La verdad de Chupete
En 2005 Ramón Quiroga, arquero argentino nacionalizado peruano, se entrevistó con El Gráfico, él fue el recibió los seis goles en el Mundial 78. Cuenta cómo fue aquel partido y las secuelas que dejó.
Ha transcurrido más de media vida en su tierra adoptiva y casi todas sus expresiones delatan la confluencia de hábitos que le brindaron los dos países en los que creció. Caminando por uno de los pasillos del coqueto club de tenis Terrazas de Miraflores, ubicado en uno de los barrios más distinguidos de Lima, encarando para el vestuario antes de prestarse con amabilidad a la entrevista, le pide al encargado de las ropas, con tono risueño: “Guardame la chaqueta, boludo”. Allí está, entonces, la síntesis perfecta: “chaqueta” es campera en Perú; “boludo” es un sellito más argentino que el dulce de leche. Y así será en las dos horas de diálogo, gestos en peruano y tics en argentino en proporciones casi idénticas.
Ramón Quiroga, “Chupete” desde su infancia rosarina por razones que hoy no logra precisar, “Loco” desde que se hizo futbolista por su particular estilo de arquero salidor, es una referencia obligada en el fútbol incaico. Integrante de una generación que no volvió a repetirse, Quiroga ayudó a que Perú dejara su impronta en dos mundiales (1978 y 1982) y tuviera al borde del nocaut a la Argentina de Maradona y Passarella que luego sería campeón del mundo, en las eliminatorias de 1985.
“No es por tirarme flores, pero en Perú yo soy como el Diego”, se definirá ya en confianza, confirmando que de autoestima anda 10 puntos. En la Argentina, en cambio, quizá porque apenas estuvo tres años en Primera División, entre Central e Independiente, el nombre de Ramón Quiroga se asocia inmediatamente a la goleada 6-0 a Perú del Mundial 78. La sospechosa goleada que lo tuvo como protagonista saliente, en el centro de las acusaciones, por una cuestión obvia de nacionalidad.
A Quiroga no le fastidia hablar de esa noche que depositó al conjunto de Menotti en la final del Mundial, aun a veintisiete años de los hechos. No pondrá el freno ni expresará fastidio, aunque el tema se robe gran parte de la entrevista. Probablemente sea un tema superado para él o tal vez se trate de la coraza que se construyó para escaparle a un hecho oscuro, que aún permanece en tinieblas.
Es jueves en Lima y, para no perder la costumbre, el sol se resiste a mostrar su rostro en la eterna ciudad de la niebla. Quiroga saluda a todos los individuos que se cruzan en su camino. Con 55 años, tres hijas mayores e igual cantidad de divorcios a cuestas, un título de técnico que utiliza para entrenar a las divisiones menores del Cienciano, ahora también anda tras la pista china: busca llevar a algunos jugadores a prueba.
“Soy técnico; los últimos tiempos dirigí la U, pero no entramos en las Copas –explica–. Cuando no dirijo me preocupo más por mí que por otras cosas, estoy en casa y juego fulbito, aunque eso sí: nunca de arquero.” Claro, fueron demasiados años tratando de evitar goles. Desde su infancia en Rosario. De allí brotan los recuerdos.
“Yo soy de Ludueña, un barrio rosarino que está cerca de la cancha de Central, del mismo que el Chelito Delgado. Y me hice Canalla. Chupete me puso el Loco Polichela, el diariero del barrio, no sé bien por qué, quizá porque gritaba todo el día. Hice las inferiores en Central, debuté en el 70 con Sívori y fui campeón en el 71. En el 72 me vine para el Cristal a préstamo por seis meses y me terminaron comprando el pase. En el 76 fui un año a Independiente, volví a Cristal hasta el 84, después un año en el Barcelona de Guayaquil y mis últimas tres temporadas las hice en la U, en Perú.”
Como entrenador, su currículum no está a la altura de lo que fue como jugador. Arrancó en dupla con Oblitas en Universitario y, ya solito, dirigió Municipal, de Lima, Alianza Atlético, León, de Huanco, Ecosol, de Trujillo, y Cienciano, de Cusco, todos en su país, ninguno de gran nombre. En esa época estuvo a punto de morir.
“La época del terrorismo, con Sendero Luminoso, fue dura. En 1991 tiraron bombas cazabobos y el canchero del estadio de Miraflores, donde yo me entrenaba con Municipal, creyó que eran desodorantes. Las juntó y las llevó al vestuario. Habíamos terminado de entrenarnos, justo había llegado el hijo del presidente del club. Agarró una y se puso a jugar. A su lado estaba el moreno Matei y le dijo: ‘Ponete el desodorante’. Y explotó la bomba: Matei murió, al hijo del presidente la bomba le voló la mano y yo agarré las esquirlas en mi costado izquierdo, estaba a cinco metros. Me entraron como treinta esquirlas y una me perforó el intestino grueso. Me curaron las heridas, pero un doctor amigo me dijo: a la tarde vamos a hacer una ecografía. Me pararon, y me caí como si hubiera atajado un penal. Tenía una hemorragia interna, zafé de milagro.”
Sonríe Chupete cuando evoca ese accidente que casi le arranca la vida. Sonríe y se señala el cuerpo, cerca de la clavícula izquierda, e invita a tocar, allí donde se puede palpar el cuerpo extraño.
“Ahora me está saliendo una esquirla, la carne la está tirando para afuera. Cuando voy a los aeropuertos, el detector de metales suena como la puta madre. Sólo jode un poco cuando hay humedad. Tengo dos, una aquí y otra en el culo, que cuando me siento de cierta forma me da un pinchazo.”
Y Chupete invita otra vez a palpar la esquirla, la segunda esquirla, pero ya es suficiente.
El fútbol, la selección, los mundiales, comienzan a meterse naturalmente en la charla, sin fórceps.
–¿Hoy se siente más peruano que argentino?
–Sin duda. Sigo teniendo a mi hermana, a mi vieja y mis amigos en Rosario, pero mi vida social la hice aquí, donde vine con veinte años. Una vez por año voy a la Argentina y me quedo veinte días, hasta que me pudro del verano de Rosario, los cuarenta grados y los mosquitos que te matan.
–Con Perú disputó los Mundiales 78 y 82, ¿con cuál se queda?
–Nos fue mejor en el 78; tuvimos una gran primera rueda, le ganamos a Escocia, empatamos con Holanda y le ganamos a Irán. Terminamos primeros en el grupo y nos tocó Brasil y Argentina en la segunda ronda. Increíble. En el 82 arrancamos empatando con Camerún, lo mismo con Italia y, en el último partido, con Polonia, si empatábamos quizá podíamos clasificar, pero nos hicieron el primero, nos desarmamos y nos comimos cinco.
–¿Le siguen preguntando por el 6-0 del 78?
–Sí. En la última Copa América me encontré con Casagrande, Falcão, muchos jugadores brasileños que se acuerdan de mí perfectamente. Una vez se lo dije muy claro a Rivelinho y a Zico: “Esto es una cosa que inventaron ustedes porque perdieron el campeonato al no ganarle a Argentina”.
–¿Con Menotti habló alguna vez de ese tema?
–Jamás. Y Menotti me conocía desde los catorce años, porque mi barrio se pega al de él, Fisherton. Por ahí pasa, como ocurrió en esta Copa América, que vino a comentar para la tele y nos juntamos a comer un asado. Pero de aquel partido ni se habla.
–¿Por la calle le siguen preguntando?
–No. Yo en Perú soy como Diego. No es por tirarme flores, pero siempre que me puse la camiseta de Perú la defendí a muerte, y, si tengo que jugar ahora para Perú, voy y juego. Eso, la gente lo sabe.
–¿Cómo fue recibido después del Mundial?
–Nunca tuve inconvenientes.
–Y cuando va a la Argentina, ¿le dan las gracias?
–Sí, algunos dicen: “Por éste salimos campeones”.
–¿Le da bronca?
–Bueno, si me hubiese comido algunos de los seis goles, de repente, sí. Pero fijate vos que yo tengo más bronca por no haber salido campeón con Independiente, por haberme comido ese gol contra River, que me metió Pedro González en el desempate para ir a la final de la Libertadores 76, que se me cayó la pelota de la mano, que por lo del 78. Además, si analizás los seis goles, en cuatro tuve que salir a enfrentar al delantero que entraba en el área con pelota dominada.
–¿A ese Mundial habían ido con expectativas?
–No. Y nos fue mejor de lo imaginado. El Mundial 78 fue muy bueno para mí. Si no hubiera sido por mí, Perú habría perdido muchos partidos. Otros jugadores también se destacaron, como Teófilo, Muñante, Oblitas, el viejo Chumpitaz, el mismo Velázquez. Después terminamos un poco desarmados, con muchos lesionados. Aparte, trajimos un palo y medio de dólares al Perú, y no sé quién se lo llevó, porque nosotros no vimos nada.
–¿Qué pensó en los minutos previos al partido, cuando se enteró de que Argentina tenía que meter cuatro goles para llegar a la final?
–Lo primero que pensábamos es que no nos iban a hacer nunca esos goles, que podíamos ganarlo o perderlo, pero normal.
–En la previa se le deben haber cruzado cosas…
–Es que yo soy lo más despreocupado que existe. Decían que mi vieja estaba amenazada en aquellos días: ¡qué iba a estar amenazada! A mi vieja sólo la podés amenazar con un salame de Milán, con un plato de comida. Nada que ver, todo mentira. Mi vieja vivía y vive feliz, en mi barrio.
–Y a medida que iban cayendo los goles, ¿no pensaba: “Uh, ahora van a decir que como yo soy argentino…?”
–En un partido no me puedo poner a pensar eso.
El paso del tiempo le alivió la carga a Quiroga. O le endureció la coraza. Un vuelo rasante por el archivo lo confirma. Revista Gente, del 13 de julio de 1978, algunas semanas después del 6-0, habla Chupete: “Estaba muy triste. Quería que el partido terminara cuanto antes. Ni la hinchada argentina me gritó algo malo ni me trató mal: pero yo quería irme de allí. De lo único que tenía ganas era de encerrarme y no hablar con nadie. Quería caminar con la cabeza baja y no levantarla más. No levantarla ni siquiera para mirar a mis compañeros. Miraba el suelo y pensaba: ‘Quiroga, ahora tenés que volver a Lima, enfrentarte a todos esos que te saludaban cuando te reconocían en la calle. ¿Cómo vas a hacer para mirarlos de frente?’”.
No hubo problemas en el regreso para Quiroga. ¿La prueba? Atajó para Perú casi diez años más.
–Su compañero Oblitas contó que, antes del partido, Videla les habló en el vestuario, pero que casi ninguno de los jugadores lo recuerda.
–¿Tú crees que cuando te estás cambiando para un partido le vas a dar bola a un dirigente que está ahí, cuando entran 50 mil “Figuretti”? En los vestuarios siempre entra gente, pero Videla no nos habló o si habló con alguno, no le di bola. Ni me preocupaba que fuera Videla, seguro que entró a saludar al almirante Gálvez, de Perú. Nos estábamos vendando, masajeando, entró como entra cualquiera.
–¿Qué explicación le encuentra al 6-0?
–Fue uno de esos partidos, loco, que a veces Perú quiere terminar rápido para regresar a Lima porque se extraña un montón de cosas. Para el Mundial de España nos concentramos en un lugar notable, parecía que estábamos para salir entre los cuatro primeros, les ganamos en la previa a Francia, a Hungría, a todos, y no pasó nada. Por eso la eliminación del 82 me dolió más que la del 78. Y en ninguna de las dos gané un puto peso.
–¿Ese Perú estaba para comerse seis goles?
–Yo creo que no. Pero tampoco estábamos para comernos cinco goles de Polonia en el 82 y nos los comimos. Aparte, también se habló de ese partido, ¿qué mierda nos podía dar Polonia, un país comunista donde había mucha hambre? Lo mismo se decía de Argentina: ¿qué mierda te puede regalar la Argentina con el hambre que había allá y acá?
–¿Por qué se comieron seis goles, entonces?
–Argentina nos pasó por encima.
–Después, ¿en algún momento se sintió mal por todo lo que se habló?
–En lo más mínimo. Lo único malo de ese partido fue que al terminar me podía haber ido a comer un asado con mi viejo y me tuve que quedar en el hotel porque el técnico no nos dio permiso para salir.
–¿Cómo tomó lo que en su momento dijo y luego desmintió Manzo, que Perú se había vendido?
–No sé, Dios castiga con la indiferencia. Todo se paga en la tierra. ¿Viste dónde está hoy Manzo? Laburando de albañil en Cañete, un pueblito perdido de Perú. El laburo más pesado que yo tengo es manejar el control remoto, me pueden salir callos en los dedos. La única preocupación que tengo es que no se me corte el cable y que en invierno no haga mucho frío. Y nada más, felizmente…
–Pero algo raro hubo en ese partido.
–Son partidos raros, hermano.
–Oblitas sólo pone las manos en el fuego por usted.
–Porque me conoce, como me conoce la mayoría de los jugadores.
–No puso las manos en el fuego por los demás.
–Cada uno tiene su forma de pensar.
–¿Usted pone las manos en el fuego por todos sus compañeros?
–Cuando el viejo Chumpitaz estuvo con un problema de política, ya que lo metieron preso cuando era regidor de Lima, me di cuenta de que lo habían usado. Es un tipo sano y honesto al que usaron.
–No contestó, ¿pone las manos en el fuego?
–Yo soy compañero, pero no amigo de todos, conozco a la mayoría, hay gente de fiar.
–¿Existe la chance de que algunos compañeros suyos no hayan entregado todo?
–Perú llegó muy desarmado a ese partido, con muchos lesionados.
–¿Le molesta hablar del tema?
–No.
–¿Y no le fastidia que le haya quedado una etiqueta de ese partido? En la Argentina, a usted se lo asocia enseguida con el arquero del 6-0.
–No me molesta, la gente que me conoce como persona no duda de mí. Preguntale a cualquiera.
Ya está, es suficiente para Chupete, que se va con ese collage de idiomas tan particular que descoloca al interlocutor, con la coraza que supo construir en estos años, dejando apenas traslucir algunas verdades y llevándose otras bien adentro. Como esas dos esquirlas que aún conserva en su cuerpo. Quizás algún día salgan del todo a la superficie.
Bajo sospecha
La goleada a Perú generó sospechas que manchan la gran conquista del Mundial 78. Argentina salió al Gigante de Arroyito con la ventaja de saber que debía meter cuatro goles para ir a la final ante un rival que no se jugaba nada. Hizo seis (en la foto, Luque mete el cuarto). ¿Dudas? El arquero era argentino. Unos meses después, el gobierno de Videla donó una carga importante de trigo a Perú, lo que alimentó la sospecha. Rodulfo Manzo, un modesto back que jugó ese partido para Perú, apareció en 1979 jugando en Vélez (¿una recompensa?). Y habría deslizado en off, aunque luego lo desmintió, que su equipo se había vendido esa noche l
Por Diego Borinsky (2005).