2001. Cuando 10 años no es nada
El uruguayo Guillermo Sanguinetti llegó en el 91 a Gimnasia y se quedó para siempre. Cuando cumplió 10 años en el Lobo, “El Topo” charló con El Gráfico para recorrer su historia.
–¿Te dicen Topo por el jockey Vilmar Sanguinetti? –Sí, exacto. Él es Topo para todo el mundo y a mí me lo tiraron y me quedó. La verdad, no me jode el apodo. Ya lo tengo incorporado, aunque en Uruguay un técnico de fútbol infantil me bautizó con el sobrenombre de Puchero. Y fui Puchero para muchos.
El Puchero de antes y el Topo de ahora es Guillermo Oscar Sanguinetti, un histórico del Lobo. El hecho de que el 1° de septiembre haya cumplido 10 años defendiendo la camiseta de Gimnasia y Esgrima La Plata es una magnífica excusa para abordar a un personaje austero, simple y más abonado a los silencios que a los tonos altos. Nacido hace 35 años en Montevideo, esposo de Rita y padre de Nicolás (9 años) y Jimena (7), el Topo va recorriendo su historia cobijado por la serenidad. Y cuenta.
–Desde chiquito quería ser jugador de fútbol. Lo sentía. Lo deseaba. Es que viví en una casa con olor a fútbol.
-¿Tu viejo jugaba? –Mi viejo no actuó en Primera, pero jugó al fútbol de tres y sabe bien de qué se trata. Tanto mi viejo como mi vieja son hinchas de Nacional. Mientras que mi hermano Flavio es de Peñarol. Todos íbamos a la cancha. Era lindo ir al Centenario. No sé si será por la nostalgia o por otra cosa, pero estaba bueno. Hasta me acuerdo del primer clásico que vi como hincha, cerca de la barra. La verdad, fue terrible. Ganó Peñarol 5-1. Fue una paliza impresionante. Para Nacional jugaba Juan Ramón Carrasco. Y ellos tenían a Fernando Morena. Años después me crucé con Morena en una cancha. Fue en el 84. Yo, con la camiseta de Nacional dirigido por Luis Garisto; él con la de siempre. Empatamos 0–0. Pensar que Morena fue el jugador que en la época de hincha siempre me había hecho llorar por todos los goles que nos metió.
–¿Y después? –Estuve en varios clubes más: Central Español, Sudamérica, Wanderers, Racing. En Nacional me hubiera gustado tener más continuidad, pero... Hasta que apareció Gimnasia con una oferta, cuando estaba con la selección en la Copa América del 91, en Chile. Y lo pensé. Ahí nomás llegué a una especie de anticipo. Porque había en puerta otra posibilidad profesional en el exterior. Pero elegí Gimnasia, porque, entre otras cosas, el técnico era Gregorio Pérez. Y mirando el futuro imaginé que en el Lobo iba a jugar por lo menos diez años. Dicho y hecho. Ya van diez temporadas. Y sigo jugando. Mi viejo también tuvo que ver. Porque me recordó a laterales que tuvieron una gran vigencia en la Argentina. Estaban los casos del Sapo Villar, del Chivo Pavoni, de Jorge González, Lucho Malvárez, José Batista, el Negro Rolán y Davoine, quien jugó en Gimnasia. En definitiva, fueron muchos los uruguayos que hicieron un aporte importante en los clubes argentinos. Yo los conocía a todos porque mi papá era un coleccionista rabioso de El Gráfico y un gran admirador del fútbol argentino. Y me llegó ese mensaje.
–El otro mensaje es el que dio Carlos Bilardo en los finales de los 80, cuando dijo que los marcadores de punta ya no tienen vigencia. –Yo estuve de acuerdo con Bilardo, a pesar de jugar en esa función.
–El tuyo es un reconocimiento extraño. Toda tu vida marcando la punta y afirmás que a los laterales los superó el tiempo. Es algo así como atentar contra tu propia fuente de trabajo. –No, tan así no. Lo que digo es que la función cambió mucho. Creo que ya no van más los que se dedican sólo a marcar ese sector; simplemente porque desde hace varios años los equipos no juegan con punteros. Y entonces, ¿marcar a quién? Es como que el puesto quedó desactualizado. Y cuando Bilardo largó eso, pareció que nos querían echar a todos. Ahora el que juega por ahí tiene que saber más cosas. No alcanza con ser un perro de presa. Hay que ser salida, manejar la pelota, aparecer como un volante más.
-¿Cómo es eso de que no hay equipo con punteros? La Selección Nacional ocupa las puntas. Ortega va por derecha, el Piojo por izquierda. Se supone que los tienen que tomar gente con capacidad de marca y oficio. –Sí, seguro. Desde esta realidad, queda en evidencia que Bilardo se equivocó. Pero también es indiscutible que en el fútbol de hoy en día es necesario ser un jugador más integral. Por eso no me gusta la definición “marcador de punta”. Esto es antiguo. Lateral es lo más adecuado. Por ejemplo, Sorin no es un marcador de punta. Es un lateral. Zanetti lo mismo. La principal virtud del Pupi es la proyección. Ellos recuperan la pelota y participan del armado del juego. Esto es lo que cambió. El mayor compromiso con el equipo. No ocupar una quintita y desentenderse de lo que pasa más allá de ese sector.
–Hablaste de Sorin y Zanetti, pero no lo mencionaste a Vivas. –Es un muy buen marcador. Rinde siempre. Sabe la función.
-¿Y el Negro Ibarra? –Por lejos es el mejor. Tiene un manejo y una potencia extraordinarios. Hace todo con mucha naturalidad, como si las cosas no le costaran un gran esfuerzo. Y suma marca y capacidad ofensiva. Pero el número uno fue y es el brasileño Junior, aquel que jugó en el Flamengo con Leandro y Zico y que también integró la selección en los mundiales del 82 y 86. Para definirlo, sólo habría que decir que fue un jugadorazo impresionante, con una enorme riqueza técnica. Tenía tanta categoría que sobraba la función. Y entonces era un claro volante por izquierda. Pero un volante con visión de juego, con panorama y con rollo para tirar una pared, buscar la descarga y definir. Pero, aunque Junior la rompía, en Brasil no estaba solito. Ellos siempre tuvieron grandes laterales. Desde Nilton Santos, Carlos Alberto, Branco, Jorginho, pasando ahora por Cafú y Roberto Carlos. Muchos de ellos no se especializaban en marcar, pero lo reemplazaban con la técnica y la vocación ofensiva hasta para convertirse en jugadores con un fuerte desequilibrio en ataque.
-¿A Cafú y Roberto Carlos los ponés en esa lista? –Cafú me gustaba, aunque más de una vez va con la plancha arriba, quizá por miedo. A Roberto Carlos le admiro el ida y vuelta y la pegada que tiene. Pero a la hora de meter la pierna es un mala leche.
El perro boxer Mou, propiedad de la familia Sanguinetti, parece querer participar. “Es grandote y mete miedo, pero es muy cariñoso”, dice el Topo. Y ya se sabe que hay cariños que matan. En el amplio patio de su casa, Mou intimida desde su energía y sus ladridos. Apenas le dan espacio a su deseo de correr, pone sus dos patas encima del pecho del fotógrafo. Y lo homenajea a su manera.
Rita va a buscar a sus dos hijos al colegio. La charla continúa. “La Plata tiene algo de Montevideo, en su tranquilidad, en ese ritmo de la gente, de la ciudad. Y por eso me gusta tanto”, confiesa. El ayer y el hoy se juntan y se bifurcan. Pero el fútbol termina por unir todo.
–Con una carrera tan prolongada, te habrás cruzado con técnicos de varios estilos y con poco o mucho conocimiento. –Sí, de todo. Pero no tengo dudas de que los mejores fueron Gregorio Pérez y Carlos Griguol. Los dos saben mucho de fútbol.
-¿Qué sería saber de fútbol? –Tener teoría porque se tuvo práctica, pero además hacerse entender. Porque lo más importante de un técnico es saber transmitir y que eso que transmite después pueda plasmarse en la cancha. Es cierto, me he cruzado con entrenadores que no se hacían entender. Y así no puede desarrollarse nada.
-¿Para quiénes va el palazo? –Prefiero guardármelo.
-¿Los jugadores entienden el juego? ¿O compartís lo que dijo Menotti acerca de que son muy pocos los que lo interpretan? –Yo creo que existe un preconcepto que afirma que los jugadores no saben mucho. Pero es una idea equivocada. Los jugadores cazan al vuelo a un técnico apenas éste da su primera charla. Lo miden, lo estudian, lo analizan. Y lo mismo pasa cuando un periodista se pone enfrente. No es que se les toma examen, pero se advierte enseguida si uno tiene conocimiento o toca de oído.
–¿Griguol cambió las expectativas de Gimnasia? –Exacto. Con él empezó el proceso de pelear bien arriba. Y lo hicimos. Apenas llegó instaló una motivación nueva. Y todos participamos. De ahí salió aquel Gimnasia que luchó por los campeonatos.
–Y que siempre se ahogó en la orilla. –La frustración más grande ocurrió en el Clausura del 95 cuando perdimos con Independiente, de local, y San Lorenzo le ganó a Central, en Rosario. Ese golpe que recibimos fue durísimo.
–La leyenda dice que aquella noche de brujas el plantel de Independiente jugó incentivado por San Lorenzo. –Más allá de eso, los responsables de no haber salido campeones fuimos nosotros. Ésa fue la clave. Por ahí toda la liga que habíamos tenido en los partidos anteriores se nos fue de golpe cuando más la necesitábamos. Tuvimos unas cuantas chances, pero la pelota no quería entrar y no entró. Esto por un lado.
-¿Y por el otro lado? –Lógicamente que Independiente estaba incentivado. Pero repito que el campeonato dependía de nosotros. Y no lo supimos resolver. El empate no nos servía. Y perdimos con todo el dolor del alma. Va a ser difícil que esa herida algún día cicatrice. Los que lo vivimos lo sabemos muy bien. La única forma de acabar con ese dolor es saliendo campeón. Y por supuesto que sueño con eso.
–¿A aquel Gimnasia del 95 lo reconocés como un gran equipo? –No. Ese Gimnasia no fue un gran equipo. Todo nos costaba un terrible esfuerzo. Fue mejor el que salió subcampeón en el Clausura del 96, con el Beto Márcico. ¡Qué jugador que era el Beto! Un verdadero fenómeno. Llegó de grande y jugó unos partidos a un nivel altísimo. Lástima que no nos pudo acompañar más por las lesiones que sufrió.
–Para esa época fue el baile que te pegó el Piojo López. –No es que me haya bailado. Pero es muy complicado marcar al Piojo. Tiene una velocidad increíble. Y cuando pasó, no lo agarras más. No te da posibilidades de recuperación. Si se fue la única que te queda es mirarle el número en la espalda.
-¿Quién fue el autor del caño más grosero que te comiste? –Erviti. Fue contra la raya lateral, en un 0-3, en cancha de ellos. Le salió limpito. La pelota pasó, pero él no. No es el caso, pero hay jugadores que piensan que un caño tiene el mismo valor que un gol. Y se equivocan. Si le sirve al equipo, está todo bien. Pero si es sólo para lucimiento personal, no es positivo. El fútbol es colectivo. Y esto va para todos los niveles: clubes de barrio, Primera División, selección...
-¿El Chino Recoba es un gran jugador o está inflado? –Es muy bueno. Pero le pasa lo mismo que a Francescoli. Siendo un fenómeno, en Uruguay es resistido. Enzo igual. Allá es muy difícil ser ídolo.
-¿Y acá? –Acá hay más reconocimiento.
-¿Estás seguro? –Muy seguro
Eduardo Verona (2001) . Colaboró Héctor Collivadino
Una marca registrada
Vinieron casi en puntas de pie y lograron un gran reconocimiento por su nivel de juego y personalidad. Los laterales uruguayos se instalaron como referentes e ídolos.
La tradición de marcadores de punta uruguayos en el fútbol argentino se instaló con gran fuerza en la década del 60. En ese período cruzaron la orilla laterales históricos, tales los casos de Sergio Villar (San Lorenzo), Ricardo Elvio Pavoni (Independiente), Jorge González (Rosario Central), Tomás Rolán (Independiente) y Walter Davoine (Boca y Gimnasia). En los 70 se sumaron Luis Malvárez (San Lorenzo) y José Batista (Deportivo Español). En los 90 llegó, desde Montevideo, Guillermo Sanguinetti, continuando con la vieja película.
A todos ellos los distinguió una particularidad: rindieron en alto nivel. Y gozaron de una continuidad espectacular a partir de la eficacia demostrada y de una identificación plena con la camiseta que vistieron. No fueron aves de paso. No jugaron sin dejar una marca, una señal y una huella profunda en el sentimiento de los hinchas. Y, a su vez, escribieron un testimonio futbolero muy contundente.
Algunos hasta cerraron el círculo y quedaron en el imaginario colectivo posicionados como ídolos: el Chivo Pavoni, el Sapo Villar y el Negro González entran en esa categoría. Con más o menos marca, con mayor o menor proyección, con más versatilidad o con un registro inferior, todos fueron capaces de meterse en la rica historia del fútbol argentino por recursos, garra, temperamento y una personalidad ganadora.
Conquistaron títulos nacionales e internacionales y, aunque desde el resultadismo parezca lo más importante, en realidad es una cuestión accesoria. Lo trascendente es que aún se los recuerda con mucho afecto. Sanguinetti, como bandera de este tiempo, supo reconstruir aquella magia. Y fue fiel a la demanda histórica. A 26 años de la salida de Davoine (jugó en Gimnasia 128 encuentros entre el 61 y el 65), el Topo fue a cubrir ese espacio. Y ganó. Como también ganaron sus predecesores.