Las Crónicas de El Gráfico
Más que mil palabras (sobre Bosnia): el viaje
El pueblo de Bosnia celebró la clasificación al Mundial, otro paso en la reconstrucción de la identidad. Un texto de Martín Mazur.
Nota publicada en la edición de noviembre de 2013 de El Gráfico
LA FELICIDAD es un viaje. Colgados del tranvía, con banderas y pancartas, los hinchas se dirigen hacia el centro histórico de Sarajevo. Camino a la plaza de Bascarsija, vale la pena tomar riesgos. Puño cerrado, mano abierta, dedo índice apuntando al cielo, bandera atenazada o pulgar levantado; ninguno de los muchachos de la foto parece ser capaz de aferrarse al tranvía con las dos manos. La selección de Bosnia y Herzegovina se acaba de clasificar a Brasil 2014, su primera vez en un Mundial. Y hay que festejar.
El tranvía se topará con gente en bicicleta y también en autos ya sin amortiguadores, con hinchas apiñados en un baúl o con el torso al descubierto sentados sobre las ventanillas. Se verán bengalas de humo rojizo y fuegos artificiales en el cielo. La ciudad que hace 20 años volaba por los aires ahora explota de júbilo. Sarajevo, el corazón de la nación con forma de corazón, está en movimiento.
La inspiradora bandera nacional flamea con una fuerza inusitada. Sus colores están asociados a la paz y a la neutralidad: blanco, azul y amarillo. Tiene 7 estrellas completas y dos partidas a la mitad, alegoría del infinito. Los vértices del triángulo simbolizan la unión de los pueblos que habitan el suelo nacional: bosnios, croatas y serbios. El triángulo está contenido en un azul que remite a Europa.
Pero no todo es simbolismo ni tampoco todo es perfecto. Bosnia vive la tensión entre la importancia del recuerdo y la importancia del olvido. Sin dejarla de lado, pero sin ganas de anclarse en el recuerdo de una guerra cruel que masacró a buena parte de su población, la nación también está en viaje.
En Bosnia conviven el Festival de Cine, con Danny Glover firmando autógrafos en la alfombra roja, con la tierra roja en donde todas las semanas aparecen restos humanos del genocidio. Bosnia es Emir Kusturica filmando su última película junto a Monica Bellucci, aclamados por la multitud, y las manifestaciones de ciudadanos de las zonas fronterizas que aún claman por que sus hijos puedan ser educados en bosnio y no en serbio.
El viaje del pueblo bosnio tiene escalas permanentes en La Haya, donde aún están siendo juzgados 25 acusados de crímenes de lesa humanidad y otros 136 ya recibieron condena, pero también es un viaje al dolor, al ver cómo Momcilo Krajisnik, integrante del gabinete de Slobodan Milosevic y condenado en La Haya a 20 años de prisión por crímenes étnicos, es recibido como un héroe por los serbo-bosnios de Pale, Bosnia, luego de cumplir los dos tercios de la pena.
EL FUTBOL , que en su momento contribuyó como herramienta para vociferar los odios y generar las milicias de criminales como Arkan, también fue uno de los ámbitos que propusieron soluciones más realistas. Un primer ejemplo fue el FK Guber, un club que en la edición de los 90 años de El Gráfico, integró la lista de ideas, personajes e iniciativas que marcarían el futuro del deporte, por su invalorable aporte a la integración, al fomentar la composición de un plantel multiétnico en Srebrenica, epicentro de la peor matanza de civiles en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial.
Mientras tanto, el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, les entregó una distinción al entrenador nacional, Safet Susic, y al capitán del equipo, Emir Spahic, por su aporte a la integración. “A lo largo de los últimos años hemos visto cómo la selección nacional de Bosnia-Herzegovina se ha convertido en un símbolo de reconciliación y de unión para todo el país”, dijo Blatter.
Y en Zenica, Michel Platini inauguró un campo de entrenamiento para las selecciones nacionales, donado por la UEFA. En su discurso, destacó los avances del fútbol bosnio en “todos los segmentos”, y no sólo se refería a la mera cuestión futbolística, más allá del indudable progreso también a nivel competitivo. La integración es una sana obsesión en el fútbol de Bosnia. Y debería serlo también en países que no hayan soportado semejante guerra.
La vivió en carne propia Edin Dzeko, delantero del Manchester City, goleador histórico y máxima figura actual. Dzeko se crió en Sarajevo y soportó los cuatro años que duró el sitio a la ciudad. Su casa fue una de las destruidas por los bombardeos. “Nuestros padres tenían miedo, pero nosotros jugábamos al fútbol en la calle igual. Por 15 minutos, hasta que se escucharan las sirenas, y después corríamos a escondernos. Era una manera de vivir”, cuenta su amigo, Armin, en una entrevista con The Telegraph.
Sin gas, electricidad ni agua, los habitantes aún recuerdan un pequeño milagro: cuando volvió la luz por 15 minutos, justo durante la final del Mundial 94, y les permitió ver los penales de Brasil contra Italia.
“Dzeko es como Bosnia. Un comienzo muy difícil pero logró hacerse camino, sin mirar atrás, siempre siendo positivo”, dice su ex compañero Muhamed Konjic, primer capitán de la selección después de la guerra.
Con 25 puntos en 10 partidos (y 9 goles de Dzeko), Bosnia ganó el Grupo G de las Eliminatorias europeas. Fue el cuarto equipo más goleador del continente: metió 30, sólo superado por Alemania (36), Holanda (34) e Inglaterra (31). Y perdió apenas un partido. El 18 de noviembre, Bosnia se enfrentará a la Selección Argentina en Estados Unidos. Será otra escala de felicidad en su viaje al Mundial.
“LAS CIUDADES son la composición de muchas cosas: de memoria, de deseos, de señales de un lenguaje; las ciudades son lugares de intercambio, pero no sólo de mercancías, sino de palabras, de deseos, de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra desde imágenes de ciudades felices que continuamente toman forma y se desvanecen, escondidas en las ciudades infelices”, escribe Italo Calvino sobre su libro Las Ciudades Invisibles. La Sarajevo mundialista bien podría ser una de esas ciudades invisibles, la ciudad de los viajantes, donde todo el mundo está en movimiento, porque detenerse también implicaría perder la esencia y desaparecer.
Sarajevo es el recuerdo de matanzas, una película de Kusturica, un festival cultural, el llanto de madres que vieron morir a sus bebés, la voz de Bono y Pavarotti. Y ahora, Sarajevo, ciudad invisible, también es la clasificación a un Mundial, viajes en tranvías atiborrados y celebraciones humeantes hasta la madrugada.
Por Martín Mazur
@martinmazur en Twitter
El tranvía se topará con gente en bicicleta y también en autos ya sin amortiguadores, con hinchas apiñados en un baúl o con el torso al descubierto sentados sobre las ventanillas. Se verán bengalas de humo rojizo y fuegos artificiales en el cielo. La ciudad que hace 20 años volaba por los aires ahora explota de júbilo. Sarajevo, el corazón de la nación con forma de corazón, está en movimiento.
La inspiradora bandera nacional flamea con una fuerza inusitada. Sus colores están asociados a la paz y a la neutralidad: blanco, azul y amarillo. Tiene 7 estrellas completas y dos partidas a la mitad, alegoría del infinito. Los vértices del triángulo simbolizan la unión de los pueblos que habitan el suelo nacional: bosnios, croatas y serbios. El triángulo está contenido en un azul que remite a Europa.
Pero no todo es simbolismo ni tampoco todo es perfecto. Bosnia vive la tensión entre la importancia del recuerdo y la importancia del olvido. Sin dejarla de lado, pero sin ganas de anclarse en el recuerdo de una guerra cruel que masacró a buena parte de su población, la nación también está en viaje.
En Bosnia conviven el Festival de Cine, con Danny Glover firmando autógrafos en la alfombra roja, con la tierra roja en donde todas las semanas aparecen restos humanos del genocidio. Bosnia es Emir Kusturica filmando su última película junto a Monica Bellucci, aclamados por la multitud, y las manifestaciones de ciudadanos de las zonas fronterizas que aún claman por que sus hijos puedan ser educados en bosnio y no en serbio.
El viaje del pueblo bosnio tiene escalas permanentes en La Haya, donde aún están siendo juzgados 25 acusados de crímenes de lesa humanidad y otros 136 ya recibieron condena, pero también es un viaje al dolor, al ver cómo Momcilo Krajisnik, integrante del gabinete de Slobodan Milosevic y condenado en La Haya a 20 años de prisión por crímenes étnicos, es recibido como un héroe por los serbo-bosnios de Pale, Bosnia, luego de cumplir los dos tercios de la pena.
EL FUTBOL , que en su momento contribuyó como herramienta para vociferar los odios y generar las milicias de criminales como Arkan, también fue uno de los ámbitos que propusieron soluciones más realistas. Un primer ejemplo fue el FK Guber, un club que en la edición de los 90 años de El Gráfico, integró la lista de ideas, personajes e iniciativas que marcarían el futuro del deporte, por su invalorable aporte a la integración, al fomentar la composición de un plantel multiétnico en Srebrenica, epicentro de la peor matanza de civiles en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial.
Mientras tanto, el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, les entregó una distinción al entrenador nacional, Safet Susic, y al capitán del equipo, Emir Spahic, por su aporte a la integración. “A lo largo de los últimos años hemos visto cómo la selección nacional de Bosnia-Herzegovina se ha convertido en un símbolo de reconciliación y de unión para todo el país”, dijo Blatter.
Y en Zenica, Michel Platini inauguró un campo de entrenamiento para las selecciones nacionales, donado por la UEFA. En su discurso, destacó los avances del fútbol bosnio en “todos los segmentos”, y no sólo se refería a la mera cuestión futbolística, más allá del indudable progreso también a nivel competitivo. La integración es una sana obsesión en el fútbol de Bosnia. Y debería serlo también en países que no hayan soportado semejante guerra.
La vivió en carne propia Edin Dzeko, delantero del Manchester City, goleador histórico y máxima figura actual. Dzeko se crió en Sarajevo y soportó los cuatro años que duró el sitio a la ciudad. Su casa fue una de las destruidas por los bombardeos. “Nuestros padres tenían miedo, pero nosotros jugábamos al fútbol en la calle igual. Por 15 minutos, hasta que se escucharan las sirenas, y después corríamos a escondernos. Era una manera de vivir”, cuenta su amigo, Armin, en una entrevista con The Telegraph.
Sin gas, electricidad ni agua, los habitantes aún recuerdan un pequeño milagro: cuando volvió la luz por 15 minutos, justo durante la final del Mundial 94, y les permitió ver los penales de Brasil contra Italia.
“Dzeko es como Bosnia. Un comienzo muy difícil pero logró hacerse camino, sin mirar atrás, siempre siendo positivo”, dice su ex compañero Muhamed Konjic, primer capitán de la selección después de la guerra.
Con 25 puntos en 10 partidos (y 9 goles de Dzeko), Bosnia ganó el Grupo G de las Eliminatorias europeas. Fue el cuarto equipo más goleador del continente: metió 30, sólo superado por Alemania (36), Holanda (34) e Inglaterra (31). Y perdió apenas un partido. El 18 de noviembre, Bosnia se enfrentará a la Selección Argentina en Estados Unidos. Será otra escala de felicidad en su viaje al Mundial.
“LAS CIUDADES son la composición de muchas cosas: de memoria, de deseos, de señales de un lenguaje; las ciudades son lugares de intercambio, pero no sólo de mercancías, sino de palabras, de deseos, de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra desde imágenes de ciudades felices que continuamente toman forma y se desvanecen, escondidas en las ciudades infelices”, escribe Italo Calvino sobre su libro Las Ciudades Invisibles. La Sarajevo mundialista bien podría ser una de esas ciudades invisibles, la ciudad de los viajantes, donde todo el mundo está en movimiento, porque detenerse también implicaría perder la esencia y desaparecer.
Sarajevo es el recuerdo de matanzas, una película de Kusturica, un festival cultural, el llanto de madres que vieron morir a sus bebés, la voz de Bono y Pavarotti. Y ahora, Sarajevo, ciudad invisible, también es la clasificación a un Mundial, viajes en tranvías atiborrados y celebraciones humeantes hasta la madrugada.
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Por Martín Mazur
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