Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: el fantasma de la E

A dos años de haber comenzado su ciclo y a diez meses del próximo Mundial, Sabella logró construir una Selección muy competitiva. Supo explotar los talentos individuales y encarriló el liderazgo de Messi. Pero todavía le falta enfrentarse a su enemigo más silencioso y amenazante.

Por Elías Perugino ·

08 de septiembre de 2013
    Nota publicada en la edición de septiembre de 2013 de El Gráfico

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La Era Sabella ya lleva 26 partidos. ¿Recuerdan el debut? Fue el 2 de noviembre de 2011 en Calcuta, ante Venezuela. Argentina ganó 1-0 con gol de…. ¿Messi? No. Con gol de… ¿Higuain? No, tampoco. Last chance: con gol de… ¿Agüero? No, ni cerca. Ese día ganó con gol de un desaparecido en acción: Nicolás Otamendi[1]. La Selección venía de dos sopapos memorables en sus últimas competencias oficiales: 0-4 con Alemania en los cuartos de final de Sudáfrica 2010 (y lápida sin frase ingeniosa para el ciclo de Maradona), y 4-5 en la definición por penales frente a Uruguay en la misma instancia de la Copa América 2011 (y roja directa para la etapa del Checho Batista). Urgía pensar, aquietar aguas, cambiar el chip, apelar a un entrenador que no desperdiciara el handicap de contar con el mejor jugador del mundo. Y la elección recayó en el sobrio y sereno conductor del Estudiantes copero 2.0.

La Era Sabella, decíamos, ya lleva 26 partidos, pero se fundó en el décimo. Porque no fue hasta el choque con Ecuador, por las Eliminatorias, que Pachorra se sacudió los prejuicios y se la jugó de movida por los cuatro ases: Di María, Messi, Agüero e Higuain. Paradójicamente –o no tanto– los autores de los cuatro goles del fantástico 4-0 en el Monumental, como para reafirmar el simbolismo. Varios analistas prefieren señalar como piedra basal al entretiempo del octavo partido, cuando Argentina perdía 0-1 con Colombia, en Barranquilla, y lo revirtió gracias al ingreso del Kun y su sociedad con Messi. Pero eso se pareció a un recurso desesperado en medio de una situación extrema. Recién en el décimo partido, Sabella se animó, por convicción y no por obligación, a desafiar a los adversarios con los cuatro fenómenos de salida. Y no los tocó nunca más. Otro detalle reafirma la idea: ese día alineó, también por primera vez, a 10 de los 11 jugadores que hoy son considerados titulares. Repasemos la formación: Romero; Zabaleta, Fernández, Garay, Clemente Rodríguez; Gago, Mascherano, Di María; Messi, Higuain y Agüero. Apenas Clemente[2], atormentado por las irregularidades de una incipiente decadencia, perdió el puesto con el no menos controversial Rojo, un lateral por adopción que seduce más por su aporte en el juego aéreo que por su ductilidad. Desde entonces, mantuvo la formación base en los partidos oficiales por Eliminatorias y en los amistosos de relevancia, con la salvedad de pequeños maquillajes por mandato de las suspensiones o las lesiones.

En la primera conferencia tras asumir su cargo patriótico, Sabella se acordó de Manuel Belgrano[3] y orejeó las cartas estratégicas: unión, pertenencia, convicción, lealtad a la idea y al compañero. Y desde el vamos, supo que echaría mano a una tropa estable y reducida, la contracara perfecta del aquelarre de los dos ciclos anteriores, que en tres años habían visto desfilar a 139 jugadores[4] con la camiseta nacional.

A dos años de su asunción y a 10 meses del Mundial[5], la Era Sabella ha sabido bordar más certezas que incertidumbres. Hay un grupo y un equipo base. Subyace un natural liderazgo de Messi al que todos se someten con lógica y serena subordinación. Fraguó una química ofensiva muy picante, difícil de empardar, incluso por las delanteras de las principales selecciones del mundo. Aún con piezas por calibrar, la respuesta defensiva es aceptable. El técnico parece dominar sin sobresaltos la carrera de vanidades del vestuario y retoza en un segundo plano mediático que no desea abandonar. No se detectan cortocircuitos profundos ni superficiales entre el cuerpo técnico y la dirigencia. El andar en las Eliminatorias y las victorias frente a potencias promueven a Argentina a la categoría de equipo respetado, acaso temido, y desde ya, candidato para la próxima Copa del Mundo. Y es ese anzuelo oxidado –el de la candidatura potencial, el del “ya somos campeones, papá”– el que Argentina debe evitar tragarse una vez más. Ese anzuelo que supimos deglutirnos con tanta voracidad que nos hará llegar a Brasil con la asfixiante presión de 27 años sin levantar el trofeo.

La Era Sabella, dijimos, ya lleva 26 partidos, y uno de sus pecados capitales, pese a contar con el magnetismo planetario de Messi, es que sólo 4 de esos 26 compromisos hayan sido contra rivales europeos: Suiza (3-1), Alemania (3-1), Suecia (3-2) e Italia (2-1). Dato alentador: todas victorias de visitante. Dato preocupante: 4 partidos sobre 26 son apenas el 15%. ¿Por qué preocupante? Porque independientemente del fantasma de las lesiones –siempre tan complejo de neutralizar en los umbrales o dentro de una Copa del Mundo–, la Selección deberá lidiar contra El Fantasma de la E. La E de Europa. Porque, al fin de cuentas, en los últimos mundiales a Argentina no lo complicaron ni los grandotes africanos que cada vez juegan mejor, ni los veloces asiáticos, ni los volátiles centroamericanos, ni los archiconocidos sudamericanos. Los seis cachetazos de los últimos seis mundiales llevan la rúbrica de los europeos. ¿Recuerdan? Alemania y el “ayudín” de Codesal en Italia 90. Rumania y el calvario del postdoping de Maradona en USA 94. Holanda y el maldito pelotazo largo en Francia 98. Suecia y nuestra infinita impotencia en Corea-Japón 2002. Alemania, los penales y la bronca de volver a casa invictos durante el tiempo reglamentario en Alemania 2006. Otra vez Alemania –cuántas veces Alemania, ¿no?– y nuestra gigantesca ingenuidad estratégica en Sudáfrica 2010.

Seis de seis. Una con Maradona. Otra con Diego flotando en el adiós del “me cortaron las piernas”[6]. Una con el mejor Batistuta y un Orteguita mágico. Una con la pausa de Verón y el vértigo cebado de Bielsa. Una con Riquelme adentro y Messi juntando pastito afuera. Otra con Messi adentro y la leyenda Maradona como entrenador. Seis de seis, cartón lleno para El Fantasma de la E.

Faltan 10 meses para el Mundial (disculpen la pedantería de sentirnos clasificados) y es tiempo de preocuparse para ocuparse. Preocupa que el arquero titular[7] pueda garantizarse un año de continuidad en su club. Preocupa que la defensa crezca en sincronización. Preocupa que las lesiones no se ensañen con los cracks de la generación ofensiva cuando llegue la hora crucial. Preocupa que el azar no nos deposite en un grupo de la muerte. Todo bien con eso. Pero también debería preocupar El Fantasma de la E. Hace demasiado tiempo que, como diría el gran León[8], “es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”.

Por Elías Perugino

NOTAS AL PIE

1- El ex defensor de Vélez juega en el Porto desde 2010. En ese club consiguió 6 títulos. Integró el plantel argentino en Sudáfrica 2010. Quedó muy relegado en la consideración de Sabella.

2- Luego de que Boca no le renovara el contrato, el lateral firmó para el San Pablo. Fue expulsado el día de su debut y no es considerado titular por el DT Paulo Autuori. Sólo jugó 3 partidos en lo que va del semestre.

3- Sabella citó al creador de la bandera como símbolo de entrega por una causa: “Dio todo por la patria, dejó su sueldo, murió pobre. Es el ejemplo a seguir: el de poner el bien común por encima del individuo”.

4- El desglose de tan multitudinaria convocatoria incluye a 10 arqueros, 47 defensores, 60 volantes y 22 delanteros.

5- El partido inaugural del Mundial se jugará el jueves 12 de junio de 2014, en el estadio Arena de San Pablo. La final será el domingo 13 de julio, en el Maracaná.

6- Fue la frase que pronunció Maradona, entre sollozos, cuando supo que debía ser excluido de la delegación argentina de USA 94 a causa del doping.

7- Sergio Romero jugó poco en Sampdoria durante el último semestre y ahora fichó para el Mónaco, donde arrancará como suplente del serbio Subasic.

8-  Fragmento perteneciente a “Sólo le pido a Dios”, canción emblemática de León Gieco.