Las Entrevistas de El Gráfico

Muhammad Alí, a 50 años de la mítica pelea en Zaire: "Le gané a Foreman antes de subir al ring"

Una entrevista para la historia, al pie del cuadrilátero, segundos después de finalizado el combate en un país que ya no existe.

Por Redacción EG ·

30 de octubre de 2024

Al día siguiente de su triunfo ante Foreman parecía un gigante. Le quedaban 10 horas para abandonar Kinshasa y se sintió Dios paseando por sus calles. La voz era un sonido afónico que frenaba su euforia. Y contra todo lo que podría suponerse, cada frase adquiría la actitud serena y casi paternal del hombre comprensible. Cassius era feliz pero se esforzaba por no sobredimensionar su triunfo. Acaso porque su objetivo era demostrar que el resultado había respondido a una lógica y no existían razones para gritarlo. El Muhammad pre-pelea había muerto en el mismo momento en que la grotesca humanidad de Foreman se desplomaba en el ring. Sus discursos y aquel tono soberbio se transformaron en palabras cordiales. El mundo sabía que era el nuevo campeón, él sabía que ahora le tocaba a ese mismo mundo hablar de él.

Imagen Ceremonia previa. Junto a las autoridades del C.M.B. encabezadas por el señor Velázquez, Foreman y su manager Dick Saddler comienzan a escuchar al incansable Cassius Clay.
Ceremonia previa. Junto a las autoridades del C.M.B. encabezadas por el señor Velázquez, Foreman y su manager Dick Saddler comienzan a escuchar al incansable Cassius Clay.

Intenté el diálogo en su habitación. Lo aceptó con la condición de que no interrumpiera la preparación de sus maletas. París lo esperaba como escala hacia Nueva York. Alí tenía muchas ganas de llegar lo más rápido posible porque entre sus planes estaba dar una conferencia para hablar de la pelea y de un tema que mantendría la vigencia de su controvertida personalidad: los negros.

—He vivido siete semanas entre mis hermanos Y llevo a los pueblos sojuzgados un mensaje de liberación. Tenemos que independizar las almas y las mentes de 40 millones de negros tratados como basura. Yo seré el símbolo de esa liberación. Los negros deberán seguir mi ejemplo: hay que rebelarse contra la separación, los malos tratos, la desigualdad...

—¿Tiene eso algo que ver con Foreman?

—Sí, y no sea tan tonto como para burlarse. Foreman es un negro asumido. Igual que Frazier y que cientos de boxeadores que permiten ser tratados como mercancía. No tienen fuerza espiritual porque no se animan a creer en Alá, nuestro Dios. Alá me ayudó a ser campeón otra vez. Ellos tendrán que creerlo quieran o no quieran. En cambio prefieren un gran coche y la vida miserable que tuvieron antes del boxeo y que les espera después del boxeo.

—¿Por eso le ganó a Foreman?

—Le gané porque soy mejor. Pero no sólo boxeando sino interiormente. Tengo una gran ayuda espiritual. Creo en mi religión musulmana. Por eso puedo mirar-los desde arriba. Ellos serán como yo cuando se den cuenta de que no podemos vivir juntos negros y blancos mientras las reglas del juego no sean parejas.

—¿Y eso tuvo gran importancia para meter la derecha del nocaut?

—Aunque muchos blancos como usted no lo crean, cada cosa responde a la voluntad de Alá. El me castigó contra Frazier en la primera pelea porque no le fui fiel. Desde entonces hago todo cuanto su mensaje orientador e infalible me indica.

 

 

Imagen La izquierda de Foreman que se pierde.
La izquierda de Foreman que se pierde.
 

Imagen La falta de blancos para llegar con las descargas al cuerpo y la perfecta cobertura de antebrazos del maestro para frustrar las intenciones ofensivas de Foreman.
La falta de blancos para llegar con las descargas al cuerpo y la perfecta cobertura de antebrazos del maestro para frustrar las intenciones ofensivas de Foreman.

—Muy bien, Mí, pero ¿podemos hablar de boxeo?

—¿Y de qué cree que estoy hablando? ¿O acaso es posible separar las cosas? Yo no podría ser lo que soy si separara mi personalidad; si pusiera el hombre por un lado y el boxeador por el otro. Soy el mismo abajo arriba del ring. Y es a ese hombre a quien Alá ayuda.

—¿Y usted qué hace para ayudar a Alá?

—Todo cuanto él me dice. Para esta pelea tomé todas las precauciones. Antes de salir me dije: "¿Qué podría extrañar en el Zaire?" Y me respondí: "a mis padres, a algunos grandes amigos, a mi hermano Ramajah o a todo mi equipo." Y entonces, ¿qué hice?: los traje a todos. Traté de hacer de cuenta que estaba en mi propia casa. No sentir la presión de la distancia. Otra cosa: ¿cómo debo entrenarme? Y me di cuenta de que la temperatura favorecería la sudación. Entonces, de acuerdo con Sarría disminuimos el trabajo de guantes y nos pusimos a trabajar físicamente. Por eso los periodistas que me veían en el gimnasio no daban cinco centavos por mí. Me veían saltar a la cuerda, hacer abdominales y procurar, lo máximo posible, darme elasticidad. El boxeo tiene una particularidad física: de nada valen los músculos gran-des, bien formados y vigorosos. Lo importante es tener los brazos livianos, fláccidos, rápidos. Yo sabía que si Foreman me pegaba arriba me podía noquear. Pero me endurecí tanto en el abdomen que por más que me diera con un hierro no lograría siquiera moverme. Y ustedes lo vieron: me dejé pegar abajo hasta que el mismo Foreman se convenció de que no podría noquearme pegando allí. Hay más: yo sabía que lo fundamental para un boxeador es lograr la tranquilidad; en siete semanas no leí ningún diario, ninguna revista y sólo traté de escuchar música. A veces una noticia lo deprime. Y sobre todo en esta época de salvajismo, cuando cualquier funcionario es capaz de declarar una guerra o someter a un pueblo. Traté de llegar a la pelea totalmente vacío, como si nada hubiera pasado en el mundo ni en mi vida. En otros términos: me hice el equivalente a una cura de sueño.

Imagen El referí Zacharí Clayton prolonga la cuenta. Foreman en el piso, muestra su aniquilamiento físico y moral. Cassius ya grita su triunfo.
El referí Zacharí Clayton prolonga la cuenta. Foreman en el piso, muestra su aniquilamiento físico y moral. Cassius ya grita su triunfo.

—¿Eso fue lo más importante para ganar?

—Sí, estoy seguro. Trabajé con los nervios de Foreman. Mientras le hablaba me daba cuenta de que él se desesperaba. Y que caía con facilidad en la histeria. Eso era lo que yo quería. Pero, ¿qué pasaba?: no sólo mis palabras lo molestaban Cuando Foreman llegó al ring ya estaba muy nervioso, destrozado. Él quería terminar la pelea cuanto antes, estaba cansado de la expectativa, de Kinshasa, del clima que lo rodeaba y de todo. Yo, en cambio, gozaba con ese misterio que formaba cada día de mi estancia allí. Me preparé para hacer de cuenta que vivía en un paraíso, que el calor era saludable, que la comida era un manjar, que la gente era la más maravillosa del mundo, que la postergación fue una bendición de Alá que todo era bueno, lindo favorable. En cambio, él no. Todo llegó a molestarlo, a aburrirlo, a desequilibrarlo. Es más, el día de la pelea corrí 5 millas y aquellos suburbios me parecían los Campos Elíseos de París; en cambio él se la pasó encerrado como un león enjaulado, esperando ocho horas que lo llevaran al estadio. Era lógico: al subir al ring yo estaba con mi fuerza física bien lograda y con un gran respaldo de tranquilidad. Esto es lo principal para un boxeador; Foreman parecía un loco.

—Y ya sobre el ring y en pelea, ¿qué pasó?

—Una mano de derecha le cambió todos los planes. El jamás se imaginó que yo podría pegarle. Lo engañé como a un niño porque toda mi publicidad estuvo en que yo bailaría. El descontó que Yo no me animaría a pegarle. Cuando lo hice le cambié todo el esquema. Lo obligué a pensar, le transfería la responsabilidad. No gané ni con la derecha del octavo round ni con mis combinaciones perfectas de todas las vueltas; gané, estoy seguro, con palabras y esa derecha del primer asalto.

—¿Qué hará ahora, Muhammad?

—No lo sé. Un gran hombre como yo no puede hacer planes. Se debe a los demás. Pero creo que seguiré boxeando.

—¿Contra quién?, ¿cuándo?, ¿dónde?

—Qué importa eso... Para mí todos son iguales. Todos son inferiores. Pelearé contra cualquiera. Pero si es blanco mejor, para darle una buena paliza. No porque tenga algo contra él en especial sino porque Alá me indica que de una buena vez debemos ganar nuestro lugar y demostrar nuestra superioridad...

Antes de salir hacia el aeropuerto miles de personas le esperaban. Luego una caravana a pie le siguió manteniendo el ritmo del auto que lo llevaba. Una amiga, Vivian —mestiza—, era su acompañante, más de cinco asistentes le controlaban las diligencias; él sacaba la mano y saludaba. Desde el Cadillac en que viajaba, Cassius seguía hablando de igualdad...

Por ROBINSON (1974).

Fotos: A.P.