1980. ¿Se imagina a Walter Gómez y Ramón Díaz juntos?
Walter Gómez y Ramón Díaz, dos artilleros que brillaron en distintas épocas con la banda roja en el pecho, se encuentran en el Monumental para una charla con un idioma en común: el gol.
Los piques de Walter Gómez de los años ’50 hoy duermen en la playa de estacionamiento del estadio Monumental. Ya no sirven para el delirio de la hinchada que iba al estadio con el estómago vacío. La gente no comía para ver a Walter Gómez, se llenaba de fútbol con sus apariciones electrizantes, admirables, sutiles y cautivantes. Hoy el "Hueca" cuida autos en su club, River Plate, para poder seguir accediendo al mantel diario. Aquellos días de esplendor son dominio del recuerdo, de un pasado que se fue. Ahora lo acompaña un atado de rubios que se esfuma acortando el horario de rutina, de lunes a viernes, de 12 a 20 horas. La ironía del destino lo sentó allí, acaso para que no se le escape ese presente que se le aparece en coche nuevo, lustroso, y que lo frena allí cerquita. "Un poco más acá, a la derecha, eso, eso..."
Frente a él pasan todos. Dirigentes, socios, jugadores que convergen para el entrenamiento o la concentración. El, en silencio, mata el tiempo que alguna vez fue suyo pero que hoy ya no le pertenece.
Este Viernes Santo la monotonía queda relegada por la humildad de Ramón Angel Díaz, quien, invitado por EL GRAFICO para la nota, arriba al estadio y como Walter Gómez no ha llegado, se ofrece para ir a su encuentro en su auto. Ahí está el departamento que en la calle Olazábal alberga a este hombre que hace un par de años dejó el Uruguay natal buscando un refugio para su bohemia. Aquellas dos hijitas de sus tiempos mozos hoy ya están casadas; el rastro del tiempo se descubre sin lupa en el rostro de Walter. Ese Walter Gómez que hoy tiene franco en el club, pero que igual irá, picando por Villa Urquiza, junto al Pelado Díaz.
—Walter, ¿quién se parece más a usted: el Beto Alonso o Ramón Díaz?
—Son distintos, tienen diferente estilo de fuego. Creo que vos, pibe (mirando a Díaz), te parecés más a mí. Por el pique corto, ¿no? Tenés un pique corto sensacional. Eso sí, creo que debés serenarte, te perdés muchos goles por querer reventar a los arqueros y eso no puede ser. Hace poco hubo un penal en aquel arco (aquel arco es el que da al Río de la Plata; el diálogo ahora se lleva a cabo en el opuesto, el que da a Figueroa Alcorta), lo tiró Passarella, el arquero rechazó, vos agarraste el rebote a toda velocidad y la mandaste a la tribuna...
—Sí, es verdad. Fue contra Central, en la tercera fecha de este campeonato. Me apuré mucho, era para tocarla despacio. Me acuerdo de que Carnevali estaba caído.
—Algunos me preguntan si vos sos mejor que Alonso. Te decía que te veía parecido a mí en el pique, y realmente sos muy bueno. Alonso también es un jugador capaz de genialidades, pero no tiene tu arranque. Algunos creen que Alonso se parece más a mí, pero creo que el parecido mayor es con vos. Pero te repito, todavía te falta algo: cuando dejaste al defensor en el camino y tenés todo el arco para vos no ganas nada queriendo reventarla contra la red. A veces es preferible el toque suave a un rincón, como lo hacía Labruna.
Hoy, mirando atrás y al evocar...
De pronto Walter Gómez mira hacia ese horizonte verde que se corta de golpe en la tribuna Almirante Brown. Un verde inmenso que invita a un pique fulminante o a recorrerlo mansamente con la vista, recordando aquellos días. En estos casos se aconseja no molestarlo al hombre que recuerda.
—Ramón, ¿lo conocías a Walter Gómez?
—Una vez nos presentaron en la concentración. Sé que fue un gran jugador de River, de los mejores que pasaron por el club, que jugó con Labruna, pero realmente no sé su historia.
Walter Gómez era insider derecho (ahora en vez de insider se dice volante) en Nacional de Montevideo y tenía un dribbling genial. Era el encargado de servirle goles a Atilio García, el argentino que tiene el record como goleador en el fútbol uruguayo. Walter jugaba en pareja con Luis Ernesto Castro, wing derecho mayor que él y su ídolo de pibe, cuando formaba en una delantera famosa de Nacional de los años '40: Castro, Ciocca, García, Porta y Zapirain. A comienzos de 1950 se vinieron los dos, Walter y Castro, a jugar para River. Liberti aprovechó que Walter Gómez estaba suspendido en el fútbol uruguayo y lo compró, en ese entonces, por una enormidad de plata, algo de 700.000 pesos...
Walter sigue recodando.
—Llegué de Montevideo, me embarcaron para Rosario, me presentaron a mis nuevos compañeros en el vestuario y salí a jugar el primer partido del ano, contra Newell's. Al minuto recibí un pase de Labruna y marqué el primer gol del campeonato. Nunca habla jugado con Angel. Pero en el momento que nos encontramos fue como si hubiéramos jugado toda la vida juntos. Nadie me devolvió las paredes como él. Fue un jugador extraordinario, que siempre hizo lo justo, sin dar un pase más, sin usar al compañero para gambetear, pensando siempre en el equipo. Y cuando entraba al área para definir, cuando lo veía hinchar la joroba, ya me daba vuelta gritando el gol. A lo sumo podía mandarla lamiendo un poste. Nunca le vi levantar un remate. La delantera de aquel primer partido formaba con Castro, yo, Fizel, Labruna y Loustau.
—Walter, usted venía del fútbol uruguayo; ¿se adaptó fácilmente a River?
—El primer año no anduve. Tuve partidos, pero sin continuidad. En Montevideo yo corría rivales, conseguía la pelota atrás y desde allá arrancaba. Pero era un fútbol más lento. Y, además, en River, la gente estaba acostumbrada al "animal"...
— ¿Quién era el "animal"?
—Y quién iba a ser: José Manuel Moreno. No era un jugador, era una bestia. Llenaba él solo toda la cancha. Y yo no tenía ni su físico, ni su vitalidad, ni su aguante. En un partido de 1950 contra Estudiantes, en La Plata, Minella me probó de centreforward. Hice el gol del empate de cabeza. Uno de los dos goles que marqué de cabeza en los seis años que estuve en River. De arriba yo no sabía nada. Para mí el fútbol se jugaba únicamente a ras del suelo.
En ese aspecto, no hubo en nuestras canchas virtuoso superior a Walter Gómez. Con la pelota, arrancando, su sensibilidad para manejarla y su pique corto fueron inigualables. Su juego de cintura era superior al de Rojas o Bochini, con esto en favor del uruguayo: su toque seco y preciso a la salida del dribbling corto, sin necesidad de acomodarse, armarse o perfilarse. Sus paredes con Labruna, en andariveles de cuatro o cinco metros, eran velocísimas porque se hacían con pelota rápida, tocada con fuerza y no empujándola. Por sus características era el hombre ideal para lugar de centro-delantero, formando sociedad con Labruna. En ese tipo de juego, ambos fueron los auténticos antecesores de los "compadres" del Santos, Pelé y Coutinho. Cuando Eliseo Prado fue ascendido a primera, se logró el terceto central ideal. Prado era un jugador de toda la cancha, el mediocampista modelo, el abastecedor que necesitaban Walter Gómez y Labruna para jugar arriba.
"No habrá wing como Loustau"
Aquella delantera formada por Vernazza, Prado, Walter Gómez, Labruna y Loustau...
—Félix Loustau fue un compañero perfecto. Casi no nos hablábamos, pero nos entendíamos igual. Estar en la cancha al lado de Félix era un privilegio. Nunca hubo ni habrá otro wing como él. Hace poco, en la platea de River, escuché que lo comparaban con un wing de la actualidad. Me puse a discutir pero al rato me callé. ¿Cómo van a comprender los de hoy, los que no vieron jugar a Félix? Creerán que son nostalgias del que jugó antes y defiende lo suyo, lo que ya pasó. Ni con Labruna quiero hablar de ese tema. Bastantes problemas tiene Angel con el plantel de grandes jugadores que debe manejar como para que yo también le llene la cabeza con consejos y opiniones. Cuando lo veo, no le pregunto por el equipo, prefiero preguntarle por la familia. El otro día lo vi preocupado.
"¿Qué problema tenés?", le pregunté. "Tengo tantos jugadores, que formar el equipo es un lío. A veces no sé a quién poner", me respondió.
"Yo no creo en los técnicos"
Voy a ser sincero, yo no creo en los técnicos, creo en los jugadores que han nacido para jugar al fútbol. La necesidad del técnico es para saber, fundamentalmente, formar el equipo. Hacer un cambio justo en el momento oportuno, poniendo un jugador por otro ubicándolo en nuevas posiciones donde pueda explotar mejor sus virtudes. Y sobre todo, usar bien los quince minutos del intervalo, para modificar lo que anda mal con unos pocos consejos y no complicarle la vida al jugador.
Ramón Díaz escucha sin querer interrumpir. Le gusta el tema, porque el fútbol también es su tema de toda su corta vida. Pero están hablando del River actual, y como él tiene "algo" que ver, opina.
—Yo no sé si es tan fácil ser técnico. A veces lo veo a Labruna en un rincón de la concentración con un lápiz y un papel. Rompe uno, dibuja el otro, no termina nunca. Se lo ve preocupado porque tiene que dejar mucha gente afuera. No lo veo tan fácil. Ser el director técnico de River es bravo. No sé, el plantel es de grandes jugadores, con todo lo que esto a veces implica. Sinceramente creo que ni Menotti podría ser el técnico de River. El único que puede dirigir River es Labruna. Yo reconozco que me da una bronca bárbara cuando me saca o directamente no me pone, y me veo en la necesidad de hacer goles siempre que estoy adentro. Pero no es culpa de él. Las cosas son así. Hay un plantel con muchos jugadores de primera línea, y bueno...
—¿Cuántas veces salió campeón con River, Walter? —indaga Ramón.
—Mi último año en River fue 1955. Fui campeón en el 52, 53 y 55. Este último año nos clasificamos campeones en cancha de Boca, en un partido que Boca nos dio un baile impresionante en los primeros cuarenta y cinco minutos. Después metí dos pases al claro, una vez entró Angel, otra el Mono Zárate y los dos la pusieron en el mismo rincón cuando salía Musimessi. Ganamos 2 a 1, pero no dimos la vuelta olímpica. Si amagábamos darla nos iban a matar a pedradas. Saludamos a nuestra hinchada y nos fuimos. Después jugamos en el Monumental contra Vélez. Apenas empezó el partido me abrí hacia la derecha y saqué un tiro impresionante desde casi 35 metros. La clavé allá arriba, a la derecha de Adamo, y la pelota quedó colgada, entre el cano y la red.
Con el recuerdo de ese gol, Walter Gómez dejó River y se fue a jugar a Italia. Paseó su dribbling y su velocidad (también sus lagunas, que erizaban la piel de los hinchas) por Milán y Palermo. Después voló a Colombia, pasó por Nacional de Medellín, Cúcuta, Once Caldas de Manizales... Después a Venezuela, al Deportivo Galicia, y realizó los últimos toques en Darling, de Canelones, en su Uruguay. Tenía casi treinta y ocho años cuando intentó el último pique. La vida le hizo conocer su cara ingrata. Los tiempos felices en el barrio de Banfield y los viajes en el taxi del "Catalán" hasta la cancha de River, y la mesa amplia bancada por él para todos los por entonces amigos que confluían a su hogar, y aquel almacén que tenía en sociedad con un amigo que no lo fue tanto, y los cánticos de la tribuna ("la gente ya no come / por ver a Walter Gómez"; "El tren se para / la gente se alborota para ver a Walter Gómez / cómo juega a la pelota..."), todo eso quedó arrumbado en un rincón del alma. Al final ancló en River nuevamente, cuyos dirigentes, teniendo en cuenta sus épocas gloriosas (icuantos de ellos habrán gritado sus goles!), le dieron un empleo en la intendencia.
El pibe quiere saber
Ramón Díaz no imaginaba tanta historia junta encerrada en las palabras de ese hombre de 52 años (nació el 12 de diciembre de 1927) que está frente a él. Lo mira y cuando Walter aleja la mirada y se le nubla la vista, nos musita lentamente...
—¡Este hombre era un fenómeno! ¡Y pensar que a veces uno porque mete un gol se cree el dueño de todo! ¿Tenía un pique tan rápido?
—Y... —le contestamos— vos corres ligero, pero él... Más de un hincha se debe haber imaginado lo que serían ambos jugando juntos, con vos un poco sobre la derecha y él como nueve. ¿Qué defensor aguantaría? Porque él, además de la carrera, tenía mucha habilidad. Podrían entrar en paredes, te podría preparar juego a vos y vos a él, ¿acaso vos no eras diez hasta antes de la época del Juvenil?
—Sí, es verdad. Yo era el diez y Ramón Sosa, el nueve. En el Juvenil que fue a Montevideo me fogueé como nueve y así salí goleador en el Mundial de Japón. A propósito, ¿hizo muchos goles Walter Gómez en River?
—Jugó 121 partidos y metió 72 goles. Llegó a River a los 22 años, pero el público argentino ya lo conocía desde que tenía 16. El 16 de julio de 1945 la Selección de Uruguay perdió con la de Argentina 6 a 2 en la cancha de San Lorenzo, pero la gran ovación se la llevó un chiquito con la camiseta más grande que él, que jugó un partido inolvidable. Dejó mal parado hasta a Salomón, y eso ya era mucho decir...
Una espina en el corazón
El hombre deja volar sus recuerdos junto al humo del cigarrillo. Hay una anécdota que le duele hondo.
—Yo no pude jugar el Mundial del '50 para Uruguay porque me habían suspendido el año anterior por un lío que se armó en un partido local. Sólo conseguí que me dejaran seguir jugando en el exterior, y así llegué a River. Una vez le ganamos a San Lorenzo en el Monumental 2 a 1, era el día de la final del mundo en el Maracaná. En el primer tiempo hice un gol, y en el intervalo Héctor Ferrari me dijo: "Hueca, los tuyos ganaron la Copa del Mundo..." No le creí. Yo, como la mayoría de los uruguayos, estaba seguro de que Brasil nos pasaría por encima. Cuando entré a la cancha para el segundo tiempo lo anunciaron por los altoparlantes. El público me ovacionó como homenaje a mi país, y todos mis compañeros y los jugadores de San Lorenzo me vinieron a felicitar. Me temblaron las piernas. Después entré a buscar una pelota cruzada desde la derecha y la metí de zurda en el arco de Blazina. Me acuerdo que hice el gol con los ojos llenos de lágrimas...
Siempre que sale el tema Walter Gómez, Enrique Omar Sivori cuenta un episodio singular referido al partido que jugaron River y Lanús, en 1954: "Yo estaba muy nervioso, recién empezaba a codearme con los grandes. Debía jugar porque Labruna estaba enfermo. Tenía unos nervios bárbaros. Walter, que no hablaba nunca, me vio la cara blanca y quiso tranquilizarme: “No te preocupes, pibe, que este partido lo gano yo solo... me dijo. Esa tarde le metió cuatro goles en 20 minutos a Alvarez Vega".
—Bueno, pibe, ya es hora de que vayas a entrenar, son las cinco de la tarde.
—Sí, sí. Gracias por todo, don Walter. A ver si nos encontrarnos otro día y me sigue contando algunas cosas. ¿Vamos hasta la salida?
Cruzaron la cancha solos. Walter Gómez abrazaba a Ramón Díaz fraternalmente y mientras caminaban se olvidaba de los dolores en su rodilla. Hasta nos pareció que se sentía más joven. Las tribunas estaban vacías. Entonces, ¿de dónde provenían esos cánticos, esos gritos de gol provocados por un derechazo de Walter Gómez y un zurdazo de Ramón Díaz?
JUVENAL y GUILLERMO BLANCO
Fotos: CARLOS FLORES