Victorio Casa: sonrisas en la tempestad
Un wing de futuro promisorio que el 11 de abril de 1965 vio frustrada su carrera por un incidente con un centinela de la ESMA.

Autos y Chicas
Casa corre ensangrentado por el medio de la calle, sin sentir su brazo derecho. Todavía en shock, no sabe bien hacia dónde va, pero se escapa de lo que no entiende: "¿Por qué a mí, si no le hice mal a nadie?". Su novia de ese entonces había quedado en el auto, paralizada por lo que había vivido.
El Valiant II estaba lleno de agujeros, de un momento a otro, el bolero “inolvidable” que sonaba en el stereo del auto, le dio paso al sonido que hace la chapa cuando se desgarra.
Un Ford Falcon taxi aparece entre la noche. El chofer hincha de San Lorenzo para, lo sube, lo reconoce y lo lleva al Hospital Pirovano.
Al llegar y ver el estado del brazo de Casa, no quedó otra alternativa que amputarlo. Más tarde el director del hospital Marcos Sonneberg confirmaba la dramática noticia.
Aquel 11 de abril de 1965, el único pecado que cometió Victorio Casa fue parar en la puerta de la ESMA y no escuchar la advertencia del centinela, tapado por el volumen de la música en su auto. Por torpeza, malicia o irresponsabilidad, la respuesta del marino fue ametrallar el auto. Así comenzó su lucha.

El hombre feliz
Victorio Francisco Casa nació en la ciudad de Mar del Plata el 28 de octubre de 1943. Creció en el barrio de La Florida, en la entrada a la Perla del Atlántico, frente al aeropuerto. Las calles de tierra lo vieron pateando la pelota, acrecentando su pasión por ella.
Jugó en Deportivo Norte de la Ciudad Feliz y a los 16 años llegó a San Lorenzo de Almagro. Allí se probó ante la atenta mirada de René Pontoni junto a otros pibes: Hector Veira, Fernando Areán y Narciso Doval. En el club ya estaban Agustín Mono Irusta, Roberto Telch y otros más.
Sin saberlo, el inicio de los Carasucias estaba en plena germinación. Casa debutó en Primera en 1964, casi en simultáneo con el resto de los compañeros de aquella prueba.

Más allá de descollar desde lo futbolístico, crearon una mística de grupo, una camaradería afianzada en el humor y el desparpajo. En una nota con El Gráfico, Héctor Veira le contó a Ardizzone: "Mire, el Loco Casa, con el empeine, le da treinta toques a una moneda, y en el último, cuando se cansa, la pone en el bolsillo del saco. Con una pelota se puede pasar una hora sin que toque el suelo. Puede ir a un circo… ¡Es un fenómeno!".
Su aparición fue tal que fue convocado a la Selección Argentina en 1964 y fue parte del plantel que ganó la Copa de las Naciones en Brasil. La vida y el futuro le sonreían al talentoso Victorio Casa.
El “Manco” Casa


Los otros carasucias lo volvían loco en el vestuario, en la época donde la resiliencia, el 'soltar' o el 'coaching' no existían. El humor lo sanaba todo. Atarle los cordones de los botines entre sí sin que se diera cuenta, esconderle la prótesis en el entretiempo (después dejó de usarla) de los partidos y en más de un lateral Héctor Veira le gritaba que lo hiciera él. El humor lo salvó.

Más allá de San Lorenzo
Su bajón en el rendimiento era evidente y el equipo de Boedo decició dejarlo en libertad de acción. Fue a jugar a Platense, pero nunca lo hizo en Primera.Intentó hacerse la América en el fútbol de los Estados Unidos, pero no tuvo suerte.
En 1971 volvió a su Mar del Plata natal para jugar en el club Quilmes, y allí también duró poco tiempo y terminó por decidir el retiro.

El fútbol quedó atrás para él. No intentó seguir ligado; no le interesó. Jamás renegó del accidente que le ocurrió: “Yo hago todo lo que hacía antes. Te cambio la goma del auto en dos minutos, te levanto las paredes, ando en los andamios… Nunca me achiqué. Me he agarrado a piñas veinte veces. Salvé a dos tipos que se estaban ahogando… ¿Achicarme porque tengo un brazo solo? Por eso siempre hice lo que quise. Fui taxista, vigilante en el casino, tuve boliches, vendí rifas y ahora estoy en un criadero de perros. Hasta me fundí y volví a empezar”.

Todo lo que vino después de aquella fatídica noche de abril del '65 le puso a prueba todo lo aprendido y lo poco vivido. Esa tempestad que a cualquira lo derrumbaría, al talentoso Casita no le pudo robar la sonrisa.
Diseño y edición de fotografía
Matias Di Julio