2004. Lo que toca se hace oro
En uno de los años más brillantes de la carrera de Manu, O. R. O. lo entrevista para El Gráfico, el bahiense –fiel a su estilo- responde a todo con humildad.
FALTABA UN MINUTO para terminar la final olímpica en Atenas, y Manu Ginóbili sintió un golpe de emoción sublime. "Se me puso la piel de gallina", confiesa. Venía de embocar los dos tiros libres, y el tanteador seguía aumentando una diferencia sobre Italia que en ese momento era de 80-69 y ya se presentía inapelable. Ahí justo comenzó a sentir la gloria y paladear el éxito.
Al final fue por quince puntos (84-69) –terminante para un partido que definió el básquetbol de los Juegos Olímpicos– y obligó a que los italianos"inclinaran el rey" antes de la última chicharra aceptando la incuestionable superioridad del rival.
"Cuando me abracé con Pepe Sánchez y el Puma Montecchia, yo tenía ganas de llorar. ¡Veía las caras de ellos y era peor! Después de la desilusión del Mundial de Indianápolis, todas las sensaciones eran más fuertes, muy fuertes".
Muy simple y muy excelso: Emanuel David Ginóbili era campeón olímpico en su deporte y había cumplido el sueño de su vida.
Manu aclara: "Ese pequeño festejo se dio porque los tres estábamos cerca, pero pudo haber sido con cualquiera de los chicos: los comencé a conocer en 1996, hace ocho años, todos somos amigos y nos queremos. En ese momento deseás abrazarte con todos. De cualquier manera, ese aparte simbolizaba un sabor muy especial, ya que los tres nacimos en Bahía Blanca, tenemos bastante cosas en común y pasamos por el mismo club: Bahiense del Norte. Cada abrazo significaba mucho...".
En el caso específico del básquetbol, Argentina es el cuarto país que se consagra campeón olímpico, luego de que el título fuera logrado por Estados Unidos de América (12 veces desde la primera en 1936), la Unión Soviética (1972 y 1988) y la ex Yugoslavia (1980, en una edición con boicot).
Estas cuatro naciones ofrecen también un récord extraordinario: sus selecciones nacionales son las únicas que consiguieron ganar, por lo menos una vez, lo máximo que pueden lograr en conjunto en el básquetbol del mundo. Esto es: los Juegos Olímpicos, el Campeonato Mundial y la competencia continental que deportivamente les corresponde. Argentina, además, fue campeón sudamericano y medalla dorada de los Juegos Panamericanos.
Ginóbili resultó electo el Jugador Más Valioso (MVP) de Atenas 2004 y dio pie para que los compadres Pepe Sánchez y Gaby Fernández aumenten las historias y las bromas con “El Elegido”, como lo apodaron, porque todo lo que toca lo transforma en oro. Dicen que, cuando se suben a un avión, hay que buscar los lugares al lado de Manu, “porque si el aparato se hace pelota, lo único que se va a salvar es donde él estaba sentado, por ser ‘El Elegido’, y seguramente la suerte se va a extender a los lugares de al lado”.
También se cuenta en la intimidad del plantel campeón olímpico el dramatismo que se vivió en un momento de la final contra Italia. A 7m 23s para finalizar el segundo cuarto, Argentina se puso 32-22 arriba en el tanteador con una jugada de tres puntos (doble y foul) concretada por Ginóbili. Manu se fue al banco por cambio y los italianos después nos metieron un parcial de 9-19 para colocarse a un solo doble de Argentina: 43-41. Quedaban apenas 17 segundos, y él volvió por Nocioni sólo para cerrar ese primer período. Penetró, le hicieron foul y se cayó con un gesto de dolor. Se quedó tirado y no se levantó.
En el banco argentino hubo angustia, se asustaron y algunos deslizaron: “¡Por Dios, que se levante!, porque si no puede seguir jugando, ¡somos boleta!”
La inquietud nerviosa aumentó cuando vieron que Ginóbili entró rengueando en el vestuario. Menos mal que, enseguida, el propio Manu descomprimió la tensión al empezar a gritar: “¡Vamos que no pasa nada! ¡Vamos, vamos, Argentina!”.
Ginóbili siguió jugando hasta redondear una actuación global formidable en los Juegos. “Me sentí más líder que otras veces –confiesa–. También importó mucho la manera de empezar los Juegos con el tiro ganador contra Serbia y Montenegro. Sin dudas que fue el más trascendente de mi carrera. Por la situación, por lo nada que faltaba, por todo, y era en mi primer partido olímpico... A ese doble ya lo vi un millón de veces y lo sigo viendo.”
En otro lugar del planeta, en Girona, en el nordeste de España, en el mismo instante en que se metió esa última pelota a dos décimas del epílogo, Lucas Victoriano, referente histórico del grupo y uno de los dos últimos cortes esta vez para conformar el plantel olímpico, se encontraba viendo el partido por televisión en el departamento que ocupa en el segundo piso del 8 de la calle Ultonia. “Pegué un salto de la alegría –cuenta– que ¡casi me caigo por el balcón!...”
El juego de los Juegos
Después de dos semanas de haberse subido a lo más alto del podio, en la mañana del sábado 11 de septiembre Manu aterrizó en Ezeiza procedente de Milán-París. Luego de los Juegos Olímpicos estuvo en Italia para descansar en la isla de Cerdeña, visitar amigos en Bolonia y cumplir compromisos publicitarios en Milán como “hombre Nike” que es (fotos y el Battleground, un concurso de uno contra uno). No paró el uso de su imagen apenas se bajó del vuelo N° 416 de Air France en el aeropuerto de Ezeiza.
Un dato novelesco: llegó en el mismo avión en el que se incautó el mayor cargamento de éxtasis en la Argentina, aquél de las 50 mil pastillas.
De inmediato, en el salón San Telmo del Buenos Aires Sheraton Hotel, hizo una clínica para ciento cincuenta chicos del programa de bien público Proniño.
Fue suficiente para que una de sus habituales frases cargadas de filosofía retumbara en los oídos de los pequeños:
“Nadie nace sabiendo; el que se entrena, aprende”.
Al día siguiente, en la canchita del complejo habitacional antiguamente conocido como “Las Casas Colectivas”, hoy barrio parque Los Andes, en la Chacarita, cumplió con una maratónica filmación de otro comercial. Trece horas, de ocho de la mañana a nueve de la noche. Suficiente tiempo para que, entre toma y toma, también hablara con El Gráfico con su generosa y gentil disposición, abierto como siempre lo hizo.
—Después de ganar la medalla de oro, en tu página de Internet (www.manuginobili.com) escribiste “¡Esto es increíble!”. ¿Seguís sin creer?
–Me costó caer, los primeros días parecía encontrarme en una nube, pero cada vez que leés algo, un artículo, o te encontrás con gente que te cuenta cómo lo vivió, o recibís mensajes de todo tipo y navegás por Internet, vas entendiendo que Argentina entró en la historia. Ganar una medalla de oro excede lo basquetbolístico. Hace poco estaba leyendo el historial completo del básquetbol en los Juegos Olímpicos con todos sus ganadores. Vos mirás y dice: Estados Unidos... Estados Unidos... Estados Unidos... Estados Unidos... Estados Unidos... y sigue... sigue...
Por ahí aparece sólo dos veces la Unión Soviética y una Yugoslavia, y en medio de todo eso ahora nos ubicamos también nosotros, con un grupo de amigos, como de entrecasa, ¡con jugadores nacidos en clubes de barrio!, y entonces nos costaba creer. Hace doce años ni nos clasificábamos para ir y entonces ahora, ser campeones olímpicos, hasta nos parecía chocante... Va a seguir pasando el tiempo hasta que caiga la ficha real.
—¿Te gustó el nivel?
–Fue bárbaro y muy parejo. Fijate que Serbia y Montenegro, el campeón mundial y candidato inicial, quedó eliminado por China para ir a la rueda final. Puerto Rico paseó al Dream Team. Nosotros paramos al local. Italia frenó a Lituania, que venía cosechando tres medallas de bronce seguidas, y llegó a la final pese a que nadie daba nada por ella.
—¿Cuando te dijiste a vos mismo: “¡Apareció el equipo!”?
—En el cruce de cuartos de final contra Grecia, pero ojo: recién en la segunda parte del tercer cuarto. Perdíamos contra el local por once puntos (47-36 a 5 m 21 s del final de ese parcial), estábamos con la espalda contra la pared y, por suerte, ahí se produjo el clic. Empezamos a correr, a presionar en defensa y a tomar buenas decisiones en ataque. Los alcanzamos, los pasamos y les ganamos. Y ya no paramos hasta subir al podio.
SABADO DE GLORIA
Sábado 28 de agosto de 2004. Atenas, Grecia. Estadio Olympic Indoor Hall (pabellón O. A. K. A.) ante quince mil espectadores. Final de los 28° Juegos Olímpicos: Argentina 84- Italia 69.
—Como conocedor del básquetbol italiano, ¿estabas preocupado para esta final?
—Ellos no tendrán tanto talento, pero conforman un equipo fuerte, muy peligroso en las posiciones de base y escolta (Massimo Bulleri, Gianluca Basile, Gianmarco Pozzecco) y con grandes tiradores (a ellos hay que agregar a Matteo Soragna y Giacomo Galanda). Ninguno había sido mi compañero en Italia, pero todos fueron rivales. Hubo que defender muy duro. La idea fue que corriéramos mucho porque sus pivotes son grandes y algo lentos. Creo que allí sacamos ventaja, pero nos costó mucho laburo ganar.
—Hablame de tu desempeño...
—Tuve mucha participación ofensiva, pero sin perder nunca el sentido colectivo y haciendo de todo para el equipo.
—¿Qué más?
—Yo comencé con algunas dudas el torneo. Venía de no hacer una buena preparación con el resto del equipo por el tema del casamiento (el sábado 10 de julio en Bahía Blanca con Marianela Oroño) y el trámite de mi nuevo contrato con San Antonio (52 millones de dólares por seis años) y no estuve muy seguro. Pero, a medida que fueron transcurriendo los partidos, tomé confianza, tuve mucho contacto con el balón, me empecé a sentir bien y me gustó. Estoy feliz.
—¿Vinieron realmente a buscar la medalla de oro?
—En realidad, vinimos a buscar una medalla. No sabíamos de qué color. Había que ver cómo se presentaba el torneo y se nos fue dando. Salió todo como lo deseábamos.
—Ordená las cinco razones que, en Atenas, nos llevaron a la medalla de oro...
—1) Nos conocemos entre nosotros desde hace tiempo, mucho más que los rivales. 2) Nuestro concepto de equipo fue mayor que el del resto. 3) Hambre. 4) Revancha y desafío. 5) Esfuerzo y laburo.
—¿Qué otras cosas destacás de Argentina?
—Dimos una demostración de carácter y fuimos muy oportunistas. Esto es muy importante en torneos cortos. España, por ejemplo, perdió en el momento inoportuno: cuando no se podía perder, porque quedabas afuera. Nosotros, en cambio, perdimos cuando se podía perder y ganamos lo que había que ganar.
La palabra “revancha” tiene su explicación. El antecedente más fresco que esperaba un desquite fue por la final del último Mundial de Indianápolis, jugada el domingo 8 de septiembre de 2002. Argentina ganaba 74-66 a 2 m 15 s del epílogo, y Yugoslavia empató en 75 para forzar el suplementario –que ganaron 84-77– con un cierre cargado de decisiones equivocadas de los jueces, el griego Ioannis Pitsilkas y el dominicano Reynaldo Mercedes. Manu puso punto final a la polémica:
“Fue un fallo arbitral, listo, ya está, ahora ganamos e hicimos lo suficiente para sacarnos la espina que teníamos. Punto”.
Pero había una “espina” más vieja, dolorosa, que a los campeones olímpicos se les clavó en la garganta el sábado 9 de agosto de 1997 cuando jugaron una de las semifinales del 2° Campeonato Mundial Sub-22 en Melbourne, Australia.
Medio equipo olímpico de hoy fue dirigido esa vez por Julio César Lamas: Gabriel Fernández, Emanuel Ginóbili, Leonardo Gutiérrez, Fabricio Oberto, Pepe Sánchez y Luis Scola. Más históricos del grupo como Leandro Palladino, Lucas Victoriano y el eternamente presente Gabriel Riofrío.
El rival era, precisamente, el equipo local, al que ya habían superado por catorce puntos en la rueda preliminar. El partido “parecía ganado” por Argentina, pero dos bombazos sucesivos de tres provocaron la derrota y la frustración por no jugar la final.
Se vencía 68-65 cuando faltaban 48,6 segundos, Victoriano erró el tiro libre de bonificación que tenía, restando 34 empató el ala pivote Simon Dwight y a apenas 1 s y algunas décimas del epílogo el escolta tirador Aarón Trahair nos clavó el triple letal: derrota por 71-68.
El final fue desgarrante con los chicos argentinos tirados en el piso, abrazados y llorando. Lamas todavía hoy no sabe cómo pudieron llegar al vestuario. Iba a hablarles, pero no pudo: todos seguían llorando...
También admite que el primer triple fue por un error defensivo, producto de una recuperación lenta. Pero el segundo, de diez metros, “fue mala suerte y casualidad”.
No hay dudas de que esta profunda herida, felizmente cicatrizada en Atenas, tonificó al grupo y le dio el temple siempre necesario para afrontar las adversidades del juego con corazón, tenacidad y valentía.
Terminaron en el cuarto lugar, con cinco triunfos y tres derrotas en la campaña, detrás del local, Puerto Rico y Yugoslavia. Sin embargo, El Gráfico rescató el valor mundial de la actuación y ofreció un póster del equipo a todo color en su edición semanal N° 4063 con el título “Estos pibes conmovieron al mundo”.
Esa competencia de Melbourne marcó también un mojón fundamental en la vida de Emanuel Ginóbili. Ahí le puso el ojo R. C. Buford, director de Scouting de San Antonio Spurs. A él entre los 144 jugadores de los 12 países participantes. “Todavía era un jugador muy poco desarrollado”, reconoce Manu. Desde entonces San Antonio lo empezó a seguir y terminó seleccionándolo en el draft de la NBA realizado en Washington el miércoles 30 de junio de 1999. En el orden N° 57 de la segunda ronda se escuchó su nombre. Debutó el 29 de octubre de 2002.
Julio Lamas recuerda también un juramento que se dijo en la pieza del hotel Bayview on the Park de Melbourne donde paraban los chicos argentinos: “Se prometieron algún día jugar todos en la Selección mayor...”. No sólo llegaron al equipo nacional, cumpliendo la promesa, sino que hoy son los campeones olímpicos.
“¡HIJOS NUESTROS!”
El básquetbol argentino produjo un hito mundial el miércoles 4 de septiembre de 2002 en Indianápolis: le cortó la imbatibilidad al famoso Dream Team de la NBA luego de 58 partidos consecutivos invictos y diez años de trayectoria desde 1992 a través de sus seis versiones. Victoria por 87-80.
¿Casualidad? ¿Fortuna? ¿Circunstancia? El viernes 27 de agosto de 2004 se demostró que no fue ningún golpe de suerte, para nada. En una de las semifinales olímpicas de Atenas, el equipo argentino le volvió a ganar de manera impecable y con absoluta claridad: 89-81. A estrellas como Tim Duncan, Allen Iverson, Stephon Marbury... Manu los había destrozado con sus 29 puntos, anotación que le da el récord por ser la mayor cantidad de tantos anotados en la historia por un jugador argentino en partidos de los Juegos Olímpicos.
El festejo, obviamente, fue loco. En medio de los abrazos eufóricos Manu vio venir hacia él a su técnico de San Antonio Spurs, Gregg Popovich, que en Atenas fue el asistente del entrenador Larry Brown.
No era una situación fácil porque, en definitiva, lo había eliminado de los Juegos Olímpicos, nada menos. “¡Stop!” a los festejos por unos segundos, se dijo y lo recibió. Un afectuoso abrazo y el susurro de las palabras de Popovich en el oído de Manu que distienden el momento: “¡Felicitaciones! Gran juego. No aparezcas por San Antonio sin la medalla de oro...”.
—¿Qué conclusiones sacaste del triunfo sobre el Dream Team?
—Nos salió un gran partido, jugamos como queríamos e hicimos lo que esperábamos. Hasta sabíamos que las mayores complicaciones las íbamos a tener en el rebote bajo nuestro tablero. Ellos van muy bien arriba y cargan varios, pero por suerte en el segundo tiempo los pudimos neutralizar un poco.
—¿Qué otras claves tuvieron?
—Entraron los triples (11 de 22 intentos), encontramos muchos tiros cómodos y tuvimos eficacia (57% de dos).
EN LA CAPITAL DEL BASQUETBOL
Esta historia comenzó el 28 de julio de 1977 en la ciudad de Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, cuando nació Emanuel David Ginóbili. Hijo de Jorge Héctor y de Raquel Ester Maccari, hermano de Leandro Javier (el mayor, con siete años más) y de Sebastián Fernando (cinco más). ¿Dónde si no que en nuestra capital del básquetbol iba a nacer su máxima figura histórica?
Hogar de básquetbol puro, con el padre ex jugador y director técnico, con sus hermanos que lo serían en nuestra Liga Nacional y con el club Bahiense del Norte en la calle Salta a la vuelta de la casa del pasaje Vergara casi Estomba donde vivían y viven en el macrocentro de la ciudad.
La leyenda cuenta que el entrenador Oscar Alberto Sánchez, el “Huevo”, amigo de la familia, antes de que cumpliera los tres años ya le enseñaba cómo agarrar correctamente la pelota con sus manos. “Todavía hoy me sigue dando indicaciones...”, se sonríe Manu. Su vida creció entre su casa y el club. “Venía de la escuela, comía y al club a jugar...”, sintetiza así su costumbre deportiva que se hizo religión. Manu era el chico que se prendía en cualquier juego apenas quedara un lugar libre. En el básquetbol empezó oficialmente a los 7 años en el mismo Bahiense del Norte, la entidad que nació de una fusión (Bahiense Juniors y Deportivo Norte) el 1º de diciembre de 1975.
Quería ser jugador, vivía con una pelota en sus manos, pero estaba obsesionado porque era muy chiquito y menudito. “En la cocina de la casa todavía deben estar las marquitas...”, evoca Sergio Santos Hernández, el multiganador director técnico que hoy dirige a Boca Juniors. El “Oveja” fue entrenador de Bahiense del Norte entre 1984 y 1989. Aclara que él sólo dirigió a sus hermanos, que Manu siempre se involucraba detrás de ellos y que estaba pendiente de su crecimiento. Por eso se hacía medir en la cocina y las marquitas marcaban su evolución. El gran salto lo dio entre los 15 y los 17 años: “¡Crecí 24 centímetros!”.
Mara Sarmiento, cañadense, hoy asistente parlamentaria en Córdoba del concejal Héctor Campana (que no es otro que el propio Pichi), es otra amiga muy ligada a la familia Ginóbili. Conoce y lo trata a Manu desde los 15 años y dio este testimonio:
“De los tres hermanos, Manu era el más tímido. En ésa, su época de adolescente, Leandro era el más gracioso, el que contaba chistes y el que primero se posicionó en el básquet. El ‘Sepo’ era el clásico tranqui y al que le gustaba ir a pescar. Manu ya hablaba inglés y vivía pendiente de su computadora (sigue siendo un cibernético obsesivo) y, todo lo que podía ahorrar de algún dinero que le regalaban, era para ponerle más memoria a su compu...
Recuerdo que una de nuestras delicias domésticas era ir al supermercadito de la esquina a comprar Quaker con dulce de leche.”
“Los hermanos empezaron juntos en la Liga Nacional ‘A’ en Quilmes de Mar del Plata (fue en la temporada 1991/92). La alegría que sentía Manu cuando se enteraba de que sus hermanos tendrían un momento libre y vendrían a Bahía era desbordante. Su expectativa pasaba en pensar qué remera le traerían de regalo y su pasión era que le contaran cosas de la Liga Nacional, porque el objetivo de él era jugar alguna vez la Liga Nacional. Cuando llegaba el momento del regreso, la tristeza que lo embargaba era total.”
“Tengo muy presente el póster de Michael Jordan pegado en su pieza. Siempre, siempre, fue un chico muy inteligente, una luz...”
El “alguna vez” se hizo realidad en Andino de La Rioja, llevado por el “Huevo” Sánchez, cuando debutó el 29 de septiembre de 1995. Siguió en Estudiantes de Bahía Blanca y, en total, jugó tres temporadas, con 126 partidos disputados y un promedio de 17,4 puntos convertidos.
Hace poco Nati, la hija mayor de Pichi Campana, volvió a sufrir un episodio vinculado con su afección cardíaca congénita. Ante la posibilidad de que tuvieran que ir a Texas para algún tratamiento, Mara se comunicó con Ginóbili y le comentó la situación.
Manu no dudó en la respuesta: “Decile a Pichi que tiene mi casa, mi auto y mis contactos a su total disposición...”
El “Huevo” Sánchez lo conoce “desde que estaba en la panza de su madre”. Fue director técnico de Bahiense del Norte cuando Yuyo, como se lo conoce al padre, era el presidente. Siempre recuerda el rezongo de su mamá Raquel al traerlo del jardín de infantes con su delantal azul celeste con cuadritos blancos: “¡¿No sé qué más hacer con este chico?! Dice que se aburre en el jardín...”. Ya era inquieto y maduro.
“Aunque el básquetbol –reflexiona– sea un juego de embocar la pelota en un cesto, y los chicos lo tienen que saber, el hablar idiomas y la comprensión de todo, pasa por estar muy preparado. Nada de lo que hizo Manu, y de lo que seguirá haciendo, lo podría hacer sin su gran educación”.
Hay una sentencia que quedó grabada en el ambiente del básquetbol argentino. Cuando sus hermanos ya eran jugadores de nuestra Liga Nacional, se discutía quién era el mejor y se lo consultaba al “Huevo” Sánchez. Su respuesta desconcertaba: “El mejor es el tercero”.
Una vez el “Huevo”, dirigiendo al Deportivo Roca, lo enfrentó en Estudiantes de Bahía Blanca. “En un minuto que pedí –cuenta– les dije a mis jugadores que lo dejaran maniobrar por la derecha, ya que como es zurdo se le podía complicar...”
Manu escuchó la indicación, agarró la pelota y definió por la derecha de manera impresionante. Al volver a su campo, pasó al lado del “Huevo” y le dijo: “Dale, seguí dándome la derecha...”.
¿QUIÉN LO MANEJA?
Su carrera deportiva laboralmente está manejada por Interperformances. Es una empresa internacional que tiene tres vértices asociados, que pasaron a ser los ejes según el derrotero de su trayectoria en el básquetbol profesional, luego de haber comenzado en Andino de La Rioja y Estudiantes de Bahía Blanca en la Argentina: Viola Reggio Calabria y Kinder Bologna en Italia, y San Antonio Spurs en la NBA. También, de acuerdo con sus movimientos, pasan a actuar en cada lugar, pero siempre de manera interconectada.
En nuestro país y Latinoamérica el representante regional es el doctor Carlos Enrique Prunes. En Europa lo son el italiano Luciano Capicchioni y el español Arturo Ortega, con oficina en la República de San Marino. En la NBA, el norteamericano Herb Rudoy, que opera desde Chicago, Illinois.
Prunes tiene 44 años, es abogado y jugó al básquetbol. A Manu lo conoció en 1997 cuando estaba en la Preselección Nacional para el 2° Campeonato Mundial Sub-22 que se realizó en Melbourne. “Empezamos a hablar en el gimnasio de pesas del CeNARD...”
Hoy está envuelto en un torbellino de pedidos de notas de todos los medios. “El asedio explotó desde el contrato grande que renovó con San Antonio, su casamiento y los Juegos Olímpicos... Además no hay límite de imaginación posible para creer en todos los pedidos que recibo de cualquier índole y de todo el país. Que si puede venir para inaugurar el gimnasio del club tal, que le queremos poner su nombre al estadio, que nos encantaría si puede estar presente en el acto de la biblioteca, que si nos puede donar medallas para un torneo, que necesitamos esto y lo otro...”
La vitalidad de Manu, su predisposición para el trabajo y para afrontar las responsabilidades que su fama ha ido creando le permiten disimular las largas horas de atención a sus sponsors y a los requerimientos de la prensa. Nunca enojado, Ginóbili cosecha cada día mayores simpatías y eso resalta su personalidad. Ha ganado todo, pero es tan humilde como el primer día.
Prunes, por último, sintetiza su trabajo: “1) Potenciar y comercializar la imagen de Manu a través de sponsors, auspiciantes y convenios. 2) Organizar su agenda de compromisos en el día a día”.
¿Se acuerda de las marquitas en la cocina? Ahora se explica por qué Manu tenía tanta obsesión.
TOP TEN NATURAL
Sobre catorce estadísticas de los líderes generales en los diferentes rubros del básquetbol de los Juegos Olímpicos, Emanuel Ginóbili figuró en ¡diez! nóminas dentro de los top ten, como demostración numérica de su condición de jugador integral y del múltiple aporte que hace dentro de nuestra Selección Nacional. La fuente es la propia FIBA. Solamente no lo hizo en porcentaje de efectividad en triples, total de triples convertidos, tapas y total de rebotes. Una vez, cuando ganó el anillo en la NBA, así lo definió su técnico, Gregg Popovich: “No es un tirador, ni un defensor, ni un pasador… Es todo eso. Hace todas las pequeñas cosas que se necesitan para ganar”.
1° en porcentaje de efectividad en tiros de dos puntos: 70,30% (34 lanzamientos convertidos sobre 48 intentados). Monumental.
3° en total de tiros libres convertidos: 41, con 5,1 de promedio. Muy bueno. El tope fueron los 52 del español Pau Gasol.
4° en porcentaje de efectividad en tiros de cancha (dobles más triples): 57,6%. Excelente. El primero fue un argentino, Luis Scola, con el 65,5%.
4° en fouls recibidos: 6,1 por encuentro (49 en total). Extraordinario. El que obligó más fue el chino Yao Ming con 8,0.
5° entre los goleadores: 19,25 puntos de promedio (154 tantos en 8 partidos). Notable. El número uno fue el español Pau Gasol con 22,42.
5° en tiros de cancha convertidos: 6,1 conversiones por juego (49 en total). Excelente. Venció el neocelandés Phillip Jones con 8.
7° en asistencias: 3,25 por encuentro. Dio 26 en total. Muy bueno. Este ítem lo ganó el lituano Sarunas Jasikevicius con 5,62.
8° en robos de pelotas (steals): 1,37 por juego, con un total de 11 recuperos. Excelente. Aquí ganó el griego Theodoro Papaloukas con 2,57.
9° en efectividad de tiros libres convertidos: 80,39% producto de 41 conversiones sobre 51 ejecutados. Muy bueno. El lituano Darius Songaila fue el vencedor con el 92%.
10° en total de dobles convertidos: 4,3 por partido (34 en total). Excelente. El chino Yao Ming, con 7,4, encabezó este rubro.
Como es ginobili dentro del grupo
Por Alejandro Cassettai, Jefe de Equipo de las Selecciones Nacionales (en 2004).
Manu es un tipo muy simple, respetuoso y está concentrado hasta en los detalles más mínimos de todo lo que lo rodea. Jamás demuestra que puede encontrarse mirando desde un lugar distante.
No es agrandado y en el día a día de una convivencia de un torneo o en una concentración trata de que se valore a todo el grupo por igual, sin diferencias. Nunca quiere ser “el”, el mejor, como muchos dicen.
Una virtud, que lo hace más grande de lo que es: desde que lo conocí, cuando era juvenil en 1995, es la misma persona de siempre. Igual desde que lo traté en las Selecciones Nacionales a partir de su primera vez en el Sudamericano Sub-22 de Vitória, Brasil, en 1996. Sigue siendo uno de los más alegres. Permanentemente busca hacerles bromas a sus compañeros, vive buscándoles defectos para jugarles una chanza. Es muy de instalar modismos en el grupo, que enseguida los adquiere.
Es un apasionado de la cibernética. En ciertos momentos de sus ratos libres mira películas o juega al golf en su computadora personal. Contesta casi todos los e-mails que recibe. Es tranquilo y está atento a todo. No cometas un error al hablar, porque te va a gastar por esa equivocación. Y debés tener mucho cuidado con lo que hacés: si Manu (o Ale Montecchia) tienen la cámara fotográfica en sus manos, en cualquier momento te “escrachan” y son capaces de mostrar la foto a todo el grupo y pasás a ser el hazmerreír de la concentración.
También está en los temas que pueden hacer mejorar la imagen institucional o para sentirse más cómodos. Por ejemplo: tres meses antes de los Juegos Olímpicos de Atenas me escribió sugiriéndome que, en el intercambio que se hace antes de los partidos, en lugar de los históricos “pins” de la Confederación, entregáramos a los demás países gorros deportivos que, siguiendo su recomendación, los confeccionó la empresa Topper. O que las camisetas eran un poco cortas, o que los bolsos podían llevar rueditas… No cualquiera está en esos detalles, Manu sí. A él le gusta saber todo y pregunta todo.
Es el referente deportivo indiscutible del equipo. De él se espera mucho y él lo hace todo simple. Es fabuloso escuchar a sus compañeros opinar de Manu. En la final contra Italia, Fabri Oberto –enyesado en la mano derecha sin poder jugar– estaba sentado a mi lado en el banco. Se paraba, se sentaba, se paraba… y gritaba sus elogios: “¡Qué animal!” “¡No se puede creer!” Se sentaba y comentaba: “¡Es increíble que en apenas un metro Manu haga tantas cosas…!”.
Acepta todo lo que se haya pautado con anterioridad y, si ya te dijo que sí a algo, debe hacerse tal cual se fijó y se le comunicó con anterioridad. ¡Y no se lo cambies! Es un profesional en todo sentido y un ejemplo a seguir, aunque es una palabra que mucho no le gusta.
Por ser muy buena persona, por ser tan simple, por ser el mismo ante una cámara o frente a un micrófono que cuando lo es sin ellos y, sobre todo, por amar a nuestro país y dejarles a cada chico o a cada persona su autenticidad sin ser falso en sus dichos o actitudes, es un grande de verdad.
El escolta a las patadas, con visión de fútbol
Para la gente es el “Maradona del básquet”, y aunque Manu no conoce personalmente a Diego, sigue a la Selección y tiene su rincón futbolero.
El agonico y trascendental doble que Emanuel Ginóbili le anotó a Serbia y Montenegro reinstaló en la sociedad una frase popular: “Fue la Manu de Dios”. Zurdo, el mejor de la historia en lo suyo, casi instantáneamente el escolta de San Antonio Spurs fue consagrado definitivamente por los hinchas como “el Maradona del básquet”.
Esta calificación, que no es nueva, incluso traspasó las fronteras de Argentina: “Ginóbili es Manudona”, fue el título elegido por la conocida revista española Gigantes para ilustrar en su tapa el presente del bahiense. Manu se toma con calma la comparación y revela su costado futbolero:
—Sin dudas que me halaga muchísimo. Como es contemporáneo, sé lo que Maradona le transmitió a la gente. Igual, no creo que un jugador de básquet pueda siquiera acercarse a lo que contagió Diego. El hecho de que me pongan ahí junto con Fangio, Monzón, Vilas y los otros grandes me halaga muchísimo y me hace sentir muy orgulloso y con ganas de seguir trabajando.
–¿Tuviste la chance de conocer a Diego?
–No, jamás. Nunca me lo crucé.
–Sos hincha de River, ¿sos muy futbolero? ¿Te prendés en algún picado?
–Mientras vivía en la Argentina, seguía bastante el fútbol y también iba a jugar. Cuando me fui a Italia, perdí un poco el hilo, se me fue yendo el interés y ahora casi no miro fútbol. Si no juega la Selección o hay un partido importante… En realidad, a la Selección en general sí la miro, pero si no, no. Además, uno está tan metido en el básquet, pensando en el básquet, que queda muy mentalizado en lo suyo.
–Como futbolista, ¿con quién te compararías?
–Como futbolista, soy espantoso. Bah, no espantoso, pero nunca fui el más talentoso. Me defendía bien, pero… Acompañaba… En realidad, en Bahía la mayoría juega al básquet. Y mis amigos eran siempre jugadores de básquet que se juntaban para hacer otras cosas. Y si era para jugar al fútbol, la tirábamos para adelante y solamente corríamos.
–Después de las prácticas de la Selección Argentina, ¿arman picados entre ustedes?
–No, normalmente cuando se termina de entrenar, algunos se quedan practicando tiros o haciendo lo que necesiten. Pero nuestros entrenamientos, sobre todo en la Selección, son tan largos y exigentes que, cuando terminás, te ponés a cuidar las piernas, a ponerte hielo y esas cosas.
–En la NBA, tus compañeros o los jugadores a los que enfrentás, ¿saben quién es Maradona?
–Algunos sí y otros no. Depende. He hablado del tema Maradona y por ahí veía a cuatro, cinco jugadores del equipo que no sabían quién era. Y sobre todo en Estados Unidos; si decís en Italia, lo conoce todo el mundo, ni hablar. Pero en Estados Unidos están como muy alejados del fútbol y para ellos el número uno es Pelé. Lo tuvieron ahí y es al único al que conocen. Así que si decís que Maradona es mejor que Pelé, o algo así, te contestan: “¿Cómo Maradona va a ser mejor que Pelé si a Pelé lo oímos por todos lados?”. Pero fue por toda la publicidad que se le dio y demás. Así que a Diego muchos ni siquiera llegaron a conocerlo. Tengo un ejemplo claro: entre las dedicatorias de su libro, Diego incluyó a “Shaquille O’Neal, Michael Jordan y a las Torres Gemelas de San Antonio”. Cuando les conté a Robinson y a Duncan que Maradona les había dedicado su libro y que era hincha de los Spurs, David me dijo: “¡Ah, qué bien!”. Mientras que Duncan, que en las Islas Vírgenes no debe haber conocido el fútbol, preguntó: ‘¿Quién?’
–¿Conocés NBA que sean futboleros?
–No, y no creo que haya muchos. Quizá los extranjeros. Con Tony Parker, por ahí antes de un entrenamiento pegábamos un par de patadones o hacíamos jueguitos, pero los norteamericanos ni ahí. Además, no cultivaron el potrero como nosotros. Todos en algún momento fuimos a jugar al fútbol, pero allá no. En Estados Unidos van a jugar al béisbol. Así que el fútbol no existe. Además, cuando quieren pegarle una patada, te das cuenta de que no va. Y que hagan un jueguito es imposible. Es una cuestión de falta de práctica.
–¿El francés Parker tiene idea?
–Sí, cuando uno es francés, argentino, brasileño, italiano… Por más que sea malo, tiene una idea.
–Durante los Juegos Olímpicos se acercaron varios deportistas a sacarse fotos con vos, ¿se arrimó algún futbolista?
–No… Estábamos muy lejos. Los cruzamos una vez, nos saludamos, pero nada más. Creo que saludé al Kily cuando nos vimos afuera del comedor, pero no se dio la posibilidad de charlar. Además, quizá jugábamos a distintos horarios o por ahí comían a la hora que nosotros descansábamos. No hubo mucho contacto. Algunos deportistas de otros países se acercaban: dominicanos, austríacos, chinos, más que nada los que siguen la NBA. Venían a saludar, a pedir una foto y esas cosas.
Opinión
Por Rubén Magnano
El ex director técnico de la Selección Argentina destaca los valores de Emanuel Ginóbili dentro del equipo.
Nunca fui de ocultar mi admiración como entrenador por los grandes jugadores y mucho menos de resaltar al “as de espadas”, como en este caso fue Manu en nuestro equipo.
Esta es una concesión que hago en mi filosofía de priorizar, por sobre todas las cosas, el concepto de equipo, porque este criterio me demostró su importancia en muchas situaciones adversas.
Emanuel Ginóbili se comportó en la cancha en estos Juegos Olímpicos de manera maravillosa, quedó a la vista de todo el mundo. Pero lo que más me cierra a mí como entrenador es su condición de ser íntegro, no sólo dentro del rectángulo, sino –incluso más– afuera de la cancha. No tiene necesidad de hacerse ver, lo hace casi en silencio.
Otra virtud, muy valorada por nosotros los directores técnicos, es la enorme capacidad que tiene para potenciar a sus compañeros. Se abstrae de los nombres propios y su sola presencia se convierte en un factor multiplicador para el equipo. Para que se entienda: un jugador, con Ginóbili al lado, es más jugador. Hay cosas que se registran en estadísticas y muchas que no. Sus aportes positivos, por lo general, superan al hecho estadístico.
En defensa generalmente debe “bailar con la más fea”, pero jamás va a retacear el esfuerzo. También lo hablé con él antes de empezar, para que estuviera atento a las diferencias que hay en el cobro de los fouls entre la NBA y la FIBA, dado que iba a tener que readaptarse. Nunca salió por cinco fouls, sin dejar de defender.
Soy de poner el oído para escuchar sugerencias de los jugadores sobre el juego y para mí esto es bien visto. Además de su capacidad para saber escuchar, Manu siempre aporta opiniones valederas.
Es exigente con sus compañeros, dentro de un criterio evolutivo y no destructivo, buscando siempre mejorar la calidad del juego, porque ante todo es exigente consigo mismo.
Por O.R.O.
Producción: Marcelo Orlandini
Fotos: Alejandro del Bosco