¡Habla memoria!

Anatomía de... una gira rocambolesca de Boca

Hace 30 años, un Boca desahuciado afrontó un disparatado tour futbolero en busca de un puñado de dólares. En medio del caos y de las internas, el Loco se dio el gusto de jugar como delantero.

Por Redacción EG ·

12 de febrero de 2015
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Son de esas efemérides que pasan desapercibidas. El 16 de septiembre de 2014 se cumplieron 30 años de una imagen que hoy provocaría la fascinación de las tribunas y el repiqueteo de las redes sociales, un poco por lo hilarante del hecho, otro por lo ruinoso del contexto y, definitivamente, por lo grandioso del personaje: fue cuando Hugo Gatti entró a la cancha con ropa de jugador de Boca (la clásica camiseta azul y amarilla) y jugó como lo que entonces se definía como centrodelantero y hoy se conoce como punta o “9 de área”. La rareza del arquero convertido en atacante, el toro reciclado en torero (o tal vez Gatti siempre fue torero), sucedió en un amistoso contra el Atlas de México, en Estados Unidos, y debería figurar en el primer puesto de los partidos más extravagantes de la historia del club.
Imagen EL LOCO se acomoda la camiseta. Parece un turista en la playa, pero está por entrar para jugar unos minutos ante el Atlas de México.
EL LOCO se acomoda la camiseta. Parece un turista en la playa, pero está por entrar para jugar unos minutos ante el Atlas de México.
El paisaje de época ayuda a entender por qué lo imposible fue posible aquel domingo 16 de septiembre de 1984 en Fresno, una ciudad del valle agrícola de California, a 350 kilómetros de Los Angeles. Era un Boca en versión gitana que mendigaba a cambio de todo lo que le garantizara la supervivencia. El cachet del partido, de tan insignificante, impresiona: 4500 dólares. Nadie planteó el negocio, pero es probable que se hubiese podido alquilar durante 90 minutos a todos los jugadores de Boca para que entretuvieran un cumpleaños de 15.

Era, también, el equipo al que el Barcelona había arrasado 9 a 1 en la Copa Joan Gamper hacía menos de un mes, el 21 de agosto, en el inicio de una gira rocambolesca y a tono con un club a la intemperie: la Bombonera estaba clausurada por un posible derrumbe de las tribunas, sobre el estadio corría, además, una notificación de subasta por un reclamo del Wanderers de Uruguay (fechada por la Justicia para el 7 de septiembre), el presidente Domingo Corigliano había pedido licencia por 60 días en medio del caos (lo reemplazaba de manera interina Cándido Vidales), y los futbolistas profesionales recién salían de una huelga durante la que habían sido reemplazados por chicos de las inferiores, los mismos que en el recordado partido contra Atlanta del 8 de julio, en una Bombonera con la tribuna local inhabilitada (pero al menos con otros sectores todavía abiertos), habían usado las camisetas con números pintados con marcadores que a los pocos minutos se destiñeron por la transpiración.

En el agobio por recaudar billetes, o incluso monedas, Boca aprovechó el receso invernal hasta el fondo de la olla (también River y Huracán viajaron a Europa en medio de una economía de guerra que golpeaba a la mayoría de los clubes, al punto que dos años después, Racing debió alquilarle su equipo a Argentino de Mendoza). El club estaba lejos de poder organizar una gira por sus propios medios, pero se trataba de un acuerdo establecido tras la venta de Diego Maradona al Barcelona, en 1982. Aun así, el viaje estuvo a punto de cancelarse: “De los 600 dólares por partido que iba a cobrar cada jugador ya me avisaron que Boca no puede pagar más de 273, y eso no se aceptará de ninguna manera”, bramó Guillermo Cóppola, el representante de la mayoría de los futbolistas. Pero, finalmente, con la presencia de todos los titulares salvo Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca, ambos de gira con la Selección, y con Dino Sani como DT, el peregrinaje de Boca comenzó en el interior de Tucumán contra un modestísimo equipo llamado Unión Simoca, entonces en la Primera C de la liga local y hoy en la B (el club de donde surgiría el Pulga Rodríguez, figura de Atlético Tucumán), y luego seguiría por Europa.

Entonces llegaron rivales con más garbo, pero con resultados no tan elegantes: al estrepitoso 1-9 contra el Barça en el Camp Nou le siguieron partidos contra el Aston Villa (también por la Gamper en Cataluña, aunque en este caso fue victoria 2-0 para Boca en el primer enfrentamiento argentino-inglés después de la Guerra de Malvinas), Real Sociedad en San Sebastián (derrota 0-2), Sevilla (caída 1-2) y Universidad Católica de Chile (empate 1-1) en un cuadrangular en Andalucía, Panathinaikos en Grecia (triunfo 3-2), Niza en Francia (victoria 2-0) y Torino en Italia (derrota 0-3). Una vez jugados los amistosos preacordados desde Buenos Aires, los dirigentes intentaron agregar partidos en Europa: era cuestión de aprovechar el tiempo porque faltaban 12 días para que la gira continuara por América para enfrentar al Atlas y al Guadalajara.

El problema fue que, según las crónicas de la época, los nueve goles del Barcelona actuaron como un efecto radiactivo y ningún otro equipo (al menos de primer nivel) quiso contratar al club argentino. “En Europa no quieren ver más a Boca”, tituló el enviado especial de El Gráfico, Natalio Gorin. El 1-9 había pegado tan fuerte al comienzo de la gira como que Roberto Passucci, en diálogo con La Nación, puso en duda su continuidad como profesional (“Un resultado de estas características me hace dar ganas de dejar el fútbol”, se aflojó), y hasta Hugo Gatti pensó en no atajar al partido siguiente, contra Aston Villa. “Yo no juego ni loco”, le anticipó el arquero a Gorin después de la goleada, a lo que el periodista le respondió: “Tenés que jugar, vas a quedar como el culpable”, y Gatti finalmente atajó contra los ingleses (el Loco también confesó que contra el Barça, los goles “pudieron haber sido 14 o 15”).

Imagen EL NUEVE Hugo Orlando Gatti posa entre los defensores Carlos Córdoba y Pablo Matabós, luego de la victoria por 2-1 en El Fresno, Estados Unidos.
EL NUEVE Hugo Orlando Gatti posa entre los defensores Carlos Córdoba y Pablo Matabós, luego de la victoria por 2-1 en El Fresno, Estados Unidos.
En ese contexto, y después de 12 días a la deriva en hoteles europeos (mientras en simultáneo, el 7 de septiembre por la mañana, el club levantaba contrarreloj en Buenos Aires el pedido de subasta sobre la Bombonera: a las 14 de ese mismo día estaba anunciado el remate), el plantel viajó a la costa oeste de Estados Unidos para terminar con una gira en la que a los problemas organizativos y deportivos se les sumaba la discordia interna, una suerte de anticipo de los halcones y palomas que dividiría a Boca a comienzos de la década de los años 90. “El plantel estaba dividido. No veíamos la hora de volver”, recuerda hoy, 30 años después, Roberto Mouzo, el futbolista que jugó más partidos en la historia del club (426), también presente en aquel equipo trashumante. “Fue una gira terrible. El plantel no estaba bien. Había dos grupos diferenciados por la huelga que habíamos hecho y por cómo continuaría el reclamo económico al volver a Buenos Aires”, agrega Hugo Alves, entonces defensor de Boca y durante 2014 entrenador de Loma Negra de Olavarría.

También desde su natal Olavarría, y hoy dedicado al pádel en lugar de al fútbol (a los 59 años participa en el circuito nacional), el ex delantero Omar Porté brinda más intimidad de aquel desorden: “Eso era un quilombo, estábamos todos peleados. Nos agarrábamos a trompadas cada dos semanas. Ibamos a comer separados, un grupito de cuatro jugadores por acá, otro de tres por allá, no nos juntábamos ni locos. Llevábamos ocho meses sin cobrar nada, salvo los premios. Si hasta habíamos conseguido echar al presidente Corigliano porque hacía seis meses que no nos pagaban los sueldos, y resulta que se fue y seguimos sin cobrar un par de meses más. Había dos grupos bien diferenciados: por un lado éramos 12 o 13 jugadores que íbamos a quedar libres a fin de año, como Ruggeri, Gareca, Cacho Córdoba y yo (también Alves), y enfrente había otros 12 o 13 que igual se querían quedar en Boca, como Passucci, Mouzo, Stafuza y Otero. El único que seguía cobrando normal era Gatti porque tenía un acuerdo personal con ex dirigentes”.

Cuando el plantel llegó a Los Angeles cerca de la medianoche del sábado 15 de septiembre, el día previo al partido contra Atlas, la falta de sofisticación alimenticia era lo de menos (El Gráfico publicó fotos de Gatti y Alves comiendo panchos en un kiosco del aeropuerto): el nuevo problema era que los jugadores no querían subirse a un colectivo para recorrer a esa hora los 350 kilómetros hasta Fresno, sede del amistoso. El caos era tal que los organizadores tampoco habían hecho la reserva en un hotel y algunos futbolistas, cual mochileros, consiguieron unos autos en el estacionamiento para dormir un rato. Aun así, al día siguiente, el domingo 16, Boca llegó a Fresno para enfrentar al Atlas y cobrar los 4500 dólares que serían repartidos entre los futbolistas (el plantel no había cobrado sueldos en todo 1984).

Fue como si el fútbol llegara a la luna, y no sólo porque Gatti jugaría de 9. La reconstrucción del partido vía oral no es fácil: los años que pasaron (se cumplieron tres décadas en septiembre de 2014) difuminaron el recuerdo en la mayoría de sus protagonistas, acaso como si todo se hubiese tratado de una ficción. “¿Si Gatti entró porque yo me lesioné? La verdad, ni me acuerdo… Te mentiría si te dijera que sí o que no. Lo único que sé es que esa gira duró 32 días, ¡fue larguísima!”, se disculpa el ex mediocampista José Orlando Berta desde Concordia, Entre Ríos, donde vive desde hace varios años, ya sin relación con el fútbol. “¿El partido con el Atlas? No lo recuerdo… Yo me lesioné con el Barcelona y después ya no volví a jugar en la gira”, repite Alves. “¿El día que Gatti jugó de 9? Creo que se jugó en una cancha de fútbol americano”, atisba Mouzo con dificultad, pero con acierto. Las fotos del archivo de El Gráfico le dan la razón al ex capitán: los arcos del estadio universitario Ratcliffe (perteneciente al College de Fresno) tenían forma de hache porque, efectivamente, se utilizaban para el deporte más popular de Estados Unidos. Al menos les habían agregado redes para respetar cierta estética futbolera, pero hasta las líneas demarcatorias de la cancha generaban otro motivo de confusión: “Había marcas de cal por todos lados. Eran de fútbol americano y también de béisbol, y nos confundíamos”, agrega Porté, siempre con mejor memoria y precisión que sus compañeros. Incluso una vista en Google Earth sobre el Ratcliffe confirma que, a finales de 2014, las líneas de cal de los dos deportes continúan superponiéndose sobre el estadio en el que Boca jugó el partido más bizarro de su historia.

Para agregarle más confusión a aquel Boca-Atlas, la crónica de El Gráfico (único medio argentino que cubrió el partido) asegura que, como las medidas de la cancha eran más angostas que las establecidas en el fútbol, los organizadores tuvieron que agregarle arena a los costados para que más o menos se respetara el reglamento. En el Ratcliffe tampoco había alambrados ni bancos de suplentes. Cualquiera podía bajar desde las tribunas y entrar al campo de juego, si hubiesen llegado hinchas: en las fotos de El Gráfico se ven plateas sin ningún espectador. Semejante apatía tenía lógica: en un lugar perdido de Estados Unidos se enfrentaban un equipo argentino contra uno mexicano en épocas en que el soccer sólo despertaba indiferencia al norte del río Bravo. Y encima las condiciones climatológicas espantaban a los posibles curiosos: “El calor era insoportable: ¿sabés lo que es jugar con 40 grados en el verano de California? Lo que pasa es que ese partido primero estaba anunciado para Guadalajara, la ciudad del Atlas, pero como muchos jugadores no teníamos visa de trabajo para entrar a México, al final se hizo en Estados Unidos”, agrega Porté.

Boca salió a la cancha con Balerio; Passucci, Mario Alberto (fallecido en 2012), Mouzo y Córdoba; Stafuza, Pablo Segovia y Juan Manuel Sotelo (la rareza de un futbolista algo calvo, acaso el último pelado de la Primera de Boca, en tiempos en los que los jugadores todavía no se rasuraban, como por ejemplo luego haría Clemente Rodríguez); Porté, el uruguayo Fernando Morena y Carlos Alberto Mendoza. En el banco de suplentes, asados al sol (y en plan tan informal que estaban en cueros, sin camisetas), esperaban Gatti (en ojotas y mirando al cielo para broncerse, como un turista), Pablo Matabós, Berta y Luis Abdeneve. En realidad, la estética tampoco importaba a los titulares: unos usaban medias azules y otros, amarillas.

El partido comenzó. Hubo un gol de Boca, convertido por Mendoza. Después le siguieron los cambios. Passucci, afectado por la temperatura (estaba mareado), pidió salir: lo reemplazó Berta. También entraron Matabós y Abdeneve. Hasta que a los 28 minutos del segundo tiempo, el recién ingresado Berta avisó que no podía seguir. En el banco sólo quedaba Gatti. Dino Sani le preguntó si se animaba y el arquero, que siempre fantaseó con la posibilidad de jugar de 9 (en los entrenamientos solía jugar de punta), le respondió que sí. Hay fotos en las que se ve correr al preparador físico, Rodolfo Rodríguez, en búsqueda de una camiseta, la 14, que de inmediato llegaría a manos de un Gatti ya con los botines puestos. “El Loco se vino adelante, con Morena y conmigo. Todavía se jugaba con tres delanteros. Estuvo pocos minutos, pero tuvo mucha participación”, recuerda Porté, 30 años después.

Gatti entró con su estilo. Lejos de la modestia. Cerca del show. “Atentos troncos, que llegó el maestro”, gritó al ingresar a la cancha. Porté lo bromeó: “¡Volvete a Carlos Tejedor, Hugo!”, en referencia al pueblo natal del arquero, que le respondió enseguida: “Vos, tirame buenos centros”. En su salsa, Gatti pidió la pelota, desbordó un par de veces y hasta pudo haber hecho un gol, sino fuera que Morena decidió patear al arco y convertir él mismo el 2-0 parcial en vez de asistir al Loco, que entraba solo por el medio: una foto demuestra que ambos estaban en el área chica. Un gol del Loco habría sido el súmmum de lo estrafalario.

Después descontaría Alberto Maristal para Atlas, por lo que Boca ganaría 2 a 1. La gira continuaría con escenas insólitas: mientras Corigliano reasumía la presidencia en Buenos Aires, en Estados Unidos un empresario catalán, Josep María Minguella (el mismo de la servilleta como supuesto primer contrato entre Messi y Barcelona), intentó aprovecharse del desorden y organizar un partido en el que Mario Kempes jugara para Boca y fuera contratado por Los Angeles Lazers, un club de Indoor Soccer. El último amistoso del Boca errante debió haber sido en México, pero el plantel fue rechazado en la frontera con Tijuana y tuvo que volverse para Argentina, adonde llegó el sábado 22, un día antes del regreso del campeonato local: con la Bombonera clausurada, y los profesionales agotados por la gira (Dino Sani ordenó que jugaran los juveniles), Boca improvisó con juveniles y fue local ante Platense en la cancha de River. Paradójico, sí, pero nada más irrepetible que Gatti jugando de 9.

Por Andrés Burgo. Fotos: Archivo El Gráfico

 Nota publicada en la edición de enero de 2015 de El Gráfico