PEDRO MONZÓN, EL HOMBRE SENCILLO
El "Moncho" vuelve a su primer amor, la llegada de Falcioni le abre las puertas al club que lo forjó. Repasamos la historia de un ídolo agradecido.
Llueve. El olor a pasto y la lluvia maridan como pocas cosas en la vida, más aún si te gusta jugar al fútbol. La lluvia es épica, medias embarradas, cruces imposibles. Nito veiga estaba encargado de la prueba de juveniles en Independiente, emponchado, mojado, pero con el ojo siempre afilado: “Quiero ver a esos tres muchachos, en especial al Negro que está ahí”.
Pedro Monzón nació en Corrientes, en Goya exactamente. Se crió en una casa repleta de hinchas de River Plate, pero él le prestaba atención a una radio que narraba los viajes y triunfos de unos tipos que jugaban con la camiseta roja. Independiente se le fue metiendo en la sangre, sus ídolos eran Perfumo y Pancho Sá, coterráneo del "Moncho", quizás ese detalle, sumadas a las proezas “Rojas” en la Libertadores, sellaron su pacto con el diablo.
Pedro, el "nene", el "negro"
El 23 de febrero de 1962 llegaba un nuevo integrante a la familia Monzón, Pedro. Pasó su infancia en el barrio San Cayetano de Goya, corrientes. Cuando el agua subía había que levantar las cosas porque el agua entraba sin pedir permiso. "¿Luz? ¿Luz? Noooo, nos alumbrábamos con velas, tampoco había gas, así que en invierno calentábamos agua con leña y nos bañábamos con eso; en verano, directamente en el río". Como en todas las barriadas humildes de la Argentina, la desgracia y el dolor están ahí, latentes. Eran cinco hermanos, pero a la edad de 7 años, Pedro perdió a dos hermanas más grandes. "Murieron por enfermedad, en ese momento no se sabía demasiado. Fue muy duro. Mi hermana Esther, la mayor, llenaba los álbumes de figuritas y uno, en vez de cambiarlo por una muñeca, lo cambió por una pelota para dármela a mí. No lo olvido más".
Fue ayudante de panadero, cosechó tabaco, vendió bolitas y helados por la calle, terminando en la construcción.
La era del "Moncho"
"Yo no tenía botines, tuve que jugar en zapatillas, había como 70 pibes, y a los 15 minutos, Nito me mandó llamar. Pensé que me limpiaba, que iba a tener que trabajar en la construcción, otra vez a preparar mezcla. Pero no, ahí mismo me dijo que no necesitaba verme más, que le gustaría que me quedara en el club".
Monzón vivía en la pensión de Independiente, abajo de una tribuna en la vieja Doble Visera, Clausen y Wiktor eran sus compañeros, el "Rojo" le dio casa y comida, lo que no es poco.
"Marangoni me puso Moncho, pero no sé si porque me vio parecido a alguien de una película o porque a la gente del campo le dicen Moncho. En mi tierra me decían “nene”. Y Negro. Bue, a los negros nos dicen siempre Negro en todos lados. No me ofende, siento que me lo dicen cariñosamente, como alguien que se hace de abajo".
El camino del héroe
Sin saber quién era o dónde iba, a encontrar su destino, brillar y llegar a donde no se imaginó, terminando en un lugar que no buscó.
Al igual que tantos otros Pedro Monzón cayó en una adicción que te quita todo, empezando por lo económico, continuando con tus afectos y terminando con tu vida. Nada quedaba de la carrera, recuerdos al menos. La medalla del subcampeonato del mundo y las camisetas las perdió en un robo en su casa, la prueba de que los obreros llegan al paraíso, no estaban más.
Lo que nunca extravió ni pudieron robarle fueron las ganas, nunca la felicidad, aunque alguna vez estuvo en peligro...
La mano de Dios
La recuperación estaba en marcha, las muecas en las comisuras se empezaban a marcar.
De vuelta Independiente
"Miren, yo quiero firmar en la sede como cuando era jugador, no en otro lado eh", en MItre 470 ya no está Pedro Iso, pero él entró como aquel pibe que nunca dejó de ser. Sonriente entró en la presidencia, firmó el contrato con Hugo Moyano y la roja de toda la vida estaba ahí, para ponérsela, como cuando era jugador.
Las notas, las visitas a los programas, el cariño de la gente no lo cambian, no lo inmutan. Sonríe, muestra los dientes como cuando jugaba, pero esta vez con amor y no con ferocidad. Independiente, le devolvió la vida.
Todo empezó en el mismo club, que ahora es otro, en otra era, ya no en la cancha de pasto mojado y en una práctica que se hizo para verlo a él… No está Nito Veiga, pero él sigue siendo el morocho grandote que vuelve feliz y agradecido, esperando aprovechar esta nueva oportunidad. Las cosas que disfrutan los hombres sencillos