Cholo Simeone: celeste y blanco
En 2005 se dio el gusto de volver a Argentina luego de una carrera exitosa en Europa, decidió jugar en Racing porque es hincha. Además habla de la Selección y los directores técnicos que lo marcaron.
Un pancho con mucha mostaza, la mano de papá, la gente contenta y ese mundo sacado de un cuento. Una atmósfera mágica envolvía a la cancha esa primera vez. Algo de miedo y algo de alegría, entre la timidez de verlos ahí, a unos metros, a ellos, los héroes inalcanzables, tan cerquita, tan reales, como si lo estuvieran mirando a él, como si no fuera una más entre las decenas de miles de personas que había en el estadio. Quién no lo sintió. Quién no quisiera haber asesinado al reloj el día que debutó en una tribuna, para que no terminara nunca ese sueño encantado, que se desencanta dos horas después, ante la lúgubre especulación de cuánto faltará para la próxima vez.
Podrá ser el principio del camino a una adicción por la camiseta o, tal vez, tan sólo un recuerdo, pero indefectiblemente será un día difícil de olvidar, una sensación que quizá no volverá.
Sólo ellos, los héroes inalcanzables, superdotados de talento y contemplados por la inmunidad del tiempo, logran retrotraer esos aires que inflan el alma del hincha. Sólo así es posible generar un idilio semejante, en apenas seis meses de convivencia indirecta con tantas personas que aman una camiseta. Una camiseta que Diego Simeone nunca antes había vestido como jugador. “Siento que la gente me adoptó enseguida. Me dio su cariño y todo el apoyo que necesitaba para sentirme bien y eso se debe a mi pasión por Racing. Yo no dije ahora: ‘Soy hincha de la Academia’. El sueño de terminar mi carrera acá lo confesé a los 18 años... Y lo cumplí”, destaca el Cholo.
No había jugado para Racing nunca sobre césped, pero sí sobre escalones de cemento. Saltos para no cabecear, gritos para goles ajenos y precisión para lanzar... papelitos. “En el partido contra Independiente, cuando ya íbamos ganando 3 a 1, me puse a mirar el ambiente, a escuchar a los hinchas… Y fue una sensación única. Poder disfrutar un triunfo entre la gente de Racing es muy fuerte, como jugador y como hincha”.
Imposible imaginarlo de otro color. El Cholo siempre fue celeste y blanco, en Avellaneda o en la Argentina toda. Nadie vistió más veces la camiseta de la Selección. “Hasta me da vergüenza pensar que yo la use más que Diego Maradona”, confiesa, sonrojado, como pintura de sobriedad para un tipo mucho menos atrevido que sus piernas. Ellas lo convirtieron en un símbolo de las eras Basile, Passarella y Bielsa, lo hicieron rebotar contra los bordes como un pacman a la hora de recuperar pelotas, y ahora lo llevan más despacio junto a la experiencia que le permite diagnosticar dónde morirá la próxima jugada, dónde nacerá el próximo gol. Piensa en eso los 90 minutos del domingo y las 24 horas de todos los días. “A veces me piden que pare de hablar de fútbol, pero yo lo vivo así porque esto es mi vida. Y no puedo decir: ‘Listo, ahora pienso en otra cosa…‘ No logro separar el fútbol de mi casa, porque mi estado de ánimo depende de eso. No puedo elegir ponerme alegre cuando no lo estoy. Obviamente valoro todas las cosas extrafutbolísticas que me da la vida, pero cuando pierdo, no estoy contento”.
Disfruta del fútbol, siempre. Siempre que va ganando: “Lo que se llama divertirse, me divierto cuando voy 2-0 arriba y el partido está cerrado. Pero en general la paso bárbaro. Me hacen sentir bien los entrenamientos, las concentraciones… Y estar en un equipo que quiere pelear es un impulso fundamental”.
Su discurso de jugador se va entretejiendo con el de un potencial entrenador. Hoy, Guillermo Rivarola es su director técnico, pero de haber repetido un par de grados, también pudo haber sido su compañero de colegio. Y sabe que esa sapiencia adquirida por Simeone vale más que varios pulmones. “Me llevo muy bien con Guillermo. Nuestra relación es tranquila y abierta, porque yo sé cuál es mi lugar y también respeto el suyo. Personalmente, creo que está manejando al grupo de la mejor manera, haciendo sentir partícipes a todos, en una campaña muy importante. Después de tomar un equipo que venía de perder diez partidos, lo armó con paciencia para pelear arriba”, resalta. Y asegura que el vínculo entre ambos mantiene cierto nivel jerárquico: “Hablo con él como cualquiera de mis compañeros, aunque lógicamente siempre hacen falta tres o cuatro jugadores en los cuales el entrenador pueda confiar más. Y en Racing los hay”.
Fueron 106 partidos representando a la Argentina, a los argentinos. Por eso, no llegó a Racing como cualquiera que pisa un club anunciando un pasado de amor a la nueva camiseta. Llegó siendo el Cholo y fue recibido a lo grande, por ser hincha de la Acadé, pero sobre todo por ser el Cholo. “Yo soy hombre de la Selección, y por eso los hinchas de otros clubes también me respetan. Valoran todo lo que di por la celeste y blanca”.
Ahora sigue peleando por la celeste y blanca, pero no en el Monumental, sino en el Cilindro, donde aún retumba el eco de su propia voz: “Me emociona y me sorprende sentir la salida de Racing a la cancha. Tanta masa, tanta gente sufrida, tanta ilusión… Veo esa explosión y se me pone la piel de gallina”.
Lo respetan todos, por tanta historia, por tanta personalidad adentro de una sola camiseta. Ya su adiós de Vélez, en 1987 –después de haber debutado con apenas 17 años– lo obligó a elegir entre poner la pierna fuerte o esperar que la dominara otro. A kilómetros de sus padres, Settimio Aloisio le propuso irse a jugar al Pisa, de Italia. Le dijo “pensalo” y, al minuto, agregó: “Tenés media hora”. El Cholo quería triunfar en Europa, y Pisa quedaba en Europa. Era un paso adelante: “Fue una decisión importante, que me hizo crecer como jugador y como hombre. Así empecé a tomar vuelo futbolístico, a una edad en la que no era normal irse a jugar ahí. Aprendí que nadie te regala nada y que, un momento de relajo en el fútbol, significa quedar afuera”.
Desde entonces, Diego Simeone no tuvo relajos, y no volvió a jugar un campeonato de AFA. Durante 14 años vivió en Europa, comunicado constantemente con su país, hablando español o hablando italiano, pero siempre desde la cabina celeste y blanca. Pasó al Sevilla, en el 92, para jugar con Diego. Al Atlético de Madrid, en el 94, para ganar la Copa del Rey y la Liga. Al Inter, en el 97, para celebrar el título de la UEFA en la temporada 97/98. A la Lazio, en el 99, para ganar el scudetto 99/00; y al Atlético de nuevo, en 2003, para cerrar su ciclo europeo como ídolo eterno del club que más lo saboreó. “La gente del Atlético es muy parecida a la de Racing. Vive un ambiente que siempre está al límite, siempre bajo presión, siempre esperando algo malo… A ellos todos les cuesta el doble que a los demás. Y eso lo debe saber el tipo que juega ahí, tanto como el que juega en Racing”.
El lo sabe. Y por eso no quería dejar el fútbol sin jugar de local a la sombra de ese mástil que extrañó por mucho tiempo. No quería retirarse sin pasar por el club que le hizo gancho con el fútbol. Y ahora no quiere irse, sin darle un título a Racing: “Tengo contrato hasta diciembre y después veré. Mi idea es decir basta estando en vigencia. Y la ilusión, obviamente, es salir campeón con la Academia antes de decir adiós”. Quizá sea más adelante en el tiempo, tal vez sea más atrás en la cancha. “En Atlético de Madrid jugué en la cueva y fue una buena experiencia. Me parece que jugar como defensor es una buena posibilidad para extender mi carrera”.
Sabe que hablar de Racing campeón es ilusionar a los que casi siempre se ilusionan, con el riesgo de sufrir como casi siempre les tocó sufrir. No sólo es hincha de la Academia, el Cholo, sino que además tiene 35 años. Y la única vuelta olímpica que disfrutó, en 2001, no pudo ser en vivo. “Como estaba en Mar del Plata me perdí los festejos del último campeonato y, por mi edad, nunca celebré un título local en la cancha. Pero en este momento hay que ser realistas y no pensar en eso… Mientras haya esperanza, yo voy a pelear”.
Como consuelo de esa ausencia en la fiesta de Mostaza atesora una camiseta de José Chatruc, pero nada podría compararse con vivir desde el césped una vuelta racinguista, aunque no quiere volar. Es consciente de la necesidad de dar el primer paso, antes de otro paso a paso. Y de golpe, se ve protagonista. Y de repente, está peleando el campeonato. “Estamos haciendo un buen torneo. Será muy bueno o regular, según las fechas que faltan, pero el equipo sin dudas dio muestras de crecimiento y va por el camino correcto. Ojalá que todo este esfuerzo se vea gratificado al final de campeonato…”
Volvió el Cholo. Volvió pensando lo que antes corría, volvió hablando lo que antes escuchaba. “Sin dudas hay un feeling importante con los más chicos, porque cuando ellos tenían dos años, yo ya jugaba en Primera… Por eso, en lo posible, trato de acercarme a la edad que tienen. Después de todo, me sigo sintiendo joven”.
La Selección tuvo varios Cholos. Epocas de ventilador eléctrico y tiempos de reloj con alarma. Ahora, a los 35 años, piensa que lo suyo “pasa por el equilibrio y si bien no tengo el paso de Falcón ni la agresividad del Chaco (Torres), cuento con otras características que le hacen bien al equipo”.
Se podría haber quedado en Europa, pero quería volver. La inseguridad en la Argentina, expandida en noticia por los diarios del mundo, no pudo con la seguridad de querer vivir en su país, y aunque considera que “se redujeron los problemas referidos a ese tema”, también se muestra sorprendido por una realidad sudamericana que no veía hace mucho tiempo. “Me encontré con una Argentina que pelea por salir de una situación muy difícil –resalta–. Tiene grandes problemas con la educación, la comunicación, el desempleo, los piqueteros… Eso es algo que no entiendo: cómo gente sin trabajo puede protestar, más allá de sus razones y necesidades, en lugares donde jode a los demás. Algún día va a pasar una desgracia, porque si un hijo propio se enferma y hace falta llevarlo a un hospital al que no se puede llegar por un corte de ruta, es lógico que un padre pueda reaccionar mal”.
Habian pasado 14 años lejos del fútbol argentino. Y con el país, cambió el fútbol. Bochini ya no es el 10 de Independiente. Y Rubén Paz ya no está en Racing, para devolverle una pared. De un día para el otro, el Cholo debía empaparse de actualidad, y reaccionó rápido. Habló con Fernando Marín y se internó en un ciber de Madrid, para ver los nombres, para conocer las caras, para estudiar a fondo la actualidad del fútbol argentino. “Al llegar me encontré con jugadores interesantes que no conocía. El pibe Cabral tiene un buen futuro, Barrado es un tipo desequilibrante, Lisandro (López) es exquisito... Y otros tantos se ganaron un lugar en silencio, como Vitali o Falcón. Eso, sumado a casos como el de Ubeda, que a los 36 años entrena como ninguno, como si fuera un pibe que recién está empezando, hace que el equipo esté peleando arriba”.
La pretemporada vaticinaba un Racing interesante. Pero todas las miradas seguían al Cholo en su regreso, tal como le pasó al pibe del pancho, en la tribuna. Sólo que ahora la atención sobre él era real. El fútbol argentino entero esperaba un pitazo para saber si Simeone había vuelto de Europa para robar pelotas o para robar un par de añitos.
“Tanta expectativa me generó cierta responsabilidad, o presión, porque estaba claro que la gente necesitaba verme en el campo. Yo sentía que además de ir a ver a Racing, los hinchas y los periodistas iban a verme a mí y a ver cuánto podía dar”, asevera. Y tiene el porqué: “Cuando un jugador de 34 años vuelve al país, uno piensa que viene para robar o para cobrar un sueldo sin entrenarse, pero a mí nunca se me pasó eso por la cabeza. Sentía y siento la necesidad de competir. Siempre fui así, desde el primer día en que empecé en el fútbol. Nunca traicioné esa forma de ser”.
Ya es símbolo de Racing y abanderado de un plantel, capaz de marcarle los errores a los demás, en el mismo tono que marca los suyos. Fue él quien hizo públicas las críticas de sus hijos, que le achacan la preponderancia de sus goles de cabeza por encima de los que hizo con el pie.
“Cada uno tiene sus características, y en mi caso, es cierto que hice muchos goles de cabeza a lo largo de toda mi carrera. Yo siempre fui de aprovechar, por derecha o izquierda, la llegada al área sin pelota, y ahí el cabezazo es fundamental. Eso lo tomé también del baby, una escuela que es clave para cualquier futbolista”.
Nunca fue demasiado narcisista. Si bien asistió a varios dermatólogos para solucionar algunas huellas del acné en su cara, sostiene que “nunca me acomplejé por eso. Al contrario, es un rasgo que me identifica”. También sus shorcitos arremangados conforman su identidad, enganchados por adentro con los calzoncillos. “Siempre los uso así, porque me gusta –expresa–, me hace sentir bien. Y todo lo que me hace sentir bien, lo hago”. Indudablemente, la camiseta 14 lo hace sentir muy bien. Por eso, se la quiso asegurar antes de viajar para Buenos Aires. “La siento como una marca. Desde que se juega con los números fijos en la camiseta, cuando yo todavía estaba en el Atlético de Madrid, pedí que me dieran el 14 y nunca más lo largué. En cuanto se arregló mi incorporación a Racing pregunté quién la tenía y el pibe (Hernán) Barcos me la dio sin ningún problema”.
Se hizo cargo del lugar que ocupa, el Cholo, y se convirtió en el respirador artificial de un Racing que empezó a moverse, que empezó a jugar, que empezó a ganar. “Los equipos necesitan mediocampistas que hagan goles, porque no podés depender de un solo delantero. Si no, el día que falla, el equipo no anda”. Podría tener tres o cuatro goles si hubiera concretado las situaciones claras en las que puso de pie a la platea, pero sólo concretó una. Una que nunca jamás podrá olvidar. “Fue especial gritar un gol de Racing –reconoce–, porque lo soñaba desde hacía un montón. Lo busqué con muchas ganas y por suerte se dio en un momento importante y en una cancha espectacular, como la de Rosario Central…”.
La tesis de un Racing protagonista se tiñó ese día de verdad empírica, creíble y preocupante para todos los demás. “El triunfo ante Central fue muy importante, aunque después los empates con Huracán de Tres Arroyos y Almagro nos quitaron el envión. Pero yo creo hasta el final. Y mientras los números nos mantengan vivos, no bajaré los brazos, porque siento el fútbol así. Sé que vamos a tener una oportunidad más, aunque ya no nos queda margen de error. Sólo nos resta ganar y escuchar la radio”.
Rindió el examen con creces, y la Academia empezó a levantar el promedio para competir con los otros aspirantes. Sorpresivos para algunos, no para Simeone. Tanto estudiar a la distancia, le dio un caudal de contenidos lo suficientemente amplio como para enfrentar a los micrófonos a inicios del campeonato y pronosticar a “Vélez y Estudiantes entre los candidatos”. ¿Pura causalidad? No, algo sabe. “Nombré a Vélez en ese momento porque era un equipo que venía de perder el campeonato en la última fecha y, de tanta bronca acumulada, seguro iba a reaccionar. Y en cuanto a Estudiantes, sabía que iba a estar ahí cerca, porque tiene un jugadorazo como Pavone, y porque Merlo tiene fundamentos para llevar a sus equipos a rendir el doble de lo que pueden rendir sus jugadores”.
Nadie mas autorizado para pronosticar fútbol, y mucho más si se trata de la Selección Nacional, que amenaza con vivir en Alemania 2006 su primer Mundial sin un Diego Simeone desde Italia 90. “Una Copa del Mundo es lo más lindo que le puede pasar a un futbolista y los que tienen el privilegio de llegar, deben vivir para el Mundial”.
El Cholo vivió para tres Mundiales. Y nadie le sacará de la cabeza la esperanza de vivir el cuarto. “En este momento tengo que pensar en seguir mejorando mi rendimiento en Racing. La Selección es lo más grande que hay –enfatiza– y, para mí, las puertas siempre estarán abiertas. Hoy sé cuál es mi lugar, y soy el hincha número uno”. No descarta su regreso y no lo va a descartar. Ni ayer, ni el año que viene, ni en el Mundial del 2034. “Con Pekerman nos conocemos y guardo un gran respeto por él. Tuvo un gran éxito con los juveniles y es un tipo muy ligado a la Selección. Por eso, deseo que le vaya bárbaro”. Nunca dijo que no ante una convocatoria. Y tampoco titubeó al confrontar por el tema con Fernando Redondo, a quien él mismo bautizó como Príncipe. “No sé cómo me apodaría a mí mismo –reflexiona–. Yo tuve la lucidez de encontrarle un apodo a él, a mí que me lo ponga otro… Yo soy simplemente lo que se ve desde afuera. Y hago siempre lo que siento. Soy más pasional que racional”.
Así es la gente de Racing. Y el Cholo es de Racing: “Iba con mi viejo al Cilindro y, como todo pibe, lo primero que miraba al llegar al estadio era la gente, los papelitos, la hinchada que llegaba última… Era espectacular. Siempre iba al Codo, y llegaba comiendo esos panchos increíbles, fabulosos, que tienen algún secreto. Nadie sabe qué tienen, pero los panchos de la cancha son distintos a todos los demás…”.
El Cholo también es distinto en la cancha, inmortal en el fútbol argentino. Si el fútbol es su vida, no morirá cuando se retire. Seguramente, nacerá otra vez, como entrenador. “Estoy haciendo el curso y es una idea que me entusiasma –reconoce–. Sobre todo para poder sacarle a los pibes las cosas buenas que uno ve y que podrían explotar”.
Un paso le sirve para ir más allá en el siguiente. Y así va llegando más lejos con el correr del tiempo. De haber asesinado al reloj, el Cholo Simeone no hubiera cruzado nunca del otro lado del alambrado. Y entonces Diego, el pibe del pancho que vivía los partidos desde un codo del Cilindro, no estaría reviviendo hoy aquella sensación, esta sensación, tan espectacular.
Los padres de la criatura
Carlos Bilardo
Fue el director técnico que me ayudó a conocer un montón de cosas del fútbol. Y trabajando con él me convertí en un mediocampista en todo sentido. O sea, ni un cinco, ni un ocho, ni un diez, simplemente un mediocampista. Y por sobre todas las cosas, me dio la posibilidad de llegar bien preparado al fútbol europeo.
Alfio Basile
El Coco es un gran tipo. En su era al frente de la Selección me brindó la posibilidad de afianzarme en el equipo. Además, tiene un don especial. Con sólo mirar a los jugadores, Basile logra transmitirles las mejores sensaciones antes de salir a la cancha. Por eso, entre otras cosas, con él pudimos ganar dos Copas América.
Daniel Passarella
Daniel fue el director técnico que me dio la cinta de capitán de la Selección Argentina, y para mí significó siempre un verdadero ejemplo de capitán. Es más, no sólo para mí, sino también para los demás capitanes que tuvo el seleccionado después de su retiro, como Diego Maradona u Oscar Ruggeri.
Marcelo Bielsa
A mi entender, Marcelo es el mejor entrenador de campo que hay. Con él como director técnico, todos los jugadores salen a la cancha con información de sobra. Es impresionante en ese sentido. Antes de comenzar el partido, sus jugadores ya saben todo lo que puede llegar a suceder adentro de la cancha.
Por Nacho Levy (2005).
Fotos: Alejandro Del Bosco.