2004. El socio del silencio
Gabriel Heinze había jugado ocho partidos en primera, se fue a Europa y con un bajo perfil se fue ganando la confianza de Marcelo Bielsa que lo convocaba para jugar en la Selección.
La primera tentacion es deslizarse por el lugar común y vincular su carrera al título de una película archiconocida: El Socio del Silencio.
Basta con eslabonar un par de situaciones para aferrarse con las dos manos a ese rótulo: silenciosa llegada a Newell’s desde un pequeño pueblo entrerriano, silencioso debut en Primera, silenciosa partida al fútbol español con apenas ocho partidos de experiencia en el fútbol argentino, silencioso paso por el fútbol portugués, silencioso regreso a España, silenciosa transferencia al Paris Saint Germain, silenciosa consagración como el mejor defensor izquierdo de la liga gala durante dos temporadas consecutivas y silenciosa incorporación al nuevo plantel de la Selección.
A Gabriel Heinze no le preocupa ni le molesta navegar en aguas mansas y discretas. “Sé que mucha gente no sabe nada de mi carrera. Que podría caminar tranquilamente por cualquier calle de Buenos Aires sin que nadie me reconociera. Pero eso no me cae nada mal. Ser famoso no es mi objetivo de vida. Me interesa crecer y desarrollarme en el fútbol, que es mi pasión. Me enorgullezco de lo que hice hasta ahora y agradezco las oportunidades para demostrar lo que puedo dar. Si eso tiene trascendencia, bien. Y si no, también”, dice el esposo de Florencia y padre de Paula (un año y medio) anclado en su casa de las afueras de París.
Desde su convocatoria para el exótico amistoso con Libia, en abril de 2003, el apellido de este muchacho de 26 años es un pretexto más para bombardear la vapuleada estabilidad de Marcelo Bielsa. “¿Viste lo que hizo ahora? Convocó a Hinze, Yense, Heinze… ¿De dónde lo sacó? Si no lo conoce nadie…”
Pero en Europa saben bien quién es Gabriel Heinze. Podrían radiografiarlo con exactitud y decir que es un defensor zurdo y polifuncional, apto para ser stopper o lateral, de anticipo tenaz y sólido en el juego aéreo. Podrían reverenciarlo como a un jeque por los continuos elogios de la prensa especializada europea. Y podrían recitar de memoria los equipos que han sondeado las condiciones para adquirir su pase: Juventus, Barcelona, Inter, Chelsea, Roma…
Claro está: el técnico de la Selección no citó a un cualquiera ni lo inventó. Heinze se inventó solo. Puso la primera piedra a los 14 años, cuando dejó su pueblo para vivir en la pensión de Newell’s, y armó su camino centímetro a centímetro. “Me fui de Crespo, mi pueblo, detrás de una ilusión. Llevaba al fútbol en la sangre –cuenta Gabriel– y soñaba con jugar en Primera.”
A esa etapa, presumiblemente dura, la guarda en un cofre de ternura. “Fueron cuatro años hermosos, muy lindos. Hice amigos que aún conservo, por más que no hayan progresado en el fútbol, y aprendí el valor de compartir, de ser solidario y consecuente con el compañero. Esa época no la cambio por nada del mundo. Si volviera a nacer, quisiera vivir otra vez cada uno de esos días”, relata teñido por esa emoción que se redobla cuando confirma que Walter Samuel y Facundo Quiroga –también soldados de la Selección– eran dos de sus mejores compinches. “Es increíble que los tres hayamos llegado tan lejos”, dice. Y se emociona otra vez.
Jorge Griffa modeló su perfil de jugador y Mario Zanabria lo hizo debutar en Primera como lateral, en 1996. Ocho partidos después, con apenas 19 años, se produjo un cambio de frente inesperado: oferta del Valladolid, vuelo transatlántico y a probar suerte en el fútbol español. “Fue rapidísimo, de un día para el otro. Habían venido a ver a varios jugadores de River, pero les gusté yo y firmamos. ¿Si dudé un poco? No, no. Fue una decisión meditada con toda la familia. Somos muy unidos y siempre charlamos las cosas importantes. En esa decisión tuve un porcentaje yo, pero también mis viejos y mis hermanos. Como decía mi papá, el tren pasa una sola vez y hay que tomárselo. Y yo me lo tomé.”
La primera parada en la estación Valladolid resultó tortuosa: el técnico croata Sergio Kresic no lo utilizó en ningún partido de la temporada 1997/98. “La experiencia –cuenta– fue durísima. Estaba lejos de mi casa, en un país desconocido, y no jugaba ni en las prácticas. Pero no reniego de ese año. Diría que me hizo crecer bastante. Me sirvió para madurar y fortificarme espiritualmente. En vez de bajonearme, me dio impulso. Entendí que para triunfar debía pelearla, que nadie me iba a regalar nada.”
Mientras se curtia en resignación, le ofrecieron continuar viaje hacia la estación Lisboa y tampoco dudó. “A las dificultades hay que afrontarlas, ponerles el pecho. Y en mi situación no hubiera sido inteligente dejar pasar esa experiencia. De hacerlo, seguro que me lo hubiera reprochado”, arguye Heinze, que lució durante seis meses la camiseta del Sporting en compañía de un amigo del alma, Facundo Quiroga, y de una entrañable adquisición del corazón, el Beto Acosta: “Qué tipo bárbaro el Beto. Nos conocimos en Portugal y nos hicimos muy amigos. Hablamos seguido y cuando me convocan para la Selección aprovecho para comerme un asadito en su casa.”
Aunque crecía en ritmo y experiencia, le costó afianzarse. Y retornó a Valladolid para tomarse una revancha. Dio un salto de calidad con el entrenador chileno Gregorio Manzano y terminó de afianzarse de la mano de Pancho Ferraro, “alguien a quien quiero mucho”. La versión galvanizada de Heinze sedujo al entrenador Luis Fernández, quien lo pidió como refuerzo excluyente para el PSG. Allí hizo dupla con otro cachorro de Newell’s, Mauricio Pochettino, y alcanzó la regularidad y el nivel que le valió la citación para la Selección. “Son dos personas a las que les debo bastante. El técnico me dio una confianza enorme y Poche me ayudó un montón para que me adaptara a la ciudad, al idioma y a un medio futbolístico muy diferente al español. ¿Por qué? Porque el fútbol francés es más rápido y fuerte. Le sobran delanteros veloces y talentosos”, señala el mejor defensor izquierdo de Francia de las últimas dos temporadas.
Entre el chico de 19 años que marchó hacia la aventura y este defensa de elite hay diferencias profundas. “Soy la misma persona, pero otro futbolista. Pasé de 70 a 78 kilos, asimilé varios sistemas, acumulé experiencia y fui entendiendo mejor el juego”, apunta al tiempo que proclama a “la concentración” como su principal virtud. “Técnicamente, no tengo condiciones excepcionales. Pero sé que estando concentrado puedo ser muy eficiente para mi equipo”, revela el admirador incondicional de Roberto Sensini: “Fue mi referente y sigue siéndolo. Siempre me atrajo su facilidad para adaptarse a distintos puestos de la defensa, algo que yo trato de imitar. Y me deslumbró que jugara al fútbol con simpleza, cosa que se dice fácil pero cuya ejecución es muy difícil. Que a los 37 años permanezca vigente en la liga italiana es la mejor prueba de su categoría.”
Admirador de la destreza técnica de su ex compañero Ronaldinho Gaúcho –“Le vi hacer cosas increíbles con la pelota”–, Heinze reconoce al holandés Patrick Kluivert como el delantero que más lo complicó: “Tiene tantos recursos técnicos que no sabés para dónde te va a salir.” Y a la hora de elegir a la persona que más lo marcó en su carrera, no opta por ningún entrenador. “Esa persona fue Jorge, mi papá. Me enseñó los valores de la vida y a tener los pies sobre la tierra, pase lo que pase”, dice todavía conmovido por la pérdida reciente, ya que falleció horas después de verlo jugar en el Monumental contra Ecuador, mientras Gabriel volaba de regreso a París. “Fue un golpe duro e inesperado, pero de a poco nos vamos recuperando. Me quedan su ejemplo y sus enseñanzas. Y el consuelo de que me vio jugar en mi país con la camiseta de la Selección. Sé que contra Ecuador cumplí su sueño, que también era el mío. Por eso lo voy a recordar como un partido muy especial.”
La deliciosa inmensidad de París no trastrocó su esencia pueblerina. Abonado al perfil bajo –“Es mi modo de ser, salgo poco en los medios”–, dedica el tiempo libre a disfrutar de la familia y a reunirse con amigos, especialmente el portugués Hugo Leal, volante del PSG. “Lo lindo de vivir en París es que estás en una de las ciudades más bellas del mundo. La contracara es un tráfico de locos y toda la gente viviendo a mil. Yo soy más tranquilo, no me gusta el ruido”, dice Heinze.
¿Qué tiene Crespo que no tenga París? “Uhhh… Crespo tiene sentimientos, anécdotas, amigos y mi familia. Con eso le saca demasiada ventaja…”, remata el defensor, cuyas “adicciones” cotidianas son el mate y la computadora, herramienta indispensable para cambiar mails con la familia y devorarse los sitios de diarios y revistas argentinas.
La incredulidad fue su reacción natural cuando sonó el teléfono en su residencia de L’Etaeng la Ville y una voz lo notificó de su primera convocatoria a la Selección. “Sinceramente, no lo esperaba. Con los grandes defensores que hay, ¿cómo imaginarme en el plantel? Fue la noticia más bonita que me dio el fútbol, porque me siento muy argentino”, dice sin derramar ni un gramo de suficiencia: “La Selección inició una nueva etapa, pero no siento que me haya ganado un lugar. Para nada. El grupo de jugadores que puede estar es muy grande, Bielsa tiene demasiado para elegir. Mi mentalidad es rendir a pleno en mi club y esperanzarme para la siguiente convocatoria. Vivo el día a día.”
Como D’Alessandro, Mariano González o el Chelito Delgado, Heinze integra la camada de jugadores que, pese a no participar del Mundial 2002, deben bancar el peso del fracaso ajeno en sus propias mochilas. ¿Se siente demasiado esa presión? ¿Molesta? ¿Es difícil de digerir? “Más que presionar o ser difícil, es una situación que me provoca mucho dolor. Los muchachos que fueron al Mundial dejaron todo. Nadie debe haber sufrido como ellos todo lo que pasó. Si un Mundial es lo que se sueña desde que uno es pibe… Yo siento dolor por las cosas que se hablaron y se siguen hablando. Se supone que somos todos argentinos: los periodistas, los que opinan de afuera, los jugadores, Bielsa, los otros técnicos. Entonces no tiene sentido destruir, escarbar en el pasado. Lo que pasó, pasó. Mala suerte. Hay que mirar para adelante y empujar el carro todos juntos. Por ejemplo, se deberían valorar muchísimo los tres puntos contra Ecuador. Si no hubo tiempo para entrenar y preparar el partido… Fue muy meritorio.”
Intacta la ambición, Gabriel piensa en la Selección con los pies en el Paris Saint Germain: “Después de algunas temporadas flojas, lo estamos devolviendo al lugar importante que siempre tuvo. La gente está contenta, empuja bastante. Y siempre se acuerdan de Carlos Bianchi, que acá es Gardel. Le tienen un respeto enorme.”
Con el Mundial como objetivo supremo y los grandes equipos de Europa coqueteando alrededor de su estampa de guerrero romano, Heinze alimenta un deseo más vinculado con los sentimientos que con el crecimiento de una cuenta bancaria: “Dentro de un tiempo me gustaría volver y jugar una temporada entera en el fútbol argentino. Me fui tan chico que no lo pude saborear. Es una experiencia que me debo y que, si Dios quiere, algún día voy a cumplir.”
Palabra de Gabriel Heinze, el crack anónimo de la Selección.
Por Elías Perugino (2004).
Fotos: AFP y La Nación.