Las Crónicas de El Gráfico

1937. Los peloduros

Por Félix Frascara. El box, el fútbol, el atletismo, la natación, todos los deportes han tenido y tienen grandes figuras de sangre india. En esta nota va una cita para varias de las más destacadas.

Por Redacción EG ·

23 de abril de 2020

Es posible que no todos sean "peloduro". En todo caso han de ser parientes cercanos... Además, para el título es preciso buscar un denominador común. Hace años — no más de seis — tuvimos un recuerdo para el aporte que la raza negra había dado al boxeo porteño. Desde aquel mismo momento — casi sin que nosotros mismos lo advirtiéramos — contraíamos un compromiso con otra raza, con una raza más nuestra, más sudamericana; con una raza que ha dado muchas y buenas figuras, no sólo al box, sino a todos los deportes: la raza india.

 

Imagen ALBERTO ICOCHEA
ALBERTO ICOCHEA
 

Descendientes de aquellos primeros pobladores del suelo americano, en parte desvirtuados algunos de ellos por tal o cual intromisión de sangres distintas en el árbol genealógico, pero conservando siempre las características más salientes del indio, han llegado hasta nuestros días y el deporte les brindó oportunidad para que demostraran la certeza de ese ascendiente. Y se les ha visto en el ring, en la pista, en las canchas o en el agua, exponiendo las virtudes tradicionales de la raza: extraordinaria resistencia física, coraje para la lucha, astucia y discreción.

SABER CALLAR...

Esto no pretende ser, naturalmente, un ensayo de estudio psicológico. El que se interese por las modalidades de los indios ha de encontrar muchas obras completas y valiosas. Lo que sucede es que al hablar de las virtudes tradicionales me olvidé un ratito de que no soy más que cronista deportivo y me puse a pensar en los dos aspectos más destacados de estos muchachos de sangre india, y aun en los que tienen alguna mezcla: la resistencia física y la discreción. Verá el lector que ninguno de los hombres que, a manera de ejemplos, voy a citar en el curso de esta nota ha sido fácil presa de la fatiga, sino todo lo contrario; y comprobarán, además, que ninguno de ellos fue o es un charlatán. Antes, al contrario: se les ve reconcentrados, huraños, aparentemente cohibidos. Pero en casi todos los casos, si no en todos, ese silencio es una manera de su carácter: síntoma de astucia, don de observación, de discreción. A uno de estos "peloduro" podría adjudicársele aquella acertada frase:

—Lo poco que sé lo aprendí escuchando...

 

Imagen Anita Lizana 1938
Anita Lizana 1938
 

 

  

SI NO LO SON...

Prácticamente imposible me resulta acordarme de todos los deportistas con entroncamiento de indios que han actuado en Buenos Aires, argentinos o no. Por eso digo que los que citaré son ejemplos, porque no puedo correr el riesgo de intentar una nómina completa. Y si alguno de los que nombro son indios más en apariencia que en la realidad, podrá disculpárseme porque es indicio de que algo de "peloduro" tienen, aunque sólo sea la presencia. Y ya que estamos en esto, y puesto que vengo hablando en serio desde hace un ratito, cabría aquí un asomo de amenidad. Es costumbre ya aceptada que cuando en un relato hablamos de una reacción violenta, digamos a propósito de ella:

—Iba mal, pero en una de esas surgió el indio que llevo adentro y...

Las más de las veces, la cita no viene a qué. Un ejemplo fresquito lo recogí días pasados. Estaba conversando con el tennis-man Héctor Cattaruzza a propósito de su magnífico triunfo sobre el japonés Jiro Fujikura, y recordando que el nipón lo había tenido mal en el tercer set me decía Catta:

—¡Imagínate el alegrón que me pegué! Yo ya estaba, como quien dice, en "la pichonera", cuando se me subió el indio a 13 cabeza...

No pude retener una carcajada.

Y no era para menos. ¿Imaginan ustedes que tenga algo de indio este muchacho que se llama Cattaruzza, con dos "t" y dos "z"?

 

LENCINA, SUÁREZ…

Quizá sea el boxeo el deporte donde han figurado en mayor número los "peloduro". En el cuadro local podemos citar dos nombres que son dos extremos, dos exponentes de épocas distintas y de una misma modalidad: en el pasado Juan Lencina, indio legítimo, tanto que no podía nombrársele de otra manera. Para todo el mundo era y es "el indio Lencina". En el momento actual, otro muchacho de inconfundible aspecto indígena: Francisco Suárez, santiagueño de varias generaciones. Auténticamente duro el pelo; sintomáticamente retraído el carácter. De Lencina me ocupé hace poco tiempo, cuando quise saber qué hacían ahora alguno, boxeadores de antes. Está en la mala el indio... Se le ve por el bajo Belgrano, muchas veces hablando solo, siempre con una reserva de optimismo que a primera vista parece imposible. Está lejana ya la época de los aplausos. Se apagaron los últimos ecos. El indio Lencina tiene ya treinta y tres años, pero parece que hubiera vivido muchos más. Sus peleas con D'Agostino, con Barbará, con Aldrovandi, con Jacobo Stern, cuando era aficionado, ¿quiénes las recuerdan? Unos pocos no más. Apenas si de tarde en tarde hay una mención para aquel impresionante y estéril derroche de guapeza que Lencina hizo frente al italiano Bernasconi. Guapeza... o aguante. E

l indio fue aquella noche una máquina receptora de golpes. El recuerdo es amargo y si se le menciona como elogio es porque el tiempo alcanza a embellecer lo desagradable. Lo cierto, lo duramente cierto, es que en ese mismo bajo Belgrano por donde ahora ambula, pudo tener el indio Lencina otro destino: pudo haber seguido como peón de stud, luego como jockey... ¡Quién sabe adónde hubiera llegado! El de ahora, el santiagueño Francisco Suárez, es de otro temple. Guapo, pero sin gasto inútil. Sabe que tiene reserva para cuando las papas quemen y, entretanto, avanza con calma, busca el golpe, lo manda con todo... Al público le gustan mucho los peleadores instintivos, pero las trompadas no las recibe el público...

 

Imagen Cuatro de aquellos cinco bravos, “peloduro” que en 1928 revolucionaron el fútbol criollo. Son Nazareno Luna, José Díaz, Ramón Luna y Luis Díaz.
Cuatro de aquellos cinco bravos, “peloduro” que en 1928 revolucionaron el fútbol criollo. Son Nazareno Luna, José Díaz, Ramón Luna y Luis Díaz.
 

Vino para jugar fútbol siguiendo las huellas de sus comprovincianos; iba a probarse en Platense y se probó en Chacarita. No llegó a un arreglo. Pensó en volver al terruño, pero la casualidad le desvió la ruta. Una tarde pasó por el Club Los que Triunfan, entró y desde ese momento quedó trazado un nuevo camino para él. Como buen indio habla poco y cuando lo hace es para tomarse el pelo a sí mismo; tiene el cabello tan robusto que un tercero no se lo podría tomar...

—Iba a jugar al fútbol y salí siendo boxeador. El asunto era romperme algo: en el fútbol las piernas, en el boxeo la nariz...

Indio puro, hasta con las actitudes misteriosas en que nos presentan las ilustraciones a los coyas, es el tucumano Arturo Monasterio, peleador y corajudo. Las recibe todas, saluda y sigue para adelante con los dos brazos en función. Nadie le conoce el timbre de voz. Cuando va a pelear, está listo un rato antes de que termine el match anterior al suyo; entonces, bien enfundado bajo su robe de chambre, se va al rincón más apartado del vestuario y allí se aísla por completo, cruza los brazos y esconde la cabeza entre los hombros. Es una esfinge.

 

Imagen FRANCISCO SUAREZ
FRANCISCO SUAREZ
 

CHILE

Podría citar a los hermanos Liegard, Carlos y Víctor, profesionales que actuaron hasta hace poco, de inconfundible ascendencia indígena, y hasta — accediendo a un pedido del interesado — a José Suárez Franco, que según dice él mismo es indio, pero yo no le creo...

El país que nos ha enviado "peloduros" de méritos que se han lucido en nuestros cuadrados es Chile. Recordemos a Abelardo Hevia, protagonista de peleas memorables en las que hizo alarde de su resistencia inagotable, resistencia que aún hoy está demostrando, porque todavía aparece, de tarde en tarde, en los rings de Lima, donde se ha radicado. Evoquemos la figura del excelente peso mosca Humberto Guzmán, indiecito bravo, buen boxeador y corajudo a la vez. A Carlos Uzabeaga, que todavía hace poco hizo una escapada a Buenos Aires. Todos ellos eran "peloduros", tenían en sus venas sangre india. Como Contreras, Víctor Contreras, también chileno, de quien me estaba olvidando. Contreras era un hombre de vida interesante. Nunca había pensado en ser boxeador. En Chile cayó enfermo de cierta gravedad y tuvieron que internarlo en un hospital. El destino quiso que Contreras fuese destinado a una sala en la que había un enfermero que trataba con brutalidad a los pacientes. Contreras no podía soportar esos abusos. Esperó, pacientemente, hasta que estuvo otra vez sano, fuerte. Entonces, un día en que el enfermero quiso hacer una más de sus brutalidades, el "enfermo" se le encaró resueltamente y se trabaron en riña. Contreras le pegó al adversario una paliza soberana.

 

Imagen IRENEO LEGUISAMO
IRENEO LEGUISAMO
 

 

Y fueron los otros enfermos, los compañeros de tantos vejámenes, quienes lo instaron a Contreras para que se dedicara al box. Y así fue. No lo distinguió el buen estilo, sino su instinto de peleador. Poseía un don especial: el del equilibrio. Maltrecho, groggy, vencido, Contreras no caía. Y avanzaba siempre, sacando valentía de su inconsciencia. Así empató con Kid Charol. Aunque de apellido vasco, otro chileno, Estanislao Loayas descendía de indios por la rama materna. Desciende, mejor dicho, puesto que se ha radicado en Estados Unidos y allá hace ahora de entrenador. Su presencia, además, lo denunciaba de inmediato como "peloduro". El Tani — pupilo del querido viejo don Luis Bmey — empezó peleando en Iquique, su barrio, a diez pesos chilenos por pelea y culminó su campaña en Nueva York llegando a percibir quince mil dólares en un solo match. Hasta contra el campeón del mundo peleó el indiecito chileno. De sus comienzos hay una anécdota que verdaderamente vale la pena recordar. Cuando empezó a boxear debió hacerlo contra el deseo de la madre. La buena señora no quería que su hijo afrontara una profesión tan ruda, pero Loayza ya se había marcado el derrotero a seguir. Hizo sus primeros matches en Iquique. Siempre con el temor de que la madre le impusiera la renuncia, o quizá. también por evitarle a ella la tristeza de verse desobedecida, se cambió el nombre. Fue así como aquellos difíciles combates de la iniciación no los disputó Estanislao Loayza, aino Estanislao Vega. Ese fue el seudónimo adoptado. Vega fue ganando y abriendo cancha a Loayza. Hasta que, ya definitivamente resignada, la madre accedió. Pero antes de acceder le dijo:

"No vayas a suponer que he estado en la luna, ¿eh? Tú, tú mismito eres Estanislao Vega."

¿Y Godoy? ¿No tiene una clara influencia india Godoy? Es indio en su tenacidad, en su vitalidad, en su resistencia. Indio en sus rasgos, en ese rostro de pómulos salientes, y en su conducta, en su moral de verdadero cultor del deporte. Ejemplo de disciplina, se cuida solo. Jamás don Luis Bouey, que fue su manager, tuvo que hacerle una sola observación. Valiente contra Victorio Cámpolo, implacable contra Caráttoli, Godoy tiene aptitudes de triunfador y está en camino de llegar a serlo.

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Peruano de ascendencia indígena era Alberto Icochea, uno de los púgiles de físico más recio. Parecía tallado en piedra. Tenía una mandíbula impresionante, pétrea.

En pelea, su agresividad aumentaba a medida que transcurrían los rounds. A él sí que, en realidad, "el indio sé le subía a la cabeza" y asimilaba los ponches del rival yendo siempre hacia adelante. Su pegada era poderosa y tenía en su haber — o en su debe quizá — una muerte sobre el ring.

 

Imagen JUAN LENCINAS
JUAN LENCINAS
 

De lo recia que era su mandíbula puede dar una idea este recuerdo. Habíamos ido a verlo para reconstruir, mediante fotografías, aquel momento desgraciado en que causó la muerte de un rival, de un muchacho joven a quien sorprendió en un regreso de las cuerdas con un derechazo sobre el corazón. En el campo de training, mientras el fotógrafo preparaba sus elementos, Icochea conversaba con el cronista, y el otro boxeador — de quien no recordamos el nombre, pero si sabemos que era fuerte, morrudo — saltaba haciendo shadow box y pasaba a cada vuelta de frente a nosotros. Pues bien: cada vez q pasaba y como quien hace una travesura descargaba sobre la mandíbula de Icochea su derecha. "iTac!", seca, potente, lo bastante como para dormir a cualquiera. El rudo peruano, en cambio, se concretaba a echar un manotazo como quien espanta u mosca y a decir fastidiado:

—Vamos, deja hablar, hombre, deja de hablar...

EL PAISANO ANIMADA

¿Podría negar alguien la estirpe de indio que aparece en los rasgos del paisano con más claridad casi que en un tatuaje? Son sus ojos, es la expresión de su mirada, su figura ecuestre, su silueta ancha y fuerte; y su astucia, su viveza, su silencio cargado de observaciones y de pensamientos. Todo en él es un retrato del paisano clásico, descendiente de indios. Y lo es, en efecto, Manuel Andrada, por la rama materna. Vasco por parte del padre. Está todo dicho. En uno de los viajes que hizo a Estados Unidos, creo que cuando fue con el Santa Paula, se disfrazó de piel roja y, según nos contaba un compañero suyo, viéndolo junto a un piel roja legítimo parecía que el disfrazado era este último... Indio peloduro, valiente, incansable e inteligente, Manuel Andrada no sólo tiene una personalidad vigorosa, sino que, necesitado de entregar de lleno s energías a lo que se dedique, leus ha inculcado al polo nuestro su propia Personalidad. Y es por eso que, mal que, pese a algunos, en la historia del polo argentino tendrá que aparecer el nombre de Manuel Andrada como el del creador de una escuela que es, virtualmente, la modalidad del polo criollo, impuesta en triunfos mundiales. En silencio, el paisano trabaja; hace obra. Sin estridencias y sin pose. Ha formado grandes jugadores, ha ganado grandes campeonatos. Bromea con los suyos, con los amigos. Para el público, es un hombre que juega y calla. Pero que jugando es un maestro y callando es un ídolo.

 

Imagen LUIS OLIVA
LUIS OLIVA
 

ANITA LIZANA

El silencio es una de las características primordiales de la raza autóctona. Ahí es donde desentona más poderosamente con nuestros colonizadores. Pocos hombres habrá que hablen tanto, que sean tan expansivos como los españoles o los italianos. El nativo, por el contrario, tiene en ese sentido una prudencia sin límites. Me recuerda esto el solo nombre de Anita Lizana, la extraordinaria tenniswoman chilena, orgullo del tennis sudamericano, de este tennis que está a punto de perderla, oficialmente al menos, por culpa de un caballero escocés a quien se le ha ocurrido enamorarse de la bella Anna. (Final o comienzo, previsto...). Ana Lizana es gentil, es sonriente, es amable, pero es callada. Era, por lo menos, hasta hace dos años. Daba la impresión de que en ella alguien había guardado un secreto. Así como es de movediza, de dinámica, de juvenil en el court, todo lo contrario se presentaba en la intimidad. U n verdadero triunfo nos costó conseguir una entrevista y que nos contara algo de su vida. Pero ya que hemos insinuado algunas cualidades que para nosotros — más europeizados — no resultan ideales, digamos también que — trazando en este sentido un paralelo racial con Andrada — la gran raquetista habla poco, pero dice mucho. Hablando de sus posibilidades, la modestia habría resultado ridícula, tanto como la vanidad; por eso nos agradó la franqueas con que nos dijo, poco antes de irse en este segundo viaje:

—El año 1936 tendré que completar mi aprendizaje; espero que recién en 1937 haré algo bueno.

Y está cumpliendo.

 

Imagen ANDRADA
ANDRADA
 

FUTBOLERS

¡Los "peloduro" en el fútbol! Imagine el lector que si yo pretendiera citarlos a todos, esto, en vez de ser un artículo, tomaría todo el aspecto de una guía telefónica. Dentro del fútbol argentino y a partir de 1928 el "peloduro" es una institución. Por lo menos, un constante motivo de discusión todavía no agotada. Por un lado, quienes los ensalzan incondicionalmente, atribuyéndoles el mérito de una beneficiosa modificación dentro de las cualidades del fútbol nuestro. Por otro lado, quienes niegan con la misma firmeza tales virtudes y las truenan en defectos. Aquí, en El Gráfico, nos hemos ocupado varias vocea de ese pleito provocado, en su origen, por el magnífico triunfo que en 1928 lograra el team de los "peloduro" santiagueños en el campeonato argentino. En principio, aceptamos que todos los extremos son malos y que, por lo tanto, lo más sensato es pensar que la influencia del fútbol chacarero no ha sido ni tan feliz ni tan nefasta. Hay algo que no puede negarse y es que ellos, los "peloduro", dieron velocidad y eficacia al ataque. Antes veíamos grandes partidos que terminaban 1 a 0, o 0 a 0, o cuando, más 2 a 1. Convengamos en que ahora esos aceres son muy poco frecuentes. Y esto ha de ser, en parte, porque al ritmo en que juegan los Forwards no pueden las defensas organizar su labor.

Fútbol positivista: el rechazo en la zaga y la atropellada en la delantera. Eso han hecho, en resumen, los "peloduro". Y dentro de esa modalidad han impuesto figuras, muchas figuras.

 

Imagen MANUEL ABREGU
MANUEL ABREGU
 

Desde aquellos cracks del 28, entre los que sobresalieron Segundo Luna y Luis Díaz, pasando por los sucesivos — Teófilo Juárez, Marcial Morase, Segundo Ibáñez, etc., etc. — Santiago del Estero estableció una constante comunicación futbolística con Buenos Aires. Y a ella se unieron las otras provincias — Tucumán, especialmente — hasta dotarnos de una colección de "peloduros" que hacen imposible el detalle, pero que por lo menos permiten hacer justicia y reconocer que las cualidades de los indios santiagueños y tucumanos sirvieron, en más de una ocasión, para levantar el espíritu de cuadros nacionales. Y no cerremos el capítulo futbolístico sin tener una mención de honor para quien fue uno de los primeros, el no el primero, entre los hombres con evidente ascendencia india que hubo en el fútbol nuestro. Hablo de un rosarino: del recio, del poderoso e infranqueable Zenón Díaz.

 

Imagen MANUEL PLAZA
MANUEL PLAZA
 

MANUEL PLAZA v LOS NUESTROS

El cansancio es artículo desconocido para el indio. Lo advertirá el lector fácilmente, como lo descubrimos nosotros desde que empezamos a preparar esta nota: todos los hombres que hemos citado — y también la única mujer — han sido y son de una maravillosa resistencia física. Es más: parece que nacieran ya con el destino marcado, impuesto nos sus características naturales. la iniciativa no les pertenece siempre, la rapidez, la fuerza avasalladora tampoco. Pero sí es de ellos el aguante hecho defensa, la tenacidad que se torna en fuerza con el tiempo, la esperanza, esa especie de fe en las propias virtudes que les da ánimo para luchar sin descanso, sin quebrantas. En el atletismo, la mayoría de los "peloduro" han sido fondistas. Creo que la totalidad. Recordemos al más destacado de todos ellos en Sud América: Manuel Plaza, el notable maratonista chileno. Ya no era joven cuando todavía figuraba en el primer plano, poseedor de una vitalidad realmente asombrosa. Como en el boxeo, Chile se destaca también en el pedestrismo por la bondad de sus representantes de sangre india: junto al de Plaza citemos los nombres de Salines y de Alarcón. ¿A quiénes tenemos nosotros, para enfrentarlos en la mención racial? Acaso yendo por el ledo de Córdoba encontraremos a Luis Oliva, el maratonista de Berlín, "peloduro" legítimo: y a Roger Ceballos, que de pibe apedreaba a los trenes con la clásica puntería cordobesa y que de grande ha resultado magnífico fondista, como lo probó en Brasil cuando derrotó a Iso Hollo y a Zabalita, más arriba, en Tucumán, Humberto Delgado... ¿Y Ciccarelli? Pese al apellido y a sus pintorescas inclinaciones teatrales, tenía bastante de "peloduro" este rico tipo del atletismo, campeón de cross country y famoso intérprete de las tragedias griegas.

 

Imagen ROMEO MACIEL
ROMEO MACIEL
 

AL PASAR

Deportes hay para los cuales parece que el indio no sintiera inclinación, o no tuviera aptitudes. Tal el automovilismo, o el tenis. Porque, ¿podrá ser "peloduro" Alejo Russell, pese a su aspecto, con ese apellido? En natación... ¡Sí! En natación hay, o mejor dicho hubo, un hombre: Romeo Maciel. No tenía las características del indio 100X100, pero alguna ascendencia de ese origen habla en él, inconfundiblemente.

Y la evidencia de esto la hallamos en un detalle sintomático: también él fue de resistencia. Fue directamente hacia las empresas de distancia de permanencia. El Río de la Plata y el Canal de la Mancha fueron sus ambiciones mayores. Pasó su momento y, calladamente, modestamente, el correntino se retiró del escenario con la misma sencillez con que por él había avanzado.