Gabriel Batistuta: persevera y golearás
La gran carrera del Bati, un jugador que, sin estar dotado con las mejores virtudes técnicas, logró convertirse con voluntad y dedicación en una superestrella del fútbol mundial.
No se la bancaba más. Tenía 18 años y quería tirar la chancleta. Prefería darles con todo a los alfajores, esa vieja debilidad que terminó por endosarle el apodo de Fantoche –su marca preferida–, y dar por concluidas todas las rigideces que figuran en el manual de admisión del aspirante a futbolista. Extrañaba. Se divertía mucho más saliendo de mochilero con sus amigos del pueblo, como había hecho dos años atrás cuando rumbeó con tres compinches a dedo hacia Carlos Paz, durmiendo en garajes y disponiendo de sus tiempos, que tachando los días en la pared de la pensión de Newell’s Old Boys, bajo la tribuna del estadio que da al hipódromo.
Era abril de 1987. El jovencito llevaba apenas dos meses de nueva vida en Rosario. En febrero de ese año ese buscador de talentos llamado Jorge Bernardo Griffa había cerrado felizmente las negociaciones con los padres de nuestro personaje, quienes no querían saber nada con dejarlo ir a otra ciudad y mucho menos con que abandonara los estudios. Pero Griffa insistió, seguro como estaba de las condiciones de ese gringo bien alimentado al que le puso el ojo después de haberlo visto sólo 90 minutos (la final regional entre las selecciones de Rosario y Reconquista) y se salió con la suya. Esos dos meses, sin embargo, estuvieron a un paso de cambiar el rumbo de su vida.
“En esa época hice lo imposible para cortar con el fútbol”, confesaría ya de adulto Gabriel Batistuta, y daría detalles de su procesión interna: “Yo estudiaba, pero tuve que largar porque no podía hacer las dos cosas. Y me daba vueltas en la cabeza la historia de tantos pibes que se acercaron al fútbol y se quedaron sin nada. Como no tenía claro mi futuro, le pedía a Griffa que me liberara para regresar a Reconquista y estar con mi gente. No tenía ganas de ser jugador de fútbol, no quería sufrir”.
Tampoco quería sufrir Omar, su padre, para quien la palabra es un valor que no se transa. “Le dije que no se volviera –admitiría Omar a la hora de los recuerdos–, que nos habíamos comprometido para que se quedara un año. Un sí habría tirado todo por la borda. El no fue una motivación para que aprendiera la lección humana del compromiso.
El compromiso. Ahora, cuando se apresta a cumplir 32 años y ha dejado una ristra de arcos destrozados a su paso por las canchas de todo el mundo, Gabriel Batistuta es el arquetipo de cómo con voluntad y dedicación la lección del compromiso rinde sus frutos, aun cuando la naturaleza no provee las mejores virtudes técnicas. Máximo goleador del 2000 en el calcio con 26 tantos, máximo anotador del fútbol italiano desde la apertura de sus fronteras (1980), mejor promedio personal desde que pisó la península (en el actual torneo metió 10 goles en 11 partidos, sin patear penales, redondeando un promedio de 0,91), máximo goleador de la Selección en estas eliminatorias junto a Hernán Crespo con cuatro tantos (aunque sólo jugó 4 partidos), líder con la Roma del campeonato más competitivo del mundo aventajando por seis puntos a su escolta, Batigol se empecina en seguir alimentando su leyenda personal. Y le advierte al gran público, ahora apoyado en la lógica de una carrera desgastante y no en el desánimo de quien debe pelearle a la incertidumbre, que el final está muy cerca. “Me estoy preparando para dejar el fútbol. No es fácil saber cuándo llega ese momento. Mientras me sienta bien será complicado decir basta, pero lo estoy meditando sin dramas. Dejaré cuando termine mi contrato con la Roma, en el 2003”, aventuró Bati apenas pisó el país para pasar una semana con los suyos, antes de salir a la caza del último gran objetivo que le queda en Italia: ganar un campeonato de liga. Y así, que ya no le puedan enrostrar cuentas pendientes.
Mientras una ciudad se rinde a sus proezas y palpita el alumbramiento del tercer scudetto de su historia (la Roma sólo ganó dos, el de 1941/42 y el de 1982/83, muy lejos de los otros grandes como la Juventus, que suma 25 títulos, el Milan, que tiene 16, y el Inter, que los sigue con 13), los tifosi le prenden velas a esa rodilla sensible de su ídolo. Y alivian su ansiedad al repasar que todo en la carrera futbolística de Batistuta ha sido fruto del esfuerzo.
El sueño del pibe
“No nací como un dotado. Siempre tuve pocas cualidades, mucha fibra y fuerza fuera de lo común; del resto, poco. Por suerte lo entendí apenas empecé a jugar y supe que tenía que progresar mucho. Sé que se valora mucho el esfuerzo, que el trabajo paga. Y por eso trabajo siempre, cada vez más”, se autodefinía Batistuta hace algunas semanas, en el programa Celeste y Blanca, de TyC Sports.
Su familia se lo inculcó a fuego. Omar y Gloria, los padres de Gabriel, un empleado de frigorífico y una preceptora de escuela, nunca pasaron severos apremios económicos, aunque tampoco tenían para tirar manteca al techo. De hecho, para parir a su hijo el famoso (después nacerían tres mujeres más), tuvieron que cruzarse hasta Avellaneda, una localidad pegada a Reconquista, porque los servicios eran más baratos. Desde entonces quedaron unos cuantos heridos: Bati siempre dice que nació en Reconquista, porque allí se crió, y los habitantes de Avellaneda se sienten un tanto despechados.
Aunque el fútbol nunca fue una pasión en el hogar de los Batistuta, toda la familia era de Boca. A los cinco años, Gabriel recibió como regalo su primera pelota y su primer equipo de Boca. Unos años después ese sentimiento cobraría forma en alguien de carne y hueso. “El fútbol entró en mi vida con un póster que me regaló un amigo mío, Pitti Lorenzini. Era de Diego Maradona. Lo pegué en la pared de mi habitación, nunca lo tiré”, evoca Bati en su libro Io Batigol racconto a Batistuta (Yo Batigol cuento a Batistuta).
Como en su casa había una sola tele y las cuatro mujeres se inclinaban por las novelas, más de una vez Bati debió cruzar la calle Pueyrredón, sentarse a una mesa de la hamburguesería Juanca, pedirse una completa con jamón y tomate y ahí sí, disfrutar de los partidos proyectados por la pantalla chica. “A mí tampoco me gustaba el fútbol –reconoció el padre a El Gráfico–, siempre preferí la naturaleza. Una tarde, por insistencia de mi mujer, fui a verlo. En el medio del partido 20 jugadores se agarraron a piñas. Gabriel no se metió pero me dio tanta vergüenza que le dije a Gloria que nunca más iría a una cancha.” Aquella relación padre-hijo marcó a fuego la personalidad de Gabriel y sentó las bases de lo que ocurriría luego con sus tres hijos varones, todos nacidos en Italia. “A Thiago, el mayor, le gusta el fútbol y lo juega –cuenta Bati–, los otros dos sólo miran dibujitos. No sé cómo juega, nunca lo fui a ver. No quiero ir a verlo porque hay muchos padres que terminan arruinando al hijo por ir a los partidos. Mi viejo no fue nunca a verme jugar. Quizás por eso estoy acá. Tuve suerte. No digo que sea una regla, pero creo que uno, bancándosela solo, agarra más fuerza y se hace más responsable de sus decisiones.”
Bati se las arregló solo. Soñaba con ser médico, moría por la polenta que le preparaba su abuela Cata, disfrutaba yendo a pescar al medio del Paraná, le tiraba más el básquet que el fútbol; pero entre los intercolegiales con el ENET N° 1, el equipo de barrio Grupo Alegría y luego Platense de Reconquista, le fueron enderezando el camino.
Con la selección juvenil de Reconquista jugó aquellas finales del regional en las que lo vio Griffa, y también tuvo la posibilidad de enfrentar a una selección juvenil dirigida por Pachamé y en la que jugaban, entre otros, Fernando Redondo, Hugo Maradona y Néstor Fabbri. “Me acuerdo de que Bati metió los dos goles de ellos y que nos ganaron 2-1. Pachamé quedó impresionado y estuvo a punto de llamarlo, aunque al final desistió”, revive hoy Fabbri, con la memoria grabada a fuego por haberlo padecido ya de chiquito.
Griffa no perdió tiempo y jugó al ataque. El padre de Gabriel dudaba; sólo quería que su hijo estudiara. Un compañero del frigorífico que tenía contactos en Talleres le había conseguido un lugar. Pero la insistencia de Griffa dio sus frutos. “La primera vez que me vio, Griffa me preguntó si me gustaría jugar en Newell’s. Le contesté que sí, pensando que había sido sólo una charla ocasional. Casi lo había olvidado cuando un día llegó el llamado de Griffa. No sabía qué hacer, esperaba secretamente que mi padre me dijese que no”, admite Bati en su biografía.
Viajó a Rosario, sufrió, se quiso volver a los dos meses. Integró con Eduardo Berizzo, Darío Franco y Fernando Gamboa la cuarta especial de Newell’s, una selección de los mejores valores de las inferiores. Fue el goleador del equipo. El técnico era Marcelo Bielsa. “Compartía la pensión con Bati –rememora hoy Darío Franco, reciente campeón con el Morelia de México–. Con Bielsa le habíamos puesto Fantoche, porque le encantaban esos alfajores. Eso sí, ya en esa categoría era un animal: la metía en casi todos los partidos”. Berizzo coincide con el calificativo: “Había un ayudante de utilería llamado José Baravino. Cada vez que Bati pateaba al arco en las prácticas salía corriendo a buscar la pelota, porque la pasaba por arriba de la tribuna y la sacaba de la cancha. El tipo se quejaba: ‘Te dije, animal, que no le pegues tan fuerte’”. A pura potencia, nomás, se abrió camino.
Sólo le faltaba el salto a Primera. Estaba ahí. Ocurrió el 25 de septiembre de 1988, frente a San Martín, en Tucumán. Los titulares disputaban la Libertadores, entonces se hizo el hueco para que subieran los pibes. Bati entró en el segundo tiempo en lugar de Grioni, pero no pudo hacer nada: Newell’s perdió 1-0. A las pocas semanas ya estaba jugando la final de la Copa ante Nacional de Montevideo. “Era un chacarero de buen pasar y bien comido, como casi todos los juveniles de Newell’s de esa época –destaca José Yudica, el técnico que lo hizo debutar–. Recuerdo que tenía una personalidad muy fuerte, creía mucho en sus condiciones. Como para jugar depende de su potencia siempre se preocupó por entrenar muy bien. Por eso se mantuvo tantos años en un nivel tan alto.”
Rompe récords y corazones
La carrera que asomaba como meteórica no fue tal. Bati necesitó algo más que dos años entre los profesionales para consolidarse como el goleador serial que es. El compromiso, otra vez. El compromiso con el esfuerzo y la voluntad, pese a las trabas que iban surgiendo. Repasemos: a los pocos meses de su aparición el empresario Settimio Aloisio lo compró para transferirlo a Italia. La opción más concreta era el Cremonese, pero quienes manejaban sus destinos terminaron eligiendo al Galgo Dezzotti. Unos visionarios. Bati fue a préstamo a River y, con Merlo de técnico, jugó 18 de los 19 partidos del torneo. En el debut de Passarella como entrenador jugó 13 minutos, después fue dos veces más al banco y nunca más. Aloisio dijo que se lo llevaba a Newell’s, pero siempre supo que iba a terminar en Boca. Y allí tuvo seis meses entre flojos y malos. “Erraba goles inconcebibles, no se tenía la confianza necesaria. En un partido contra Central sacó de la raya un gol hecho”, revive hoy Carlos Aimar, el técnico que lo dirigía en aquellos momentos. Explotó en los torneos de verano de 1991. Con la llegada de Tabárez recuperó la confianza perdida, también la posición ideal (antes jugaba pegado a la raya derecha, a partir de entonces fue centrodelantero neto) y le bastaron otros seis meses, apenas seis meses, para terminar como goleador del Torneo Clausura, ser convocado a la Selección Nacional y generar en los dueños de Fiorentina la necesidad de cambiar figuritas: dejar al que habían comprado para llevar en el acto (Latorre) y llevarse al que habían comprado para usar un año después (Batistuta).
En ese lapso, específicamente el 26 de febrero de 1991, El Gráfico publicó una producción con el goleador que, pese a no ser un derroche de inventiva, terminó por imponerse en todo el mundo como una marca registrada. El nueve se puso el traje de Batman y, bajo el título de Batigol, detallaba las claves de su recuperación.
Apenas aterrizó en Europa le tiraron un salvavidas de plomo. Como para seguir templando su carácter. “Batistuta tiene mucha potencia, pero le falta técnica. Yo hubiera elegido a un tipo ya hecho, como Caniggia”, declaró Passarella. “Es una exageración lo que se pagó por él”, agregó Enrique Omar Sívori. Se empezó a decir que era un bidone (tronco), un Dertycia con pelo. Bati no respondió con palabras, prefirió los goles. El 18 de agosto de 1991 fue presentado en la sede de la Fiorentina. El presidente Mario Cecchi Gori lo apuró un poquito: “Hicimos todo por conseguirte, tendrás que respondernos con goles”.
Se tomó cuatro meses. Debutó como suplente en un amistoso frente a Boca y consumado un tercio de su primer campeonato sólo había metido un gol. Sus compañeros, sobre todo la banda brasileña integrada por Dunga, Mazinho y el técnico Lazzaroni, le hicieron el vacío. “En esos días tuve que protestar porque no me pasaban mucho la pelota. Lo mejor fue hablar de frente, sin dramas”, explicaba. A principios del 92 empezó a embocarla seguido y en febrero de ese año ya tenía a los tifosi cantándole serenatas en la puerta de su casa. La batimanía no se detendría más. Con la Fiore se fue la B, se la bancó como un duque cuando podría haber presionado para que lo cedieran a otro club. Volvió, ganó una Copa de Italia y una Supercopa italiana, consiguiendo para la ciudad un título que se le negaba desde hacía 21 años. En 1994 rompió un récord que llevaba 32 años en la península al sacudir la red en los 11 primeros partidos de un campeonato. Esa misma temporada (94/95) se coronó goleador del torneo, hito que sólo habían alcanzado cinco argentinos en la historia: Guaita (1934/35), Angelillo (1958 /59), Sívori (1959/60), Manfredini (1962 /63) y Maradona (1987/88).
“Soy consciente de que si esa cantidad de goles que convertí los hacía con una camiseta más pesada habría ganado muchos más títulos. Todo lo que hice en el fútbol europeo lo conseguí matándome, entregando lo mejor de mí, en un equipo como la Fiore que nunca me permitió largar con ventaja, siempre corrí de atrás, remando”, se defiende Bati de aquellos que le achacan “muchos goles y pocas vueltas”. Y lanza una autoproclama en defensa del goleador: “Los goles no son fáciles de hacer. Hay que estar ahí. Qué sé yo, goleador se nace. A veces pienso cómo puede ser que ese rebote me haya caído justo a mí, cuando hay 20 tipos en el área. Pero se da y se sigue dando. No sé, es intuición, llamémoslo como quieran. Eso no te lo enseña nadie”.
Además de su fe goleadora, Bati también cultiva con intensidad una profunda creencia en Dios. Pero concurre poco a la iglesia. La razón la dio antes de visitar por primera vez al Papa: “La última vez que fui a la iglesia me encontré firmando autógrafos durante la santa misa. Es increíble.” Y esto ocurrió hace más de cinco años. Ya en sus últimos años no podía caminar por Florencia. “A veces salí a caminar camuflado –dice–, con peluca y anteojos oscuros, pero no funcionó. Siempre hay uno que se da cuenta. Un día un hombre me reconoció y mientras me apuntaba con el dedo me empezó a correr. Yo tuve que salir disparando para salvar mi vida. Parecía una escena de una película, en un momento eran como cien tipos que me seguían por la calle. Debió intervenir la policía para rescatarme. Eso sí, por la protección que recibí tuve que firmarles un autógrafo a cada agente”.
En Reconquista, en cambio, es otra historia. “Cada vez que va a la ciudad a pasar unos días –describe Ángel Comizzo, el segundo reconquistense más famoso y compañero de Bati en River– es uno más entre la gente. No hay grandes histerias, porque saben que él va a descansar. Bati sólo quiere sentarse en la vereda de la confitería Cheroga y nada más. Así de simple.”
Simple también es el otro gran sueño que lo tiene con los colmillos afilados. Ser campeón mundial con la Selección. Con la celeste y blanca destrozó unos cuantos récords: es el máximo artillero de la historia (metió 54 goles, los que lo siguen son Maradona con 34 y Artime con 24; el que más hizo de los que están en actividad es Ortega, con 17) y el máximo anotador en los mundiales, con 9. Si en Corea mete seis goles (una cifra no imposible, considerando que en USA gritó 4 y en Francia 5) será el número uno del mundo en la historia de los mundiales.
“En la Selección nadie se creyó que con tener jugadores que la están rompiendo en cualquier parte del mundo –admitió Bati–, alcanza para ir al próximo Mundial. Hay mucho talento, mucho hambre y ganas de algunas revanchas. Influye en nuestro ánimo cómo nos fue en el Mundial pasado. Hay una mezcla de jóvenes y otros no tanto que puede ser ganadora. Esperemos que así sea.”
Esperemos. Entonces sí podrá tirar la chancleta y retomar sin complejos su gran pasión de juventud: los viejos y queridos Fantoche.
El gordo prometía
Por Bernardo Griffa
El olfato de Griffa es indiscutible. Y con Batistuta tam-poco se equivocó. Aunque a muchos le parecía un gordo sin muchas luces, a él le alcanzó con verlo en un solo partido para darse cuenta de que sería un gran goleador.
La primera vez que lo vi jugar, Bati tenía 15 años: vino a disputar una copa entre las selecciones de las ligas de Santa Fe. Me gustó de entrada. Era grandote y enseguida pensé: “Este gordo tiene pasta”. Cuando terminó el partido fui al vestuario creído de que iba a haber muchos clubes buscándolo. Pero nadie lo pidió y yo me hice el distraído. Después hablé con él. Había un inconveniente: el padre quería que su hijo estudiara. Viajé a Reconquista para hablar con el padre y le propuse un pacto: que lo dejara ir un año a Rosario para probar, a cambio de asegurarle que Gabriel estudiaría. Le juré y le recontrajuré que Gabriel no iba a tener problemas con el estudio, y que le veía pasta para ser un gran jugador. Es cierto que con la pelota era muy limitado, pero no era torpe. Tenía una serie de elementos como para esperar que con trabajo mejorara. Y así fue.
Poco antes de que empezara a jugar en Primera, Gabriel me vino a pedir un viático. Yo le dije: “Bueno, la confitería del club necesita alguien que limpie los vidrios todos los días”. Aceptó y le dimos el viático. Pero duró poquito: enseguida empezó a jugar cosas importantes. En esos tiempos, Bielsa me preguntó un día: “Jorge, ¿qué le ve al gordo?”. Yo le contesté sin dudar: “¿No te das cuenta de que es un tremendo goleador?”.
REDACTÓ HERNÁN GIL.
Un momento clave
Por Settimio Aloisio
El representante de Bati recuerda que su carrera dio un vuelco en el 90 cuando pasó a Boca. Además, define al goleador como un tipo muy pensante y –él sabrá por qué lo dice– asegura que tiene un cocodrilo en el bolsillo.
Un momento clave en la vida de Bati fue su paso a Boca, en 1990. Como Passarella no lo tenía en cuenta le compré a River la totalidad del pase. Arriesgué porque confiaba mucho en sus condiciones. Cuando surgió lo de Boca no lo pensamos ni diez minutos. En ese momento le pedí a Bati jugarla de callados: “Vámonos de acá, pero no digamos nada, porque si no se va a armar la de San Quintín”. En seis meses hizo un montón de goles y surgió el interés de la Fiorentina. Unos días antes de viajar a Florencia, el Barcelona ofreció más plata; pero como los de la Fiore eran gente seria, y les habíamos dado la palabra, fuimos a Italia. Cuando llegó al club, muchos desconfiaron y lo criticaron. Yo le aseguré al presidente: “Mire, aquí le traigo un chico que es un señorito inglés, educado y bueno. Lo que digan de él es inútil, la cancha le dirá quién es Batistuta”.
Bati parece un tipo que resuelve fácil las cosas, pero no es así, piensa todo 20 veces antes de actuar. Es muy conservador, incluso ahora. A veces tiene un cocodrilo en el bolsillo, tal vez un poco más que el resto de los jugadores. Ahora lo veo reposado. Sabe lo que quiere, piensa en ganar campeonatos y el Botín de Oro. Si no se lo dieron hasta ahora es porque jugaba en la Fiorentina. Ahora creo que se le va a dar todo: el campeonato y el Botín, porque está acompañado de una estructura más importante.
REDACTÓ MAXIMILIANO NÓBILI.
Cómo crear un líder
Por Claudio Ranieri
Ranieri lo dirigió en Fiorentina y sostiene que lo convenció para que fuera más abierto con los compañeros y ejerciera su capacidad de liderazgo. “En lo futbolístico sólo hay que preguntarle dónde quiere el pase.”
Como jugador todo el mundo conoce a Batistuta. Pero como persona son pocos los que pueden contar cuál es su influencia dentro de un equipo. Yo tengo una impresión excelente de lo que Bati es como hombre. Desde que llegué a la Fiorentina estuve cerca de él porque me di cuenta, de un principio, que era un líder. Le insistí mucho para que se acercara más a sus compañeros, porque él prefería un poco la soledad, andar por su cuenta. Los otros jugadores lo veían como un jefe, un líder generoso y leal en el campo de juego. Y necesitaban de su palabra. Querían escucharlo, lo necesitaban. Y al final lo convencí. Batistuta es un líder natural, aunque no siempre ejerce ese liderazgo.
En lo futbolístico se trata simplemente de preguntarle dónde prefiere que le pasen la pelota. Tiene una gran convicción: siempre piensa que la puede meter en cualquier momento. Lo piensan él, sus compañeros y también sus rivales. Uno tiene la sensación de que puede embocar hasta la pelota más complicada. Su importancia, por lo tanto, también es psicológica. Bati es un luchador, sabe lo que es pelear ante la adversidad. Cuando estuvimos en la Segunda División fue tremendo. Luchó con todo y jamás planteó irse del club, con todas las desventajas que tenía estar en la Serie B.
REDACTÓ MARTÍN DE ROSE.
Textos de Diego Borinsky . Notas de Martín De Rose, Maximiliano Nóbili y Roberto Glucksmann. (2001)