Cesáreo Onzari, el inventor del gol olímpico
Fue un destacado wing izquierdo de la época de oro del amateurismo, una gloria del Huracán campeón de 1928 y una de las figuras de la Gira de Boca por Europa, pero su nombre quedó emparentado a un hecho fundacional: el primer gol convertido directamente desde el córner.
“El palquito, las tribunas, todo se fue yendo en la vieja cancha de Sportivo Barracas, escenario de partidos inolvidables. Fueron cayendo los vestuarios, desmoronándose las apiladas de ladrillos, y entre el polvo de cal fueron emergiendo los recuerdos. ¿Te acordás? Aquí perdieron los olímpicos uruguayos en 1924. Fue el match más memorable en la historia del fútbol rioplatense”. La crónica pertenece a Ricardo Lorenzo Bocorotó, quien en 1942 narró en El Gráfico todo su pesar por la demolición del estadio de Iriarte y Luzuriaga, el mismo que en los últimos tramos del amateurismo y durante la etapa embrionaria del profesionalismo arropó las mayores hazañas del fútbol argentino.
“Acababan los uruguayos de ganar en París el Campeonato Olímpico de fútbol –continúa Borocotó–, produciendo extraordinario asombro. Luego de ganar en 1923 el Campeonato Sudamericano, meses más tarde iniciaron la cruzada exitosa por España, culminando en París con el título de campeones olímpicos. Vueltos a su tierra, se programaron dos matches: uno, en Montevideo; el otro, en Buenos Aires. En el primero se registró un empate de un tanto; en el segundo, ganaron los argentinos por dos a uno en cotejo sumamente equilibrado”.
“Fuera del resultado –y aquí viene lo que concierne a nuestro protagonista–, otras razones influyeron para que ese match fuera memorable. En primer lugar, que jugaba aquí por vez primera un team campeón olímpico. Eso ya de por sí hubiera bastado para hacer perdurable el recuerdo. Pero hay detalles importantísimos: en ese partido, Onzari marcó un gol directo de córner. Días antes, se había aceptado internacionalmente que era válido el gol directo de tiro de esquina sin que nadie tocara la pelota. El referee uruguayo Ricardo Vallarino, que dirigió el encuentro, puso aquí en vigencia la modificación mencionada y de ahí viene la denominación de ‘gol olímpico’ al directo de córner”.
Nacido el primero de febrero de 1903, Onzari repartió su formación futbolística entre Sportivo Boedo y Mitre, pero cuando estaba listo para debutar, este último equipo se disolvió, por lo que pasó directamente a engrosar las filas de Huracán. El Globo, en 1921, marchaba como animador del torneo de la Asociación Argentina de Football, que estaba separada de la Asociación Amateur de Football. Onzari llegó justo para la etapa de definición y logró conquistar el título con su equipo, que aventajó por tres puntos a Del Plata y por cinco a Boca, que junto a Huracán era el único de los clubes denominados grandes que disputaban la Copa Campeonato de la Asociación Argentina.
Al año siguiente, se asentó como puntero izquierdo del Globo, que repitió el título, y también debutó en la Selección Argentina. Para entonces ya era considerado uno de los grandes valores del fútbol argentino y se destacaba por su velocidad y su visión de juego, pero principalmente por su capacidad para llevar la pelota corta, cortísima al pie. Eso, claro, le trajo algunas consecuencias que luego se convertirían en una constante en su carrera, ya que su estilo lo hacía permeable a las patadas de los defensores rivales. Ante los golpes, Onzari reaccionaba siempre de la misma manera: sin ninguna queja, sin ningún reproche, se levantaba, tomaba la pelota, y continuaba jugando en una eterna concatenación de gambetas que se multiplicaban por decenas en cada partido.
En 1924 Huracán tuvo una caída estrepitosa y redondeó su peor campaña en mucho tiempo, a pesar de que una remontada al final sirvió para maquillar la temporada con un séptimo puesto. No obstante, fue el año de la obra cumbre de Onzari.
En la cancha de Sportivo Barracas, Argentina recibió a Uruguay, que venía de ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Colombes. El partido estaba cargado de expectativas por parte del público local, no solo porque en Montevideo el equipo nacional había rescatado un empate auspicioso, sino también porque la visita de los campeones olímpicos servía como vara para determinar el nivel del seleccionado argentino.
Efectivamente, la cantidad de público que concurrió a ver el partido en aquella oportunidad generó disturbios, hubo heridos y todo terminó con la invasión de la cancha. Antes del alambrado olímpico, el sector del público se dividía del campo de juego por una cadena que, a unos veinte centímetros del piso, hacía las veces de línea señalizadora. La concurrencia de ese partido varía según la fuente, pero ninguna baja de 50.000 personas. Además, en la previa de ese trunco encuentro se advirtió por primera vez una costumbre que se convertiría en deporte nacional: la reventa de entradas. En la puerta del estadio se voceaban populares a cinco pesos, una fortuna para la época y un precio muy superior al valor original.
Los dirigentes uruguayos, al ver el cuadro de situación, exigieron que se crearan las condiciones para la realización del partido. Las condiciones, según ellos, consistían en la instalación de un alambrado perimetral, un pedido al que los argentinos accedieron. Así, el partido finalmente se disputó el 2 de octubre con casi 37.000 personas en las tribunas.
El encuentro comenzó accidentado por el juego brusco de los uruguayos. En una de las primeras jugadas, el goleador charrúa Pedro Cea fracturó a Adolfo Celli. Los cambios no estaban permitidos, pero dadas las circunstancias y en un “acto de caballerosidad”, los visitantes aceptaron el ingreso, en lugar del lesionado Celli, de Ludovico Bidoglio, que allí empezó su exitoso peregrinaje en la Selección.
A los quince minutos, luego de que el arquero uruguayo cediera un córner desde la izquierda, Onzari ejecutó el tiro de esquina con la pierna derecha y la pelota tomó una extraña comba hasta cerrarse para terminar definitivamente adentro del arco, sin que nadie pudiera tocarla, así se convirtió en el primer gol olímpico del que se tiene registro. Lo curioso del caso es que la International Board había aprobado, basándose en una solicitud de la Asociación Escocesa de Football, el cambio pocos meses atrás, por lo que permitía que los tiros de esquina se ejecutasen directamente y que desde allí se pudieran marcar goles. La notificación había llegado a la AFA unos días antes, pero no muchos sabían de la nueva reglamentación. El árbitro Villarino, no obstante, sí estaba al tanto, y no titubeó en validar la conquista.
Tras el gol olímpico, que recibió ese nombre debido a las circunstancias y el rival, el encuentro continuó, Uruguay llegó al empate a través de Pedro Cea y Argentina redondeó el triunfo 2-1 con un tanto de Domingo Tarascone. El partido se suspendió cuatro minutos antes del final, luego de que José Andrade lesionase a Onzari y de que el público reprobase el violento juego de los visitantes arrojando botellas y piedras al campo de juego. A partir de entonces, el wing izquierdo tomó fama mundial y cada gol marcado directamente desde el tiro de esquina llevó el sello de su nombre. Durante mucho tiempo, cada vez que se repetía la jugada se decía que era un gol “como el de Onzari a los olímpicos”, hasta que la incomodidad del término provocó que la contracción “gol olímpico” se abriera terreno y se eternizara.
Otro dato pintoresco es que, a falta de un segundo árbitro, el encargado de marcar el ataque argentino fue Pedro Calomino, delantero de Boca al que se le atribuye la invención de la jugada de la bicicleta, que hizo las veces de juez de línea enfundado en una camiseta de Alumni para evitar confundir a los rivales.
En 1925 Huracán volvió a gritar campeón al superar en el desempate a Nueva Chicago, y Onzari fue contratado por Boca para la Gira por Europa. Junto a Manuel Seoane, de El Porvenir, formaron parte de la delantera del equipo enfrentando a potencias europeas como el Real Madrid, el Atlético de Madrid, el Espanyol y el Bayern Munich. El balance fue más que positivo para Boca, que se constituyó en una embajada del fútbol argentino y que trajo una favorable estadística, ya que en total disputó 19 partidos, de los cuales ganó quince, igualó uno y perdió tres. Fue la consagración internacional del Xeneize, que al regreso de su expedición fue decretado Campeón de Honor por la AFA.
“Onzari era un deportista íntegro –publicó La Razón en su obituario–, puede ser considerado como uno de los prototipos del fútbol amateur. Winger izquierdo del famoso equipo de Huracán en la década del veinte, extremo de una línea completada con Loizo, Chiessa, Stábile y Spósito, fue una pieza importante hasta el punto de llegar a ser internacional, pero siempre se mantuvo en un nivel modesto. No fue estrella, no quiso serlo porque se lo impedía su carácter, su personalidad, pero el que quería verlo, el espectador que no se dejaba deslumbrar por malabarismos, encontró siempre en él al elemento capaz de jugar uno y cien partidos con la misma eficacia, con idéntico desinterés de lucirse, con el único afán de jugar".
Por Matías Rodríguez / Fotos: Archivo El Gráfico
Nota publicada en la edición de noviembre de 2016 de El Gráfico