Las Crónicas de El Gráfico
Muerto en vida
La vida cotidiana de un argentino cualquiera ya ofrece razones de sobra para sentir la soga de la crisis apretando en el cuello. Pero si encima el equipo del cual es hincha se transforma en una ametralladora de conflictos, la existencia se torna insoportable.
Pero el tipo que está despatarrado en el sillón, el que parece que descansa pero agoniza, encima es hincha de Boca. Un hincha de esos que piensan en Boca todo el tiempo. Que puede decir de memoria los nombres de los ocho pibes que fueron al Sub 17 [1], recitar la formación del campeón del 54 [2] o detallar los goleadores de cada partido de la Libertadores 2000. Que no es socio, pero que quiere a Boca tanto o más que todos los que figuran en el padrón. Que ni por asomo recuerda la fecha de aniversario de casados, que a gatas se le vienen a la mente los cumples de sus pibes, pero que jamás olvida los días en que Boca obtuvo sus seis Libertadores y sus tres Intercontinentales. “Hoy, hace 16 años que ganamos la Copa en el Morumbí”, dirá en el desayuno, de la nada, descolgado de la conversación, como exorcizado por el recuerdo.
A ese tipo que agoniza mientras descansa, que ya calculó de dónde se va a ajustar para llegar con oxígeno al menos hasta el 25 del mes, que ya se bebió el veneno de achicar los 15 días de vacaciones a un mísero fin de semana largo, que no toca la luquita de la cómoda aunque la necesite para chapalear entre el maldito día 25 y el bendito depósito del 30, lo noquea aquello que racionalmente debería resultarle más superfluo e inofensivo: Boca y su diluvio de problemas, Boca y sus accionistas del desprestigio, Boca y las pirañas de sus detractores. Mientras mira desde la mortaja del sillón, la tele del verano lo ametralla con incendios forestales, inundaciones feroces, feminicidios inconcebibles, atentados terroristas, catástrofes viales… El tipo sabe que debería tener el corazón agujereado por esas calamidades, pero ahora, al final de otro día de calor asfixiante, lo que más le duele es Boca. No puede evitarlo. Es más fuerte que él.
Para las cargadas por la ida de Tevez puso una cara de piedra a lo Charles Bronson [3] y repelió hasta donde pudo con el argumento de la oferta irresistible. Por dentro, se desintegró como si hubiera bebido medio litro de ácido de un solo trago. Pensó en aquel recibimiento a cancha llena, en los festejos de Carlitos besando el escudo, en las dos vueltas olímpicas en cuatro días, en el campeonato a medio terminar y hasta en la publicidad motivacional del yogur. Un mundo de ilusión volatilizado en medio segundo por una billetera galáctica. Más que la partida, le dolieron la mentira y la cobardía. La mentira para irse –nunca le cerró esa historia de las presiones– y la cobardía para tomarse un avión sin hablarle de frente al hincha. Dejó la mesa servida para la catarata de memes que todavía se fuma con resignación oriental.
Al presidente, a quien ya tenía montado desde que rompía las olas con derrumbar la Bombonera [4], lo traga menos que la Vitina [5] que su mamá amenazaba con meterle por un embudo cuando tenía 6 años. Salta el bardo de las escuchas y al otro día se va de vacaciones a Miami como si no hubiera pasado nada. ¿Dónde se ha visto? El tipo sabe que los demás presidentes de clubes no salieron a matarlo porque todos hacen lo mismo y tienen el culo sucio. No se considera una luz, pero el bocho le da para entender que hay una maniobra detrás. Hasta un ser común y corriente como él huele la basura del manejo político, ese arte de destapar ollas a destiempo para sacar provecho en un momento puntual. Piensa en Angelici y en lo que siempre dice Carrió [6] sobre sus tejes y manejes en la Justicia. Piensa en Angelici y no le cuesta adivinar que sus enemigos en la cruenta interna de la AFA se hayan relamido con semejante revelación. Incluso anuda ese episodio a la insólita filtración del video de Centurión forcejeando en el pasillo de un hotel cinco estrellas. ¿Cómo sale a la luz una evidencia que debería quedar en el ámbito de la seguridad privada del Costa Galana? ¿Quién opera detrás –se retuerce el tipo en el sillón– para hacerle más daño a Boca? Un daño –habría que recalcarle al tipo– que no inventan quienes viralizan los episodios, sino que se hacen a sí mismos Boca y quienes lucen su escudo. ¿O Centurión creerá que salió ileso de su inagotable carnaval de irresponsabilidades [7]?
En ese escenario de desolación crispada, perder un clásico de verano con River o que el pibe Werner se coma un gol de biógrafo con Aldosivi se parece bastante a una cosquilla. Pero suman centavos en la cuenta de la desazón, igual que las insoportables lloradas de los Mellizos con los árbitros –“¿Sabrán que hay una parte del Himno que dice ‘Boca nunca teme luchar’?”, piensa el tipo–, los bloopers crónicos de la defensa, las amarillas seriales de Pablo Pérez y las piñas de gallitos ciegos entre Insaurralde y Silva. Un round grotesco, impropio del profesionalismo que debería imperar en semejante club, que el presidente de las escuchas se apuró a sancionar con inusitada severidad, parado vaya uno a saber en qué escalón de la ética.
Por fin, al tipo que agoniza en el sillón se le detona una sonrisa. Por la tele están pasando el momento en que Ricardo Lavolpe, todavía DT del América, se mete a la cancha y le hace “un foul” a un jugador de Chivas que arrancaba un contraataque supuestamente mortífero. Al Bigotón no lo quiere para nada, perdió el título de 2006 que Coco Basile le dejó servido en bandeja. Pero esa picardía salvaje lo divierte, acaso porque sucede bien lejos de la hoguera de Brandsen 805. Lo divierte hasta que busca más datos en internet y comprueba que la crónica de un sitio deportivo empieza con la frase “El ex técnico de Boca, Ricardo Lavolpe…”. ¡¿Cómo?! Lavolpe dirigió mil equipos en México y hasta dos selecciones, pero la reseña del bochorno arranca recordando los 15 minutos que pasó por Boca, como si Boca fuera el imán de todos los escándalos. Entonces, el tipo apaga la computadora, deja que el peso del control remoto le venza la mano y se queda despatarrado en el sillón, con esa sensación vacía de estar muerto en vida, aunque sepa que la vida y la muerte son otra cosa.
Por Elías Perugino
Textos al pie
1- Los ocho jugadores xeneizes seleccionados por Miguel Micó son Rodrigo Sequeira, Facundo Colidio, Manuel Roffo, Agustín Almendra, Marcelo Weigandt, Agustín Obando, Laureano Grandis y Facundo Fernández.
2- Dirigido por Ernesto Lazzatti, cortó una racha de diez años sin títulos. Arriba: Lombardo, Mouriño, Musimessi, Colman, Otero y Pescia. Abajo: Navarro, Baiocco, Borello, Rosello y Marcarián.
3- Actor norteamericano (1921-2003) que generalmente interpretaba a personajes muy rudos. De raíces lituanas, su verdadero nombre era Charles Dennis Buchinsky. Filmó alrededor de 80 películas.
4- Inicialmente, Angelici propuso demoler la Bombonera y construir otro estadio en el mismo lugar. Ante la resistencia popular, mutó a conservarla y edificar otro nuevo a un costado. Luego optó por abandonar la idea hasta que un plebiscito de socios decida qué hacer.
5- Sémola de trigo altamente nutritiva, ideal para apuntalar el crecimiento de los niños, cuyo sabor no es precisamente un dulzor.
6- En reiteradas oportunidades, la diputada acusó a Angelici de ser el operador judicial del presidente Macri, situación que el titular de Boca desestimó y adjudicó a un error de información de Carrió.
7- Chocar de madrugada y escapar, fotos hot viralizadas en las redes sociales, videos en discotecas y el incidente en la concentración de Mar del Plata son algunos de los episodios protagonizados por Centurión.
Nota publicada en la edición de marzo de 2017 de El Gráfico