Cuestión de tela
Un repaso por las historias de algunos de aquellos jugadores que se atrevieron a cruzar al campo enemigo, y las delicadas consecuencias que tuvieron que afrontar por su supuesta “traición”.
Cual si fueran Malinches, el ambiente de nuestro fútbol sigue maldiciendo a los jugadores que un buen día deciden pasarse al mal llamado “campo enemigo”.
Aquella princesa india, amante y traductora de Hernán Cortés en la Conquista de México, es el símbolo de la traición por ayudar a la destrucción de su propio pueblo, los mayas.
Mucho menos han hecho los futbolistas. Tal vez besar la camiseta nueva. Un desliz. O convertirle un gol al equipo en que nacieron. Un puñal.
Pero ni los mexicanos perdonaron a la Malinche, ni los hinchas a los jugadores que partieron hacia tierras que nunca debieron pisar.
La pelota y los cuernos
Que todavía se pretendan juramentos del tipo hasta que la muerte nos separe suena anticuado.
Pero hoy a Cabrol le colocan banderas hirientes, le patean la puerta de la casa y amenazan a la familia. (En 2001 año de la realización de esta nota, Darío Cabrol referente de Unión de Santa Fe pasó a jugar a Colón, y algunos hinchas Tatengues lo hostigaron violentamente)
¿Rarezas del siglo XXI?
No parece. La línea histórica de la intolerancia, iniciada en 1935 cuando Ricardo Zatelli (puntero derecho de River) firmaba para Boca, fue tejiendo leyendas de pasiones quebradas de un lado y de otro.
Camilo Bonelli, jugador de River en la década del 30, era fanático del club de Núñez. Cuando las vueltas del mercado lo llevaron a Boca, cada vez que se encontraba con un hincha millonario bajaba la voz y se disculpaba: “¿Qué querés, viejo? A mí también me da vergüenza, pero tengo que vivir“.
Hubo a quienes, por su grandeza, por su historia o por simpatía, el hincha les toleró todo. Los archivos de El Gráfico no registran un solo incidente en contra del Charro José Manuel Moreno, cuando en 1950 firmó para Boca después de haberse cansado de ganar campeonatos para River.
Claro, Moreno tenía unas escalas previas en Chile, lo que atenuaba cualquier bronca de tribuna. Además, aquel extraordinario jugador y envidia de cualquier galán de estos años, no se cansaba de contar una anécdota que le garantizaba el perdón eterno: “Los hinchas saben que Boca es un club que tengo muy adentro. Nací en la Boca y de chico me fui a probar allí. Un delegado de entonces me dijo ‘mandate a mudar, vos no servís’. Por eso los hinchas y los periodistas cantaban albricias cuando se hizo el pase de la Universidad Católica a Boca“.
¿Qué habría pasado en 2001 con Moreno? ¿Le cantarían albricias?
La media vuelta
Es mucha la gente que reclama amor hasta debajo del agua. Cuando en febrero de 1965 Alberto Rendo pasó de Huracán a San Lorenzo, la hinchada del Globo fue a romper los vidrios de la funeraria que Domingo Marotta, presidente de Huracán, tenía en la avenida Caseros. Mientras hacían justicia por mano propia, 5000 simpatizantes de San Lorenzo le daban la bienvenida al Toscano en la sede de avenida La Plata. Cinco años después, era el Bambino Veira el que pasaba de San Lorenzo a Huracán, club del que era hincha. Rendo hace este balance 36 años después: “El día de la transferencia, a mi casa vinieron dos autos con hinchas. Me pidieron explicaciones. Yo les dije que fueran a hablar con Marotta. Hay que entender que las camisetas no se besan, se defienden. Los jugadores no somos los que decidimos irnos de un club, son los dirigentes los que a veces nos venden. Mientras fui jugador, jamás negué ser hincha de Huracán. Hoy, la gente de los dos clubes lo entiende bien. Tal vez en aquellos años no lo entendía tanto. Y lo dice alguien que vivía a quince cuadras de la cancha de Huracán y a quince de la de San Lorenzo, así que las presiones las tenía cerca y eran duras. Sin la violencia que se ve ahora, pero tuve personalidad para afrontarlas“.
Al interventor Polak, quien ocupaba el puesto de presidente de Boca en 1985, no le quemaron nada. Pero aquella vez, la gente de Boca se la agarró con Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca y les juró rencor eterno. Elegir River, en el medio de una huelga de futbolistas, fue considerado doble pecado. Y no hubo penitencias con qué pagarlo. Cada vez que jugaban Boca y River, los silbidos para los dos fueron insuperables. Al Cabezón, los más pesados le colgaron una bandera que decía “Ruggeri tiene cáncer”. Y de técnico ya se sabe: cada vez que salía de su casa para la Bombonera agarraba paraguas y toalla.
Para Ruggeri, el tiempo borraba todo. En 1986, cuando embolsaba su primer campeonato con River decía: “El prestigio es lo único que le va quedando al jugador de fútbol. Con el correr de los años, en el profesionalismo, vas perdiendo cosas. Como la inocencia. Esa inocencia que traen todos los que como yo venimos de afuera, de un pueblo, a la Capital. Con los años se termina no siendo hincha de nadie, sino de la camiseta que se defiende en ese momento“.
El rencor de River parece ser menor. Ya explicamos el caso de Moreno. Y con Jota Jota López las venas no explotaron. En 1983, el ocho que fue símbolo del River de Labruna se puso la azul y oro prohibida. Al comienzo, lo respetaron. Pero un par de gestos de J. J. con la camiseta encendió a los más fanáticos. El ex ídolo explicaba: “Pensé mucho antes de dar ese paso en mi carrera, pero lo consulté con Ángel Labruna y me dijo que me daba su aval y su respaldo moral, que yo era profesional. Y también me recordó que fue la gente de River la que en 1981 me dio el pase en blanco después de tantas satisfacciones, y cuando yo todavía podía seguir rindiendo bien“. En los pasillos del Monumental todavía hay dirigentes que hablan de un pacto no escrito: “El Negro López nunca es candidato para ser técnico de River, porque alguna vez se agarró de la camiseta de Boca con orgullo. Y eso que él siempre fue hincha de River“.
Hinchas que hinchan
De la inocencia de Discépolo –cuando en la película El Hincha gritaba: ¿Y nosotros los hinchas qué?, reclamando mayores derechos para que se acordaran de ellos–, a los barras que el lunes 21 de noviembre de 1988 le balearon el auto a Miguel Ludueña por pasar de Racing a Independiente hay un mar de incoherencias.
Ni tan ingenuos ni tan pirados. Admitir que el fútbol es un trabajo y un negocio es una buena medicina para comprender mejor este mundo. El Negro Ludueña, retirado del fútbol y dedicado a inmobiliarias y representación de jugadores, hace memoria: “Antes de firmar para Independiente me llamaron por teléfono unos tipos para amenazarme. Yo no le di importancia porque la carrera del jugador es muy corta y uno tiene que jugar para el equipo que más le pague. Después de una práctica en Independiente, vi a dos sospechosos cuando ya había entrado a mi auto. Uno me apuntó y el otro me vino a insultar. Entonces yo aceleré y uno de ellos me disparó un tiro desde atrás, la bala impactó muy cerca del tanque de nafta. Si tenía un poco más de puntería, no sé qué hubiera pasado“.
Los pronósticos de Ludueña son poco alentadores: “Lo que le acaba de suceder a Cabrol lamentablemente seguirá ocurriendo. Creo que para evitar algo de lo que pasa los jugadores deben ser más medidos en sus festejos o manifestaciones, porque si hoy besás la camiseta y mañana firmás para la contra hay gente que se puede irritar. Éste no es el caso de Cabrol, quiero aclararlo. La gente toma estos pases como una traición. Confunde los sentimientos, no entiende que somos profesionales“.
La voz del pueblo, de tanto en tanto equivocada, quiere ser a veces la voz de un padre. “No hagas esto“, “Hacé aquello“. ¡Qué vida bella sería la de tener once Bochini en nuestros equipos! Hombres capaces de nacer y morir con la misma camiseta pegada a la piel, como jugador y técnico. Pero no hubo más que un Bochini. Y hubo un Gabino Sosa, el que jamás se fue de Central Córdoba. Y un Lolo Fernández, el supergoleador peruano que se pasó la vida en Universitario rechazando cheques en blanco de clubes del exterior.
Los demás, son humanos.
Textos de Pablo Llonto (2001)
Informe de Claudio Martínez