¡Habla memoria!

Querido enemigo

El boxeo ha ofrecido rivalidades inolvidables. Pero detrás de aquellas grandes peleas hay historias de vida. Hombres que se midieron a cara o cruz en un ring y que, sin embargo, en muchos casos, fueron grandes amigos.

Por Redacción EG ·

14 de noviembre de 2019

Después de ca­da pe­lea en el Lu­na, los bo­xea­do­res so­lían ba­ñar­se jun­tos, en du­chas ve­ci­nas. Aque­lla no­che, mien­tras com­par­tían el ja­bón, un bo­xea­dor le di­jo al otro:

–Dis­cul­pá to­do lo que di­je, pe­ro fue pa­ra la gi­la­da, pa­ra ven­der en­tra­das, ¿sa­bés? ¿Me per­do­nás?

–Sí, es­tá bien –fue la res­pues­ta.

–¡Gra­cias! ¿Que­rés ve­nir­te a co­mer una ra­vio­la­da ma­ña­na a la ca­sa de mi vie­ja?

Uno de ellos, el ga­na­dor, y nue­vo cam­peón ar­gen­ti­no de los pe­sa­dos, era Rin­go Bo­na­ve­na; el otro, Gre­go­rio Pe­ral­ta. En aquel sep­tiem­bre de 1965, ha­bían es­tre­me­ci­do a más de 25 mil es­pec­ta­do­res cla­man­do por uno y por otro. De­trás que­da­ban se­ma­nas de pro­mo­ción en las que Rin­go ha­bía pro­cla­ma­do has­ta el can­san­cio que “Pe­ral­ta es un co­bar­de, tie­ne mie­do de pe­lear­me” y aho­ra... ¡lo in­vi­ta­ba a co­mer ra­vio­les!

Imagen Bonavena venció a Peralta en el Luna ante 25 mil espectadores y logró el campeonato nacional pesado.
Bonavena venció a Peralta en el Luna ante 25 mil espectadores y logró el campeonato nacional pesado.

Al día si­guien­te Pe­ral­ta no asis­tió a la in­vi­ta­ción. De he­cho, a Rin­go ja­más le per­do­nó aque­lla de­rro­ta, a tal pun­to que tra­ta­ba de no men­cio­nar el nom­bre de su ex ri­val cuan­do le ha­cían una no­ta (y, si po­día, cam­bia­ba de te­ma). Sin em­bar­go, bue­no es re­cor­dar que a pe­di­do de Go­yo, am­bos pro­ta­go­ni­za­ron una du­do­sa re­van­cha –más pa­re­ci­da a una ex­hi­bi­ción que a un com­ba­te en se­rio– que se lle­vó a ca­bo en Mon­te­vi­deo el 8 de agos­to de 1969. Ter­mi­nó en un ex­tra­ño em­pa­te y se­rá re­cor­da­da co­mo “la pe­lea de las so­gas flo­jas”, por­que, efec­ti­va­men­te, am­bos es­tu­vie­ron va­rias ve­ces a pun­to de sa­lir del ring...

Sin em­bar­go las gran­des ri­va­li­da­des del bo­xeo no han de­ja­do la ene­mis­tad co­mo sal­do, si­no más bien al re­vés.

Se sa­be que Jo­sé Ma­ría Ga­ti­ca y Al­fre­do Pra­da no se po­dían ni ver. A lo lar­go de seis pe­leas –dos co­mo afi­cio­na­dos, cua­tro co­mo pro­fe­sio­na­les, tres vic­to­rias pa­ra ca­da uno– li­bra­ron tre­men­das ba­ta­llas. De he­cho, la pri­me­ra vez que pe­lea­ron, en 1942, tu­vo un fi­nal con­fu­so en el que Pra­da ga­nó por des­ca­li­fi­ca­ción. Los dos bo­xea­do­res la si­guie­ron a la sa­li­da, en la puer­ta de la Fe­de­ra­ción Ar­gen­ti­na de Box.

“Ga­ti­ca le me­tía mie­do a cual­quie­ra cuan­do ha­bla­ba, pe­ro no a mí, al con­tra­rio, con­mi­go se achi­ca­ba”, con­ta­ba Pra­da. So­bre el ring se rom­pie­ron mu­tua­men­te las man­dí­bu­las, se tu­vie­ron por el sue­lo y se pe­ga­ron con fre­ne­sí. Aba­jo era pa­re­ci­do. “Un día yo iba en mi co­che por la ca­lle Can­ga­llo (hoy Pe­rón) cer­ca de Ca­llao, cuan­do se me apa­re­ce Ga­ti­ca y me en­cie­rra. ¡Pa­ra qué! Me ba­jé del au­to y ca­si nos aga­rra­mos ahí mis­mo, pa­ra­ron el trán­si­to y lla­ma­ron a la po­li­cía. Si él se ha­cía el lo­co, yo tam­bién, no me iba a pa­sar por arri­ba”, re­cuer­da Pra­da.

El ringsi­de se po­bla­ba de gen­te de cier­to ni­vel eco­nó­mi­co que era con­tra­ria a Pe­rón (y por eso los lla­ma­ban, jus­ta­men­te, “con­tre­ras”) y apo­ya­ba a Pra­da, ya que en las tri­bu­nas po­pu­la­res se api­ña­ban los “ca­be­ci­tas ne­gras”, fa­ná­ti­cos del Ge­ne­ral y de Ga­ti­ca.

O sea que la bron­ca no só­lo era en­tre los bo­xea­do­res si­no tam­bién en­tre los asis­ten­tes, que lle­na­ban el Lu­na. “Los pe­ro­nis­tas de la po­pu­lar me pu­tea­ban sin sa­ber que yo era más pe­ro­nis­ta que el pro­pio Ga­ti­ca –con­ta­ba Pra­da, rien­do–; Jo­sé era ami­go de Evi­ta, pe­ro el Ge­ne­ral me que­ría a mí... La gen­te se to­ma­ba en se­rio esas co­sas”, con­cluía Pra­da, que nun­ca se re­fe­ría a Ga­ti­ca co­mo “El Mo­no” (seu­dó­ni­mo que el bo­xea­dor odia­ba) y pre­fe­ría lla­mar­lo Jo­sé...

Cuan­do los años de­ja­ron atrás los tiem­pos de guan­tes acol­cha­dos (co­mo pro­fe­sio­na­les pe­lea­ron cuatro ve­ces en­tre 1946 y 1953), Pra­da ayu­dó mu­chas ve­ces a Ga­ti­ca, quien so­lía lla­mar­lo “pa­dre”. Así sue­le ser el bo­xeo...

Imagen Todos los combates entre Gatica y Prada fueron así, llenos de sangre y coraje. Una rivalidad sin parangón.
Todos los combates entre Gatica y Prada fueron así, llenos de sangre y coraje. Una rivalidad sin parangón.

Otro ca­so em­ble­má­ti­co del bo­xeo ar­gen­ti­no fue la tre­men­da ri­va­li­dad que hu­bo en­tre Eduar­do Laus­se y An­drés Sel­pa. To­do em­pe­zó cuan­do, tras lle­gar de una exi­to­sa cam­pa­ña en los Es­ta­dos Uni­dos, Laus­se fue a pe­lear a Ba­hía Blan­ca con Sel­pa y –con­tra to­dos los pro­nós­ti­cos– per­dió por pun­tos el 10 de agos­to de 1956. Sel­pa, “El Ca­ci­que de Bra­ga­do”, era un ti­po muy vi­vo. Lla­mó al Lu­na, pi­dió ha­blar con Lá­za­ro Ko­ci (el hom­bre fuer­te de la em­pre­sa) y le di­jo: “Al pi­be lo ro­ba­ron, yo no ten­go la cul­pa, hay que ha­cer la re­van­cha”.

Cuan­do se hi­zo la re­van­cha, el 13 de oc­tu­bre, Sel­pa adop­tó sin que na­die se lo pi­die­ra el pa­pel de vi­lla­no; ame­na­zó a Laus­se con to­da la es­ca­la de epí­te­tos que pu­do en­con­trar. Laus­se, que ade­más de ser un hom­bre bo­na­chón y sin mal­da­des, era que­ri­do por to­dos, en­tró –co­mo sue­le de­cir­se– “co­mo un ca­ba­llo”. Trai­cio­na­do por sus ner­vios y sus de­seos de arran­car­le la ca­be­za a se­me­jan­te irres­pe­tuo­so, ca­yó en la tram­pa y ter­mi­nó per­dien­do por no­caut téc­ni­co en el 13° round. Sel­pa esa no­che le arre­ba­tó los tí­tu­los ar­gen­ti­no y su­da­me­ri­ca­no de los me­dia­nos ba­jo una llu­via de mo­ne­das e in­sul­tos de to­do el Lu­na y, con una son­ri­sa des­pec­ti­va, se pu­so a re­co­ger las mo­ne­das en el ring...

En la ter­ce­ra edi­ción –27 de sep­tiem­bre de 1958, en el Lu­na– ga­nó Laus­se. Sin em­bar­go, con el tiem­po, se for­mó una cá­li­da amis­tad.

–Cuan­do es­tu­ve ti­ra­do y pre­so, el úni­co que me traía yer­ba y ci­ga­rri­llos fue Laus­se –de­cía Sel­pa–, el úni­co que se acor­dó de mí...

Imagen Bronca en el gesto de Lausse frente a Selpa, quien lo venció dos veces. Esta fue la tercera, la única que ganó El Zurdo, 1958.
Bronca en el gesto de Lausse frente a Selpa, quien lo venció dos veces. Esta fue la tercera, la única que ganó El Zurdo, 1958.

No siem­pre se dan esos ca­sos. En­tre Mu­ham­mad Ali y Joe Fra­zier hu­bo siem­pre una on­da muy ne­ga­ti­va, es­pe­cial­men­te de Fra­zier ha­cia Ali . Co­mo se re­cor­da­rá, hi­cie­ron tres pe­leas. Dos en el Ma­di­son. La pri­me­ra, el 8 de mar­zo del 71, la ga­nó Fra­zier por pun­tos des­pués de de­rri­bar a Ali , quien co­no­ció así la de­rro­ta por pri­me­ra vez. En la se­gun­da, se im­pu­so Ali. La ter­ce­ra –de un al­tí­si­mo vol­ta­je y pa­ra mu­chos la me­jor en la his­to­ria de los pe­sos pe­sa­dos, efec­tua­da en Ciudad Que­zón, Fi­li­pi­nas– la ga­nó Mu­ham­mad tras una ba­ta­lla sin cuar­tel. Ga­nó Ali por­que a Fra­zier lo man­tu­vie­ron sen­ta­do en su es­qui­na cuan­do so­na­ba la cam­pa­na pa­ra el decimoquinto asal­to.

Tras la pe­lea los dos que­da­ron des­tro­za­dos, pe­ro Ali tu­vo tiem­po de dar­le la ma­no a Joe:

–Es­ta­mos li­bres aho­ra. Por suer­te, no va­mos a pe­lear nun­ca más...

Imagen Frazier ganó la primera, Ali las otras dos. La tercera fue una de las mejores de todos los tiempos. No se dieron tregua.
Frazier ganó la primera, Ali las otras dos. La tercera fue una de las mejores de todos los tiempos. No se dieron tregua.

Sin em­bar­go, no fue bas­tan­te pa­ra Fra­zier. Ja­más ol­vi­dó que Ali lo des­pre­ció siem­pre, tra­tán­do­lo de “Tío Tom” (o sea, un ne­gro do­mes­ti­ca­do) y por eso, aún hoy, cuan­do le ha­cen una no­ta, al­guien de su en­tor­no ad­vier­te en to­no con­fi­den­cial al pe­rio­dis­ta:

–Por fa­vor, no ha­ga pre­gun­tas so­bre Ali , por­que mís­ter Fra­zier se le­van­ta y se va...

Ri­car­do González, “Gon­za­li­to” y Al­fre­do Bu­net­ta fue­ron dos plu­mas ex­traor­di­na­rios que en la dé­ca­da del 50 pe­lea­ron seis ve­ces, y cinco de ellas las ga­nó Gon­za­li­to. Pe­leas san­grien­tas y sal­va­jes en to­dos los ca­sos, con car­te­li­tos de “no hay más lo­ca­li­da­des”. No im­por­tó nun­ca si Gon­za­li­to ga­nó ca­si to­dos los com­ba­tes, por­que lo im­por­tan­te era el es­pec­tá­cu­lo que da­ban. Ca­si trein­ta años des­pués fui­mos con Gon­za­li­to a Ro­sa­rio, don­de vi­vía Bu­net­ta, y el reen­cuen­tro fue emo­cio­nan­te, por­que aque­llos hom­bres, que ha­bían de­ja­do ji­ro­nes de sa­lud y li­tros de san­gre en los rings, se abra­za­ron co­mo si fue­ran her­ma­nos y no de­ja­ron de ala­bar­se uno al otro.

–Sin él, yo no se­ría lo que soy –de­cía Gon­za­li­to.

–No, es al re­vés, gra­cias a él me res­pe­ta­ron pa­ra siem­pre, por­que per­dien­do de­mos­tré de lo que era ca­paz –de­cía Bu­net­ta.

Al fi­nal, can­sa­dos de que se ti­ra­ran flo­res, les pre­gun­ta­mos si al­gu­na vez, aun­que fue­ra una so­la vez, se ha­bían te­ni­do aun­que sea un po­qui­to de bron­ca.

–¿No, por qué? –di­jo Bu­net­ta–. Era nues­tro tra­ba­jo, pi­be, nues­tro tra­ba­jo...

 

Alí Y Ken Norton se en­fren­ta­ron tres ve­ces. Nor­ton siem­pre le hi­zo grandes pe­leas a Ali, an­te quien se agran­da­ba de ma­ne­ra fe­roz.

En la pri­me­ra, en San Die­go, el 31 de mar­zo de 1973, Nor­ton sal­tó brus­ca­men­te a la fa­ma cuan­do le rom­pió la man­dí­bu­la a Ali y se im­pu­so por pun­tos. Nun­ca se su­po bien en qué asal­to. Se­gún Ali en los pri­me­ros y se­gún Nor­ton en los úl­ti­mos.

 

Imagen Alí - Norton.
Alí - Norton.
 

–Lo cier­to es que al otro día me vi­no a vi­si­tar al hos­pi­tal –con­tó Ali–. Yo es­ta­ba to­do ven­da­do. Me sa­lu­dó con mu­cho res­pe­to. Des­pués de to­do, era un don na­die que aca­baba de sa­cu­dir al mun­do tras ga­nar­le al más gran­de. Me pi­dió una fo­to y no tu­ve pro­ble­mas en po­sar con él. Has­ta que al otro día me tra­je­ron los dia­rios y vi la fo­to pu­bli­ca­da. ¡Me usó pa­ra su pu­bli­ci­dad! Eso no se ha­ce y ja­más se lo per­do­né...

Nun­ca hu­bo bue­na re­la­ción en­tre Ro­ber­to Du­rán y Ray Leo­nard. Cuan­do pe­lea­ron por pri­me­ra vez, el fa­vo­ri­to era Su­gar Ray. Ma­no de Pie­dra se en­tre­nó co­mo nun­ca. Fui­mos a ver­lo en su con­cen­tra­ción en las mon­ta­ñas de Cats­kill, cer­ca de Nue­va York, en un re­sort muy fa­mo­so, el Gros­sin­ger’s. Nos aten­dió de ma­ra­vi­llas y de­jó una fra­se que no só­lo fue el tí­tu­lo de la no­ta, si­no tam­bién una de­fi­ni­ción de su fu­tu­ro ri­val en esos tiem­pos:

–Leo­nard es un in­ven­to de la te­le­vi­sión.

–Ro­ber­to te­nía ra­zón –nos con­fe­sa­ría Leo­nard mu­chos años más tar­de– por­que to­dos pen­sa­ban que yo era un in­ven­to de la te­le. Eso me cos­tó la vic­to­ria en la pri­me­ra pe­lea (Mon­treal, 20 de ju­nio de 1980, Du­rán ga­nó por pun­tos por la co­ro­na mun­dial de los wel­ter) por­que pa­ra de­mos­trar que era ca­paz de pe­lear­me co­mo en la ca­lle, en­tré en su jue­go y ter­mi­né per­dien­do.

Leo­nard fue el pro­mo­tor de la re­van­cha, el 25 de no­viem­bre en Nue­va Or­leáns: se apre­su­ró a mon­tar el des­qui­te, se­gún afir­man mu­chos, por­que sa­bía que El Cho­lo ja­más po­dría re­cu­pe­rar su gran es­ta­do fí­si­co en tan po­co tiem­po. Co­mo se re­cor­da­rá, Du­rán ter­mi­nó dan­do la es­pal­da en el oc­ta­vo round, en el fa­mo­so “no más”. Es que Leo­nard, mo­vién­do­se con ex­traor­di­na­ria ra­pi­dez y pe­lean­do a dos me­tros del Cho­lo, se con­vir­tió en un blan­co inal­can­za­ble.

Co­mo re­sul­ta­do, el pue­blo pa­na­me­ño le dio la es­pal­da a Du­rán por mu­cho tiem­po y esa man­cha tar­dó mu­chí­si­mo en bo­rrar­se.

–La gen­te no sa­be lo que pa­só y lo que pa­só es que ese día co­mí mu­cho, mez­cle té hir­vien­do con ju­gos he­la­dos y me die­ron ca­lam­bres en el es­tó­ma­go –nos di­jo me­ses des­pués el pa­na­me­ño cuan­do nos re­ci­bió en su ca­sa–. La gen­te aho­ra me cri­ti­ca pe­ro no sa­be lo que pa­só.

Se vie­ron las ca­ras por ter­ce­ra vez y jus­ta­men­te el nom­bre de la pe­lea fue “Uno más”, alu­dien­do al “no más” de Ro­ber­to. Ya no eran los mis­mos (fue en di­ciem­bre de 1989, en Las Ve­gas) y ga­nó Leo­nard en abu­rri­da pe­lea. Ni se le ocu­rra ha­blar­le de Leo­nard al Cho­lo, por las du­das... Su­gar Ray, en cam­bio, es más po­lí­ti­co:

–Le de­mos­tré que yo no era un in­ven­to de la te­le­vi­sión...

Imagen Todos decían que Leonard era un invento. Y para demostrar lo contrario, salió a pelear a Durán, quien le ganó en 1980.
Todos decían que Leonard era un invento. Y para demostrar lo contrario, salió a pelear a Durán, quien le ganó en 1980.

Hay mu­chos ca­sos. No po­de­mos de­jar de men­cio­nar las seis vic­to­rias de Ray Ro­bin­son con­tra una so­la de Ja­ke La­Mot­ta. O los dos triun­fos de Sandy Sadd­ler so­bre Wi­llie Pep, que a su vez ga­nó uno. O las tres pe­leas en­tre Floyd Pat­ter­son e In­ge­mar Jo­han­son (Floyd que­dó arri­ba 2-1) quie­nes ter­mi­na­ron sien­do ami­gos y so­cios de por vi­da.

Res­tan, sin em­bar­go, dos his­to­rias que pue­den sin­te­ti­zar el es­pí­ri­tu del bo­xeo.

Una, muy re­cien­te. Ar­tu­ro Gat­ti y Mic­key Ward pro­ta­go­ni­za­ron, en­tre ma­yo de 2003 y ju­nio de 2003, tres épi­cas y tre­men­das ba­ta­llas.

Ha­ce po­co, Gat­ti in­ten­tó un re­gre­so que re­sul­tó im­po­si­ble fren­te a Al­fon­so Gó­mez, lue­go de ha­ber re­ci­bi­do una pa­li­za fren­te a nues­tro Car­los Bal­do­mir. ¿Y quién fue su en­tre­na­dor? El pro­pio Ward, a quien su san­gre gue­rre­ra lo trai­cio­nó. Es que, cuan­do ya Gat­ti re­ci­bía un tre­men­do cas­ti­go, no se ani­mó a ti­rar la toa­lla. “Ar­tu­ro me­re­cía una opor­tu­ni­dad más...”, se dis­cul­pó Ward: “Nun­ca qui­se que me ti­ra­ran la toa­lla y Gat­ti es co­mo yo...”

Fi­nal­men­te, el pro­pio co­mi­sio­na­do de Nue­va Jer­sey, el ex re­fe­rí Larry Haz­zard se me­tió en el ring pa­ra de­te­ner el de­si­gual en­cuen­tro en el sép­ti­mo asal­to.

El otro ca­so es­tá en los ana­les de la his­to­ria. Max Sch­me­ling, que ha­bía si­do cam­peón mun­dial de los pe­sa­dos en 1930 pa­ra per­der­lo en 1932, en­fren­tó a Joe Luis el 19 de ju­nio de 1936. Con­tra la ma­yo­ría de los pro­nós­ti­cos, el ale­mán se im­pu­so por no­caut en 12 vuel­tas.

A su re­gre­so a Ale­ma­nia, fue re­tra­ta­do to­man­do un té con Adolph Hi­tler. Eso exal­tó los áni­mos en su con­tra.

Louis se al­zó con el cam­peo­na­to mun­dial de los com­ple­tos al ven­cer a Jim Brad­dock en 1937. Cuan­do lle­gó a los ves­tua­rios, un pe­rio­dis­ta le pre­gun­tó:

–¿Có­mo te sien­tes aho­ra que eres cam­peón?

–No se­ré el cam­peón has­ta que no le ga­ne a Sch­me­ling –fue la res­pues­ta.

Imagen Louis terminó con Schmeling en menos de tres minutos en la revancha, ante 75 mil espectadores, 1938.
Louis terminó con Schmeling en menos de tres minutos en la revancha, ante 75 mil espectadores, 1938.

El germano via­jó a los Es­ta­dos Uni­dos pa­ra pe­lear con Joe Louis en 1938. Ya es­ta­ba ca­li­fi­ca­do co­mo na­zi y fue hos­ti­li­za­do por la gen­te de to­das las ma­ne­ras po­si­bles. La lu­cha se es­ta­ble­ció, en­ton­ces, co­mo un cho­que de ra­zas (aún cuan­do en­ton­ces los ne­gros eran se­gre­ga­dos cruel­men­te en los Es­ta­dos Uni­dos) y de ideo­lo­gías. Pa­ra col­mo de sus ma­les, Sch­me­ling re­ci­bió, unos días an­tes de la pe­lea, la vi­si­ta de un en­via­do de Hi­tler: “El Füh­rer le or­de­na ga­nar, pa­ra que que­de en cla­ro la su­pe­rio­ri­dad de la ra­za aria”. En­ci­ma, su es­po­sa, la ac­triz An­nie On­dra, fue pro­te­gi­da es­pe­cial­men­te por miem­bros de la te­mi­ble SS.

En el ring del Yan­kee Sta­dium, la no­che del 22 de ju­nio de 1938, Louis ani­qui­ló sal­va­je­men­te a Sch­me­ling en me­nos de tres mi­nu­tos, an­te 75 mil per­so­nas en­lo­que­ci­das...

La otra ca­ra de la his­to­ria es que Sch­me­ling, jus­ta­men­te gra­cias a su pri­vi­le­gio de “in­mu­ni­dad de­por­ti­va” por ha­ber si­do cam­peón mun­dial, ayu­dó a es­ca­par a mu­chos ju­díos de la bar­ba­rie na­zi. Y, cuan­do pa­só el tiem­po, no só­lo se hi­zo ami­go de Louis, si­no que en 1981 via­jó a su fu­ne­ral y le de­jó a la viu­da un grue­so so­bre de di­ne­ro.

Aque­llos hom­bres de­mos­tra­ron de qué ma­ne­ra la amis­tad es más fuer­te que el odio.

 

LA MEJOR DEL LUNA

 

Imagen Yanni - Saldaño.
Yanni - Saldaño.
 

Fueron dos peleas las que hicieron Horacio Saldaño y Tito Yanni en 1980. El 15 de marzo ganó Yanni por nocaut técnico al comienzo del sexto. En la revancha, ganó Saldaño por KOT en el cuarto. La primera fue extraordinaria. Tanto, que los más viejos hombres del boxeo la consagraron como la mejor en toda la historia del Luna Park. Se pegaron de campana a campana. Fue un espectáculo brutal, único, inolvidable, sin clinches y con emoción a raudales.

 

 

Por Carlos Irusta (2008).

Fotos: Archivo El Gráfico.