Las Entrevistas de El Gráfico
Tito Pompei, en primera persona
Campeón de América y del Mundo con Vélez en 1994, nos trae sus recuerdos de esa época y su paso por otros importantes clubes, como Racing, Boca y Estudiantes.
Pasional, se expresa con soltura en el Pablos, de Devoto.
LA PRIMERA NOCHE caí todo engrasado y un poco raspado en casa. Salí del taller y pasé así por la esquina en la que ese grupito de chicos se juntaba. No sabés lo humillante que fue… Ellos estaban todos cambiaditos, y yo… Apenas tenía 16 años. “Asesino”, le gritaban mi vieja, Fina, y mis hermanas a mi viejo. Esa noche lo odié con toda mi alma. Pero, por suerte, le pude decir después y en la cara que tenía razón. Me salvó la vida.
MI VIEJO ME DIO un apellido, inmaculado; y yo le prometí mantenerlo así. Hubo momentos en los que lo podría haber manchado por situaciones, por tentaciones, porque a veces querés matar a uno. Pero me contuve. Roberto nos dio todo como familia, y respetó a mi vieja, a mis hermanas, a mí, a mi señora, a sus nietos, y hasta mis decisiones. Me fui a jugar al Oviedo, en España, entre el 97 y el 2000, y le saqué a los nietos. Cuando me llamaba, primero me puteaba y después hablábamos con tranquilidad. Ahora, soy abuelo y lo entiendo.
Cara de nene en 1991, año en que debutó en Vélez.
EN VELEZ, Roberto Rogel me promovió a la Primera; debuté de enganche en el 91, pero jugué casi toda mi carrera de volante por izquierda. En ese año, el Bambino Veira, que era el técnico, me explicó cómo quería que jugara. Bueno, de última, firmaron el Beto Ortega Sánchez y el Gallego Vázquez, y soné. Eso sí, la rompía en la Reserva: jugué como 1500 partidos; me dieron una plaqueta (risas). No me había ido a Talleres, de Remedios de Escalada, por las intenciones del Bambi. En 1992, me vinieron a buscar y me tiré de cabeza.
TALLERES es el club más importante de mi carrera, por lo que significa. Ahí corearon mi nombre por primera vez, y jugué 42 partidos de titular. Haber ido al Nacional B fue como haberme encontrado con una tumba cavada que tenía una escalerita. Vos te metías, y si te iba bien, reflotabas. Desde allí, volví a un Vélez campeón y Bianchi me mantuvo en el plantel por lo hecho en Talleres y por lo que vio en los entrenamientos.
“LA PUTA QUE TE PARIO”, me gritó una persona en la cancha de Villa Dálmine. Jugaba para Talleres y había errado una pelota que era gol. “Señora, a Tito no se lo putea”, le dijeron. “Ustedes no lo insultan, pero yo sí: soy la madre”, respondió mi vieja (risas).
Tito la cruza arriba, y Zetti no llega: Vélez es campeón de América por primera y única vez. "Sabía que ese penal marcaba mi carrera", admite.
HABIA HAMBRE y sentido de pertenencia en ese Vélez campeón de América y del mundo. Eramos los jugadores del club, más Chilavert, Sotomayor, Trotta, Pepe Basualdo y Zandoná. Cuando Carlos Bianchi asumió, cambió la mentalidad. Además, tocó el plantel y optó por gente menos experimentada. El Negro Gómez, por ejemplo, reemplazó a Mancuso. Carlos es un técnico que transmite un mensaje simple, y estaba identificado con la casa. Porque Bianchi es Vélez. Todo era muy arraigado.
“NO TE BAJONEES. La Copa Libertadores es muy larga y vas a ser importante”, me había dicho Bianchi después de haberme dejado afuera del primer partido ante Boca. Carlos no es adivino, pero… En las últimas seis fechas del campeonato local, empecé a meter goles y a tener buenas actuaciones. Y, en uno de esos partidos, la rompí contra un Platense que venía segundo. “Andá a tu casa y agarrá la ropa, porque volvés a concentrar para la Copa”, me dijo Carlos Ischia. A partir de ahí, no paré: jugué de titular las semifinales, el partido de ida de la final ante el San Pablo, y en la vuelta, pateé el último penal. Porque Bianchi lo decidió; me miró y le dije: “Sí, Carlos”. Fue una demostración que me haya puesto quinto. Yo sabía que ese penal marcaba mi carrera. Andá a saber dónde terminaba si la pelota pegaba en el travesaño y se iba. Creo que habría ido a San Lorenzo; estaba arreglado. Y eso demuestra cómo es Carlos: dio marcha atrás su decisión de dejarme ir, en el avión de regreso desde San Pablo. Después, le ganamos la Intercontinental al Milan.
¡Qué banda! El grupo, encabezado por Pompei en la foto, acaricia la Copa Libertadores 1994.
HABER SIDO CAMPEON de América y del mundo fue parte de mi carrera, que se dividió en alegrías y tristezas. Ganar títulos es una satisfacción que, además, sirve para que te recuerden con cariño; y descender, como me pasó en Chacarita, resulta una frustración; y también se acuerdan de uno por eso.
LOS PROCESOS son resultado de las buenas decisiones y gestiones. Entre el 93 y el 94, Vélez ganó un título local, la Libertadores y la Copa Intercontinental porque la dirigencia había contratado en el 86 al Piojo Yudica para dirigir a la Primera, a Hugo Tocalli para hacerse cargo del selectivo, y a Alberto Fanesi para entrenar a la Cuarta, Quinta y Sexta. Después, llegó Bianchi, que sumó a Carlos Ischia y al profe Santella.
EN RACING TUVE una gran temporada. ¿Cómo no iba a jugar bien en ese equipo del 95-96? Si estaban el Mago Capria, Costas y Ubeda en el fondo, Sergio Zanetti de 3, el Chelo Delgado y el Piojo López adelante… A veces, Carrario jugaba. Después, se sumó el Tano Facciuto; también jugó Mauro Navas. En el arco, el fastidioso de Nacho González se paraba (risas)… Es un tipazo. Armamos un equipo adentro de la cancha y una banda fuerte afuera, bajo la muy buena conducción de Miguel Brindisi. Si Miguel es un gran técnico, mucho más lo es como persona. En aquel momento, los problemas sobraban en el club. Llegábamos a entrenarnos a Hindú, y estaba cerrado porque no se había pagado. Y esperábamos una hora y media a que alguien trajera un cheque. Pero siempre le seguimos dando, ¡y salimos segundos!
La gastó en Racing, en 1995/96.
EN BOCA, el equipo del 96-97 no se afianzó. Había una base bárbara: Maradona, Caniggia, Fabbri, Navarro Montoya, Lorenzo, Vivas… Y en junio del 96, se sumaron Latorre, Pineda, Cedrés, Toresani, Cagna, Rambert, Dollberg... Pero no formamos un equipo, y la culpa no fue del técnico. Porque Carlos no nos pidió nada distinto que a la Selección del 86 y del 90, o al Boca anterior. Nosotros no pudimos darle a Carlos desde adentro lo que él buscaba desde afuera.
LE AGRADEZCO A BILARDO. Carlos me llevó a Boca y al año me fui para España; me eligió para ir a Estudiantes. Era diez puntos en la obsesión por el trabajo, en tener las cosas organizadas, en saber qué pretendía… Más allá de que si estaba para hacer fútbol, quizá decía: “Hoy corremos”. Porque le pintaba… Me hizo jugar de carrilero, y cuando llegué a España eso me sirvió. Porque me supe mover como volante por izquierda, enganche y doble cinco.
Jugó en Boca con Maradona, y Bilardo lo dirigió por primera vez.
HAY UNA ANÉCDOTA BUENISIMA de Bilardo. Estábamos de pretemporada, creo que en Necochea. Matellán se paraba a mi izquierda, y yo tenía que tirarla larga y Matellán pasar al ataque. “Pasá, Matellán”, gritó Bilardo. Y Aníbal pasó. “¡Nooo, pibe! Cuando te digo ‘pasá’, no pasés”, se enojó Carlos. Entonces, en la próxima, gritó: “Pasá, Matellán”. Y Matellán no pasó, lógico. “¡Nooo, pibe! En esta te lo dije en serio”, le aseguró Bilardo (risas).
HABER JUGADO CON DIEGO fue un regalo. El fútbol me dio tres meses al lado de ¡Maradona! La Tota Fabbri, Hugo Romeo Guerra, Toresani y yo llegábamos a las prácticas una hora y media antes para jugar al fútboltenis en el vestuario. Diego se cambiaba, y nosotros lo matábamos a pelotazos y se la aguantaba. Tenía una humildad… “¿Qué aprendiste de Maradona?”, me preguntaron en España. “De Maradona no se aprende, se lo disfruta”, respondí. Era imposible imitarlo.
NO SE BORRAN los tres años que pasé en Estudiantes. Había una viejita que nos venía a ver los viernes a la noche, y me traía unos budines… “Abuela, no venga con este frío. Mírelo por televisión”, le dije. “No, Tito; desde acá, me voy a abrir el puesto de diarios”, me tiró. ¡Tenía 80 años! Estudiantes era eso, el Country en el que hablábamos por teléfono con la cabeza afuera de la ventana, los pibes que dormían en las cuchetas, los hinchas que copaban la concentración antes de un clásico, el estadio de 1 y 57… Era un Estudiantes de mucho esfuerzo. Cuando me sumé, estábamos en zona de descenso y, en esos años, hicimos como 50 puntos por temporada. Viví cosas espectaculares; es un club que me quedó grabado. De hecho, es el equipo en el que más partidos jugué en la Argentina.
Su única experiencia en el exterior, en el Oviedo, de España, entre 1997 y 2000.
JUGUE LLORANDO los últimos minutos de mi carrera. Tenía una idea de mi retiro: mis hijos entrando a la cancha y sacándome; besos y aplausos. Pero nada de eso sucedió. Estaba distanciado de mi mujer y lejos de mi familia porque jugábamos en Córdoba; y encima no ascendíamos, ni ascendimos, con Huracán, y yo que soy hincha del club… Fue un combo letal. Llegué al vestuario y supe que se había terminado. Saludé a mis compañeros, a los dirigentes, al cuerpo técnico, y al Turco Mohamed, que se portó de diez conmigo, en especial por ese tema personal. Y me fui.
LO UNICO QUE ME FALTO fue haber jugado en la Selección. Pero no me reprocho nada, yo hice todo para que me convocaran: me dormía temprano, me entrenaba, me cuidaba. ¿Por qué no me llamaron? Porque había mejores. Cuando metí 16 goles en España en el 98, jugaban el Burrito Ortega y Gallardo. ¿Qué iba a hacer? Yo no fui porque no me dio. Entonces, estoy tranquilo.
Vivió momentos inolvidables en Estudiantes, entre 2000 y 2003. Es el equipo en el que más partidos disputó en el país.
EL PASO POR LA PRIMERA DE BOCA me dejó el orgullo de haberme sentado en ese banco con 40 años; encontré un grupo que tenía un ADN ganador y que, adentro de la cancha, se defendía como si los integrantes fueran hermanos. Eso, justamente, hicieron Riquelme y Palermo. Estuve 11 partidos adentro de ese círculo, y nunca hubo un problema entre ellos. Lo que pasa es que no se puede ser amigo de todo el mundo, porque hay diferencias de criterios, de formas… Ellos eran dos profesionales extraordinarios.
EN SOL DE AMERICA, de Paraguay, me hubiera quedado a vivir por la dirigencia, por el club, por el trato de la gente. La verdad, es como el Real Madrid. Porque está bien manejado desde lo económico, ordenado en infraestructura, y tiene una buena base. Cuando llegamos, habían salido campeones en la Sub 20 y en la Reserva; y nosotros lo aprovechamos en 2014.
Dirigió a Boca en 2010, su estreno en Primera; y la siguió en Huracán y por Sudamérica.
PUEDO DESCRIBIR EL AMOR que le tengo a mi viejo, a mi vieja, a mis hermanas, a mi mujer, a mis hijos, y a mis amigos. Hace poco más de un año que soy abuelo, y no puedo describir lo que es. Se trata del hijo de un hijo… Es una felicidad enorme. Thiago nació en diciembre de 2014, y lo veía a cuentagotas hasta septiembre del año pasado porque trabajaba en el exterior. Ahora lo tengo conmigo todos los días, y ves lo que hace, lo que te conoce; cómo crece. Esto es el amor a mi hija multiplicado. No se puede amar a un nieto, sin amar a un hijo.
A los 45 años, Roberto espera propuestas para seguir desarrollándose como director técnico.
Por Darío Gurevich / Fotos: Emiliano Lasalvia y Archivo El Gráfico
Nota publicada en la edición de febrero de 2016 de El Gráfico