niño mimado. En la concentración compartía la habitación con Bertoni, su rival por el puesto. Podía decirse que René era un quiosco ambulante: tenía un envidiable stock de cigarrillos y caramelos DRF y Sugus. “Tirame un cigarrillo”, le decía Bertoni en la pieza, luego de la cena. “¿Qué te voy a tirar, si no puedo tirar ni un corner?”, le respondía siempre, casi como cábala, quejoso porque consideraba que lo hacían entrenar demasiado: “El Profe nos liquidaba, pensaba que si nos entrenábamos más, era mejor, pero conmigo era todo lo contrario”. René participó en todos los partidos salvo contra Brasil, pero nunca levantó vuelo y perdió minutos con el correr del torneo. Pero resultó su principal crítico: “Sé que defraudé a mucha gente, no di lo que se esperaba de mí”. Camino a la cancha, cuando el afecto de la gente rodeaba el micro, Houseman se prendía como pocos. Más de una vez, Menotti lo tuvo que parar porque se quería bajar del micro para cantar. Los mimos del Flaco siguieron hasta el final: le hizo el nudo de la corbata para que luciera bien en la cena de gala posterior al título.

 

Imagen Rene Houseman.
Rene Houseman.
 

 

VICTOR BOTTANIZ

Por vo­lun­tad pro­pia, el ju­ga­dor 23. Me­not­ti te­nía 25 con­cen­tra­dos y de­bía de­sa­fec­tar a tres pa­ra la lis­ta de­fi­ni­ti­va. “Nos reu­nió en el cen­tro de la can­cha, di­jo: 'Ma­ra­do­na, Bra­vo y Bot­ta­niz' y que no te­nía na­da más pa­ra agre­gar. Me que­ría mo­rir, aun­que me la ve­nía ve­nir, por­que los can­di­da­tos éra­mos cin­co o seis, no más”. Pas­sa­re­lla, co­mo ca­pi­tán, les di­jo a los tres que po­dían op­tar por ir­se o que­dar­se con el gru­po. Bra­vo y Die­go se fue­ron de in­me­dia­to. Bot­ta­niz se que­dó y ja­más se arre­pin­tió: “Lo hi­ce por­que el gru­po era es­pec­ta­cu­lar y que­ría ayu­dar­lo. Des­pués de tan­to es­fuer­zo, no iba a de­sa­pro­ve­char la opor­tu­ni­dad de vi­vir un Mun­dial por den­tro, aun­que los pri­me­ros días me cos­tó, que­dé bastante gol­pea­do”. Des­de aden­tro, pe­ro afue­ra, Bot­ta­niz vi­vió ca­da mi­nu­to del ca­mi­no a la glo­ria. Y se sin­tió cam­peón co­mo el que más: “Par­ti­ci­pé en to­dos los en­tre­na­mien­tos, com­par­tí las pe­nas y las ale­grías, tra­té de apo­yar a to­dos; así que me sen­tí cam­peón co­mo los 22 que fi­gu­ra­ron en la lis­ta”.

 

HECTOR BALEY

El Ne­gro com­par­tía la ha­bi­ta­ción con el due­ño de su pro­pio pues­to, Ubal­do Fi­llol. Pe­ro ha­cía lo po­si­ble pa­ra no mo­les­tar al Pa­to con sus dos há­bi­tos: fu­mar y leer. A la no­che, cuan­do le venían las ga­nas de un pu­cho, se re­cluía en el ba­ño y pi­ta­ba en paz. Y pa­ra que la luz no per­tur­ba­ra el sue­ño de su com­pa­ñe­ro, po­nía una toa­lla en­ci­ma del ve­la­dor a la ho­ra de leer. In­se­pa­ra­ble de Ki­ller, Pagnanini y Lu­que, du­ran­te la es­ta­día en Ro­sa­rio y con el Pa­ra­ná a ma­no, le pi­có otro bi­chi­to: “¡Qué ga­nas de ir a pes­car!”. In­tu­yen­do una res­pues­ta ne­ga­ti­va, lo en­ca­ra­ron a Me­not­ti y le pi­die­ron per­mi­so pa­ra ti­rar la ca­ña. In­creí­ble­men­te, el Fla­co los de­jó con una so­la con­di­ción: “Vuel­van tem­pra­no”. En­fun­da­dos en cam­pe­ras, bu­zos y go­rros de la­na, se pa­sa­ron me­dia ma­dru­ga­da en el río y re­gre­sa­ron a la con­cen­tra­ción con una co­se­cha abun­dan­te. Esa no­che, mien­tras to­dos co­mían el me­nú ha­bi­tual, en la me­sa de ellos se de­gus­ta­ba un pla­to muy en­vi­dia­do: pes­ca­do al hor­no con pa­pas.

 

MARIO KEMPES

El Ma­ta­dor fue el go­lea­dor del Mun­dial con tres “do­pie­tas” me­mo­ra­bles: dos a Po­lo­nia, dos a Pe­rú y dos a Ho­lan­da en la fi­nal. Lue­go de una pri­me­ra fa­se dis­cre­ta y sig­na­da por una se­quía to­tal, Ma­ri­to ex­plo­tó en la se­gun­da y fue la gran fi­gu­ra del tor­neo. ¿Cuál fue el se­cre­to má­gi­co de ese cam­bio abis­mal? Una sim­ple afei­ta­da. Arran­có el cam­peo­na­to con la idea de no ra­su­rar­se has­ta el fi­nal, pe­ro la ma­no ve­nía tor­ci­da y de­ci­dió afei­tar­se an­tes de ju­gar con Po­lo­nia. San­to re­me­dio: se vol­vió im­pa­ra­ble. Kem­pes es­tu­vo a pun­to de per­der­se el Mun­dial por una le­sión: “Una se­ma­na an­tes, tra­bé fuer­te en un par­ti­do con­tra Gi­jón y se me jo­dió la ro­di­lla. Los mé­di­cos del Va­len­cia que­rían ope­rar­me, pe­ro sa­lí dis­pa­ran­do. Si me man­da­ban al cu­chi­llo, me per­día el Mun­dial. Fui a un cu­ran­de­ro y me re­co­men­dó que me pu­sie­ra una ven­da en la ro­di­lla. Tu­vo un efec­to más psi­co­ló­gi­co que te­ra­péu­ti­co, pe­ro me sir­vió”. A pe­sar de ser uno de los má­xi­mos ar­tí­fi­ces de la con­sa­gra­ción, Kem­pes no pu­do aca­ri­ciar la Co­pa aquel 25 de ju­nio: “Pas­sa­re­lla la aga­rró y no se la pres­tó a na­die, ni un be­so le pu­de dar”.

 

Imagen Mario Alberto Kempes.
Mario Alberto Kempes.
 

 

OSVALDO ARDILES

Me­not­ti fue el gran de­fen­sor del vo­lan­te de­re­cho de Hu­ra­cán. Lo sos­tu­vo a ra­ja­ta­bla pe­se a las cre­cien­tes pre­sio­nes de la pren­sa y de los hin­chas, que pre­fe­rían a Juan Jo­sé Ló­pez, el Ne­gro de Ri­ver. “Ar­di­les es crack por su re­gu­la­ri­dad y su des­plie­gue. Es ve­loz men­tal y fí­si­ca­men­te, un ju­ga­dor de pier­nas cor­tas con tran­co lun­go que na­die pue­de vol­tear por­que an­da siem­pre pe­ga­do al pi­so. No di­go que el Ne­gro Ló­pez es in­fe­rior, di­go que Ar­di­les lo su­pe­ra co­mo hom­bre pa­ra mi equi­po”, es­cri­bió el Fla­co en su li­bro Có­mo ga­na­mos la Co­pa del Mun­do. En el arran­que de su ges­tión, Me­not­ti con­fec­cio­nó una suer­te de bo­le­tín de ca­li­fi­ca­cio­nes pa­ra los fut­bo­lis­tas que es­ta­ban en sus pla­nes pa­ra el Mun­dial. Y Ar­di­les era el de me­jor pro­me­dio, com­pu­tan­do to­dos los ru­bros. Vea­mos: “In­te­li­gen­cia: 10. Cul­tu­ra: 10. Apli­ca­ción al tra­ba­jo: 7. Com­por­ta­mien­to en gru­po: 8. Sen­ti­do de equi­po: 10. Equi­li­brio emo­cio­nal: 9. De­seos de su­pe­ra­ción: 8. Per­so­na­li­dad: 10. Tem­pe­ra­men­to: 9. Res­pon­sa­bi­li­dad: 9. Pun­tua­li­dad: 9”.

 

Imagen Osvaldo Ardiles.
Osvaldo Ardiles.
 

 

LUIS GALVAN

Mi­nu­tos des­pués de ga­nar­le a Ho­lan­da, los ju­ga­do­res ar­gen­ti­nos re­gre­sa­ron al ves­tua­rio pa­ra cam­biar­se y es­pe­rar la pre­mia­ción. En ese ra­ti­to má­gi­co, el de­fen­sor san­tia­gue­ño fue el cen­tro de las bro­mas más cá­li­das. Jun­to a Ol­guín, Va­len­cia y Ar­di­les, fi­gu­ra­ba en­tre los más cues­tio­na­dos por el pú­bli­co y la crí­ti­ca. Pe­ro les ta­pó la bo­ca a to­dos con su tiem­pis­mo, se lle­vó el pre­mio Fair Play por su co­rrec­ción y fue fi­gu­ra en la fi­nal; por eso, El Grá­fi­co y la ma­yo­ría de los me­dios lo ca­li­fi­ca­ron con 10 pun­tos. “Luis, mi­re cuan­do anun­cien su rea­pa­ri­ción en Cór­do­ba: 'Hoy jue­ga la fi­gu­ra de la fi­nal del mun­do'”, lo en­sal­za­ba Me­not­ti, que lo ban­có a mo­rir; mien­tras el res­to de los mu­cha­chos ima­gi­na­ba una trans­mi­sión ra­dial: “Hoy vuel­ve Gal­ván, Mu­ñoz. ¿En­tra­das ven­di­das? Se­ten­ta y cua­tro…”. Con su hu­mil­dad de siem­pre, re­fle­xio­na: “Aque­lla fue una ver­da­de­ra Se­lec­ción del país, la in­te­gra­mos va­rios mu­cha­chos del in­te­rior que a los diez días de en­fren­tar a Ho­lan­da vol­vi­mos a ju­gar los tor­neos lo­ca­les. Ha­bía­mos ju­ga­do un Mun­dial sin ex­pe­rien­cia, sin el ro­ce de una Co­pa Li­ber­ta­do­res. Y lo pu­di­mos ha­cer por la con­fian­za de Me­not­ti, que pri­vi­le­gió las con­di­cio­nes de los ju­ga­do­res y no otra co­sa”.

 

Imagen Luis Galvan.
Luis Galvan.
 

 

OSCAR ORTIZ

Aun­que trans­cu­rrie­ron tres dé­ca­das, al Ne­gro le per­du­ra la con­vic­ción que ya per­ci­bía por aque­llos días de glo­ria: “Más allá del tí­tu­lo, el le­ga­do más im­por­tan­te de aquel equi­po fue el pro­yec­to del Fla­co. An­tes de Me­not­ti, na­die va­lo­ri­za­ba ni le in­te­re­sa­ba la Se­lec­ción. Fue un an­tes y un des­pués pa­ra la his­to­ria del fút­bol ar­gen­ti­no”. Or­tiz, Alon­so, Larrosa, Pag­na­ni­ni y Ru­bén Gal­ván ca­si no tu­vie­ron tiem­po de fes­te­jar con el gru­po. Ri­ver e In­de­pen­dien­te, sus equi­pos, de­bían ju­gar 48 ho­ras des­pués en Qui­to, por la Li­ber­ta­do­res, en­fren­tan­do a la Li­ga De­por­ti­va y El Na­cio­nal. Al otro día, los cin­co fla­man­tes cam­peo­nes del mun­do, reu­ni­dos por el en­via­do de El Grá­fi­co, fue­ron a la pe­que­ña ciu­dad Mi­tad del Mun­do (si­tua­da a 13 ki­ló­me­tros de Qui­to), don­de pa­sa la lí­nea del Ecua­dor, y se ar­mó una pro­duc­ción es­pe­cial pa­ra fes­te­jar el tí­tu­lo, que in­clu­yó tra­jes tí­pi­cos y va­rias to­mas con un pie en ca­da he­mis­fe­rio del pla­ne­ta. Una ce­le­bra­ción a dis­tan­cia, pe­ro con idén­ti­ca emo­ción.

 

Imagen Larrrosa, Alonso, Ruben Galvan, Pagnanini y Ortiz en el ecuador
Larrrosa, Alonso, Ruben Galvan, Pagnanini y Ortiz en el ecuador

 

CLEMENTE Y LOS PAPELITOS

Ca­da vez que Ar­gen­ti­na sa­lió a la can­cha, hu­bo una “ne­va­da” de pa­pe­li­tos. Es­te ri­to, ha­bi­tual en nues­tras hin­cha­das, no era de­sea­do por el go­bier­no mi­li­tar, que ba­ja­ba lí­nea en tal sen­ti­do, y con­ta­ba con el res­pal­do del re­la­tor Jo­sé Ma­ría Mu­ñoz, a quien le pa­re­cía que se da­ba una ma­la ima­gen en­su­cian­do los cam­pos con tan­tos pa­pe­li­tos. Des­de las pá­gi­nas de Cla­rín, Cle­men­te, el ge­nial per­so­na­je de Ca­loi, se pu­so al fren­te de la cam­pa­ña pa­ra que la gen­te los ti­ra­ra. Y ga­nó por go­lea­da. Los hin­chas se las in­ge­nia­ron pa­ra pa­sar los dia­rios por los pues­tos de ca­cheo y les die­ron un co­lo­ri­do sen­sa­cio­nal a los par­ti­dos. “Lo úni­co que los mi­li­ta­res no con­tro­la­ban –re­cuer­da Ca­loi– era el ta­ble­ro elec­tró­ni­co, ma­ne­ja­do por la FI­FA. Y allí hi­cie­ron apa­re­cer a Cle­men­te aren­gan­do pa­ra que ti­ra­ran pa­pe­li­tos. Yo te­nía un mie­do bár­ba­ro, po­día ter­mi­nar en una zan­ja; así que la mo­vi­da del ta­ble­ro no la dis­fru­té. Lo del dia­rio, sí. Fue una gue­rra sim­bó­li­ca y la gen­te se en­gan­chó bien, es­con­dían los dia­rios en­tre sus ro­pas pa­ra po­der pa­sar­los”.

 

CESAR LUIS MENOTTI

La ha­bi­ta­cion del Fla­co en la con­cen­tra­ción de Jo­sé C. Paz –“El Bu­lín”, co­mo so­lía de­cir­le– que­da­ba en el al­ti­llo del cha­let de la quin­ta Na­ta­lio Sal­va­to­ri. Allí, ma­te y ci­ga­rri­llo de por me­dio, se de­sa­rro­lla­ron in­nu­me­ra­bles dis­cu­sio­nes fut­bo­le­ras con sus co­la­bo­ra­do­res. En la me­si­ta de luz te­nía una ra­dio por­tá­til, el car­net de téc­ni­co, el handy que lo man­te­nía co­mu­ni­ca­do con su cuer­po téc­ni­co –su apo­do era “Ga­to Ne­gro”– y una pis­to­la. Tam­bién su in­fal­ta­ble go­rri­ta, pre­ce­di­da por una his­to­ria. “Un día –con­tó en su li­bro– Mou­re (empleado ad­mi­nis­tra­ti­vo) y Do­ree (ma­sa­jis­ta) fue­ron a to­mar ma­te a los acan­ti­la­dos de la Vi­lla Ma­ris­ta y la vie­ron ro­dan­do al com­pás del vien­to. Do­ree la re­co­gió y la tra­jo. La la­vó, le sa­có las man­chas de pe­tró­leo y se la pu­so. Cuan­do lo vi, se la pe­dí por­que me en­can­tó, pe­ro no me la dio has­ta que se la cam­bié por un bu­zo com­ple­to. La em­pe­cé a usar y se hi­zo fa­mo­sa. Yo le pu­se el pu­mi­ta pa­ra ves­tir­la un po­co más y la em­pe­za­ron a fa­bri­car en se­rie”. ¿Qué hi­zo Me­not­ti el día des­pués del tí­tu­lo? Dur­mió la sies­ta co­mo un du­que. Lo bus­ca­ba to­do el mun­do, pe­ro su co­la­bo­ra­dor Ro­dol­fo Kraly le re­ser­vó una ha­bi­ta­ción con nom­bre fin­gi­do en el Ho­tel Li­ber­ta­dor y za­fó del ase­dio.

 

Imagen Mesa de luz de César Luis Menotti.
Mesa de luz de César Luis Menotti.
 

 

MIGUEL ANGEL OVIEDO

Ju­go so­lo cin­co mi­nu­tos, con­tra Pe­rú, pe­ro Me­not­ti y el cuer­po téc­ni­co le pro­fe­sa­ban una al­ta va­lo­ra­ción por su po­li­fun­cio­na­li­dad de­fen­si­va. Por eso siem­pre fue una car­ta im­por­tan­te pa­ra el ban­co de su­plen­tes. Tí­mi­do, ca­lla­do y de per­fil ba­jo, el cor­do­bés que­dó im­pac­ta­do por el car­na­val que ar­ma­ba la gen­te en la ca­lle y en los es­ta­dios. Y ni ha­blar el día de la fi­nal. El mi­cro do­ble ca­me­llo de mar­ca ale­ma­na, sin pa­ten­te, plo­tea­do con los co­lo­res ar­gen­ti­nos y con Lu­que sen­ta­do ca­si co­mo co­pi­lo­to del cho­fer, no po­día avan­zar. “Sa­li­mos con tiem­po su­fi­cien­te, pe­ro ha­bía cua­tro ve­ces más de gen­te y se mo­vía a pa­so de hom­bre. El Fla­co Me­not­ti se de­ses­pe­ró, cre­yó que no íba­mos a lle­gar a tiem­po pa­ra el par­ti­do”, re­cuer­da Ovie­do. Pu­die­ron agi­li­zar la mar­cha en el úl­ti­mo tra­mo y el plan­tel lle­gó con los minutos jus­tos pa­ra ha­cer el ca­len­ta­mien­to e in­gre­sar al cam­po. Al fin de cuen­tas, fue me­jor: “No tu­vi­mos tiem­po pa­ra po­ner­nos ner­vio­sos”. Ca­da tan­to, Ovie­do echa ma­no a los vi­deos y di­ce que se emo­cio­na tan­to o más que ha­ce 30 años.

 

NORBERTO ALONSO

El Be­to to­da­vía des­ti­la ren­cor ha­cia Me­not­ti. Es­tá con­ven­ci­do de que el DT lo con­vo­có por la pre­sión del pe­rio­dis­mo y de los mi­li­ta­res. Y que le pro­vo­có un des­ga­rro por ha­cer­lo en­trar sin pre­ca­len­tar con­tra Fran­cia. Pe­ro hay una his­to­ria que po­cos co­no­cen y que au­men­ta las sus­pi­ca­cias del 6-0 a Pe­rú. La cuen­ta el mis­mo Be­to: “An­tes del par­ti­do fui­mos al ves­tua­rio y Piz­za­rot­ti nos fre­nó: 'Us­te­des no pa­san, la char­la es so­lo pa­ra los 16 que en­tran al cam­po'. No lo po­día creer. '¿Y yo que soy, de otra Se­lec­ción?', le pre­gun­té. No sé qué era tan im­por­tan­te que no po­día­mos es­cu­char”. La ca­len­tu­ra la ex­pre­só unos días des­pués, en la ce­na en que se ce­le­bró la con­quis­ta del tí­tu­lo: “Ha­bía una me­sa cen­tral don­de es­ta­ban Me­not­ti; el pre­si­den­te de la AFA, Al­fre­do Can­ti­lo, y los co­man­dan­tes. Nos da­ban una me­da­lla y una ci­ga­rre­ra de pla­ta. Fue­ron lla­man­do de a uno; yo su­bí, re­ci­bí las co­sas, le di la ma­no a Vi­de­la, a Can­ti­lo y con Me­not­ti pa­sé de lar­go”. ¿No ha­brá si­do de­ma­sia­do sa­lu­dar a Vi­de­la y no a Me­not­ti, Be­to?.

 

Imagen Norberto Alonso.
Norberto Alonso.
 

 

 

Por Diego Borinsky y Elías Perugino (2008).