Seba con Poulette, la abuela francesa que lo ayudó cuando no tenía donde dormir.
Ya era de noche y hacía mucho frío (5° bajo cero) cuando Sebastián Armenault y su compañera de ruta llegaron a Forges les Aux, un pueblito francés de 4.000 habitantes. Estaban empapados y congelados luego de enfrentar lluvia, granizo, nieve y viento y no tenían lugar para hospedarse. Habían pensado arribar más temprano para buscarlo, pero el clima adverso y un par de pinchaduras en la bici los habían demorado. Entonces, cuando más desesperados estaban, una mano solidaria se extendió, como tantas Seba extendió la suya. “Paramos en una esquina a mirar el GPS, chorreando agua hasta de las zapatillas, cuando apareció Poulette, una mujer de 92 años que se asomó a la ventana de su casa cuando nos escuchó hablar y nos ofreció ayuda. Nos permitió bañarnos, nos preparó la mejor sopa que probé en mi vida y en su casa dormimos. Lo tomé como otro mensaje de mi padre, desde el cielo, que me empuja a seguir por este camino”, relata.
La foto que resume la aventura: en la parisina Torre Eiffel. Tardó ocho días en llegar.
La anécdota resume la nueva aventura de este ultramaratonista solidario. “Uní Londres con París, esta vez en bici, por primera vez. La idea es la de siempre: hacer donaciones por cada kilómetro recorrido. Fueron 432 kilómetros pedaleados (sin contar el cruce en ferry por el Canal de la Mancha) en ocho días. Una experiencia nueva y dura pero hermosa a la vez”, explica Armenault, quien contó con el apoyo logístico de Shimano y la colaboración de sus sponsors, en especial Weber Saint Gobain, en las donaciones a tres comedores distintos. La aventura comenzó en la embajada argentina en Londres y terminó en la de París. Lo más duro fue hacer esta en el invierno europeo. “Pensamos hacerlo antes pero primero el Senado presentó la segunda edición de mi libro Superarse es Ganar y luego me entregaron el Premio Favaloro al Deportista Solidario del Año. Eso demoró todo y nos agarró una ola de frío, de hasta 5 grados bajo cero. Encima yo no soy un avezado ciclista. Por suerte fui con Gloria Cáceres, que sí tiene mucha experiencia y me ayudó”, resalta.
Armenault cambió su vida hace diez años, cuando descubrió el running. Dejó su trabajo en una empresa y se dedicó a correr ultramaratones (de 150 a 350 kilómetros) en los lugares más increíbles y peligrosos, desde el Desierto de Sahara hasta una mina 850 metros bajo tierra, pasando por el Amazonas o el Polo Sur. Todo con fines solidarios, donando por cada kilómetro recorrido. Ahora, por caso, consiguió 864 kilos de materiales de construcción de Weber (dio el doble de lo que corrió Seba), 432 pares de zapatillas, 432 kilos de leche en polvo, 432 kilos de cereales, además de dos desfibriladores, chupetes y mamaderas, entre otras cosas. Irán a tres comedores con necesidades urgentes: Jardín de Dios de José C. Paz, Mis Chicos en Ezeiza y Mi sueño en Pilar. Además, las dos bicis de la excursión las donó a la Casa Argentina en París. “Ayudar me hace sentir muy bien y en eso tengo que agradecer, sobre todo a Weber y a su programa la Huella porque siempre está, en cada emprendimiento. Que te ayuden a ayudar es lo más gratificante”, cuenta Seba.
En pleno invierno, Armenault soportó nieve y hasta cinco grados bajo cero. Lo hizo.
En 2017, Armenault escaló el Aconcagua en febrero y corrió la Racing Madagascar (150 kilómetros) en julio. Además, en ese segundo viaje, compartió dos días con el Padre Pedro -argentino que fue candidato al Premio Nobel de la Paz- y en uno de los días de descanso en la carrera organizó picado de fútbol de chicos en una aldea muy pobre de ese país africano. Un momento especial que, para él, tuvo un pico de emoción. “Cuando todo terminó me senté a ver cómo cada chico se retiraba con su familia, todos unidos y felices. Y entonces pensé, ¿hace falta algo más? ¿Se necesita ganar una carrera o batir un récord? Para mí poder hacer realidad un sueño así es todo, no tengo necesidad de ganarle a nadie…”, relató a quien en Madagascar apodaron el Robin Hood argentino.
Ahora, en Europa, le devolvieron gentilezas y a él le llegó la hospitalidad y buena onda de la gente. “Ibamos en la bici con la bandera argentina y muchos nos alentaban, nos gritaba en el camino. Algunos nos decían ‘Argentina’, otros Messi y algunos Maradona. Pero nadie nos recordó Malvinas ni nos tiró mala onda. Al revés. Cuando te ven haciendo un esfuerzo, buscando ayudar, todo el mundo te desea lo mejor”, cierra. Para el 2018, especial porque es el número de su proyecto (SA18), ya tiene sus objetivos. En marzo correrá los 180 de Vietnam por muchos de los senderos que se usaron en la guerra contra Estados Unidos. Ya en agosto ascenderá al Kilimanjaro, un cerro enorme situado en Tanzania. Y para diciembre le quedará el Ironman de Mar del Plata. Todo pensando en el otro. Lo que soñó hace diez años y hoy sigue cumpliendo.