Las Crónicas de El Gráfico

2001. La tierra de oro

El sur de Córdoba y de Santa Fe fue la cantera de muchos jugadores que supieron triunfar en el fútbol argentino. Desde Ruggeri hasta Pablo Aimar, centenares de jugadores nacidos en estas latitudes hicieron sus primeros pasos en los clubes de sus pueblos.

Por Redacción EG ·

27 de marzo de 2019

¨Mucha­chos, creo que he en­con­tra­do una mi­na de oro¨. Ja­mes Mars­hall era un car­pin­te­ro de la ciu­dad de Nueva Yer­sey que bus­ca­ba suer­te en los már­ge­nes del río Ame­ri­ca­no en Al­ta Ca­li­for­nia, Mé­xi­co. El hom­bre, ca­si sin dar­se cuen­ta, cam­bia­ría el cur­so de la eco­no­mía de Amé­ri­ca del Nor­te. Dos años des­pués, aque­lla pro­vin­cia me­xi­ca­na fue con­ver­ti­da a la fuer­za en un es­ta­do más de los Es­ta­dos Uni­dos.

Du­ran­te años la fie­bre del oro lle­vó a ca­pi­ta­lis­tas, po­lí­ti­cos, car­pin­te­ros y gen­te de to­da cla­se so­cial a la lu­cha fe­roz por en­con­trar su por­ción de aquel oro. El que sig­ni­fi­ca­ba la sal­va­ción pa­ra el res­to de sus vi­das.

His­to­rias co­mo las de Ca­li­for­nia se re­pi­ten in­ce­san­te­men­te a tra­vés del glo­bo te­rrá­queo. Y no só­lo ha­blan­do de oro si­no del opor­tu­nis­mo y la exa­cer­ba­ción por aque­llo nue­vo y ju­go­so pa­ra el mun­do de los ne­go­cios.

Imagen El éxodo es imparable y los pibes bien alimentados le dan y le dan a la pelota. Quieren ser como Ruggeri, como Giusti, como Kempes o como Samuel. Hay ejemplos de sobra de los modelos fuertes y aguerridos que exigen los entrenadores modernos. Cómo los piden en Europa.
El éxodo es imparable y los pibes bien alimentados le dan y le dan a la pelota. Quieren ser como Ruggeri, como Giusti, como Kempes o como Samuel. Hay ejemplos de sobra de los modelos fuertes y aguerridos que exigen los entrenadores modernos. Cómo los piden en Europa.

En la Ar­gen­ti­na exis­te una zo­na don­de han cre­ci­do más de un cen­te­nar de ju­ga­do­res que con el tiem­po pu­die­ron ha­cer en una can­cha de Pri­me­ra aque­llo que apren­die­ron en los po­tre­ros de su tie­rra. A fi­nes de los 80, la mi­ra de los bus­ca­do­res de ta­len­to apun­tó per­ma­nen­te­men­te a un lu­gar de grin­gos fuer­tes, de bue­na olla y bue­na san­gre. Así, rá­pi­da­men­te, se for­mó la fi­la de quie­nes bus­ca­ban opor­tu­ni­da­des en las gran­des ciu­da­des. Cuan­do lle­ga­ron los triun­fos de los pri­me­ros chi­cos, los ca­zata­len­tos (aho­ra trans­for­ma­dos en in­for­man­tes pa­gos de los clu­bes) mar­cha­ron en bus­ca de más, con­vir­tién­do­se en una ca­de­na que con­ti­núa en nues­tros días. To­dos van a la tie­rra de oro.

Qui­zás al­gún día la his­to­ria di­rá que to­do em­pe­zó con Os­car Rug­ge­ri. Pa­ra otros el pio­ne­ro fue Ma­rio Kem­pes. La po­lé­mi­ca es me­nor. Sea cual fuere el hom­bre que des­per­tó la cu­rio­si­dad por sa­ber de dón­de ve­nían es­tos ju­ga­do­res pu­ra fuer­za, ya no es más un se­cre­to del fút­bol que en el sur de San­ta Fe y sur de Cór­do­ba hay una co­se­cha a lar­go pla­zo.

De pe­que­ño, Rug­ge­ri se for­mó en los cam­pos de su pa­dre Na­ta­lio jun­to con sus her­ma­nos. Co­rría tras la pe­lo­ta que tan­to lo apa­sio­na­ba. “Cuan­do sea gran­de voy a ju­gar en Bo­ca”, re­pe­tía cons­tan­te­men­te el Ca­be­zón. Lo cier­to es que su for­ta­le­za fí­si­ca fue la que  lo ayu­dó a con­se­guir su lu­gar en el fút­bol gran­de. A los 7 años ju­ga­ba en El Co­rra­len­se y Bo­ca fue de vi­si­ta  a su pue­blo pa­ra ju­gar un amis­to­so con­tra el equi­po de Co­rral de Bus­tos. Rug­ge­ri se es­ca­pó al ho­tel en que se alo­ja­ban sus ído­los y mien­tras Ro­ber­to Mou­zo le fir­ma­ba un au­tó­gra­fo, el pi­be le ase­gu­ró: “Yo voy a ju­gar en Bo­ca”. Mou­zo, mi­tad en bro­ma, mi­tad en se­rio, le di­jo que los fue­ra a vi­si­tar cuan­do pa­sa­ra por Bue­nos Ai­res. Y Rug­ge­ri lo to­mó al pie de la le­tra. A los 17 se pro­bó en Cen­tral y sor­pren­dió rá­pi­da­men­te por su con­tex­tu­ra fí­si­ca y la se­gu­ri­dad que te­nía pa­ra ju­gar. Le di­je­ron que vol­vie­ra pe­ro su ob­se­sión por Bo­ca pu­do más. Jun­to con Ser­gio Gen­na­ro (otro ex Bo­ca oriun­do de esa ciu­dad) par­tie­ron pa­ra La Can­de­la y po­cos días des­pués ya for­ma­ban par­te de las in­fe­rio­res bo­quen­ses.

 

Imagen Oscar Alfredo Ruggeri.
Oscar Alfredo Ruggeri.
 

La lis­ta que lo si­guió su­pe­ra los 140 ju­ga­do­res. Los nom­bres más re­so­nan­tes son los de Abel Bal­bo, Fer­nan­do Gam­boa, Pa­blo Ai­mar, Mar­tín Car­det­ti, Mau­ri­cio Pe­lle­gri­no, En­ri­que Hra­bi­na, Clau­dio Ar­ze­no, Mi­guel An­gel Lu­due­ña, Leo­nar­do Bia­gi­ni, Ser­gio Ber­ti, Wal­ter Sa­muel, Leo­nar­do Ma­de­lón, etc. Sal­vo ex­cep­cio­nes co­mo la de Ai­mar y Car­det­ti, la ma­yo­ría son ju­ga­do­res de gran por­te y que ba­san su jue­go en lo fí­si­co. “Aquí son to­dos grin­gos. No hay que ol­vi­dar­se que en nues­tro pue­blo te­ne­mos to­do: que­so, dul­ce, le­che, car­ne. To­do cru­do y sin ali­men­tos ra­ros. Di­rec­to del cam­po a la bo­ca. Ése es el se­cre­to”, ase­gu­ra Mi­guel An­gel Lu­due­ña.

 

Imagen Pablo César Aimar.
Pablo César Aimar.
 

Ma­rio Cuen­ca es el ac­tual ar­que­ro de Ta­lle­res y ase­gu­ra que en su Río Cuar­to na­tal nun­ca vio a na­die mo­rir­se de ham­bre: “Ja­más vi que fal­ta­ra co­mi­da. La va­rie­dad de ali­men­tos que hay es mu­cha y se co­me to­do lo ela­bo­ra­do di­rec­ta­men­te en el pue­blo”. Cuen­ca se crió en los cam­pos de su pa­dre co­mien­do, en­tre otras co­sas, las mi­la­ne­sas de so­ja que en su opi­nión “no son las del su­per­mer­ca­do que pa­san por mil tra­ta­mien­tos. En de­fi­ni­ti­va, en los pue­blos se con­si­guen los pro­duc­tos que en Bue­nos Ai­res só­lo los con­se­guís en­va­sa­dos”.

Un lu­gar en el mun­do

Las cua­tro ciu­da­des en las que se for­ma el mar­co del ma­pa do­ra­do son Vi­lla Ma­ría, Río Cuar­to, Vi­lla Cons­ti­tu­ción y Ve­na­do Tuer­to. Pa­ra en­con­trar la ex­pli­ca­ción al por­qué del sur­gi­mien­to de tan­tos ju­ga­do­res hay que re­fe­rir­se a la mis­ma tie­rra. “Por lo ge­ne­ral, en otros lu­ga­res del país los chi­cos es­tán acos­tum­bra­dos a co­mer co­mi­da ela­bo­ra­da y así se pier­den mu­cho las pro­teí­nas. En cam­bio, es­tos chi­cos co­men co­mi­das ca­se­ras por­que en las ca­sas has­ta sue­len te­ner cul­ti­vos y así in­gie­ren una can­ti­dad im­por­tan­te de vi­ta­mi­nas y pro­teí­nas”, ex­pli­ca la nu­tri­cio­nis­ta cor­do­be­sa Su­sa­na Ci­ne­lli. Ed­gar­do Ster­ne­ri, di­rec­tor de las di­vi­sio­nes in­fe­rio­res del club Ri­be­ras del Pa­ra­ná, agre­ga: “Pe­se a la cri­sis, en es­ta zo­na el que se mue­re de ham­bre es por­que quie­re”.

“Es­tos chi­cos se ban­can cual­quier en­tre­na­mien­to. Tie­nen una res­pues­ta fí­si­ca que no tie­nen los chi­cos de otros lu­ga­res. Ha­ce po­co es­tu­ve por Tu­cu­mán y hay muy bue­nos ju­ga­do­res pe­ro no res­pon­den cuan­do se los exi­ge fí­si­ca­men­te. Tie­nen 14 años y el fí­si­co no les da, no les res­pon­de por­que no tie­nen la ba­se”, ase­gu­ra Ma­rio Cuc­cio­let­ta, quien tra­ba­ja con los chi­cos de Atlé­ti­co Em­pal­me, club de Em­pal­me Vi­lla Cons­ti­tu­ción.

Imagen Orillas del Paraná. Gringos y morochos tienen potrero de sobra. Del departamento Constitución salieron Balbo, Sergio y Alfredo Berti.
Orillas del Paraná. Gringos y morochos tienen potrero de sobra. Del departamento Constitución salieron Balbo, Sergio y Alfredo Berti.

¿Es só­lo la co­mi­da el se­cre­to de es­te pa­raí­so pa­ra los in­ter­me­dia­rios? Des­de ya la Or­ga­ni­za­ción Mun­dial de la Sa­lud ase­gu­ra que el te­ner una bue­na y nu­tri­da ali­men­ta­ción des­de chi­co me­jo­ra la ta­lla fí­si­ca y la ca­pa­ci­dad men­tal del in­di­vi­duo. Pe­ro hay más: “El rit­mo de vi­da que lle­van los ayu­da mu­cho –ex­pli­ca la nu­tri­cio­nis­ta Ci­ne­lli–. Hay que en­ten­der que en las ciu­da­des den­sa­men­te po­bla­das, los chi­cos cre­cen con un mí­ni­mo de es­trés y eso de­te­rio­ra el or­ga­nis­mo len­ta y pau­la­ti­na­men­te. En cam­bio, es­tos chi­cos lle­van otro rit­mo de vi­da que les per­mi­te elu­dir el es­trés y for­mar­se más fuer­tes, fí­si­ca y men­tal­men­te. Ade­más, no hay que ol­vi­dar­se que prac­ti­can mu­chos de­por­tes y vi­ven con­ti­nua­men­te ha­cien­do ejer­ci­cios. La ma­má no los lle­va en au­to a la es­cue­la. Por eso la bi­ci­cle­ta se trans­for­ma en su me­dio de trans­por­te de chi­cos y les per­mi­te es­tar con­ti­nua­men­te ha­cien­do ejer­ci­cio. Y en cuan­to a la in­te­li­gen­cia, la tran­qui­li­dad con la que vi­ven les per­mi­te te­ner un gra­do de con­cen­tra­ción muy dis­tin­to al que se da en las ciu­da­des don­de los chi­cos es­tán con­ti­nua­men­te de­sa­ten­tos. Y esa con­cen­tra­ción les per­mi­te de­sa­rro­llar­se en la cancha con una ma­yor ca­pa­ci­dad”.

En esa zo­na la es­co­la­ri­dad es muy al­ta. Pe­se a la de­ser­ción que  ha gol­pea­do al país en los úl­ti­mos años (es­pe­cial­men­te en los co­le­gios se­cun­da­rios), la pri­ma­ria es ca­si re­li­gio­sa por aque­llos la­dos. La es­cue­la es una as­pi­ra­ción y no una obli­ga­ción de­bi­do a la tra­di­ción que lle­gó por me­dio de los in­mi­gran­tes ita­lia­nos y que, gran par­te de la zo­na, to­mó co­mo pro­pia.

Ro­sa­rio es la ciu­dad de la Ar­gen­ti­na con ma­yor can­ti­dad de in­mi­gran­tes ita­lia­nos. Ellos se tras­la­da­ron len­ta­men­te al sur de la pro­vin­cia y crea­ron co­mu­ni­da­des que sur­gie­ron de la mez­cla de ita­lia­nos, es­pa­ño­les, yu­gos­la­vos, po­la­cos y ucra­nia­nos. El re­sul­ta­do fue al­go así co­mo un eu­ro­peo ma­de in Amé­ri­ca.

 

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Y es la ca­rac­te­rís­ti­ca de es­tas ra­zas la que le dio vi­da a un ti­po de  ju­ga­do­res que tan­to re­cla­man los clu­bes del nue­vo si­glo y del nue­vo fút­bol: for­ta­le­za fí­si­ca su­ma­da al ta­len­to in­na­to que aún que­da en los po­tre­ros de la zo­na. Por eso los chi­cos tie­nen un de­sa­rro­llo asis­te­má­ti­co. No ne­ce­si­tan ir a una es­cue­la de fút­bol. Apren­den so­los en las pe­que­ñas por­cio­nes de tie­rra hú­me­da don­de la pe­lo­ta no sue­le pi­car mu­cho.

“Ge­ne­ral­men­te los ju­ga­do­res ha­bi­li­do­sos sur­gen de las vi­llas y es­tán mal ali­men­ta­dos –agre­ga Lu­due­ña, na­ci­do en Vi­lla Ma­ría –. Acá jue­gan tam­bién en los po­tre­ros pe­ro tie­nen una ba­se ali­men­ti­cia im­pre­sio­nan­te. Si co­me­mos asa­do por lo me­nos tres ve­ces por se­ma­na.”

Lle­gan los pi­bes

En­tre 1986 y 1989 la Li­ga Re­gio­nal del Sud –fun­da­da en 1930 con asien­to en Vi­lla Cons­ti­tu­ción– cre­yó en­con­trar su apo­geo. No  ha­bía ex­plo­ta­do aún la era de los em­pre­sa­rios e in­ter­me­dia­rios. En lu­gar de apos­tar a las in­fe­rio­res, op­ta­ron por la com­pra de fi­gu­ras de las li­gas del In­te­rior con suel­dos más que in­te­re­san­tes de aque­llos tiem­pos. No ha­bía can­cha que con­vo­ca­ra me­nos de mil per­so­nas pa­ra se­guir los clá­si­cos en­tre Ri­be­ras del Pa­ra­ná–Ta­lle­res (el más im­por­tan­te de Vi­lla Cons­ti­tu­ción, ubi­ca­da al sur de Ro­sa­rio) o Atlé­ti­co Em­pal­me–Em­pal­me Cen­tral (el más im­por­tan­te de Em­pal­me Vi­lla Cons­ti­tu­ción, un pue­bli­to que to­mó su nom­bre del des­vío de las vie­jas vías del ex Fe­rro­ca­rril Mi­tre de la ciu­dad ho­mó­ni­ma).

Pe­ro el de­rrum­be eco­nó­mi­co, la cri­sis y la lle­ga­da de la te­le­vi­sa­ción del fút­bol gol­pearon a la Li­ga Re­gio­nal del Sud y a otras li­gas de la Tie­rra de Oro. Em­pe­za­ba en­ton­ces una ago­nía de la que aún se re­cu­pe­ran. Lle­ga­ba el tiem­po de pen­sar en las in­fe­rio­res y los clu­bes se trans­for­ma­ron en pro­duc­to­res. Atlé­ti­co Em­pal­me fue el pri­me­ro en ar­mar es­ta es­truc­tu­ra y se lle­nó de tí­tu­los a ni­vel lo­cal ju­gan­do con sus pi­bes.

Con es­ta nue­va mo­da­li­dad, el sue­ño de esos chi­cos por ju­gar en el fút­bol gran­de acen­tuó no­ta­ble­men­te el éxo­do. Y fue cre­cien­do tan brus­ca­men­te que ac­tual­men­te ca­si to­dos los clu­bes de la zo­na tie­nen acuer­dos con clu­bes de Pri­me­ra pa­ra ven­der­les a las pró­xi­mas fi­gu­ras del fút­bol.

“An­tes, los clu­bes de Ro­sa­rio nos ali­men­tá­ba­mos mu­cho de los ju­ga­do­res de esa zo­na pe­ro aho­ra los van a bus­car di­rec­ta­men­te los clu­bes gran­des de la Ca­pi­tal –cuen­ta Án­gel Tu­lio Zof, ex téc­ni­co de Cen­tral y ac­tual co­la­bo­ra­dor en las in­fe­rio­res de ese club–. Ha­ce un tiem­po, los  pi­bes de allá ve­nían so­los a pro­bar­se. Igual­men­te man­te­ne­mos una pe­que­ña ven­ta­ja con res­pec­to a los clu­bes gran­des por­que cuan­do tie­nen 13 o 14 años la fa­mi­lia pre­fie­re que ven­gan a Ro­sa­rio, que es­tá más cer­ca y que es una ciu­dad en la que se sien­ten más se­gu­ros. He re­co­rri­do ha­ce po­co mu­chos pue­blos de aque­lla­ zo­na  en bus­ca de ju­ga­do­res y cuan­do lle­gás re­sul­ta que ya es­tu­vie­ron los re­pre­sen­tan­tes de los gran­des.”

Ser­gio Ber­ti na­ció en Em­pal­me Vi­lla Cons­ti­tu­ción y ase­gu­ra que uno de los pun­tos fuer­tes pa­ra que sal­gan tan­tos chi­cos es que se tra­ba­ja muy bien en in­fe­rio­res: “Se ha­ce un tra­ba­jo con el chi­co des­de los 7 años. Eso es muy im­por­tan­te. Y ese tra­ba­jo, su­ma­do a la ali­men­ta­ción va­ria­da, ri­ca y abun­dan­te que los chi­cos tie­nen,  ter­mi­na ge­ne­ran­do ju­ga­do­res fuer­tes y bien do­ta­dos téc­ni­ca­men­te”.

 

Imagen Sergio Berti festeja con sus compañeros de River en 1991.
Sergio Berti festeja con sus compañeros de River en 1991.
 

La ex­plo­sión de la Tie­rra de Oro em­pu­jó a sus pe­que­ños clu­bes a pe­dir mu­cha pla­ta por los chi­cos. Si bien aho­ra sue­na ca­si ló­gi­co, diez años atrás no es­ta­ba en la men­te de es­tas mo­des­tas ins­ti­tu­cio­nes. “An­tes ve­nían a bus­car­los y no que­da­ba na­da en los clu­bes de ori­gen. Nos di­mos cuen­ta de que es­tá­ba­mos equi­vo­ca­dos y co­men­za­mos a pe­dir pla­ta o un 10% de fu­tu­ras trans­fe­ren­cias”, co­men­ta Jor­ge Bian­co, quien tra­ba­ja en la Aca­de­mia Du­chi­ni, asen­ta­da en el de­par­ta­men­to de Vi­lla Cons­ti­tu­ción.

La dis­cu­sión de es­tas nue­vas po­lí­ti­cas lle­vó a que sus di­ri­gen­tes se pre­gun­ta­ran si los chi­cos te­nían que ju­gar des­de tan pe­que­ños en can­chas gran­des o si de­bían te­ner su pa­so pre­vio por el baby fút­bol (can­chas ce­rra­das y me­nor can­ti­dad de ju­ga­do­res). En­tre tan­to de­ba­te, Ta­lle­res, uno de los clu­bes más le­gen­da­rios de Vi­lla Cons­ti­tu­ción, de­ci­dió aban­do­nar la prác­ti­ca del fút­bol re­fle­jan­do los de­sen­cuen­tros  en­tre la po­lí­ti­ca pro­duc­to­ra o la po­lí­ti­ca so­cial del fút­bol.

De­me dos

La ex­plo­sión de la zo­na y la gran can­ti­dad de ju­ga­do­res que emi­gra­ron en bus­ca de su lu­gar en el fút­bol gran­de ge­ne­ra­ron otros pro­ble­mas más allá del sa­queo de los clu­bes lo­ca­les.

“Es­to se ha con­ver­ti­do ca­si en un trá­fi­co de es­cla­vos blan­cos –ex­pli­ca Cuc­cio­let­ta, de Atlé­ti­co Em­pal­me–. Han de­sa­pa­re­ci­do los va­lo­res. Es vir­tual­men­te un pi­ca­de­ro de car­ne. Les re­vo­lo­tean por la ca­be­za a los pi­bes só­lo pa­ra sal­va­rse eco­nó­mi­ca­men­te. An­tes los clu­bes ve­nían y ha­bla­ban con los pa­dres pe­ro és­tos les de­cían que el chi­co te­nía que ter­mi­nar los es­tu­dios. Aho­ra si vie­nen y les di­cen a los pa­dres que se los lle­van a Ugan­da, no tie­nen dra­ma.”

¿A quié­nes se lle­van? Al pa­re­cer no hay una es­pe­cia­li­dad pre­fe­ri­da­. “Ya no son tan se­lec­ti­vos co­mo an­tes. Aho­ra vie­nen y los le­van­tan a pa­la­das –si­gue eno­ja­do Cuc­cio­let­ta– . No les im­por­ta si que­dan en el ca­mi­no. Ha­ce po­co es­tu­vo por acá uno de los tres en­tre­na­do­res de in­fe­rio­res más co­no­ci­dos del fút­bol ar­gen­ti­no y me di­jo mien­tras es­tá­ba­mos vien­do a un chi­co que tie­ne fu­tu­ro: ‘¿Que­rés que yo que­de co­mo un bo­lu­do? Me lo lle­vo sí o sí. Mi­rá si lo de­jo acá y des­pués la rom­pe‘.“

La rea­li­dad  aco­sa a los en­tre­na­do­res cor­do­be­ses y san­ta­fe­si­nos. Un buen día apa­re­ce un bus­ca­dor de ta­len­tos de Bue­nos Ai­res in­ten­ta­ndo lle­var­se a un chi­co. Lo lla­ma­ti­vo es que los bus­can ca­da vez más pe­que­ños. “Los que tie­nen 15 o 16 años pa­re­ce que ya no sir­vie­ran más”, ase­gu­ra Án­gel Tu­lio Zof. El buen hom­bre ofre­ce co­lo­car al jo­ven en la Ca­pi­tal y los pa­dres pre­sio­nan pa­ra re­ti­rar al hi­jo de los re­gis­tros del club del pue­blo. “Te ame­na­zan con pe­gar­te cua­tro ti­ros en la ca­be­za y se lle­van al chi­co”, agre­ga Ster­ne­ri, hom­bre de in­fe­rio­res de Ri­be­ras del Pa­ra­ná.

 

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Los clu­bes un buen día en­con­tra­ron el oro co­mo lo hi­zo el car­pin­te­ro Ro­bert Mars­hall en Ca­li­for­nia. Sin im­por­tar­le cau­sas y con­se­cuen­cias sa­quean per­ma­nen­te­men­te apro­ve­chán­do­se de las ri­que­zas de la tie­rra del sur de Cór­do­ba y San­ta Fe en bus­ca de la es­tre­lla que tam­bién les dé pres­ti­gio. Y la ma­te­ria pri­ma que siem­pre ca­rac­te­ri­zó a la zo­na si­gue vi­gen­te y son los mis­mos ju­ga­do­res los que sue­ñan con cru­zar lo más rá­pi­da­men­te po­si­ble esas mis­mas fron­te­ras que los vie­ron na­cer. Un sue­ño que se­gu­ra­men­te se con­cre­ta­rá en mu­chos ca­sos gra­cias a las vir­tu­des que esa mis­ma tie­rra les pro­vee. En de­fi­ni­ti­va, un sue­ño que en el ca­mi­no los pon­drá fren­te a unos cuan­tos in­te­re­sa­dos en lle­var­se al me­nos una pe­pi­ta

Para todos los gustos

Ciudades, pueblos y pueblitos. De todas partes salieron arqueros, defensores, volantes y delanteros. Ésta es la lista de los principales jugadores que nacieron en una de las zonas más fecundas para el fútbol argentino.

La Tie­rra de Oro abarca parte del sur de San­ta Fe y sur de Cór­do­ba. En la dé­ca­da del 90 más de 140 ju­ga­do­res na­ci­dos allí ju­ga­ron en Pri­me­ra Di­vi­sión.

El aporte de Córdoba llegó de 44 ciu­da­des o pue­blos: Ale­jan­dro Ro­ca, Arias, Ba­lles­te­ros, Ca­nals, Etru­ria, Ge­ne­ral Ca­bre­ra, In­ri­vi­lle, Jus­tia­nia­no Pos­se, La Car­lot­ta, Leo­nes, Los Sur­gen­tes, Noe­tin­ger, San­ta Eu­fe­mia, Bell Vi­lle, Co­rral de Bus­tos, Leo­nes, Mar­cos Juá­rez, Río Cuar­to y Vi­lla Ma­ría. De los 79 ju­ga­do­res que lle­ga­ron a Pri­me­ra, 11 son ar­que­ros, 21 son de­fen­so­res, 27 vo­lan­tes y 20 de­lan­te­ros. En­tre los más des­ta­ca­dos se en­cuen­tran Ja­vier Al­ba­re­llo (Ba­lles­te­ros), Mar­ce­lo Ro­mag­no­li (Arias), Pa­blo Gui­ña­zu (Ge­ne­ral Ca­bre­ra), Sil­vio Ca­rra­rio, Ma­rio Kem­pes (Bell Vi­lle), Os­car Rug­ge­ri (Co­rral de Bus­tos), los her­ma­nos Mau­ri­cio y Ma­xi­mi­lia­no Pe­lle­gri­no (Leo­nes), Raúl San­zot­ti (In­ri­vi­lle), Pa­blo Ai­mar, Mar­tín Car­det­ti, Gui­ller­mo Pe­rey­ra, Ma­rio Cuen­ca (Río Cuar­to), Clau­dio Ar­ze­no, Ja­vier So­de­ro, Mi­guel An­gel Lu­due­ña, Al­ba­no Bi­za­rri (Vi­lla Ma­ría), Ger­mán Ri­va­ro­la (San­ta Eu­fe­mia) y Her­nán Cas­te­lla­no (Mar­cos Juá­rez).

 

Imagen Pablo Guiñazú.
Pablo Guiñazú.
 

De Santa Fe, la cuna pasó por 34 localidades: Are­qui­to, Ca­ña­da de Gó­mez, Em­pal­me Vi­lla Cons­ti­tu­ción, Vi­lla Cons­ti­tu­ción, Ve­na­do Tuer­to, Fir­mat, Arms­trong, Arro­yo Se­co, Ar­tea­ga, Bi­gand, Caf­fe­ra­ta, Car­ca­ra­ñá, Ca­sil­da, Cha­bás, San Jo­sé de la Es­qui­na, San­ta Te­re­sa y Za­va­lla. De 60 jugadores en Primera, cinco son ar­que­ros, 11 de­fen­so­res, 29 vo­lan­tes y 15 de­lan­te­ros.  En­tre los más des­ta­ca­dos fi­gu­ran Da­niel Ber­to­ya y Ma­rio Tur­dó (Arms­trong), Ger­mán Ger­bau­do (Are­qui­to), Leo­nar­do Bia­gi­ni y Ri­car­do Gius­ti (Arro­yo Se­co), Eze­quiel Ama­ya (Ca­ña­da de Gó­mez), Ja­vier Lux, Raúl Da­mia­ni (Car­ca­ra­ñá), Fer­nan­do Cal­ca­te­rra, Mar­ce­lo Trob­bia­ni (Ca­sil­da), Héc­tor Cú­per (Cha­bás), Da­río Ma­rra, Al­fre­do y Ser­gio Ber­ti, Ru­bén Ga­ra­te, Abel Bal­bo, Gus­ta­vo Rag­gio, Ariel Gra­zia­ni (Em­pal­me Vi­lla Cons­ti­tu­ción), Wal­ter Sa­muel, Jo­sé Ma­ría Bul­ju­ba­sich, Iván Ga­brich (Fir­mat), Ho­ra­cio Car­bo­na­ri (San­ta Te­re­sa), Leo­nar­do Ma­de­lón, Fe­de­ri­co Lus­sen­hoff (Ve­na­do Tuer­to), Es­te­ban He­rre­ra (Vi­lla Cons­ti­tu­ción).

 

Imagen Walter Samuel.
Walter Samuel.
 

Textos: Hernán Gil y Miguel Pisano  

Fotos: Sebastián Szyd