¡Habla memoria!

La madre de Pata'e Catre. Por Borocotó

En este hilarante texto publicado en 1931, Ricardo Lorenzo ”Borocotó” , quién fuera el alma de El Gráfico, demuestra porque merece un lugar entre los grandes escritores argentinos… aunque fuera uruguayo.

Por Redacción EG ·

02 de octubre de 2019

En aquella mañana dominguera el conventillo se sintió sacudido hasta en su médula. Doña Rosa, una italiana grandota, barrigona, de pollera tipo gitana y con aros de monedas en los auriculares, había colgado en el alambre del patio sus pilchas de ocasión. Entre ellas estaban unas enaguas con más postales que bulín de negra.

El acontecimiento motivó muchos comentarios y una pregunta de doña Pepa, la del fondo, porque había otra: la del frente.

—Dígame, doña Rosa: ¿va a algún bautismo?

 —No, siñora; voy inda la cancha a vere jugare a lo mío figlio.

¡Doña Rosa al fútbol! ¡Tan luego doña Rosa, la madre de Pata 'e Catre, la que había surcado a garrote limpio la espalda de su hijo para que no se dedicara al fútbol! Por eso las vecinas cuchicheaban mirando de rabo de ojo a las pilchas que danzaban en el alambre y que parecían las velas de una gran fragata. En una de esas acertó a pasar por allí el cachador Tembleque, y percatándose del baile trapero que se realiza ba en el alambre, Ie espetó a doña Rosa:

—Oiga, señora; ¿por qué no aprovecha esa pollera para hacer una carpa? Con ponerle un palo en el medio...

 —El palo se lo voy a dar a osté inda la testa, porco...

De lejos llegaba el tufo de la naftalina y la pimienta que habían conservado, sin darle entrada a la polilla, aquellas prendas venidas de Italia muchos años antes. Las enaguas eran las únicas que quedaban del ajuar, pues las otras se habían ido poco a poco convertidas en calzoncillos que el reo Pata 'e Catre había gastado sin compasión. En esos días fueron los de la biaba de la vieja, que después había hocicado ante el progreso y ahora estaba dispuesta a indarse de incógnito a la cancha para hincharla en favor de su hijo. Quería compensar los garrotazos con esa visita, y cuando doña Ramona, la señora del guarda de ómnibus, le vino a cacarear esos recuerdos fuleros, doña Rosa la agarró de sobrepique:

—Osté se mete la lengua el bolsillo.

EN MARCHA

Contra viento y marea, doña  Rosa arrió las velas de la fragata, y previa comprobación de que se había disipado el olor a naftalina, almorzó despacito y procedió a empavesarse. Al rato asomó su robusta silueta y salió contoneándose, segura de que a su espalda había muchos ojos asombrados y muchos murmullos chismosos. Por eso, al llegar a la puerta, sacudió de la parte trasera la pollera e hizo flamear los volados de sus enaguas dribbleadoras.

—Asquerosa la gringa — dijo una.

—Hacernos eso a nosotras —argumentó otra.

—Casi se le ve todo — fue la reflexión de una tercera.

Ya en el ómnibus, cuando el guarda vino a cobrarle y le preguntó si el boleto lo quería de a diez o de quince, dijo bien fuerte, para que todos la oyeran

— A la cancha de fúrbol, que voy a vere al mío figlio.

Se arremolinaron los pasajeros. ¿Quién sería la tana? Comenzaron a barajar posibilidades, a sacar al hijo por las facciones de la vieja, hasta que un pibe reo del convento dió la cana:

— ¡ Doña Rosal... ¿Va a ver a Pata 'e Catre?... ¡Hoy le hacemos cinco al cuadro de él!

—Te podeba venire in achidente — protestó la vieja.

 Le pisaron la pollera, dió varios traspiés, le desacomodaron el tulcito que llevaba en el coco blanqueado de años, pero no largó la cartera ni a garrote, no tanto por los treinta guitas, que llevaba, sino que por el especial de queso que se había fabricado con espíritu previsor, por si el el partido terminaba de noche y le venía fame.

Por fin, después de una larga odisea, de broncas con los porteros que no la dejaban pasar, de preguntas y preguntas, doña Rosa se encontró sentada ante el alambrado y sobre un banco largo que formaba la segunda fila. Las de adelante la habían madrugado.

 

RELOJEANDO EL MATCH

Al ratito comenzó el partido y a la tana se le puso a bailar el cuore igualito que las enaguas cuando pendían en el alambre. Su hijo estaba allí, pero no la veía. Y ella, para enterarlo, comenzó a gritar:

— ¡Miquelo!... ¡Miquelito!... ¡Aquí está to mama, Miquelito!...

 Otra vez las cachadas y ojos investigadores que pasaban revista a las pilchas. Hasta algunas narices se fruncieron corno expresando que habían pescado algún vesti-gio de la naftalina no disipada del todo.

La pelota iba de un lado a otro en aquel match parejo. De vez en cuando se producía alguna que otra jugada brusca. En una de ellas, a Pata ‘e Catre le dieron un revolcón. La vieja miró aquello con rabia coneón y con él la levantada de doña Rosa, que gritó al que había fajado a su hijo:

 — ¡Asasino!... ¡Espushulento!...

Asombrada, vio que su hijo se paraba sin darle importancia a la biaba. Entonces se tranquilizó, y como sintió un cosquilleo en la busarda, procedió a desempaquetar el especial de queso. Las risas y los cuchicheos redoblaron, pero doña Rosa no le daba bola a las indirectas, las trataba con la misma beligerancia que a las vecinas del convento. Ella seguía morfando con precaución, no fuera a ser cosa que se le metiera un cachito de queso en el agujero de la última muela que le quedaba. En una de esas vió que a su hijo le daban un porrazo de los bravos. Se paró súbito, y al advertir que corrían los botiquines a auxiliarlo, no pudo contenerse y pegó otro grito... ; pero se olvidó que tenía la boca llena y el bocado cayó arriba de la cabeza de otra espectadora.

— ¡No sea chancha! — le dijo la que había ligado el queso y el pan hechos mazamorra.

— ¡Más porca será so mama!

 — ¡Usted es una chancha, y su hijo una porquería!

Ahí fue la bronca. Doña Rosa se miró las manos. En una tenía la cartera y en la otra le quedaba como medio especial todavía. Dudó un cachito, y se decidió por este último, escrachándoselo en la facha de su contrincante, mientras le decía:

 —Toma, morta di fame.

 La biaba se estableció. Saltaron mechones de pelo, aterrizaron escupidas, se rayaron las caras con las uñas, y todo ello arpegiado de "piropos" y gritos de la tana, que decía:

— ¡Miquelo, que me amasan! ¡Miquelito!

** *

Cuando en el conventillo vieron llegar a doña Rosa sin el velito que llevaba en el coco, con la cara surcada por ríos y afluentes, con la pollera hecha jirones y las enaguas sin volados, doña Pepa, la del frente, le dijo:

 — ¿Qué tal el fobal?

— ¡A ti y al fúrbol te podeva venire!... Y agregó una palabra fea.

 

Borocotó (El Gráfico - 1931)

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