Querido enemigo
El boxeo ha ofrecido rivalidades inolvidables. Pero detrás de aquellas grandes peleas hay historias de vida. Hombres que se midieron a cara o cruz en un ring y que, sin embargo, en muchos casos, fueron grandes amigos.
Después de cada pelea en el Luna, los boxeadores solían bañarse juntos, en duchas vecinas. Aquella noche, mientras compartían el jabón, un boxeador le dijo al otro:
–Disculpá todo lo que dije, pero fue para la gilada, para vender entradas, ¿sabés? ¿Me perdonás?
–Sí, está bien –fue la respuesta.
–¡Gracias! ¿Querés venirte a comer una raviolada mañana a la casa de mi vieja?
Uno de ellos, el ganador, y nuevo campeón argentino de los pesados, era Ringo Bonavena; el otro, Gregorio Peralta. En aquel septiembre de 1965, habían estremecido a más de 25 mil espectadores clamando por uno y por otro. Detrás quedaban semanas de promoción en las que Ringo había proclamado hasta el cansancio que “Peralta es un cobarde, tiene miedo de pelearme” y ahora... ¡lo invitaba a comer ravioles!
Al día siguiente Peralta no asistió a la invitación. De hecho, a Ringo jamás le perdonó aquella derrota, a tal punto que trataba de no mencionar el nombre de su ex rival cuando le hacían una nota (y, si podía, cambiaba de tema). Sin embargo, bueno es recordar que a pedido de Goyo, ambos protagonizaron una dudosa revancha –más parecida a una exhibición que a un combate en serio– que se llevó a cabo en Montevideo el 8 de agosto de 1969. Terminó en un extraño empate y será recordada como “la pelea de las sogas flojas”, porque, efectivamente, ambos estuvieron varias veces a punto de salir del ring...
Sin embargo las grandes rivalidades del boxeo no han dejado la enemistad como saldo, sino más bien al revés.
Se sabe que José María Gatica y Alfredo Prada no se podían ni ver. A lo largo de seis peleas –dos como aficionados, cuatro como profesionales, tres victorias para cada uno– libraron tremendas batallas. De hecho, la primera vez que pelearon, en 1942, tuvo un final confuso en el que Prada ganó por descalificación. Los dos boxeadores la siguieron a la salida, en la puerta de la Federación Argentina de Box.
“Gatica le metía miedo a cualquiera cuando hablaba, pero no a mí, al contrario, conmigo se achicaba”, contaba Prada. Sobre el ring se rompieron mutuamente las mandíbulas, se tuvieron por el suelo y se pegaron con frenesí. Abajo era parecido. “Un día yo iba en mi coche por la calle Cangallo (hoy Perón) cerca de Callao, cuando se me aparece Gatica y me encierra. ¡Para qué! Me bajé del auto y casi nos agarramos ahí mismo, pararon el tránsito y llamaron a la policía. Si él se hacía el loco, yo también, no me iba a pasar por arriba”, recuerda Prada.
El ringside se poblaba de gente de cierto nivel económico que era contraria a Perón (y por eso los llamaban, justamente, “contreras”) y apoyaba a Prada, ya que en las tribunas populares se apiñaban los “cabecitas negras”, fanáticos del General y de Gatica.
O sea que la bronca no sólo era entre los boxeadores sino también entre los asistentes, que llenaban el Luna. “Los peronistas de la popular me puteaban sin saber que yo era más peronista que el propio Gatica –contaba Prada, riendo–; José era amigo de Evita, pero el General me quería a mí... La gente se tomaba en serio esas cosas”, concluía Prada, que nunca se refería a Gatica como “El Mono” (seudónimo que el boxeador odiaba) y prefería llamarlo José...
Cuando los años dejaron atrás los tiempos de guantes acolchados (como profesionales pelearon cuatro veces entre 1946 y 1953), Prada ayudó muchas veces a Gatica, quien solía llamarlo “padre”. Así suele ser el boxeo...
Otro caso emblemático del boxeo argentino fue la tremenda rivalidad que hubo entre Eduardo Lausse y Andrés Selpa. Todo empezó cuando, tras llegar de una exitosa campaña en los Estados Unidos, Lausse fue a pelear a Bahía Blanca con Selpa y –contra todos los pronósticos– perdió por puntos el 10 de agosto de 1956. Selpa, “El Cacique de Bragado”, era un tipo muy vivo. Llamó al Luna, pidió hablar con Lázaro Koci (el hombre fuerte de la empresa) y le dijo: “Al pibe lo robaron, yo no tengo la culpa, hay que hacer la revancha”.
Cuando se hizo la revancha, el 13 de octubre, Selpa adoptó sin que nadie se lo pidiera el papel de villano; amenazó a Lausse con toda la escala de epítetos que pudo encontrar. Lausse, que además de ser un hombre bonachón y sin maldades, era querido por todos, entró –como suele decirse– “como un caballo”. Traicionado por sus nervios y sus deseos de arrancarle la cabeza a semejante irrespetuoso, cayó en la trampa y terminó perdiendo por nocaut técnico en el 13° round. Selpa esa noche le arrebató los títulos argentino y sudamericano de los medianos bajo una lluvia de monedas e insultos de todo el Luna y, con una sonrisa despectiva, se puso a recoger las monedas en el ring...
En la tercera edición –27 de septiembre de 1958, en el Luna– ganó Lausse. Sin embargo, con el tiempo, se formó una cálida amistad.
–Cuando estuve tirado y preso, el único que me traía yerba y cigarrillos fue Lausse –decía Selpa–, el único que se acordó de mí...
No siempre se dan esos casos. Entre Muhammad Ali y Joe Frazier hubo siempre una onda muy negativa, especialmente de Frazier hacia Ali . Como se recordará, hicieron tres peleas. Dos en el Madison. La primera, el 8 de marzo del 71, la ganó Frazier por puntos después de derribar a Ali , quien conoció así la derrota por primera vez. En la segunda, se impuso Ali. La tercera –de un altísimo voltaje y para muchos la mejor en la historia de los pesos pesados, efectuada en Ciudad Quezón, Filipinas– la ganó Muhammad tras una batalla sin cuartel. Ganó Ali porque a Frazier lo mantuvieron sentado en su esquina cuando sonaba la campana para el decimoquinto asalto.
Tras la pelea los dos quedaron destrozados, pero Ali tuvo tiempo de darle la mano a Joe:
–Estamos libres ahora. Por suerte, no vamos a pelear nunca más...
Sin embargo, no fue bastante para Frazier. Jamás olvidó que Ali lo despreció siempre, tratándolo de “Tío Tom” (o sea, un negro domesticado) y por eso, aún hoy, cuando le hacen una nota, alguien de su entorno advierte en tono confidencial al periodista:
–Por favor, no haga preguntas sobre Ali , porque míster Frazier se levanta y se va...
Ricardo González, “Gonzalito” y Alfredo Bunetta fueron dos plumas extraordinarios que en la década del 50 pelearon seis veces, y cinco de ellas las ganó Gonzalito. Peleas sangrientas y salvajes en todos los casos, con cartelitos de “no hay más localidades”. No importó nunca si Gonzalito ganó casi todos los combates, porque lo importante era el espectáculo que daban. Casi treinta años después fuimos con Gonzalito a Rosario, donde vivía Bunetta, y el reencuentro fue emocionante, porque aquellos hombres, que habían dejado jirones de salud y litros de sangre en los rings, se abrazaron como si fueran hermanos y no dejaron de alabarse uno al otro.
–Sin él, yo no sería lo que soy –decía Gonzalito.
–No, es al revés, gracias a él me respetaron para siempre, porque perdiendo demostré de lo que era capaz –decía Bunetta.
Al final, cansados de que se tiraran flores, les preguntamos si alguna vez, aunque fuera una sola vez, se habían tenido aunque sea un poquito de bronca.
–¿No, por qué? –dijo Bunetta–. Era nuestro trabajo, pibe, nuestro trabajo...
Alí Y Ken Norton se enfrentaron tres veces. Norton siempre le hizo grandes peleas a Ali, ante quien se agrandaba de manera feroz.
En la primera, en San Diego, el 31 de marzo de 1973, Norton saltó bruscamente a la fama cuando le rompió la mandíbula a Ali y se impuso por puntos. Nunca se supo bien en qué asalto. Según Ali en los primeros y según Norton en los últimos.
–Lo cierto es que al otro día me vino a visitar al hospital –contó Ali–. Yo estaba todo vendado. Me saludó con mucho respeto. Después de todo, era un don nadie que acababa de sacudir al mundo tras ganarle al más grande. Me pidió una foto y no tuve problemas en posar con él. Hasta que al otro día me trajeron los diarios y vi la foto publicada. ¡Me usó para su publicidad! Eso no se hace y jamás se lo perdoné...
Nunca hubo buena relación entre Roberto Durán y Ray Leonard. Cuando pelearon por primera vez, el favorito era Sugar Ray. Mano de Piedra se entrenó como nunca. Fuimos a verlo en su concentración en las montañas de Catskill, cerca de Nueva York, en un resort muy famoso, el Grossinger’s. Nos atendió de maravillas y dejó una frase que no sólo fue el título de la nota, sino también una definición de su futuro rival en esos tiempos:
–Leonard es un invento de la televisión.
–Roberto tenía razón –nos confesaría Leonard muchos años más tarde– porque todos pensaban que yo era un invento de la tele. Eso me costó la victoria en la primera pelea (Montreal, 20 de junio de 1980, Durán ganó por puntos por la corona mundial de los welter) porque para demostrar que era capaz de pelearme como en la calle, entré en su juego y terminé perdiendo.
Leonard fue el promotor de la revancha, el 25 de noviembre en Nueva Orleáns: se apresuró a montar el desquite, según afirman muchos, porque sabía que El Cholo jamás podría recuperar su gran estado físico en tan poco tiempo. Como se recordará, Durán terminó dando la espalda en el octavo round, en el famoso “no más”. Es que Leonard, moviéndose con extraordinaria rapidez y peleando a dos metros del Cholo, se convirtió en un blanco inalcanzable.
Como resultado, el pueblo panameño le dio la espalda a Durán por mucho tiempo y esa mancha tardó muchísimo en borrarse.
–La gente no sabe lo que pasó y lo que pasó es que ese día comí mucho, mezcle té hirviendo con jugos helados y me dieron calambres en el estómago –nos dijo meses después el panameño cuando nos recibió en su casa–. La gente ahora me critica pero no sabe lo que pasó.
Se vieron las caras por tercera vez y justamente el nombre de la pelea fue “Uno más”, aludiendo al “no más” de Roberto. Ya no eran los mismos (fue en diciembre de 1989, en Las Vegas) y ganó Leonard en aburrida pelea. Ni se le ocurra hablarle de Leonard al Cholo, por las dudas... Sugar Ray, en cambio, es más político:
–Le demostré que yo no era un invento de la televisión...
Hay muchos casos. No podemos dejar de mencionar las seis victorias de Ray Robinson contra una sola de Jake LaMotta. O los dos triunfos de Sandy Saddler sobre Willie Pep, que a su vez ganó uno. O las tres peleas entre Floyd Patterson e Ingemar Johanson (Floyd quedó arriba 2-1) quienes terminaron siendo amigos y socios de por vida.
Restan, sin embargo, dos historias que pueden sintetizar el espíritu del boxeo.
Una, muy reciente. Arturo Gatti y Mickey Ward protagonizaron, entre mayo de 2003 y junio de 2003, tres épicas y tremendas batallas.
Hace poco, Gatti intentó un regreso que resultó imposible frente a Alfonso Gómez, luego de haber recibido una paliza frente a nuestro Carlos Baldomir. ¿Y quién fue su entrenador? El propio Ward, a quien su sangre guerrera lo traicionó. Es que, cuando ya Gatti recibía un tremendo castigo, no se animó a tirar la toalla. “Arturo merecía una oportunidad más...”, se disculpó Ward: “Nunca quise que me tiraran la toalla y Gatti es como yo...”
Finalmente, el propio comisionado de Nueva Jersey, el ex referí Larry Hazzard se metió en el ring para detener el desigual encuentro en el séptimo asalto.
El otro caso está en los anales de la historia. Max Schmeling, que había sido campeón mundial de los pesados en 1930 para perderlo en 1932, enfrentó a Joe Luis el 19 de junio de 1936. Contra la mayoría de los pronósticos, el alemán se impuso por nocaut en 12 vueltas.
A su regreso a Alemania, fue retratado tomando un té con Adolph Hitler. Eso exaltó los ánimos en su contra.
Louis se alzó con el campeonato mundial de los completos al vencer a Jim Braddock en 1937. Cuando llegó a los vestuarios, un periodista le preguntó:
–¿Cómo te sientes ahora que eres campeón?
–No seré el campeón hasta que no le gane a Schmeling –fue la respuesta.
El germano viajó a los Estados Unidos para pelear con Joe Louis en 1938. Ya estaba calificado como nazi y fue hostilizado por la gente de todas las maneras posibles. La lucha se estableció, entonces, como un choque de razas (aún cuando entonces los negros eran segregados cruelmente en los Estados Unidos) y de ideologías. Para colmo de sus males, Schmeling recibió, unos días antes de la pelea, la visita de un enviado de Hitler: “El Führer le ordena ganar, para que quede en claro la superioridad de la raza aria”. Encima, su esposa, la actriz Annie Ondra, fue protegida especialmente por miembros de la temible SS.
En el ring del Yankee Stadium, la noche del 22 de junio de 1938, Louis aniquiló salvajemente a Schmeling en menos de tres minutos, ante 75 mil personas enloquecidas...
La otra cara de la historia es que Schmeling, justamente gracias a su privilegio de “inmunidad deportiva” por haber sido campeón mundial, ayudó a escapar a muchos judíos de la barbarie nazi. Y, cuando pasó el tiempo, no sólo se hizo amigo de Louis, sino que en 1981 viajó a su funeral y le dejó a la viuda un grueso sobre de dinero.
Aquellos hombres demostraron de qué manera la amistad es más fuerte que el odio.
LA MEJOR DEL LUNA
Fueron dos peleas las que hicieron Horacio Saldaño y Tito Yanni en 1980. El 15 de marzo ganó Yanni por nocaut técnico al comienzo del sexto. En la revancha, ganó Saldaño por KOT en el cuarto. La primera fue extraordinaria. Tanto, que los más viejos hombres del boxeo la consagraron como la mejor en toda la historia del Luna Park. Se pegaron de campana a campana. Fue un espectáculo brutal, único, inolvidable, sin clinches y con emoción a raudales.
Por Carlos Irusta (2008).
Fotos: Archivo El Gráfico.