Galíndez: “Soy un payaso triste”
En 2003, Miguel Di Lorenzo -Galíndez- cuenta su historia. Sus momentos con Menotti, Bilardo, Basile. Su cariño entrañable por Maradona y Ruggeri. Todo un personaje.
¿Dónde está el sur?, preguntaba el pibe de veinte años. Estaba metido en el Regimiento de Palermo desde las siete de la mañana. Pasaba el tiempo y no sabía qué iban a hacer con él. Algo le dijeron de ir al sur, nada más. “Yo tenía la Libreta de Enrolamiento en la mano y por un momento pensé en rajarme –cuenta ahora, mientras pita a fondo un Marlboro–, pero sentía a Dios que me decía al oído que no, que eso estaba mal.” Después del mediodía vinieron a distribuirlos. Azul, Olavarría, Bahía, Neuquén, Zapala, Covunco, San Martín de los Andes... “Nos metieron en el tren. Fueron llamando en orden, hasta que dijeron Covunco. Me tocaba a mí. No sabía qué era eso. Nos dieron una bolsa con ropa, platos de lata, cuchillos, tenedores... y nos metieron en el tren. El tren salió despacio y en eso... Pasamos por la cancha de Boca. Me asomé y mirándola le dije: ‘Quedate tranquila que ya vengo’. Fue un viaje largo, muy largo. Me acuerdo que me trepé al portaequipaje y ahí me puse a dormir.”
Aquellos que hicieron el servicio militar saben que la palabra Covunco era la más parecida posible a castigo. Queda bien al sur. Allí fue a parar Miguel Di Lorenzo, quien esa época ni soñaba en que sería famoso como Galíndez a secas.
“Montaba guardia por la noche de 2 a 4 o de 4 a 6, hacía como 18 grados bajo cero. Me gustaba hacer guardia, quedarme solo por las noches. En cuanto aparecía alguien iba y le gritaba: ‘¡Alto! ¿Quién vive?’ (se posesiona y pega el grito como si todavía tuviera el uniforme puesto) y enseguida ya lo estaba apuntando. ‘Tranquilo, tranquilo –me decían–, tranquilo...’ Me lo tomaba en serio, pero la verdad es que a veces me ponía a llorar. Tenía veinte años y estaba lejos de mi familia, estaba solo... Mi familia... Yo tuve una niñez muy dura, ¿sabe?”
Sentado a la mesa de la descarnada pieza mal iluminada, aureolado por el humo permanente del cigarrillo, y mirando hacia el cielo, como en éxtasis, el hombre se posesiona. No tutea. Ofrece bebidas cada quince minutos. Cuando llegamos, tras hacernos pasar, se puso un buen rato a regar las plantas en el patiecito del fondo. “Necesitan agua, pobrecitas”, dijo luego en tono de disculpa. La habitación es grande, con paredes desnudas. En la mesa campean una boleta de la luz, aspirinas y el paquete de Marlboro. Galíndez –uno de los personajes más curiosos del fútbol argentino de las últimas dos décadas– vuelve a mirar al cielo y entonces evoca su vida.
“Mi mamá se llamaba Elvira Evangelista y murió a los 27 años, yo tenía tres. Sin embargo me acuerdo muy bien de ella. Murió internada en el Hospital Santojanni. Estaba tuberculosa. Eramos cinco hermanos. Mi papá, don Antonio Di Lorenzo, era un calabrés analfabeto que abría zanjas en la CADE, que después fue SEGBA. Vivíamos por Lope de Vega y Marcos Sastre. Cuando mi madre murió, mi hermano Miguel y yo quedamos encerrados en el Hogar Infantil de la CADE. Ahí estuve hasta los diez años. Mi papá nos venía a sacar los viernes a la tarde y nos quedábamos sábado y domingo con él. Pobre Antonio, mi viejo, alguien lo estafó y se le quedó con todo lo que tenía: se murió a los 65. Cuando salimos, mi hermano se quedó en Segba y yo empecé a laburar en un montón de cosas, en una pajarería, en una estación de servicio, en la fábrica de jabón Guereño... y en una de chacinados, ahí duré bastante. Cuando tenía... no sé, 16, 17 años, yo estaba en sexto grado creo que era, estudié hasta el tercer año y después dije no sirvo más para el estudio. Y entonces un señor Sotelo me cambió la vida para siempre...”
Sotelo lo llevó a Boca. Era el utilero, y el pibe su aprendiz, su ayudante. “Yo era muy despierto, muy hábil, así que muchas veces quedaba a cargo de todo. Yo era hincha de Boca, imagínese, pero tenía –y tengo– mi corazón puesto en Chicago, aunque ahora soy hincha de la Selección... Bueno, cuando entré a Boca me quise morir, estaban Gandulla, Grillo y Damiani y después me hice amigo de Ferrero, Potente, Tarantini, Trobbiani...”
–¿Fuiste un jugador frustrado?
–No, para ser jugador hay que nacer, como usted nació para periodista o uno nace para utilero. Dios te guía hacia lo que va a ser tu misión, tu trabajo. Yo creo mucho en Dios y le rezo todas las mañanas por la gente que está en los hospitales, por los que sufren, los que no tienen un vaso de leche, los que no pueden disfrutar. Yo soy un tipo simple al que le vida le dio un trabajo maravilloso. ¿Entiende?
–¿Sos devoto de alguna Virgen en especial o...?
–Soy devoto de la Virgen de Luján, de la Medalla Milagrosa, de la Virgen de Fátima, de san Cayetano, de san Pantaleón, de la Rosa Mística, de la Virgen Desatanudos, de san Nicolás, de la Virgen María, que abrió todas las puertas. Y de Jesús, claro.
Cuando se habla de fútbol aparecen nombres en cataratas. Es amigo de todos, de todos: “Yo salí campeón con San Lorenzo, con Boca, con Mastrángelo, Suñé, Veglio, Ribolzi, que me dio su casa. Con el River del Beto Alonso, de Cachito Borelli, que también me dio su casa, lo mismo que el Cabezón Ruggeri, que me ayudó mucho, que es mi hermano, que siempre me recibe en su casa de Corral de Bustos. La mamá del Cabezón, doña Hilda, me toma de la mano, me trata tan bien...”.
Recuerda que se casó “el año en que Racing salió campeón”. Y cuando el fotógrafo Greco le dice si fue en el 66, añade: “Sí, exacto, el 66”. Ya tiene siete nietos de sus dos hijos varones. Mariano Javier (25), con quien convive desde hace un año y medio, le dio dos: Leandro (6) y Emiliano (3). Miguel Angel (35) es oficial inspector en Ayacucho: tenía tres –Sol, Flor y Alan– y ahora es padre de mellizos: “La señora compró mellizos el 22 de diciembre, son una nena y una varón, Flor de Angeles y Dylan. Estoy orgulloso de los estudios que tienen mis hijos. Yo ahora vivo con Mariano, esta parte es mía, ¿ve?”
Es el fondo de una casa tipo chorizo. Tiene su patio, sus plantas, su cocina, su baño, sus cuadros –todavía sin colgar–, su mate, sus Vírgenes. Eso sí, no tiene canarios. “Me daría pena tener a alguien encerrado, ellos nacieron para ser libres”, dice abriendo bien los brazos, exponiendo palmas y mirada hacia el cielo.
Su vida conyugal sufrió alguna tormenta. “Yo a Diego (Maradona, claro) lo conocí en Argentinos cuando él tenía 17 años. Me ofreció viajar con él a Europa y yo dije que sí, pero a mi mujer no le gustó. Así que estuve con Diego dos años en Barcelona y dos años en Nápoles. Diego quería un profesor de educación física, y lo puso a Signorini, y a un fisioterapeuta, y fui yo. Estudié allá, hablo muy bien el italiano. Cuando lo quebraron a Diego en el Barcelona lo atendí yo junto con el doctor Oliva, que es un médico muy bueno que vive en Milán. El asunto es que, cuando al final volví a Buenos Aires, me había separado y no tenía dónde vivir. Me habían sacado el departamento. Oscar (Ruggeri) vivía en Ramos Mejía y Borelli a tres cuadras. Me dieron su casa y con el tiempo pude comprar un departamento, que habrá costado 9.000 dólares, y ahí viví hasta hace un año y medio. Ahora estoy aquí...”
Aquí también es Ramos Mejía. Barrio tranquilo con chicos jugando a la pelota en la vereda.
¿Fue Diego quien lo bautizó Galíndez? Prende un nuevo cigarrillo. “¿No toman nada, de veras, ni una Coca-Cola? Bueno, lo que pasa es que Galíndez, el boxeador (Víctor, el que fue campeón mundial medio pesado) era de Boca y muy amigo de Mouzo. Teníamos la misma cara con el finado, y él iba y me cargaba y a veces me daba cada gancho al hígado que me dejaba doblado. ‘No me pegués más’, le decía y Mouzo se cagaba de la risa. Así que Maradona me puso Galíndez, pero ya me llamaban así de antes, yo era muy amigo del finado. Y hoy soy Galíndez, a secas ”.
Hoy, se sabe, está en el plantel de San Lorenzo. A la hora de dar definiciones, dice que “el jugador es como la mujer, hay que mimarlo”. Le pedimos un ranking de jugadores mimosos. “¿En qué sentido?”, pregunta. Bueno, en el sentido de que son más consentidos, que los atiendan en todo. “¡Ah! –dice y prende un cigarrillo– a ver... el Heber Mastrángelo, el Tano Pernía y el Chapa Suñé. ¡Había que estarles encima!” ¿Y los más cuidadosos? “Los más ordenaditos fueron Alonso, Ruggeri y Borrelli”.
–Trabajaste con Bilardo y con Menotti. ¿En qué se diferencian, en qué se parecen?
–Yo con Menotti laburé poco, porque en el Barcelona estaba mucho más con el Diego que con él. Bilardo me volvía loco para que dejara de fumar. Bilardo, como técnico, es muy exigente, es un exquisito que es capaz de quedarse dos horas con un jugador practicando una jugada, es muy táctico. Y si hacías algo que él pensaba que daba suerte, ¡chau!, quedabas enganchado en la cábala… Menotti en cambio es más técnico. ¿Ves? Basile es un gran técnico, a él le gusta mucho lo táctico, mereció más suerte.
–¿Cómo viviste el último Mundial?
–Cómo me voy a sentir, si me mandaron a casa en la primera vuelta! ¡Cómo no voy a sufrir! Ni vi los partidos por cábala...
–¿Tenés cábalas?
–Algunas, pero no se dicen.
–¿Pensás volver a la Selección?
–Y... salvo que agarre Oscar (Ruggeri), mi hermano. El tiempo pasa... Ya tengo 56...
Confiesa que le duele la separación del matrimonio Maradona: “Claudia es una excelente persona”. Admite que, después de un partido, es capaz de pasarse dos días sin dormir. Cree que ya llenó cuatro pasaportes, aunque no está seguro. “Imagínese, un hombre religioso y simple como yo haber pisado Jerusalén gracias al fútbol.” Reconoce que le duele la soledad. No está en pareja. Y en su piecita del fondo se queda hasta tarde, mateando y fumando. “Sí, ceno con mi hijo y la señora, nos llevamos muy bien, pero cuando llega la hora de dormir... La noche a veces se hace larga. Yo escucho música. Me gustan El Puma, Manolo Otero Fausto Papetti, Ray Conniff, Luis Miguel... Y escucho radio, escucho La Red todo el día.” Y, sin que se lo pidamos, recita todos los horarios y todos los programas, uno por uno, para demostrar que es cierto. Con los años le duele el nervio ciático: una caja de antiinflamatorios en la mesa lo certifica. Y es el único que hace llorar a los jugadores a voluntad. “Cuando vienen mal les digo: mirá que vas a llorar. Y les meto los dedos en el nudo. Y lloran, y a mí no me importa, porque sé que les hace bien. Los masajeo con agua y jabón. Y lloran.”
Se enteró del doping positivo de Diego a través de Goycochea a eso de las diez de la noche. “Yo estaba comiendo solo, no lo podía creer. ¡Al otro día teníamos que jugar! Se fueron todos a mi pieza: Ruggeri, Borelli, El Cholo, Diego… A las dos de la mañana, a pedido de Diego, le fui a buscar un sánguche de jamón y queso con tomate. Yo lloré de alegría cuando dejé a Brasil afuera, y Dios me dijo cuando lo de Diego: ahora vos te quedaste afuera. Todos quedamos muy mal… Me acuerdo de don Julio (por Grondona) que es muy amigo mío, qué cara de velorio que tenía”.
Cuando se enteró –justamente por boca de Grondona– de que ya no estaba más en la Selección sintió que era también el momento de morirse. “Y estuve a punto de tirarme por el balcón desde el séptimo piso. Sí, pensé en matarme, porque la Selección es el sueño máximo, yo amo mis colores, nuestros colores, nuestra querida Bandera. Sí, señor, estuve a punto de matarme.”
Dice que cualquier comida le viene bien, porque tiene estómago de pobre. Jamás tomó vino. Eso sí, no se priva del cigarrillo. Mientras prende uno y pita hondo, se descarga: “Soy un payaso triste. Tengo más tristezas que alegrías, estoy bastante solo, se van los años... Pero, ¿sabe qué? Cuando paso el portón de la cancha, dejo atrás todas mis penas. Tengo que hacer reír a mis jugadores, quiero que estén bien. Yo lo cargo al Beto Acosta, le digo que es feísimo, más feo que yo todavía, y él va y se ríe. Ellos no tienen que saber si estoy mal. Sí, soy un payaso triste que hace lo que Dios le indicó”.
Por Carlos Irusta (2003).
Fotos: Aníbal Greco y Archivo El Gráfico.