Las Entrevistas de El Gráfico

2004. Lo que toca se hace oro

En uno de los años más brillantes de la carrera de Manu, O. R. O. lo entrevista para El Gráfico, el bahiense –fiel a su estilo- responde a todo con humildad.

Por Redacción EG ·

28 de agosto de 2024

FALTABA UN MINUTO pa­ra ter­mi­nar la fi­nal olím­pi­ca en Ate­nas, y Ma­nu Gi­nó­bi­li sin­tió un gol­pe de emo­ción su­bli­me. "Se me pu­so la piel de ga­lli­na", con­fie­sa. Ve­nía de em­bo­car los dos ti­ros li­bres, y el tan­tea­dor se­guía au­men­tan­do una di­fe­ren­cia so­bre Ita­lia que en ese mo­men­to era de 80-69 y ya se pre­sen­tía ina­pe­la­ble. Ahí jus­to co­men­zó a sen­tir la glo­ria y pa­la­dear el éxi­to.

Al fi­nal fue por quin­ce pun­tos (84-69) –ter­mi­nan­te pa­ra un par­ti­do que de­fi­nió el bás­quet­bol de los Jue­gos Olím­pi­cos– y obli­gó a que los ita­lia­nos"in­cli­na­ran el rey" an­tes de la úl­ti­ma chi­cha­rra acep­tan­do la in­cues­tio­na­ble su­pe­rio­ri­dad del ri­val.

Imagen La final contra Italia, otra de sus noches apoteóticas. Con la zurda supera a Matteo Soragna. Fue terminante: 84-69.
La final contra Italia, otra de sus noches apoteóticas. Con la zurda supera a Matteo Soragna. Fue terminante: 84-69.

"Cuan­do me abra­cé con Pe­pe Sán­chez y el Pu­ma Mon­tec­chia, yo te­nía ga­nas de llo­rar. ¡Veía las ca­ras de ellos y era peor! Des­pués de la de­si­lu­sión del Mun­dial de In­dia­ná­po­lis, to­das las sen­sa­cio­nes eran más fuer­tes, muy fuer­tes".

Muy sim­ple y muy ex­cel­so: Ema­nuel Da­vid Gi­nó­bi­li era cam­peón olím­pi­co en su de­por­te y ha­bía cum­pli­do el sue­ño de su vi­da.

Ma­nu acla­ra: "Ese pe­que­ño fes­te­jo se dio por­que los tres es­tá­ba­mos cer­ca, pe­ro pu­do ha­ber si­do con cual­quie­ra de los chi­cos: los co­men­cé a co­no­cer en 1996, ha­ce ocho años, to­dos so­mos ami­gos y nos que­re­mos. En ese mo­men­to de­seás abra­zar­te con to­dos. De cual­quier ma­ne­ra, ese apar­te sim­bo­li­za­ba un sa­bor muy es­pe­cial, ya que los tres na­ci­mos en Ba­hía Blan­ca, te­ne­mos bas­tan­te co­sas en co­mún y pa­sa­mos por el mis­mo club: Ba­hien­se del Nor­te. Ca­da abra­zo sig­ni­fi­ca­ba mu­cho...".

En el ca­so es­pe­cí­fi­co del bás­quet­bol, Ar­gen­ti­na es el cuar­to país que se con­sa­gra cam­peón olím­pi­co, lue­go de que el tí­tu­lo fue­ra lo­gra­do por Es­ta­dos Uni­dos de Amé­ri­ca (12 ve­ces des­de la pri­me­ra en 1936), la Unión So­vié­ti­ca (1972 y 1988) y la ex Yu­gos­la­via (1980, en una edi­ción con boi­cot).

Es­tas cua­tro na­cio­nes ofre­cen tam­bién un ré­cord ex­traor­di­na­rio: sus se­lec­cio­nes na­cio­na­les son las úni­cas que con­si­guie­ron ga­nar, por lo me­nos una vez, lo má­xi­mo que pue­den lo­grar en con­jun­to en el bás­quet­bol del mun­do. Es­to es: los Jue­gos Olím­pi­cos, el Cam­peo­na­to Mun­dial y la com­pe­ten­cia con­ti­nen­tal que de­por­ti­va­men­te les co­rres­pon­de. Ar­gen­ti­na, ade­más, fue cam­peón su­da­me­ri­ca­no y me­da­lla do­ra­da de los Jue­gos Pa­na­me­ri­ca­nos.

Gi­nó­bi­li re­sul­tó elec­to el Ju­ga­dor Más Va­lio­so (MVP) de Ate­nas 2004 y dio pie pa­ra que los com­pa­dres Pe­pe Sán­chez y Gaby Fer­nán­dez au­men­ten las his­to­rias y las bro­mas con “El Ele­gi­do”, co­mo lo apo­da­ron, por­que to­do lo que to­ca lo trans­for­ma en oro. Di­cen que, cuan­do se su­ben a un avión, hay que bus­car los lu­ga­res al la­do de Ma­nu, “por­que si el apa­ra­to se ha­ce pe­lo­ta, lo úni­co que se va a sal­var es don­de él es­ta­ba sen­ta­do, por ser ‘El Ele­gi­do’, y se­gu­ra­men­te la suer­te se va a ex­ten­der a los lu­ga­res de al la­do”.

Tam­bién se cuen­ta en la in­ti­mi­dad del plan­tel cam­peón olím­pi­co el dra­ma­tis­mo que se vi­vió en un mo­men­to de la fi­nal con­tra Ita­lia. A 7m 23s pa­ra fi­na­li­zar el se­gun­do cuar­to, Ar­gen­ti­na se pu­so 32-22 arri­ba en el tan­tea­dor con una ju­ga­da de tres pun­tos (do­ble y foul) con­cre­ta­da por Gi­nó­bi­li. Ma­nu se fue al ban­co por cam­bio y los ita­lia­nos des­pués nos me­tie­ron un par­cial de 9-19 pa­ra co­lo­car­se a un so­lo do­ble de Ar­gen­ti­na: 43-41. Que­da­ban ape­nas 17 se­gun­dos, y él vol­vió por No­cio­ni só­lo pa­ra ce­rrar ese pri­mer pe­río­do. Pe­ne­tró, le hi­cie­ron foul y se ca­yó con un ges­to de do­lor. Se que­dó ti­ra­do y no se le­van­tó.

En el ban­co ar­gen­ti­no hu­bo an­gus­tia, se asus­ta­ron y al­gu­nos des­li­za­ron: “¡Por Dios, que se le­van­te!, por­que si no pue­de se­guir ju­gan­do, ¡so­mos bo­le­ta!”

La in­quie­tud ner­vio­sa au­men­tó cuan­do vie­ron que Gi­nó­bi­li en­tró ren­guean­do en el ves­tua­rio. Me­nos mal que, en­se­gui­da, el pro­pio Ma­nu des­com­pri­mió la ten­sión al em­pe­zar a gri­tar: “¡Va­mos que no pa­sa na­da! ¡Va­mos, va­mos, Ar­gen­ti­na!”.

Imagen La generación dorada. Coronaron un excelente juego olímpico en Atenas.
La generación dorada. Coronaron un excelente juego olímpico en Atenas.

Imagen Su presencia protagónica con los chicos del programa Proniño.
Su presencia protagónica con los chicos del programa Proniño.
 

Gi­nó­bi­li si­guió ju­gan­do has­ta re­don­dear una ac­tua­ción glo­bal for­mi­da­ble en los Jue­gos. “Me sen­tí más lí­der que otras ve­ces –con­fie­sa–. Tam­bién im­por­tó mu­cho la ma­ne­ra de em­pe­zar los Jue­gos con el ti­ro ga­na­dor con­tra Ser­bia y Mon­te­ne­gro. Sin du­das que fue el más tras­cen­den­te de mi ca­rre­ra. Por la si­tua­ción, por lo na­da que fal­ta­ba, por to­do, y era en mi pri­mer par­ti­do olím­pi­co... A ese do­ble ya lo vi un mi­llón de ve­ces y lo si­go vien­do.”

En otro lu­gar del pla­ne­ta, en Gi­ro­na, en el nor­des­te de Es­pa­ña, en el mis­mo ins­tan­te en que se me­tió esa úl­ti­ma pe­lo­ta a dos dé­ci­mas del epí­lo­go, Lu­cas Vic­to­ria­no, re­fe­ren­te his­tó­ri­co del gru­po y uno de los dos úl­ti­mos cor­tes es­ta vez pa­ra con­for­mar el plan­tel olím­pi­co, se en­con­tra­ba vien­do el par­ti­do por te­le­vi­sión en el de­par­ta­men­to que ocu­pa en el se­gun­do pi­so del 8 de la ca­lle Ul­to­nia. “Pe­gué un sal­to de la ale­gría –cuen­ta– que ¡ca­si me cai­go por el bal­cón!...” 

El juego de los Juegos

Des­pués de dos se­ma­nas de ha­ber­se su­bi­do a lo más al­to del po­dio, en la ma­ña­na del sá­ba­do 11 de sep­tiem­bre Ma­nu ate­rri­zó en Ezei­za pro­ce­den­te de Mi­lán-Pa­rís. Lue­go de los Jue­gos Olím­pi­cos es­tu­vo en Ita­lia pa­ra des­can­sar en la is­la de Cer­de­ña, vi­si­tar ami­gos en Bo­lo­nia y cum­plir com­pro­mi­sos pu­bli­ci­ta­rios en Mi­lán co­mo “hom­bre Ni­ke” que es (fo­tos y el Bat­tle­ground, un con­cur­so de uno con­tra uno). No pa­ró el uso de su ima­gen ape­nas se ba­jó del vue­lo N° 416 de Air Fran­ce en el ae­ro­puer­to de Ezei­za.

Un da­to no­ve­les­co: lle­gó en el mis­mo avión en el que se in­cau­tó el ma­yor car­ga­men­to de éx­ta­sis en la Ar­gen­ti­na, aquél de las 50 mil pas­ti­llas.

De in­me­dia­to, en el sa­lón San Tel­mo del Bue­nos Ai­res She­ra­ton Ho­tel, hi­zo una clí­ni­ca pa­ra cien­to cin­cuen­ta chi­cos del pro­gra­ma de bien pú­bli­co Pro­ni­ño.

Fue su­fi­cien­te pa­ra que una de sus ha­bi­tua­les fra­ses car­ga­das de fi­lo­so­fía re­tum­ba­ra en los oí­dos de los pe­que­ños:

“Na­die na­ce sa­bien­do; el que se en­tre­na, apren­de”.

Al día si­guien­te, en la can­chi­ta del com­ple­jo ha­bi­ta­cio­nal an­ti­gua­men­te co­no­ci­do co­mo “Las Ca­sas Co­lec­ti­vas”, hoy ba­rrio par­que Los An­des, en la Cha­ca­ri­ta, cum­plió con una ma­ra­tó­ni­ca fil­ma­ción de otro co­mer­cial. Tre­ce ho­ras, de ocho de la ma­ña­na a nue­ve de la no­che. Su­fi­cien­te tiem­po pa­ra que, en­tre to­ma y to­ma, tam­bién ha­bla­ra con El Grá­fi­co con su ge­ne­ro­sa y gen­til dis­po­si­ción, abier­to co­mo siem­pre lo hi­zo.

—Des­pués de ga­nar la me­da­lla de oro, en tu pá­gi­na de In­ter­net (www­.ma­nu­gi­no­bi­li­.com) es­cri­bis­te “¡Es­to es in­creí­ble!”. ¿Se­guís sin creer?

–Me cos­tó caer, los pri­me­ros días pa­re­cía en­con­trar­me en una nu­be, pe­ro ca­da vez que leés al­go, un ar­tí­cu­lo, o te en­con­trás con gen­te que te cuen­ta có­mo lo vi­vió, o re­ci­bís men­sa­jes de to­do ti­po y na­ve­gás por In­ter­net, vas en­ten­dien­do que Ar­gen­ti­na en­tró en la his­to­ria. Ga­nar una me­da­lla de oro ex­ce­de lo bas­quet­bo­lís­ti­co. Ha­ce po­co es­ta­ba le­yen­do el his­to­rial com­ple­to del bás­quet­bol en los Jue­gos Olím­pi­cos con to­dos sus ga­na­do­res. Vos mi­rás y di­ce: Es­ta­dos Uni­dos... Es­ta­dos Uni­dos... Es­ta­dos Uni­dos... Es­ta­dos Uni­dos... Es­ta­dos Uni­dos... y si­gue... si­gue...

Por ahí apa­re­ce só­lo dos ve­ces la Unión So­vié­ti­ca y una Yu­gos­la­via, y en me­dio de to­do eso aho­ra nos ubi­ca­mos tam­bién no­so­tros, con un gru­po de ami­gos, co­mo de en­tre­ca­sa, ¡con ju­ga­do­res na­ci­dos en clu­bes de ba­rrio!, y en­ton­ces nos cos­ta­ba creer. Ha­ce do­ce años ni nos cla­si­fi­cá­ba­mos pa­ra ir y en­ton­ces aho­ra, ser cam­peo­nes olím­pi­cos, has­ta nos pa­re­cía cho­can­te... Va a se­guir pa­san­do el tiem­po has­ta que cai­ga la fi­cha real.

—¿Te gus­tó el ni­vel?

–Fue bár­ba­ro y muy pa­re­jo. Fi­ja­te que Ser­bia y Mon­te­ne­gro, el cam­peón mun­dial y can­di­da­to ini­cial, que­dó eli­mi­na­do por Chi­na pa­ra ir a la rue­da fi­nal. Puer­to Ri­co pa­seó al Dream Team. No­so­tros pa­ra­mos al lo­cal. Ita­lia fre­nó a Li­tua­nia, que ve­nía co­se­chan­do tres me­da­llas de bron­ce se­gui­das, y lle­gó a la fi­nal pe­se a que na­die da­ba na­da por ella.

—¿Cuan­do te di­jis­te a vos mis­mo: “¡Apa­re­ció el equi­po!”?

—En el cru­ce de cuar­tos de fi­nal con­tra Gre­cia, pe­ro ojo: re­cién en la se­gun­da par­te del ter­cer cuar­to. Per­día­mos con­tra el lo­cal por on­ce pun­tos (47-36 a 5 m 21 s del fi­nal de ese par­cial), es­tá­ba­mos con la es­pal­da con­tra la pa­red y, por suer­te, ahí se pro­du­jo el clic. Em­pe­za­mos a co­rrer, a pre­sio­nar en de­fen­sa y a to­mar bue­nas de­ci­sio­nes en ata­que. Los al­can­za­mos, los pa­sa­mos y les ga­na­mos. Y ya no pa­ra­mos has­ta su­bir al po­dio.

SA­BA­DO DE GLO­RIA

Sá­ba­do 28 de agos­to de 2004. Ate­nas, Gre­cia. Es­ta­dio Olym­pic In­door Hall (pa­be­llón O. A. K. A.) an­te quin­ce mil es­pec­ta­do­res. Fi­nal de los 28° Jue­gos Olím­pi­cos: Ar­gen­ti­na 84- Ita­lia 69.

—Co­mo co­no­ce­dor del bás­quet­bol ita­lia­no, ¿es­ta­bas preo­cu­pa­do pa­ra es­ta fi­nal?

—Ellos no ten­drán tan­to ta­len­to, pe­ro con­for­man un equi­po fuer­te, muy pe­li­gro­so en las po­si­cio­nes de ba­se y es­col­ta (Mas­si­mo Bu­lle­ri, Gian­lu­ca Ba­si­le, Gian­mar­co Poz­zec­co) y con gran­des ti­ra­do­res (a ellos hay que agre­gar a Mat­teo So­rag­na y Gia­co­mo Ga­lan­da). Nin­gu­no ha­bía si­do mi com­pa­ñe­ro en Ita­lia, pe­ro to­dos fue­ron ri­va­les. Hu­bo que de­fen­der muy du­ro. La idea fue que co­rrié­ra­mos mu­cho por­que sus pi­vo­tes son gran­des y al­go len­tos. Creo que allí sa­ca­mos ven­ta­ja, pe­ro nos cos­tó mu­cho la­bu­ro ga­nar.

—Ha­bla­me de tu de­sem­pe­ño...

—Tu­ve mu­cha par­ti­ci­pa­ción ofen­si­va, pe­ro sin per­der nun­ca el sen­ti­do co­lec­ti­vo y ha­cien­do de to­do pa­ra el equi­po.

—¿Qué más?

—Yo co­men­cé con al­gu­nas du­das el tor­neo. Ve­nía de no ha­cer una bue­na pre­pa­ra­ción con el res­to del equi­po por el te­ma del ca­sa­mien­to (el sá­ba­do 10 de ju­lio en Ba­hía Blan­ca con Ma­ria­ne­la Oro­ño) y el trá­mi­te de mi nue­vo con­tra­to con San An­to­nio (52 mi­llo­nes de dó­la­res por seis años) y no es­tu­ve muy se­gu­ro. Pe­ro, a me­di­da que fue­ron trans­cu­rrien­do los par­ti­dos, to­mé con­fian­za, tu­ve mu­cho con­tac­to con el ba­lón, me em­pe­cé a sen­tir bien y me gus­tó. Es­toy fe­liz.

—¿Vi­nie­ron real­men­te a bus­car la me­da­lla de oro?

—En rea­li­dad, vi­ni­mos a bus­car una me­da­lla. No sa­bía­mos de qué co­lor. Ha­bía que ver có­mo se pre­sen­ta­ba el tor­neo y se nos fue dan­do. Sa­lió to­do co­mo lo de­seá­ba­mos.

—Or­de­ná las cin­co ra­zo­nes que, en Ate­nas, nos lle­va­ron a la me­da­lla de oro...

—1) Nos co­no­ce­mos en­tre no­so­tros des­de ha­ce tiem­po, mu­cho más que los ri­va­les. 2) Nues­tro con­cep­to de equi­po fue ma­yor que el del res­to. 3) Ham­bre. 4) Re­van­cha y de­sa­fío. 5) Es­fuer­zo y la­bu­ro.

—¿Qué otras co­sas des­ta­cás de Ar­gen­ti­na?

—Di­mos una de­mos­tra­ción de ca­rác­ter y fui­mos muy opor­tu­nis­tas. Es­to es muy im­por­tan­te en tor­neos cor­tos. Es­pa­ña, por ejem­plo, per­dió en el mo­men­to ino­por­tu­no: cuan­do no se po­día per­der, por­que que­da­bas afue­ra. No­so­tros, en cam­bio, per­di­mos cuan­do se po­día per­der y ga­na­mos lo que ha­bía que ga­nar.

La pa­la­bra “re­van­cha” tie­ne su ex­pli­ca­ción. El an­te­ce­den­te más fres­co que es­pe­ra­ba un des­qui­te fue por la fi­nal del úl­ti­mo Mun­dial de In­dia­ná­po­lis, ju­ga­da el do­min­go 8 de sep­tiem­bre de 2002. Ar­gen­ti­na ga­na­ba 74-66 a 2 m 15 s del epí­lo­go, y Yu­gos­la­via em­pa­tó en 75 pa­ra for­zar el su­ple­men­ta­rio –que ga­na­ron 84-77– con un cie­rre car­ga­do de de­ci­sio­nes equi­vo­ca­das de los jue­ces, el grie­go Ioan­nis Pit­sil­kas y el do­mi­ni­ca­no Rey­nal­do Mer­ce­des. Ma­nu pu­so pun­to fi­nal a la po­lé­mi­ca:

“Fue un fa­llo ar­bi­tral, lis­to, ya es­tá, aho­ra ga­na­mos e hi­ci­mos lo su­fi­cien­te pa­ra sa­car­nos la es­pi­na que te­nía­mos. Pun­to”.

Pe­ro ha­bía una “es­pi­na” más vie­ja, do­lo­ro­sa, que a los cam­peo­nes olím­pi­cos se les cla­vó en la gar­gan­ta el sá­ba­do 9 de agos­to de 1997 cuan­do ju­ga­ron una de las se­mi­fi­na­les del 2° Cam­peo­na­to Mun­dial Sub-22 en Mel­bour­ne, Aus­tra­lia.

Me­dio equi­po olím­pi­co de hoy fue di­ri­gi­do esa vez por Ju­lio Cé­sar La­mas: Ga­briel Fer­nán­dez, Ema­nuel Gi­nó­bi­li, Leo­nar­do Gu­tié­rrez, Fa­bri­cio Ober­to, Pe­pe Sán­chez y Luis Sco­la. Más his­tó­ri­cos del gru­po co­mo Lean­dro Pa­lla­di­no, Lu­cas Vic­to­ria­no y el eter­na­men­te pre­sen­te Ga­briel Rio­frío.

El ri­val era, pre­ci­sa­men­te, el equi­po lo­cal, al que ya ha­bían su­pe­ra­do por ca­tor­ce pun­tos en la rue­da pre­li­mi­nar. El par­ti­do “pa­re­cía ga­na­do” por Ar­gen­ti­na, pe­ro dos bom­ba­zos su­ce­si­vos de tres pro­vo­ca­ron la de­rro­ta y la frus­tra­ción por no ju­gar la fi­nal.

Se ven­cía 68-65 cuan­do fal­ta­ban 48,6 se­gun­dos, Vic­to­ria­no erró el ti­ro li­bre de bo­ni­fi­ca­ción que te­nía, res­tan­do 34 em­pa­tó el ala pi­vo­te Si­mon Dwight y a ape­nas 1 s y al­gu­nas dé­ci­mas del epí­lo­go el es­col­ta ti­ra­dor Aa­rón Tra­hair nos cla­vó el tri­ple le­tal: de­rro­ta por 71-68.

El fi­nal fue des­ga­rran­te con los chi­cos ar­gen­ti­nos ti­ra­dos en el pi­so, abra­za­dos y llo­ran­do. La­mas to­da­vía hoy no sa­be có­mo pu­die­ron lle­gar al ves­tua­rio. Iba a ha­blar­les, pe­ro no pu­do: to­dos se­guían llo­ran­do...

Tam­bién ad­mi­te que el pri­mer tri­ple fue por un error de­fen­si­vo, pro­duc­to de una re­cu­pe­ra­ción len­ta. Pe­ro el se­gun­do, de diez me­tros, “fue ma­la suer­te y ca­sua­li­dad”.

No hay du­das de que es­ta pro­fun­da he­ri­da, fe­liz­men­te ci­ca­tri­za­da en Ate­nas, to­ni­fi­có al gru­po y le dio el tem­ple siem­pre ne­ce­sa­rio pa­ra afron­tar las ad­ver­si­da­des del jue­go con co­ra­zón, te­na­ci­dad y va­len­tía.

Ter­mi­na­ron en el cuar­to lu­gar, con cin­co triun­fos y tres de­rro­tas en la cam­pa­ña, de­trás del lo­cal, Puer­to Ri­co y Yu­gos­la­via. Sin em­bar­go, El Grá­fi­co res­ca­tó el va­lor mun­dial de la ac­tua­ción y ofre­ció un pós­ter del equi­po a to­do co­lor en su edi­ción se­ma­nal N° 4063 con el tí­tu­lo “Es­tos  pi­bes con­mo­vie­ron al mun­do”.

Esa com­pe­ten­cia de Mel­bour­ne mar­có tam­bién un mo­jón fun­da­men­tal en la vi­da de Ema­nuel Gi­nó­bi­li. Ahí le pu­so el ojo R. C. Bu­ford, di­rec­tor de Scou­ting de San An­to­nio Spurs. A él en­tre los 144 ju­ga­do­res de los 12 paí­ses par­ti­ci­pan­tes. “To­da­vía era un ju­ga­dor muy po­co de­sa­rro­lla­do”, re­co­no­ce Ma­nu. Des­de en­ton­ces San An­to­nio lo em­pe­zó a se­guir y ter­mi­nó se­lec­cio­nán­do­lo en el draft de la NBA rea­li­za­do en Was­hing­ton el miér­co­les 30 de ju­nio de 1999. En el or­den N° 57 de la se­gun­da ron­da se es­cu­chó su nom­bre. De­bu­tó el 29 de oc­tu­bre de 2002.

Imagen Momento de descanso en la canchita de “Las Colectivas” (barrio parque Los Andes), Chacarita, donde se realizó un comercial.
Momento de descanso en la canchita de “Las Colectivas” (barrio parque Los Andes), Chacarita, donde se realizó un comercial.

Ju­lio La­mas re­cuer­da tam­bién un ju­ra­men­to que se di­jo en la pie­za del ho­tel Bay­view on the Park de Mel­bour­ne don­de pa­ra­ban los chi­cos ar­gen­ti­nos: “Se pro­me­tie­ron al­gún día ju­gar to­dos en la Se­lec­ción ma­yor...”. No só­lo lle­ga­ron al equi­po na­cio­nal, cum­plien­do la pro­me­sa, si­no que hoy son los cam­peo­nes olím­pi­cos.

“¡HI­JOS NUES­TROS!”

El bás­quet­bol ar­gen­ti­no pro­du­jo un hi­to mun­dial el miér­co­les 4 de sep­tiem­bre de 2002 en In­dia­ná­po­lis: le cor­tó la im­ba­ti­bi­li­dad al fa­mo­so Dream Team de la NBA lue­go de 58 par­ti­dos con­se­cu­ti­vos in­vic­tos y diez años de tra­yec­to­ria des­de 1992 a tra­vés de sus seis ver­sio­nes. Vic­to­ria por 87-80.

¿Ca­sua­li­dad? ¿For­tu­na? ¿Cir­cuns­tan­cia? El vier­nes 27 de agos­to de 2004 se de­mos­tró que no fue nin­gún gol­pe de suer­te, pa­ra na­da. En una de las se­mi­fi­na­les olím­pi­cas de Ate­nas, el equi­po ar­gen­ti­no le vol­vió a ga­nar de ma­ne­ra im­pe­ca­ble y con ab­so­lu­ta cla­ri­dad: 89-81. A es­tre­llas co­mo Tim Dun­can, Allen Iver­son, Step­hon Mar­bury... Ma­nu los ha­bía des­tro­za­do con sus 29 pun­tos, ano­ta­ción que le da el ré­cord por ser la ma­yor can­ti­dad de tan­tos ano­ta­dos en la his­to­ria por un ju­ga­dor ar­gen­ti­no en par­ti­dos de los Jue­gos Olím­pi­cos.

El fes­te­jo, ob­via­men­te, fue lo­co. En me­dio de los abra­zos eu­fó­ri­cos Ma­nu vio ve­nir ha­cia él a su téc­ni­co de San An­to­nio Spurs, Gregg Po­po­vich, que en Ate­nas fue el asis­ten­te del en­tre­na­dor Larry Brown.

No era una si­tua­ción fá­cil por­que, en de­fi­ni­ti­va, lo ha­bía eli­mi­na­do de los Jue­gos Olím­pi­cos, na­da me­nos. “¡Stop!” a los fes­te­jos por unos se­gun­dos, se di­jo y lo re­ci­bió. Un afec­tuo­so abra­zo y el su­su­rro de las pa­la­bras de Po­po­vich en el oí­do de Ma­nu que dis­tien­den el mo­men­to: “¡Fe­li­ci­ta­cio­nes! Gran jue­go. No apa­rez­cas por San An­to­nio sin la me­da­lla de oro...”.   

—¿Qué con­clu­sio­nes sa­cas­te del triun­fo so­bre el Dream Team?

—Nos sa­lió un gran par­ti­do, ju­ga­mos co­mo que­ría­mos e hi­ci­mos lo que es­pe­rá­ba­mos. Has­ta sa­bía­mos que las ma­yo­res com­pli­ca­cio­nes las íba­mos a te­ner en el re­bo­te ba­jo nues­tro ta­ble­ro. Ellos van muy bien arri­ba y car­gan va­rios, pe­ro por suer­te en el se­gun­do tiem­po los pu­di­mos neu­tra­li­zar un po­co.

—¿Qué otras cla­ves tu­vie­ron?

—En­tra­ron los tri­ples (11 de 22 in­ten­tos), en­con­tra­mos mu­chos ti­ros có­mo­dos y tu­vi­mos efi­ca­cia (57% de dos).

 

Imagen La pinta del crack y su romance con la pelota.
La pinta del crack y su romance con la pelota.
 

EN LA CA­PI­TAL DEL BAS­QUET­BOL

Es­ta his­to­ria co­men­zó el 28 de ju­lio de 1977 en la ciu­dad de Ba­hía Blan­ca, pro­vin­cia de Bue­nos Ai­res, cuan­do na­ció Ema­nuel Da­vid Gi­nó­bi­li. Hi­jo de Jor­ge Héc­tor y de Ra­quel Es­ter Mac­ca­ri, her­ma­no de Lean­dro Ja­vier (el ma­yor, con sie­te años más) y de Se­bas­tián Fer­nan­do (cin­co más). ¿Dón­de si no que en nues­tra ca­pi­tal del bás­quet­bol iba a na­cer su má­xi­ma fi­gu­ra his­tó­ri­ca?

Ho­gar de bás­quet­bol pu­ro, con el pa­dre ex ju­ga­dor y di­rec­tor téc­ni­co, con sus her­ma­nos que lo se­rían en nues­tra Li­ga Na­cio­nal y con el club Ba­hien­se del Nor­te en la ca­lle Sal­ta a la vuel­ta de la ca­sa del pa­sa­je Ver­ga­ra ca­si Es­tom­ba don­de vi­vían y vi­ven en el ma­cro­cen­tro de la ciu­dad.

La le­yen­da cuen­ta que el en­tre­na­dor Os­car Al­ber­to Sán­chez, el “Hue­vo”, ami­go de la fa­mi­lia, an­tes de que cum­plie­ra los tres años ya le en­se­ña­ba có­mo aga­rrar co­rrec­ta­men­te la pe­lo­ta con sus ma­nos. “To­da­vía hoy me si­gue dan­do in­di­ca­cio­nes...”, se son­ríe Ma­nu. Su vi­da cre­ció en­tre su ca­sa y el club. “Ve­nía de la es­cue­la, co­mía y al club a ju­gar...”, sin­te­ti­za así su cos­tum­bre de­por­ti­va que se hi­zo re­li­gión. Ma­nu era el chi­co que se pren­día en cual­quier jue­go ape­nas que­da­ra un lu­gar li­bre. En el bás­quet­bol em­pe­zó ofi­cial­men­te a los 7 años en el mis­mo Ba­hien­se del Nor­te, la en­ti­dad que na­ció de una fu­sión (Ba­hien­se Ju­niors y De­por­ti­vo Nor­te) el 1º de di­ciem­bre de 1975.

Que­ría ser ju­ga­dor, vi­vía con una pe­lo­ta en sus ma­nos, pe­ro es­ta­ba ob­se­sio­na­do por­que era muy chi­qui­to y me­nu­di­to. “En la co­ci­na de la ca­sa to­da­vía de­ben es­tar las mar­qui­tas...”, evo­ca Ser­gio San­tos Her­nán­dez, el mul­ti­ga­na­dor di­rec­tor téc­ni­co que hoy di­ri­ge a Bo­ca Ju­niors. El “Ove­ja” fue en­tre­na­dor de Ba­hien­se del Nor­te en­tre 1984 y 1989. Acla­ra que él só­lo di­ri­gió a sus her­ma­nos, que Ma­nu siem­pre se in­vo­lu­cra­ba de­trás de ellos y que es­ta­ba pen­dien­te de su cre­ci­mien­to. Por eso se ha­cía me­dir en la co­ci­na y las mar­qui­tas mar­ca­ban su evo­lu­ción. El gran sal­to lo dio en­tre los 15 y los 17 años: “¡Cre­cí 24 cen­tí­me­tros!”.

Ma­ra Sar­mien­to, ca­ña­den­se, hoy asis­ten­te par­la­men­ta­ria en Cór­do­ba del con­ce­jal Héc­tor Cam­pa­na (que no es otro que el pro­pio Pi­chi), es otra ami­ga muy li­ga­da a la fa­mi­lia Gi­nó­bi­li. Co­no­ce y lo tra­ta a Ma­nu des­de los 15 años y dio es­te tes­ti­mo­nio:

“De los tres her­ma­nos, Ma­nu era el más tí­mi­do. En ésa, su épo­ca de ado­les­cen­te, Lean­dro era el más gra­cio­so, el que con­ta­ba chis­tes y el que pri­me­ro se po­si­cio­nó en el bás­quet. El ‘Se­po’ era el clá­si­co tran­qui y al que le gus­ta­ba ir a pes­car. Ma­nu ya ha­bla­ba in­glés y vi­vía pen­dien­te de su com­pu­ta­do­ra (si­gue sien­do un ci­ber­né­ti­co ob­se­si­vo) y, to­do lo que po­día aho­rrar de al­gún di­ne­ro que le re­ga­la­ban, era pa­ra po­ner­le más me­mo­ria a su com­pu...

Re­cuer­do que una de nues­tras de­li­cias do­més­ti­cas era ir al su­per­mer­ca­di­to de la es­qui­na a com­prar Qua­ker con dul­ce de le­che.”

“Los her­ma­nos em­pe­za­ron jun­tos en la Li­ga Na­cio­nal ‘A’ en Quil­mes de Mar del Pla­ta (fue en la tem­po­ra­da 1991/92). La ale­gría que sen­tía Ma­nu cuan­do se en­te­ra­ba de que sus her­ma­nos ten­drían un mo­men­to li­bre y ven­drían a Ba­hía era des­bor­dan­te. Su ex­pec­ta­ti­va pa­sa­ba en pen­sar qué re­me­ra le trae­rían de re­ga­lo y su pa­sión era que le con­ta­ran co­sas de la Li­ga Na­cio­nal, por­que el ob­je­ti­vo de  él era ju­gar al­gu­na vez la Li­ga Na­cio­nal. Cuan­do lle­ga­ba el mo­men­to del re­gre­so, la tris­te­za que lo em­bar­ga­ba era to­tal.”

“Ten­go muy pre­sen­te el pós­ter de Mi­chael Jor­dan pe­ga­do en su pie­za. Siem­pre, siem­pre, fue un chi­co muy in­te­li­gen­te, una luz...”

El “al­gu­na vez” se hi­zo rea­li­dad en An­di­no de La Rio­ja, lle­va­do por el “Hue­vo” Sán­chez, cuan­do de­bu­tó el 29 de sep­tiem­bre de 1995. Si­guió en Es­tu­dian­tes de Ba­hía Blan­ca y, en to­tal, ju­gó tres tem­po­ra­das, con 126 par­ti­dos dis­pu­ta­dos y un pro­me­dio de 17,4 pun­tos con­ver­ti­dos.

Ha­ce po­co Na­ti, la hi­ja ma­yor de Pi­chi Cam­pa­na, vol­vió a su­frir un epi­so­dio vin­cu­la­do con su afec­ción car­día­ca con­gé­ni­ta. An­te la po­si­bi­li­dad de que tu­vie­ran que ir a Te­xas pa­ra al­gún tra­ta­mien­to, Ma­ra se co­mu­ni­có con Gi­nó­bi­li y le co­men­tó la si­tua­ción.

Ma­nu no du­dó en la res­pues­ta: “De­ci­le a Pi­chi que tie­ne mi ca­sa, mi au­to y mis con­tac­tos a su to­tal dis­po­si­ción...”

El “Hue­vo” Sán­chez lo co­no­ce “des­de que es­ta­ba en la pan­za de su ma­dre”. Fue di­rec­tor téc­ni­co de Ba­hien­se del Nor­te cuan­do Yu­yo, co­mo se lo co­no­ce al pa­dre, era el pre­si­den­te. Siem­pre re­cuer­da el re­zon­go de su ma­má Ra­quel al traer­lo del jar­dín de in­fan­tes con su de­lan­tal azul ce­les­te con cua­dri­tos blan­cos: “¡¿No sé qué más ha­cer con es­te chi­co?! Di­ce que se abu­rre en el jar­dín...”. Ya era in­quie­to y ma­du­ro.

“Aun­que el bás­quet­bol –re­fle­xio­na– sea un jue­go de em­bo­car la pe­lo­ta en un ces­to, y los chi­cos lo tie­nen que sa­ber, el ha­blar idio­mas y la com­pren­sión de to­do, pa­sa por es­tar muy pre­pa­ra­do. Na­da de lo que hi­zo Ma­nu, y de lo que se­gui­rá ha­cien­do, lo po­dría ha­cer sin su gran edu­ca­ción”

 

Imagen Paréntesis para comer y dialogar con O. R. O., de El Gráfico.
Paréntesis para comer y dialogar con O. R. O., de El Gráfico.
 

Hay una sen­ten­cia que que­dó gra­ba­da en el am­bien­te del bás­quet­bol ar­gen­ti­no. Cuan­do sus her­ma­nos ya eran ju­ga­do­res de nues­tra Li­ga Na­cio­nal, se dis­cu­tía quién era el me­jor y se lo con­sul­ta­ba al “Hue­vo” Sán­chez. Su res­pues­ta des­con­cer­ta­ba: “El me­jor es el ter­ce­ro”.

Una vez el “Hue­vo”, di­ri­gien­do al De­por­ti­vo Ro­ca, lo en­fren­tó en Es­tu­dian­tes de Ba­hía Blan­ca. “En  un mi­nu­to que pe­dí –cuen­ta– les di­je a mis ju­ga­do­res que lo de­ja­ran ma­nio­brar por la de­re­cha, ya que co­mo es zur­do se le po­día com­pli­car...”

Ma­nu es­cu­chó la in­di­ca­ción, aga­rró la pe­lo­ta y de­fi­nió por la de­re­cha de ma­ne­ra im­pre­sio­nan­te. Al vol­ver a su cam­po, pa­só al la­do del “Hue­vo” y le di­jo: “Da­le, se­guí dán­do­me la de­re­cha...”.

¿QUIÉN LO MA­NE­JA?

Su ca­rre­ra de­por­ti­va la­bo­ral­men­te es­tá ma­ne­ja­da por In­ter­per­for­man­ces. Es una em­pre­sa in­ter­na­cio­nal que tie­ne tres vér­ti­ces aso­cia­dos, que pa­sa­ron a ser los ejes se­gún el de­rro­te­ro de su tra­yec­to­ria en el bás­quet­bol pro­fe­sio­nal, lue­go de ha­ber co­men­za­do en An­di­no de La Rio­ja y Es­tu­dian­tes de Ba­hía Blan­ca en la Ar­gen­ti­na: Vio­la Reg­gio Ca­la­bria y Kin­der Bo­log­na en Ita­lia, y San An­to­nio Spurs en la NBA. Tam­bién, de acuer­do con sus mo­vi­mien­tos, pa­san a ac­tuar en ca­da lu­gar, pe­ro siem­pre de ma­ne­ra in­ter­co­nec­ta­da.

En nues­tro país y La­ti­noa­mé­ri­ca el re­pre­sen­tan­te re­gio­nal es el doc­tor Car­los En­ri­que Pru­nes. En Eu­ro­pa lo son el ita­lia­no Lu­cia­no Ca­pic­chio­ni y el es­pa­ñol Ar­tu­ro Or­te­ga, con ofi­ci­na en la Re­pú­bli­ca de San Ma­ri­no. En la NBA, el nor­tea­me­ri­ca­no Herb Ru­doy, que ope­ra des­de Chi­ca­go, Illi­nois.

Pru­nes tie­ne 44 años, es abo­ga­do y ju­gó al bás­quet­bol. A Ma­nu lo co­no­ció en 1997 cuan­do es­ta­ba en la Pre­se­lec­ción Na­cio­nal pa­ra el 2° Cam­peo­na­to Mun­dial Sub-22 que se rea­li­zó en Mel­bour­ne. “Em­pe­za­mos a ha­blar en el gim­na­sio de pe­sas del Ce­NARD...”

Hoy es­tá en­vuel­to en un tor­be­lli­no de pe­di­dos de no­tas de to­dos los me­dios. “El ase­dio ex­plo­tó des­de el con­tra­to gran­de que re­no­vó con San An­to­nio, su ca­sa­mien­to y los Jue­gos Olím­pi­cos... Ade­más no hay lí­mi­te de ima­gi­na­ción po­si­ble pa­ra creer en to­dos los pe­di­dos que re­ci­bo de cual­quier ín­do­le y de to­do el país. Que si pue­de ve­nir pa­ra inau­gu­rar el gim­na­sio del club tal, que le que­re­mos po­ner su nom­bre al es­ta­dio, que nos en­can­ta­ría si pue­de es­tar pre­sen­te en el ac­to de la bi­blio­te­ca, que si nos pue­de do­nar me­da­llas pa­ra un tor­neo, que ne­ce­si­ta­mos es­to y lo otro...”

La vitalidad de Manu, su predisposición para el trabajo y para afrontar las responsabilidades que su fama ha ido creando le permiten disimular las largas horas de atención a sus sponsors y a los requerimientos de la prensa. Nunca enojado, Ginóbili cosecha cada día mayores simpatías y eso resalta su personalidad. Ha ganado todo, pero es tan humilde como el primer día.    

Pru­nes, por último, sin­te­ti­za su tra­ba­jo: “1) Po­ten­ciar y co­mer­cia­li­zar la ima­gen de Ma­nu a tra­vés de spon­sors, aus­pi­cian­tes y con­ve­nios. 2) Or­ga­ni­zar su agen­da de com­pro­mi­sos en el día a día”.

¿Se acuer­da de las mar­qui­tas en la co­ci­na? Aho­ra se ex­pli­ca por qué Ma­nu te­nía tan­ta ob­se­sión.

 

TOP TEN NATURAL

So­bre ca­tor­ce es­ta­dís­ti­cas de los lí­de­res ge­ne­ra­les en los di­fe­ren­tes ru­bros del bás­quet­bol de los Jue­gos Olím­pi­cos, Ema­nuel Gi­nó­bi­li fi­gu­ró en ¡diez! nó­mi­nas den­tro de los top ten, co­mo de­mos­tra­ción nu­mé­ri­ca de su con­di­ción de ju­ga­dor in­te­gral y del múl­ti­ple apor­te que ha­ce den­tro de nues­tra Se­lec­ción Na­cio­nal. La fuen­te es la pro­pia FI­BA. So­la­men­te no lo hi­zo en por­cen­ta­je de efec­ti­vi­dad en tri­ples, to­tal de tri­ples con­ver­ti­dos, ta­pas y to­tal de re­bo­tes. Una vez, cuan­do ga­nó el ani­llo en la NBA, así lo de­fi­nió su téc­ni­co, Gregg Po­po­vich: “No es un ti­ra­dor, ni un de­fen­sor, ni un pa­sa­dor… Es to­do eso. Ha­ce to­das las pe­que­ñas co­sas que se ne­ce­si­tan pa­ra ga­nar”.

Imagen Volcada con el estilo incomparable de Manu. Su paso por Buenos Aires fue una fiesta.
Volcada con el estilo incomparable de Manu. Su paso por Buenos Aires fue una fiesta.
 

1° en por­cen­ta­je de efec­ti­vi­dad en ti­ros de dos pun­tos: 70,30% (34 lan­za­mien­tos con­ver­ti­dos so­bre 48 in­ten­ta­dos). Monumental.

3° en to­tal de ti­ros li­bres con­ver­ti­dos: 41, con 5,1 de pro­me­dio. Muy bue­no. El to­pe fue­ron los 52 del es­pa­ñol Pau Ga­sol.

4° en por­cen­ta­je de efec­ti­vi­dad en ti­ros de can­cha (do­bles más tri­ples): 57,6%. Excelente. El pri­me­ro fue un ar­gen­ti­no, Luis Sco­la, con el 65,5%.

4° en fouls re­ci­bi­dos: 6,1 por en­cuen­tro (49 en to­tal). Extraordinario. El que obli­gó más fue el chi­no Yao Ming con 8,0.

5° en­tre los go­lea­do­res: 19,25 pun­tos de pro­me­dio (154 tan­tos en 8 par­ti­dos). Notable. El nú­me­ro uno fue el es­pa­ñol Pau Ga­sol con 22,42.

5° en ti­ros de can­cha con­ver­ti­dos: 6,1 con­ver­sio­nes por jue­go (49 en to­tal). Excelente. Ven­ció el neo­ce­lan­dés Phi­llip Jo­nes con 8.

7° en asis­ten­cias: 3,25 por en­cuen­tro. Dio 26 en to­tal. Muy bue­no. Es­te ítem lo ga­nó el li­tua­no Sa­ru­nas Ja­si­ke­vi­cius con 5,62.

8° en ro­bos de pe­lo­tas (steals): 1,37 por jue­go, con un to­tal de 11 re­cu­pe­ros. Excelente. Aquí ga­nó el grie­go Theo­do­ro Pa­pa­lou­kas con 2,57.

9° en efec­ti­vi­dad de ti­ros li­bres con­ver­ti­dos: 80,39% pro­duc­to de 41 con­ver­sio­nes so­bre 51 eje­cu­ta­dos. Muy bueno. El li­tua­no Da­rius Son­gai­la fue el ven­ce­dor con el 92%. 

10° en to­tal de do­bles con­ver­ti­dos: 4,3 por par­ti­do (34 en to­tal). Excelente. El chi­no Yao Ming, con 7,4, en­ca­be­zó es­te ru­bro.

Como es ginobili dentro del grupo

Por Alejandro Cassettai, Je­fe de Equi­po de las Se­lec­cio­nes Na­cio­na­les (en 2004).

Ma­nu es un ti­po muy sim­ple, res­pe­tuo­so y es­tá con­cen­tra­do has­ta en los de­ta­lles más mí­ni­mos de to­do lo que lo ro­dea. Ja­más de­mues­tra que pue­de en­con­trar­se mi­ran­do des­de un lu­gar dis­tan­te.

No es agran­da­do y en el día a día de una con­vi­ven­cia de un tor­neo o en una con­cen­tra­ción tra­ta de que se va­lo­re a to­do el gru­po por igual, sin di­fe­ren­cias. Nun­ca quie­re ser “el”, el me­jor, co­mo mu­chos di­cen.

Una vir­tud, que lo ha­ce más gran­de de lo que es: des­de que lo co­no­cí, cuan­do era ju­ve­nil en 1995, es la mis­ma per­so­na de siem­pre. Igual des­de que lo tra­té en las Se­lec­cio­nes Na­cio­na­les a par­tir de su pri­me­ra vez en el Su­da­me­ri­ca­no Sub-22 de Vi­tó­ria, Bra­sil, en 1996. Si­gue sien­do uno de los más ale­gres. Per­ma­nen­te­men­te bus­ca ha­cer­les bro­mas a sus com­pa­ñe­ros, vi­ve bus­cán­do­les de­fec­tos pa­ra ju­gar­les una chan­za. Es muy de ins­ta­lar mo­dis­mos en el gru­po, que en­se­gui­da los ad­quie­re.

Es un apa­sio­na­do de la ci­ber­né­ti­ca. En cier­tos mo­men­tos de sus ra­tos li­bres mi­ra pe­lí­cu­las o jue­ga al golf en su com­pu­ta­do­ra per­so­nal. Con­tes­ta ca­si to­dos los e-mails que re­ci­be. Es tran­qui­lo y es­tá aten­to a to­do. No co­me­tas un error al ha­blar, por­que te va a gas­tar por esa equi­vo­ca­ción. Y de­bés te­ner mu­cho cui­da­do con lo que ha­cés: si Ma­nu (o Ale Mon­tec­chia) tie­nen la cá­ma­ra fo­to­grá­fi­ca en sus ma­nos, en cual­quier mo­men­to te “es­cra­chan” y son ca­pa­ces de mos­trar la fo­to a to­do el gru­po y pa­sás a ser el haz­me­rreír de la con­cen­tra­ción.

Tam­bién es­tá en los te­mas que pue­den ha­cer me­jo­rar la ima­gen ins­ti­tu­cio­nal o pa­ra sen­tir­se más có­mo­dos. Por ejem­plo: tres me­ses an­tes de los Jue­gos Olím­pi­cos de Ate­nas me es­cri­bió su­gi­rién­do­me que, en el in­ter­cam­bio que se ha­ce an­tes de los par­ti­dos, en lu­gar de los his­tó­ri­cos “pi­ns” de la Con­fe­de­ra­ción, en­tre­gára­mos a los de­más paí­ses go­rros de­por­ti­vos que, si­guien­do su re­co­men­da­ción, los con­fec­cio­nó la em­pre­sa Top­per. O que las ca­mi­se­tas eran un po­co cor­tas, o que los bol­sos po­dían lle­var rue­di­tas… No cual­quie­ra es­tá en esos de­ta­lles, Ma­nu sí. A él le gus­ta sa­ber to­do y pre­gun­ta to­do.

Es el re­fe­ren­te de­por­ti­vo in­dis­cu­ti­ble del equi­po. De él se es­pe­ra mu­cho y él lo ha­ce to­do sim­ple. Es fa­bu­lo­so es­cu­char a sus com­pa­ñe­ros opi­nar de Ma­nu. En la fi­nal con­tra Ita­lia, Fa­bri Ober­to –en­ye­sa­do en la ma­no de­re­cha sin po­der ju­gar–   es­ta­ba sen­ta­do a mi la­do en el ban­co. Se pa­ra­ba, se sen­ta­ba, se pa­ra­ba… y gri­ta­ba sus elo­gios: “¡Qué ani­mal!” “¡No se pue­de creer!” Se sen­ta­ba y co­men­ta­ba: “¡Es in­creí­ble que en ape­nas un me­tro Ma­nu ha­ga tan­tas co­sas…!”.

Acep­ta to­do lo que se ha­ya pau­ta­do con an­te­rio­ri­dad y, si ya te di­jo que sí a al­go, de­be ha­cer­se tal cual se fi­jó y se le co­mu­ni­có con an­te­rio­ri­dad. ¡Y no se lo cam­bies! Es un pro­fe­sio­nal en to­do sen­ti­do y un ejem­plo a se­guir, aun­que es una pa­la­bra que mu­cho no le gus­ta.

Por ser muy bue­na per­so­na, por ser tan sim­ple, por ser el mis­mo an­te una cá­ma­ra o fren­te a un mi­cró­fo­no que cuan­do lo es sin ellos y, so­bre to­do, por amar a nues­tro país y de­jar­les a ca­da chi­co o a ca­da per­so­na su au­ten­ti­ci­dad sin ser fal­so en sus di­chos o ac­ti­tu­des, es un gran­de de ver­dad.

 

Imagen Alejandro Cassettai.
Alejandro Cassettai.
 

El escolta a las patadas, con visión de fútbol

Para la gente es el “Maradona del básquet”, y aunque Manu no conoce personalmente a Diego, sigue a la Selección y tiene su rincón futbolero.

El ago­ni­co y tras­cen­den­tal do­ble que Ema­nuel Gi­nó­bi­li le ano­tó a Ser­bia y Mon­te­ne­gro reins­ta­ló en la so­cie­dad una fra­se po­pu­lar: “Fue la Ma­nu de Dios”. Zur­do, el me­jor de la his­to­ria en lo su­yo, ca­si ins­tan­tá­nea­men­te el es­col­ta de San An­to­nio Spurs fue con­sa­gra­do de­fi­ni­ti­va­men­te por los hin­chas co­mo “el Ma­ra­do­na del bás­quet”.

Es­ta ca­li­fi­ca­ción, que no es nue­va, in­clu­so tras­pa­só las fron­te­ras de Ar­gen­ti­na: “Gi­nó­bi­li es Ma­nu­do­na”, fue el tí­tu­lo ele­gi­do por la co­no­ci­da re­vis­ta es­pa­ño­la Gi­gan­tes pa­ra ilus­trar en su ta­pa el pre­sen­te del ba­hien­se. Ma­nu se to­ma con cal­ma la com­pa­ra­ción y re­ve­la su cos­ta­do fut­bo­le­ro:

—Sin du­das que me ha­la­ga mu­chí­si­mo. Co­mo es con­tem­po­rá­neo, sé lo que Ma­ra­do­na le trans­mi­tió a la gen­te. Igual, no creo que un ju­ga­dor de bás­quet pue­da si­quie­ra acer­car­se a lo que con­ta­gió Die­go. El he­cho de que me pon­gan ahí jun­to con Fan­gio, Mon­zón, Vi­las y los otros gran­des me ha­la­ga mu­chí­si­mo y me ha­ce sen­tir muy or­gu­llo­so y con ga­nas de se­guir tra­ba­jan­do.

–¿Tu­vis­te la chan­ce de co­no­cer a Die­go?

–No, ja­más. Nun­ca me lo cru­cé.

–Sos hin­cha de Ri­ver, ¿sos muy fut­bo­le­ro? ¿Te pren­dés en al­gún pi­ca­do?

–Mien­tras vi­vía en la Ar­gen­ti­na, se­guía bas­tan­te el fút­bol y tam­bién iba a ju­gar. Cuan­do me fui a Ita­lia, per­dí un po­co el hi­lo, se me fue yen­do el in­te­rés y aho­ra ca­si no mi­ro fút­bol. Si no jue­ga la Se­lec­ción o hay un par­ti­do im­por­tan­te… En rea­li­dad, a la Se­lec­ción en ge­ne­ral sí la mi­ro, pe­ro si no, no. Ade­más, uno es­tá tan me­ti­do en el bás­quet, pen­san­do en el bás­quet, que que­da muy men­ta­li­za­do en lo su­yo.

Imagen Toques de agua para el comercial “Compañeros de juego”.
Toques de agua para el comercial “Compañeros de juego”.
 

–Co­mo fut­bo­lis­ta, ¿con quién te com­pa­ra­rías?

–Co­mo fut­bo­lis­ta, soy es­pan­to­so. Bah, no es­pan­to­so, pe­ro nun­ca fui el más ta­len­to­so. Me de­fen­día bien, pe­ro… Acom­pa­ña­ba… En rea­li­dad, en Ba­hía la ma­yo­ría jue­ga al bás­quet. Y mis ami­gos eran siem­pre ju­ga­do­res de bás­quet que se jun­ta­ban pa­ra ha­cer otras co­sas. Y si era pa­ra ju­gar al fút­bol, la ti­rá­ba­mos pa­ra ade­lan­te y so­la­men­te co­rría­mos.

–Des­pués de las prác­ti­cas de la Se­lec­ción Ar­gen­ti­na, ¿ar­man pi­ca­dos en­tre us­te­des?

–No, nor­mal­men­te cuan­do se ter­mi­na de en­tre­nar, al­gu­nos se que­dan prac­ti­can­do ti­ros o ha­cien­do lo que ne­ce­si­ten. Pe­ro nues­tros en­tre­na­mien­tos, so­bre to­do en la Se­lec­ción, son tan lar­gos y exi­gen­tes que, cuan­do ter­mi­nás, te po­nés a cui­dar las pier­nas, a po­ner­te hie­lo y esas co­sas.

–En la NBA, tus com­pa­ñe­ros o los ju­ga­do­res a los que en­fren­tás, ¿sa­ben quién es Ma­ra­do­na?

–Al­gu­nos sí y otros no. De­pen­de. He ha­bla­do del te­ma Ma­ra­do­na y por ahí veía a cua­tro, cin­co ju­ga­do­res del equi­po que no sa­bían quién era. Y so­bre to­do en Es­ta­dos Uni­dos; si de­cís en Ita­lia, lo co­no­ce to­do el mun­do, ni ha­blar. Pe­ro en Es­ta­dos Uni­dos es­tán co­mo muy ale­ja­dos del fút­bol y pa­ra ellos el nú­me­ro uno es Pe­lé. Lo tu­vie­ron ahí y es al úni­co al que co­no­cen. Así que si de­cís que Ma­ra­do­na es me­jor que Pe­lé, o al­go así, te con­tes­tan: “¿Có­mo Ma­ra­do­na va a ser me­jor que Pe­lé si a Pe­lé lo oí­mos por to­dos la­dos?”. Pe­ro fue por to­da la pu­bli­ci­dad que se le dio y de­más. Así que a Die­go mu­chos ni si­quie­ra lle­ga­ron a co­no­cer­lo. Ten­go un ejem­plo cla­ro: en­tre las de­di­ca­to­rias de su li­bro, Die­go in­clu­yó a “Sha­qui­lle O’Neal, Mi­chael Jor­dan y a las To­rres Ge­me­las de San An­to­nio”. Cuan­do les con­té a Ro­bin­son y a Dun­can que Ma­ra­do­na les ha­bía de­di­ca­do su li­bro y que era hin­cha de los Spurs, Da­vid me di­jo: “¡Ah, qué bien!”. Mien­tras que Dun­can, que en las Is­las Vír­ge­nes no de­be ha­ber co­no­ci­do el fút­bol, pre­gun­tó: ‘¿Quién?’

–¿Co­no­cés NBA que sean fut­bo­le­ros?

–No, y no creo que ha­ya mu­chos. Qui­zá los ex­tran­je­ros. Con Tony Par­ker, por ahí an­tes de un en­tre­na­mien­to pe­gá­ba­mos un par de pa­ta­do­nes o ha­cía­mos jue­gui­tos, pe­ro los nor­tea­me­ri­ca­nos ni ahí. Ade­más, no cul­ti­va­ron el po­tre­ro co­mo no­so­tros. To­dos en al­gún mo­men­to fui­mos a ju­gar al fút­bol, pe­ro allá no. En Es­ta­dos Uni­dos van a ju­gar al béis­bol. Así que el fút­bol no exis­te. Ade­más, cuan­do quie­ren pe­gar­le una pa­ta­da, te das cuen­ta de que no va. Y que ha­gan un jue­gui­to es im­po­si­ble. Es una cues­tión de fal­ta de prác­ti­ca.

–¿El fran­cés Par­ker tie­ne idea?

–Sí, cuan­do uno es fran­cés, ar­gen­ti­no, bra­si­le­ño, ita­lia­no… Por más que sea ma­lo, tie­ne una idea.

–Du­ran­te los Jue­gos Olím­pi­cos se acer­ca­ron va­rios de­por­tis­tas a sa­car­se fo­tos con vos, ¿se arri­mó al­gún fut­bo­lis­ta?

–No… Es­tá­ba­mos muy le­jos. Los cru­za­mos una vez, nos sa­lu­da­mos, pe­ro na­da más. Creo que sa­lu­dé al Kily cuan­do nos vi­mos afue­ra del co­me­dor, pe­ro no se dio la po­si­bi­li­dad de char­lar. Ade­más, qui­zá ju­gá­ba­mos a dis­tin­tos ho­ra­rios o por ahí co­mían a la ho­ra que no­so­tros des­can­sá­ba­mos. No hu­bo mu­cho con­tac­to. Al­gu­nos de­por­tis­tas de otros paí­ses se acer­ca­ban: do­mi­ni­ca­nos, aus­tría­cos, chi­nos, más que na­da los que si­guen la NBA. Ve­nían a sa­lu­dar, a pe­dir una fo­to y esas co­sas.

 

Imagen Relajado en su hábitat natural.
Relajado en su hábitat natural.
 

Opinión

Por Rubén Magnano

El ex director técnico de la Selección Argentina destaca los valores de Emanuel Ginóbili dentro del equipo.

Nun­ca fui de ocul­tar mi ad­mi­ra­ción co­mo en­tre­na­dor por los gran­des ju­ga­do­res y mu­cho me­nos de re­sal­tar al “as de es­pa­das”, co­mo en es­te ca­so fue Ma­nu en nues­tro equi­po.

Es­ta es una con­ce­sión que ha­go en mi fi­lo­so­fía de prio­ri­zar, por so­bre to­das las co­sas, el con­cep­to de equi­po, por­que es­te cri­te­rio me de­mos­tró su im­por­tan­cia en mu­chas si­tua­cio­nes ad­ver­sas.

Ema­nuel Gi­nó­bi­li se com­por­tó en la can­cha en es­tos Jue­gos Olím­pi­cos de ma­ne­ra ma­ra­vi­llo­sa, que­dó a la vis­ta de to­do el mun­do. Pe­ro lo que más me cie­rra a mí co­mo en­tre­na­dor es su con­di­ción de ser ín­te­gro, no só­lo den­tro del rec­tán­gu­lo, si­no –in­clu­so más– afue­ra de la can­cha. No tie­ne ne­ce­si­dad de ha­cer­se ver, lo ha­ce ca­si en si­len­cio.

Otra vir­tud, muy va­lo­ra­da por no­so­tros los di­rec­to­res téc­ni­cos, es la enor­me ca­pa­ci­dad que tie­ne pa­ra po­ten­ciar a sus com­pa­ñe­ros. Se abs­trae de los nom­bres pro­pios y su so­la pre­sen­cia se con­vier­te en un fac­tor mul­ti­pli­ca­dor pa­ra el equi­po. Pa­ra que se en­tien­da: un ju­ga­dor, con Gi­nó­bi­li al la­do, es más ju­ga­dor. Hay co­sas que se re­gis­tran en es­ta­dís­ti­cas y mu­chas que no. Sus apor­tes po­si­ti­vos, por lo ge­ne­ral, su­pe­ran al he­cho es­ta­dís­ti­co.

En de­fen­sa ge­ne­ral­men­te de­be “bai­lar con la más fea”, pe­ro ja­más va a re­ta­cear el es­fuer­zo. Tam­bién lo ha­blé con él an­tes de em­pe­zar, pa­ra que es­tu­vie­ra aten­to a las di­fe­ren­cias que hay en el co­bro de los fouls en­tre la NBA y la FI­BA, da­do que iba a te­ner que rea­dap­tar­se. Nun­ca sa­lió por cin­co fouls, sin de­jar de de­fen­der.

Soy de po­ner el oí­do pa­ra es­cu­char su­ge­ren­cias de los ju­ga­do­res so­bre el jue­go y pa­ra mí es­to es bien vis­to. Ade­más de su ca­pa­ci­dad pa­ra sa­ber es­cu­char, Ma­nu siem­pre apor­ta opi­nio­nes va­le­de­ras.

Es exi­gen­te con sus com­pa­ñe­ros, den­tro de un cri­te­rio evo­lu­ti­vo y no des­truc­ti­vo, bus­can­do siem­pre me­jo­rar la ca­li­dad del jue­go, por­que an­te to­do es exi­gen­te con­si­go mis­mo.

Por O.R.O.

Producción: Marcelo Orlandini

Fotos: Alejandro del Bosco