Ayer y hoy de Bernabé Ferreyra
Una charla cargada de nostalgia se pudo dar entre el prestigioso Borocotó y el notable deportista. Esa que se genera con el paso del tiempo y que acumula recuerdos. Los lindos y los no tanto.
Ahora que me voy yendo...
—Cuando al irse se deja un recuerdo, nunca uno se va del todo...
Así comenzó la charla con Bernabé. A nuestras mentes acudió la escena del primer día que nos vimos. ¿Te acordás, Ñato? Vos eras un mozo grandote, con el pelo a lo conscripto, con barritos en la cara, medio chúcaro, desconfiado como caballo tuerto... y perdona la comparancia. Estabas en el umbral de una gran esperanza. Hoy es una realidad. Mejor dicho: ya lo fue. Ya se va. Pasaron once años...
—La foto que me sacaste ese día la guardo encuadrada. Fue la primera...
Nos miramos a través de la niebla de los recuerdos. Bernabé ya no tiene los barritos que llegan en los veinte abriles plenos de ilusiones. El tiempo pasó, grabó sus surcos y la escarcha va rumbeando por arribita de las sienes.
—¿Qué edad tenés, Bernabé?
—Con treinta se puede agarrar una falta envido...
A los veinte se va subiendo. A los treinta en fútbol, ya se camina del otro lado de la montaña, derechito al valle, un poco rumbo al olvido.
—¿Tenés muchos recuerdos, Ñato?...
—Muchos..., pero..., ¿te vas a preocupar?... Se amontonan en la cabeza...; querés elegir uno y ensartás a otro por el camino... Además, yo no tengo mucha memoria o no me gusta hacer trabajar la cabeza para esas cosas que son mías... Pero ahora agarré uno lindo... Nadie lo sabe... Te lo voy a confiar... Yo no había visto ningún partido en Buenos Aires. Era recién venido de Junín. El gordo Monje, ¡pobre!, me llevó conjuntamente con el presidente de Tigre a ver Boca y Racing. Era cuando recién volvían los mejores de la Olimpíada de Amsterdam. Conocía yo un montón de nombres famosos, pero no conocía a las personas. Así que al rato de ver, el presidente de Tigre me preguntó: "¿Cómo quién de estos que están en la cancha juega usted?" Sin pestañear le respondí: "Como aquel rubiecito, pero tengo más pique y pateo más fuerte que él". ¿Sabés a quién había elegido? A Tarasconi... ¡Zonzo pa' elegir el mozo!... Si me hubieran dicho que era Tarasconi, quizás me hubiera apichonado ante la fama que tenía el boquense, pero así de sopetón...
Tenía razón Bernabé. Era así mismo. Goleador como Tarasca, pero con más pique y más shot. Y tres años después de esa tarde, eclipsaba la fama de todos, llenaba los estadios, marcaba una época, introducía una variante en nuestro fútbol. Fue cuando River Plate cambió de nombre y comenzó a llamarse "Ferreyra Fútbol Club..."
Nadie empardó esa carta. ¿Que no sabía cabecear?... ¿Que no era un director de ataque estilizado?... ¿Que estaba al margen de los moldes clásicos?... Palabras de pretendidos técnicos. River Plate entraba a la cancha ganando uno a cero..., porque de tres pelotas que le cortaron al centre forward una quedaba colgando como racimo en el zarzo. No tenía clasicismo, pero había en su físico privilegiado un pique que dejaba parados a los contrarios y un shot fulminante que llevaba consigo la emoción del gol. No fue hombre para maravillarnos serenamente. Lo hicieron con otro molde... que se rompió. Su fútbol no fue musical como el de Gabino Sosa...; no tuvo la sutileza de Nolo Ferreira..., pero levantó estadios en un grito unánime que aún se escucha en los recuerdos, que aún galopa en nuestras mentes. Y junto a ello nos dejó también un comportamiento ejemplar como el de ningún otro, porque es fácil ser callado y ser correcto cuando no se sufren patadas. ¿A qué individualizar ahora? No vale la pena marcar de rojo a muchos que salieron a la cancha con la canallesca consigna de lastimar a Bernabé. Y La Fiera nunca se quejó. Supo aguantar. Rudo, guapo, en esa tosquedad tan suya, tuvo como algo inherente a su vida, como algo hecho carne en él: la virtud de ser correcto, cuando tenía derechos sobrados para dejar de serlo. Pasa por su mente un recuerdo. Lo piala y me lo cuenta:
—¿Sabes lo que hice en el primer partido? — me dice. — Jugamos contra El Porvenir. Marqué cinco goles. Le confirmé al presidente de Tigre lo que le había dicho antes.
—¿Todos desde lejos?
—No...; no hay que dejarse impresionar... Cada vez que yo hacía un gol estando en River, siempre decían que había sido de treinta metros... Una vez en que la pelota me pegó en la cabeza y entró, al otro día un diario dijo: "... y desde treinta metros Ferreyra la incrustó en la red".
—¿Cuál fue el de más lejos de todos los que marcaste?
—Uno contra Chacarita. Debe haber sido en 1935. Me acuerdo que Minella me pasó la pelota. Yo estaba en la mitad de la cancha. Busqué a quien pasársela para correrme. No vi a nadie. La adelanté unos pasos y volví a mirar. Tampoco encontré a un compañero libre. Y me resolví. Total, ¿qué iba a hacer con la pelota si no la podía pasar? Me salió un shot bárbaro. Preguntale al arquero Bothyan. Si no fue de media cuadra te devuelvo la plata…
—También una vez en la cancha de Racing, cuando River ganó uno a cero, le hiciste uno a Bottaso desde mucha distancia.
—Sí..., me acuerdo... En 1932, cuando jugamos contra Independiente el desempate en la cancha de San Lorenzo emboqué uno muy largo, pero..., ¿vas a poner eso? Dejalo perder... No vale la pe-na.
—¿Cuál fue tu mejor match?
—No sé...; dicen que nunca jugué como aquella tarde del 32 en que Independiente nos ganó cinco a cero... Ya ves: perdimos y no hice ningún tanto...
Dicen..., y acaso sea cierto como expresión de voluntad. Ese día todo River Plate desapareció de la cancha excepto Bernabé. Hasta el último minuto jugó con una voluntad ejemplar. Venía a buscar la pelota hasta su arco, la llevaba, quería descontar ventajas, hacer lo imposible. Quienes concurrieron a ese partido para ver al formidable goleador, se encontraron con un hombre que en el match más ingrato para su equipo siguió derrochando energías, buscando el arco adversario hasta que el silbato lo dio por finalizado. Ni un gesto hizo. Serenamente se fue para la casilla. Con la cabeza baja, tranqueando cansado, abandonó el field. No puede decirse que haya sido su mejor partido. En muchos otros demostró igual espíritu de lucha y marcó goles, pero esa tarde en que todo River estaba descentrado, aturdido, desorientado, solamente un hombre daba el magnífico espectáculo de no entregarse.
—¿Y tu peor partido?
—El primer internacional contra los uruguayos. Fue en 1930. Vos dijiste hace poco en El Gráfico algo que pocos sabían: que en la mañana de ese match yo di a una hermana mía un cuarto de litro de mi sangre. Había esperado yo un match internacional con todas mis ansias. Era mi sueño desde el campo. Esa ilusión la alimentaba desde muchacho. Cuando vine a Buenos Aires me pareció que estaba más cerca de gustar esa satisfacción. Dirigentes de Tigre y algunos cronistas hablaron de mí pidiendo mi inclusión. Me vi en la cancha con la camiseta a rayas de los internacionales. Se me unió otra cosa: desde niño yo había sido hincha de Racing. Era la misma camiseta, los mismos colores... ¡Qué mal jugué!... Estaba voleado, no veía nada...; en una de esas agarré la pelota y enderecé para el córner... No sabía dónde estaba el arco... Después vinieron días mejores, pero yo había querido que fuera ese...
Eran los colores internacionales, los de Racing...; era su sueño convertido en realidad, en dolorosa realidad. Después vino la fama, gustó de la popularidad como ningún otro, fue ovacionado..., y en el andar del tiempo otro amor reemplazaría al de su infancia. River Plate sería.
—No me quejo de River. Sería un ingrato si lo hiciera. Me ha pagado bien, me sigue pagando bien. La prima del último contrato irá a nombre de mi nene, de Barquito, como le llaman en el barrio... Y si consigo otro contrato, también a nombre de Barquito... Pero no sé si agarraré más... Siento ganas de jugar, y es probable que todavía juegue..., pero ahora Rongo tiene lo que yo tenía...: juventud... pique... ambiciones... ganas de aplausos . . Todo aquello que yo tenía... cuando contaba veinte años…