Tenis

Hércules en sillas de ruedas

El número 1 del ranking mundial en el tenis adaptado, Gustavo Fernández, y una historia de solidaridad digna de un real número Uno, junto a Maxi Tosco, otro batallador de la vida.

Por Redacción EG ·

14 de julio de 2017
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El sendero de la vida tiene múltiples bifurcaciones y aparecen en momentos inesperados, para bien y para mal. En todos los sentidos. Y las vidas de Gustavo Fernández y Maximiliano Tosco tienen mucho de eso, pero se unen en varios puntos: Río Tercero, el deporte, sillas de ruedas, solidaridad, amistad y fortaleza para afrontar momentos gratos e ingratos... No darse por vencidos... Ambos, en sus distintas circunstancias, lo demuestran día a día en sus quehaceres diarios.

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GUSTAVO



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Teniendo un año y medio, Gustavo Fernández, sufrió un infarto medular luego de una mala caída. Al principio la parálisis era hasta la altura del pecho, gracias a la rehabilitación bajó a la cintura.

Siempre le gustó el deporte. Y Gustavito comenzó en Olavarría a jugar al tenis “por un capricho”, según supo narrar él. Aprovechando que su mamá Nancy trabajaba en el club Estudiantes de esa ciudad, le dijo que él quería jugar al tenis y su madre le dio con el gusto. Era un niño de 6 años y le gustó, aunque en esa época jugaba la disciplina convencional y no participaba todavía de torneos del adaptado, situación que arrancó en el 2006, cuando ya tenía 12 años. Y comenzó una carrera que no paró jamás, cosechando elogios y victorias por doquier, ya que siendo parapléjico completo supera a sus competidores que tienen nivel de discapacidad menor.

Campeón en Roland Garros 2016 y del Australian Open 2017, y de Wimbledon 2015 en dobles, desde el lunes pasado Gustavo está primero en el ranking mundial del tenis adaptado. Nació el 20 de enero de 1994 y es hijo del Lobito Fernández, exbasquetbolista cinco veces campeón de la Liga Nacional, y hermano de Juan Manuel, integrante de la Selección argentina de básquetbol. Vive dentro de una familia de deportistas y nunca dejó que las dificultades le pusieran trabas. Al contrario, es un ejemplo de superación. A tal punto, que en los Juegos Paralímpicos de Río 2016 fue el abanderado de la delegación nacional.

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MAXI



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Maxi Tosco era un centrodelantero potente, goleador, estaba a préstamo en Náutico Rumipal, luego de una vida festejando goles con la camiseta de Deportivo Independiente de Río Tercero. Tenía 22 años cuando en abril de 2013, en una soleada siesta dominical en las sierras cordobesas, su vida cambió para siempre.

Estaba realizando la entrada en calor, en la previa al partido ante Biblioteca La Cruz de la Liga rioterserense de fútbol, cuando cayó desmayado. Nadie entendía nada. Fue llevado de urgencia al hospital de Santa Rosa, luego a Río Tercero, posteriormente a Bell Ville hasta llegar a Córdoba. Todo un periplo de sanatorio en sanatorio en poco más de 24 horas mientras se debatía para seguir con vida y aún sin saber qué le había ocurrido. Finalmente se supo: un ACV, debido a una malformación congénita cerebelosa. Y a luchar.

Terapia intensiva, intervenciones quirúrgicas, rehabilitación, recaída, sufrió dos paros cardíacos, meningitis, neumonía, varias  infecciones intrahospitalarias... Y más rehabilitación. No se dio jamás por vencido. Un año después de aquel inesperado suceso, Maxi sólo movía un dedo y pestañaba para comunicarse. Han pasado cuatro años, Maxi evolucionó muchísimo. Sigue batallando. Le pone humor a la vida. A su novia Gabriela le dice a cada rato: “No tires  la toalla que hasta los más mancos la siguen remando”, en referencia a la canción de Los Caballeros de la Quema.  Desde hace cuatro años afronta cada día con la ilusión de volver a caminar y hablar bien. Por ahora, sigue perseverando. Se comunica con palabras cortadas y anda en silla de ruedas. “Venció todos los diagnósticos y aún  no  llegó  a un estancamiento”, le contó a PERFIL CÓRDOBA su novia.

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EL GESTO



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Fue un viernes de mayo en la ciudad de Río Tercero. Maxi se iba a rehabilitación. El remisero lo fue a buscar a la bicicletería de su suegro. El chofer subió la silla de rueda en el baúl y lo dejó abierto. El problema fue que el almohadón antiescaras, que usa Maxi permanentemente debido a que cuando estuvo internado se le escaró varias partes de su cuerpo, estaba en ese baúl. Cuando llegaron a kinesiología se dieron cuenta que el almohadón se había volado. Perdido. Rápidamente Gabriela, su novia, junto a los amigos recorrieron las calles buscándolo. Nada. Se había perdido. Hubo cadenas de Whatsapp, pedidos de solidaridad, anuncios en radio y diarios. Un almohadón de 41cm. x 41cm. Fue tema durante varios días en la zona. Pero no se encontró por ningún lado.

Otro problema, además de la perdida y que era de vital importancia para Maxi en su vida diaria, es que el almohadón era prestado. También por un deportista: Rubén Benedetti, basquetbolista adaptado.

Y allí entró en juego la solidaridad. Mucha gente se comunicó con la intención de colaborar para comprarle uno nuevo. Maxi es muy querido. No hay dudas.

Una vecina del barrio (la piloto de rally Marily Trincavelli de Schwande) donde viven los Fernández se contactó con Gabriela contándole que Nancy, mamá de Gustavito, le quería regalar el almohadón, pero recién regresaban a la ciudad en cuatro días. En ese lapso, la categoría ’89 del club Independiente de Río tercero también recaudó fondos y le compró el necesitado almohadón. Justo, los dos que necesitaban. “Cuando vino Nancy a Rio Tercero se acercó a la bicicletería de mi papá para decirme que Gusti se lo quería regalar lo mismo, que ellos sabían de la falta que hacen esos almohadones. Es un almohadón especial para Maxi”, narró Gabriela.

Ser un número 1 en todos los aspectos de la vida. Luchando para no darse por vencido, soñar con nuevas metas, ganar un torneo, el torneo de la vida, así es como se unen las rutas de Gustavo y Maxi.

Por: Marcos J. Villalobo

(Publicado originalmente en el diario PERFIL Córdoba)