1997. EL TÍTULO QUE MÁS GOCÉ
Por Ramón Ángel Díaz. Tras la conquista de la Supercopa, el técnico de River nos cuenta en primera persona su día. Desde la siesta previa al partido hasta las empanadas con que lo agasajó su madre.
No voy a decirles que fue la noche más feliz de mi vida, pero sí estoy seguro de que nunca voy a olvidar el miércoles 17 de diciembre de 1997.
Sin dudas, la Supercopa fue el campeonato que más disfrutamos los jugadores y el cuerpo técnico desde que asumí como director técnico de River.
Fue una alegría diferente, más plena, más confiada, por varias razones. La obtención de este torneo era algo sobre lo que habíamos hablado mucho con Alfredo Davicce, porque era su último año como presidente del club y era uno de los pocos títulos que le faltaba ganar. También lo conversamos mucho con los jugadores, sobre todo a medida que fueron pasando los partidos y que el equipo se consolidaba y alcanzaba un nivel de perfección que no habíamos tenido antes.
¿Por qué la alegría fue más plena? Simplemente porque este campeonato lo disfrutamos, algo muy diferente a lo que vivimos cuando ganamos la Copa Libertadores. Recuerdo que, durante aquella Copa, todos sufrimos mucho hasta la noche de la consagración. Los partidos fueron más cerrados, el equipo no tenía tanto fútbol y entonces el camino a la final fue mucho más difícil. Esta vez, en cambio, la jerarquía futbolística del equipo nos permitió gozar más a todos. Para mí era muy importante poder demostrar que también se puede ganar una Copa sudamericana jugando bien al fútbol, atacando en todas las canchas y saliendo aplaudido de la mayoría de ellas. Por eso, apenas el árbitro terminó el partido, pensé en mi familia, en mis hijos, pero también en la satisfacción de haber podido dar la vuelta olímpica respetando mis convicciones y las de mis jugadores.
Luego de la charla técnica el profesor Dean empezó el calentamiento y ya todos nos metimos mentalmente en el partido.
Un rato antes, durante la mañana del miércoles, hablé con mi esposa Mirta y la invité a que viniera a la cancha. Ella no estaba segura porque nunca lo había hecho antes, pero yo estaba tan confiado en el triunfo que le insistí. “Está escrito que vamos a ser campeones, así que no te hagas problemas y vení...”, le anticipé. Por suerte se animó y esa noche estuvo en la platea junto a Michael, mi hijo menor. Emiliano, el mayor, hizo de alcanza pelotas, como cada partido en el Monumental, y fue uno de los primeros en abrazarme luego del final. Pero eso se los termino de contar más tarde.
El San Pablo no me sorprendió, ni creo que haya jugado mejor aquí, en Buenos Aires, que en el partido de ida. Es un buen equipo, con algunos jugadores desequilibrantes y lo respetábamos como tal. El penal de Francescoli fue lo primero que me hizo poner de pie y dejar el banco de suplentes. Por supuesto, desde el banco no vi si había sido mano o no, pero por televisión parece que la pelota pegara en el cuerpo del defensor. Pero bueno, lo cobró y había que aprovecharlo.
¿Qué pensé cuando lo atajó el arquero? Nada en especial, en realidad en esas ocasiones uno sólo putea y sigue para adelante. Sabía que mis jugadores no iban a aflojar ni se caerían anímicamente. Escuché y leí por ahí algunas críticas a Enzo, pero él fue muy importante para nosotros. Participó tirando el centro en la jugada del primer gol, después puso un par de pases muy precisos, y casi convierte en ese remate del segundo tiempo que le desvió el arquero Roger en una atajada espectacular...
Repasando el primer tiempo en algunas imágenes televisivas, confirmé que River tuvo varias llegadas claras. Además del penal, hubo un remate de Gallardo que se fue al lado del palo y creo que también uno de Salas. ¿Por qué San Pablo impresionó mejor en el Monumental? Porque tuvieron más espacio para jugar. Aquí nosotros salimos a buscar el partido desde el primer minuto y eso les dio mayor libertad. Allá en el Morumbí, en cambio, nosotros nos cerramos bien, nos cuidamos más en defensa y no nos pudieron romper nunca.
Cuando terminó el primer tiempo y todavía estábamos 0-0, no me fui preocupado al vestuario. Lo digo con sinceridad. De todos modos, tenía en claro que debía remarcar algunas cosas del equipo para el complemento. Les dije a los jugadores que debíamos hacer más hincapié en ganarles la espalda a los laterales de ellos, que subían al ataque, y triangular mucho cuando estuviéramos cerca del vértice del área, que es un arma nuestra muy desequilibrante.
Estaba seguro de que así podríamos llegar al gol, y se cumplió. El primero de Salas llegó luego de una típica jugada nuestra y del centro de Francescoli.
El golazo de Salas me convenció de que seríamos campeones. Corrí a abrazarme con todos y la verdad que no me acuerdo con quién lo hice. En esos instantes podés terminar abrazado con cualquiera, hasta con un policía...
Esta vez el pitazo final no lo viví como un desahogo, sino como una continuidad de la alegría que tenía. Por eso digo que ésta es la Copa que más gocé, y hago la diferencia con la Libertadores. Apenas terminó el partido, me abracé con Emiliano, mi hijo mayor, que es fanático de River, y pensé en mi esposa Mirta, en mi otro hijo Michael y en mi mamá Nélida, a quien le decimos Juanita, que se vino desde La Rioja para ver el partido. Todos estaban en la platea y estoy seguro de que lo vivieron con tanta felicidad como yo. Ellos son los que más cerca están de uno en los momentos duros y por eso también son a quienes uno más agradece en los momentos de triunfo.
También pensé en los jugadores, que fueron muy generosos en su esfuerzo y en los últimos días aguantaron concentraciones interminables. No puedo negar que terminé bailando el “Pe/peee/pe/pe/pe, pe/peee/pe/pe/pe” con Diego Korol, de VideoMatch, pero se lo había prometido porque estuvo con nosotros en todos los viajes y conmigo siempre fue muy respetuoso.
¿Cómo fue mi festejo personal? Muy sencillo. Los jugadores se fueron a un restaurante llamado La Diosa, pero yo preferí ir con mi familia y Omar Labruna y la suya a comer un bife a Happening en la Costanera, muy tranquilos y muy felices. Me fui a acostar como a las cinco de la mañana y dormí como un rey hasta el mediodía. Felíz porque River había ganado como yo quería y porque estábamos haciendo historia. El jueves me desperté al mediodía y ahí la alegría ya fue total. Por el triunfo y porque a esa hora llegaba la parte del festejo que a mí más me gusta. Las empanadas riojanas que prepara mi vieja. Me comí como media docena y me fui feliz a entrenar pensando en el domingo. Mi vieja me prometió que, si ganábamos, me preparaba otra docena antes de regresar a La Rioja.
Producción: Gonzalo Abascal
Fotos: Aldo Abaca, Gerardo Horovitz, Alejandro Del Bosco, Alejandro Pagni, Juan José Bruzza, Rodolfo Solari, Ángel Juárez, Daniel González, Juan Mabromata, Alberto Raggio, Norberto González, Alejandro Mezza, Adrián Díaz, Carlos Brigo.