Ramón Maddoni, el ojo clínico
En el club Social Parque, de la calle Marcos Sastre, descubrió a talentos como Tévez, Redondo, Sorín y Cambiasso. En 2007 Ramón Maddoni, le contaba a El Gráfico como detectar en un pibe a un futuro crack.
Hay un murmullo especial, hay un despliegue que sólo puede ser apreciado cabalmente por aquellos que alguna vez alentaron el sueño de jugar en Primera. Parafraseando las estrofas de la pegadiza marcha de San Lorenzo podría decirse que “ruidos de pelota oír se dejan”. Pero no hay “batallas” previstas, sencillamente se trata de concurrir a la convocatoria diaria de un hombre canoso y bonachón que recibe el beso de cada uno de sus “soldados” antes de empezar el entrenamiento diario. Ramón Maddoni, 65 años, con veinte de experiencia en la difícil, pero al mismo tiempo gratificante tarea de descubrir el talento de un pibe para proyectarlo –en un tiempo cada día menos lejano–, al privilegiado círculo de los grandes. El ruido de pelota tiene el eco ideal porque se reproduce a través de paredes que mucho pueden hablar de sueños y realidades. Social Parque es, sin duda, una fábrica de cracks. Durante mucho tiempo el solar de la calle Marcos Sastre 3268, entre Campana y Cuenca, en pleno barrio porteño de Villa del Parque, fue el crisol de Argentinos Juniors. Ahora, ya con más de una década de relación fluida, el club es el cordón umbilical para las divisiones juveniles de otro juniors, pero en este caso Boca. Nada menos.
Doscientos cincuenta es nada más que una cifra que no alteraría mucho una ecuación matemática, pero si se aplica al movimiento de todos los días de chicos que en muchos casos apenas levantan cincuenta centímetros del suelo, se caerá en el asombro y se comprenderá mejor lo que Ramón Maddoni a fuerza de ingenio y temperamento fue modelando hasta convertirse en un auténtico detector de cracks. ¿Cómo se hace? Leamos...
“No hay muchos secretos, se trata de mirar mucho, analizar, comentar, comparar. Con el tiempo, si a uno le gusta –y a mí me encanta– se desarrolla un olfato especial para seleccionar chicos que pueden llegar a Primera. ¿El ojo clínico? Sí, puede ser. Difícilmente, después de tantos años de trabajo, uno pueda equivocarse. Ahora, vale aclararlo, el pibe que deslumbra puede no llegar por muchísimos motivos ajenos a sus propias condiciones. Depende de muchas otras circunstancias.”
–¿El crack nace o se hace?
–Nace pero también se hace. Estoy convencido. Acá les enseñamos a patear con las dos piernas, a pararse correctamente, a poner bien el cuerpo, a cabecear con los dos parietales. Ves, de esa horca que controla mi hermano Raúl cuelga una pelota que los pibes cabecean de ida y vuelta. Eso les da a los chicos seguridad a la hora de defender y también en el momento de atacar si son delanteros. Ese es sólo uno de los movimientos que proponemos en cada jornada de entrenamiento.
–¿Hay algún Maradona?
–Todavía no. Siempre los que estamos en la tarea del fútbol infantil queremos tener la satisfacción de proyectar un jugador extraordinario como Diego, pero por ahora no lo vemos. Maradona fue algo de otro planeta.
Llega Pablito y lo besa, se acerca Daniel y lo abraza. De lejos otros dos pibes lo saludan con afecto mientras acatan la orden de empezar a dribblear conos de plástico. De pronto aparece otro loco bajito y cuando deja de acariciarle la cabeza y contempla con una sonrisa cómo se va hacia el centro de la cancha, Ramón acota casi como una sentencia: “Un fenómeno, Leo, no sabés lo que juega. Es clase 96, pero no te puedo decir el nombre porque si no te lo roban. ¿Te reís? Apenas aparece uno distinto –y acá tenemos varios– hay que cuidarse porque enseguida te lo quieren llevar a otro club o al exterior”.
–¿Cómo te fue en Argentinos?
–Yo soy un agradecido. A mí esta actividad me salvó la vida porque yo pasé momentos muy difíciles por un grave problema familiar y con esto encontré un remedio fabuloso. Y tengo que agradecerle especialmente a José Batista, un tipo bárbaro, todo un emblema de Social Parque, y que me dio un impulso extraordinario allá por el 80–81, días que hoy parecen lejanos pero que a mí me marcaron gratamente y para siempre. En Argentinos hice la primaria por decirlo de alguna manera. De aquella época no puedo olvidarme de la clase 73 integrada por chicos como Fernando López, del que soy compadre, Manrique, Taricco, el Pescadito Paz. Y es imposible no nombrar a la 76 del Tomatito Pena, Sorín o Andrizzi, o a la 77, con Nico Diez como abanderado de un plantel fantástico donde él era el mejor. Lo que pasa es que en Argentinos creo que no hubo verdadera conciencia de lo que significaba Parque como abastecedor de jóvenes talentos. No hubo interés de armar un proyecto de largo alcance.
–¿En Boca sí?
–Seguro. Yo llegué a Boca en el 96, por la decisión de tipos como Macri, Zidar, y muchos otros dirigentes de gran visión. Ellos entendieron bien cómo era el trabajo en las divisiones formativas. Jorge Griffa se hizo cargo de los juveniles y yo arranqué con los infantiles. La experiencia que había adquirido en Argentinos fue muy útil en un lugar en donde se preocupaban por desarrollar lo que en definitiva era el fútbol del futuro y el progreso de la institución.
–Salieron muy buenos jugadores.
–Sin duda. El mejor, para mí, Carlitos Tevez, el más parecido a Maradona de todos los que tuve desde que estoy en esta actividad. Ese sí que es distinto, por más que ahora esté en un club inglés de escaso renombre, él siempre se las ingenia para hacer algo diferente. Silvestre es otro buen ejemplo.
–¿Y Gago?
–No me olvidaba, te lo iba a nombrar al toque. No, Fernando tiene todo para ser crack, crack. Lo que pasa es que ahora está en un momento no muy bueno del Real Madrid y él todavía es joven, debe adquirir experiencia en un medio que es duramente competitivo. Todas las semanas hablo por teléfono con él, sé que le cuesta adaptarse, pero va a ser figura sin ninguna duda y un jugador con nivel de Selección como para tenerlo en cuenta para el próximo Mundial.
Los pibes ya le dieron duro a los conos, a la horca y a la práctica con los arqueros. Ahora viene el tiempo del juego, del partido. Hay más gente en torno de la cancha. No son hinchas cualquiera, son varios de los padres de los protagonistas. Pero no se los escucha, sólo miran.
–¿Cómo lográs que los padres no hablen, algo tan común en el fútbol infantil?
–Es un código que se respeta. Lo saben desde el primer día que los chicos vienen acá a trabajar. Y, ojo, que acá tenemos de todos los lugares, de cerca y de muy lejos. Todo lo que debemos decirnos lo hacemos al principio. Después, lógico, respondo cualquier inquietud, pero en los entrenamientos y en los partidos, silencio. Es mejor para todos, para nosotros, para ellos y especialmente para los pibes.
–¿De quién aprendiste?
–A jugar, de nadie; no andaba mal, pero era medio vago, por eso les inculco el sacrificio a los pibes. El crack era mi hermano menor, Tatín, ése sí que la rompía. Pero no quiero hablar de él, todavía no puedo entender que no esté con nosotros. En cuanto a recibir consejos o experiencias, soy de escuchar a todos. Un día, Ernesto Duchini me dijo algo que me sirvió muchísimo: “Si armás una buena Novena, vas a tener unas divisiones bárbaras”. Tenía razón. Saber renovar la base y mantenerla de manera competitiva es un trampolín para que las divisiones grandes anden muy bien.
–Te llevás bien con Menotti y con Bilardo.
–Sí, claro, de los dos saco cosas valiosas. Del Narigón, el trabajo, la constancia y el sacrificio. Del Flaco, la técnica y la precisión. Con los dos tengo muy buena relación. Con Menotti espero tener una cena un lunes de éstos. Soy de reunirme siempre en la misma mesa –y señala hacia una que da a la calle con vista a la plaza–. Es lindo hablar de fútbol y también de la vida.
–Cómo es un día de Maddoni.
–Doble turno acá, en La Boca, en Ezeiza, en Pintitas –Perito Moreno y Mariano Acosta–. Son 250 pibes que hay que ver y atender, más los que vienen pidiendo pista. ¿Cansado? No, para nada, si me causa placer. Y como siempre hay un pibe que la rompe y te genera esperanzas, ése es el mejor incentivo para seguir trabajando. Además, no hay nada más lindo que el fútbol. Y no tiene edad.
EL QUE DESCUBRIÓ A ROMÁN
Mientras Ramon baraja y da de nuevo sobre jugadores, figuras y promesas, reconoce que el Leche La Paglia fue –junto con Nico Diez– de lo mejor que tuvo, tanto que se lo pagó más que a Riquelme cuando Boca decidió la doble compra al club de La Paternal. Su amigo y colega Jorge Rodríguez asiente con una sonrisa. El fue quien le acercó a Román, primero a Parque y después a Argentinos Juniors. Rodríguez trabaja en los potreros de El Tropezón, en el Gran Buenos Aires, su orgullo es el equipo La Carpita y apunta que Sergio Agüero, a quien entrenó, es un pibe bárbaro y muy agradecido, y que Ismael Sosa puede tener el mismo destino europeo del Kun. Viejos conocidos, Maddoni y Rodríguez podrían verse a diario si Boca finalmente logra incorporar a sus divisiones juveniles al descubridor de Juan Román Riquelme.
DE SORIN, EL MEJOR RECUERDO
Por la mayoria de los jugadores que tuvo bajo su tutela futbolera, Ramón Maddoni conserva un cariño muy especial. Pero cuando habla de Juan Pablo Sorín, el hombre se emociona de una manera especial. “Un gran jugador y una persona extraordinaria. Tuvo un gesto que nunca voy a olvidar como fue el de invitarme a ver el último Mundial en Alemania. Juampi es un tipo muy querible, de mucha sensibilidad. Con respecto a los cambios de puesto en las inferiores o en las preinfantiles, el suyo es un claro ejemplo. Igual que Placente, él era un volante por izquierda muy ofensivo. Yo lo llevé a la posición de ‘3’. Por eso, a mí no me extraña verlo llegar como un centrodelantero a posiciones de gol”.
Por Carlos Poggi (2007). Fotos: Emiliano Lasalvia