1999. Príncipe Azul
Aunque no condiga con su estilo de juego, el título le cae bien. El Pelado en su tierra, la ciudad de Azul, donde es ídolo. Almeyda recibió a El Gráfico para hablar de todo.
La puerta está abierta en la casa de la calle Tierra del Fuego al 500, en la esquina, allí donde la ciudad de Azul comienza a perderse en el verde de la provincia de Buenos Aires. “Todo esto antes era baldío, calle de tierra”, reconocerá unos minutos después el protagonista, en el patio del fondo, donde siempre vivió. Está abierta la puerta, insólito paisaje de esta Argentina violenta, y nadie parece preocuparse demasiado. Agatha, la perra dálmata se despereza a paso de siesta; Marisol, una pequeña bola de pelos, mueve la cola y el ovejero recién traído de Roma ni siquiera da el presente. Es viernes al mediodía y Matías Jesús Almeyda disfruta de la sobremesa familiar en la paz que buscan apenas pueden los que crecieron desde siempre acunados por la calma y el sosiego. Aprovecha el remanso temporario impuesto por sus cuatro pequeños sobrinos, que han decidido darle una tregua, y se asoma ante el palmoteo anunciado por las visitas. Saluda resignado y sólo pide que la entrevista no se estire demasiado porque quiere disfrutar de los suyos, aunque no por eso pierde la frescura que asoma detrás de cada una de sus sonrisas, tic asombrosamente frecuente en este Pelado-peludo.
Está en sus pagos Matías, después de ser convocado a la Selección por primera vez en la era Bielsa. Considerado el mejor jugador de la última Liga Italiana, tras los variados comentarios que surgieron en la reciente Copa América, el León de la Lazio decidió venir a Buenos Aires aunque sabía perfectamente que no iba a poder jugar por la lesión en su pierna izquierda. Igual no lo dudó: no quería malos entendidos y además pretendía hablar con Marcelo Bielsa. Y aprovechó el tiempo para desandar los 300 kilómetros hasta Azul dos veces en cinco días. Es que el pibe necesita conectarse con su origen, con su tierra...
–¿Quién maneja cuando venís acá?
–Yo, ni loco me subo al lado de nadie. Me pongo muy nervioso, aparte conozco la ruta de memoria, cada uno de los pozos que hay. Desde los 18 años que viajo seguido.
–El peor regreso habrá sido cuando en River te dijeron: “pibe, por ahora no entrás, pero volvé el año que viene”...
–Sí, claro. Pero también tengo recuerdos lindos. En aquella época mi viejo tenía un Torino y hacía custodias de unos camiones que llevaban cuero desde acá. Yo siempre enganchaba un viaje y zafaba de la nafta, pero íbamos detrás del camión, a unos 50 kilómetros por hora, calculá, tardábamos 7 horas.
–¿Qué hacés cuando venís acá?
–Estoy siempre en casa, tranquilo, comemos en familia y después nos vamos al campo. Ahí hacemos de todo: construí una pista de karting, ando a caballo, hay una canchita de fútbol. ¡Se arman unos picados bárbaros! Juego arriba y miro bastante, nada de correr y laburar, se ve lindo desde arriba. Pero lo que más valoro es la tranquilidad, el verde, la soledad. Es espectacular. El movimiento y el ruido me ponen muy mal.
La Selección, Bielsa, una llegada con bronca...
–Viniste a Argentina, pero sabías que no ibas a poder jugar, ¿no?
–Sí, lo sabía. Me lesioné con el Milan, me dijeron lo que tenía, pero quería venir para que no hubiera malos entendidos, sino después se habla demasiado.
–¿Te dolieron los comentarios realizados durante la Copa América? No quedó muy claro quiénes no podían jugar y quiénes no quisieron jugar...
–A mí me duele que me llamen y que no pueda jugar. Por ahí alguna gente piensa que uno le esquiva a la Selección, o tal vez como se habló de la plata... pero en mi caso nada que ver. Para mí la Selección no pasa por un tema de plata. En la vida no se puede generalizar, por eso pienso que cuando se habla hay que dar nombre y apellido. Lo que pasa es que a mí no me gusta ir al choque.
–Sin embargo apenas aterrizaste el martes te volviste loco...
–Me molestó mucho. Cuando llegué había dos periodistas. Me preguntaron si podíamos hablar. “No, me voy ya a Azul. Disculpame, pero hablamos el jueves cuando me hagan los estudios en la Selección”, les contesté. Así fue, lo juro, “disculpame” les dije. Pasó. Me subí a la camioneta y en el camino digo: a ver qué programa de fútbol habrá. Puse La Red y hablaban: “No, porque si te hizo eso y vos te levantaste a las 4 de la madrugada, es un maleducado”. Ahí pensé: están hablando de mí. Me cayó muy mal, porque si bien no me gusta hacer notas, cuando tengo que hablar lo hago sin problemas. No me gustó lo de maleducado, entonces averigüé el teléfono, los llamé y salí al aire aclarando el tema.
–¿Cómo pensás que está el feeling con la gente?
–Bien. Supongo que hay gente a la que le debo gustar, otra a la que no. Me saludan por la calle, es un buen síntoma.
–Te pregunto porque parece que quedaste en el medio de la disputa que se da por Redondo. Sus admiradores afirman: ¿cómo va a jugar Almeyda si está Redondo? Sus detractores, en cambio, te levantan como bandera...
–No sé, cuando empecé en la Selección el periodismo hablaba bien, después cuando caí en Sevilla en ese pozo del que no salía más, me mataron. Fue un año bien y después todas pálidas. Yo creo que puedo jugar con Redondo, porque el fútbol cambió. En Italia casi ningún equipo juega con un cinco delante de la defensa, el mediocampo se comparte. En Lazio ahora estoy con el Cholo, yo más tirado a la izquierda. Allá se juega con cuatro volantes: los dos de afuera más adelantados, como para tirar centros, y los otros dos trabajan.
–Pudiste hablar por primera vez con Bielsa, ¿no?
–Sí. Ni bien llegué al entrenamiento, nos metimos en el vestuario, y noté que se vivía un clima bueno, bárbaro, yo no me quería ir, te juro. Después hablé con Bielsa, bien, me dijo lo que pensaba y nada más, cosas nuestras que no pienso contar. Sí noté que es un tipo que va de frente, que dice lo que piensa.
River, Francescoli, la camiseta de Saviola
–Saviola contó hace poco que cuando jugaron contra la Lazio, él te pidió la camiseta en una acción, pero como te habían reemplazado pensó que te ibas a olvidar. Y vos lo esperaste en la puerta del vestuario para dársela...
–Es que yo quería tener la camiseta de él, es un honor para mí. Pienso que va a ser un grande del fútbol, es joven, juega bien, se ve que es un pibe humilde. Para mí también es un muy lindo que alguien de River me pida cambiar la camiseta. En el partido yo le decía tanto a él como a Aimar: gambeteame, yo te dejo pasar, todo bien.
–¿Vos le pedías la camiseta a alguien cuando recién empezabas?
–No, nunca pedí una camiseta. Iba temprano al entrenamiento, y miraba cuando llegaban los de la primera, miraba los coches, cómo iban vestidos. Y me preguntaba si algún día iba a llegar. Eso sí, autógrafos les pedía a todos. Cuando me fui a probar, me acuerdo, estaba esperando y empezaron a llegar los jugadores. Me volví loco. Mi viejo me había comprado un bolsito en “Rivermanía” y me lo hice firmar por todos. Lo tengo guardado.
–Cuando te hicimos una nota a mediados de 1996 dijiste que en tres años ibas a estar en Azul, trabajando el campo, retirado...
–Y acá estoy, no ves. Lo que pasa es que todavía no pude juntar suficiente plata para comprar un campo más grande (risas). Creo que seguiré hasta los 30 más o menos...
–¿Te gustaría terminar como Francescoli, en River?
–De volver a Argentina sólo jugaría en River, eso lo tengo claro, lo que no sé muy bien es si voy a terminar aquí. Pero Enzo va a ser único. Ninguno va a terminar como él, le dio mucho a River, demasiado. Yo lo miraba y trataba de tomarle cosas, como persona, claro, porque como jugador no lo podía imitar para nada. También me fijé mucho en Cedrés, porque los uruguayos son gente derecha. Acá lo mataron mal a Cedrés, pero el tipo era muy derecho, iba de frente, una persona bárbara.
La Lazio, el golazo, su amigo Ortega
–En este año la Lazio usa una camiseta celeste y blanco para jugar la Champions. ¿Fue idea de ustedes?
–Fue una idea del presidente. Pero no es lo mismo, ¡ojo! La nuestra es la nuestra (risas).
–Hace tres semanas metiste un gol impresionante contra el Parma, una volea desde 35 metros. ¿Quisiste rechazar, no?
–Sí, sí (risas). Ese día se cumplían dos años de la muerte de mi abuelo Luis. El fue muy especial para mí, después de mi viejo estaba mi abuelo, me mantenía en Buenos Aires. La noche anterior al partido yo rezaba. Pedía: “ojalá tenga un buen partido”, porque sabía que un gol no iba a meter. Y bueno, llegó esa pelota al medio, ni sabía donde estaba parado. En realidad, yo siempre pateo porque si no se viene el contragolpe y tengo que correr 60 metros para atrás. No tengo un pie exquisito para dejarla muerta ahí, soy consciente de eso, la pelota me rebota y es una contra seguro. Entonces prefiero patear. Mis compañeros me cargaban, no lo podían creer. Es que ellos me ven cuando me quedo pateando al final de las prácticas y las mando todas por arriba. Con este último ya sumo seis goles en mi carrera: cuatro en River y dos en la Lazio. También me llamó mi viejo, en realidad él lo hace siempre después de los partidos, es mi mejor crítico: me dice cuándo juego bien, cuándo mal...
–¿Y con el gol, qué te dijo?
–¡Qué me iba a decir: qué culo que tuviste!
–¿Es cierto que la barra de la Lazio puso una bandera con la inscripción “queremos 11 Almeydas”?
–Es cierto, sí, pero tampoco uno no puede estar mirando todo el tiempo la tribuna, je, je, hay que trabajar un poco.
–¿Y cómo terminaría el campeonato la Lazio con 11 Almeydas?
–Y... con siete expulsados en cada partido (risas).
–También haría falta algún Ortega, ¿no?
–Lógico. Con Ariel hablamos seguido, nos conocemos desde cuando debutamos, porque él lo hizo dos meses antes que yo. En inferiores estábamos siempre juntos, compartimos algún tiempo la pensión. Lo quiero mucho a Ariel, no cambió para nada, sigue siendo el mismo, el que hace la suya cuando estamos concentrados, el que no habla mucho. Pienso que este año le va a ir muy bien, el Parma tiene un buen equipo y él ya está demostrando.
–Matías, ¿te costó cicatrizar la herida del Mundial?
–Al principio sí, porque podíamos haber llegado más lejos. Pero estaba tranquilo, sentía que había dejado todo, que no me había quedado nada adentro. El dolor cuando no ganás va a estar siempre, es lógico.
–¿Es cierto que Passarella en una charla técnica se enojó y dijo: cómo puede ser que sea Almeyda el que lleve la pelota?
–Y, sí... lo dijo. También hay que entenderlo porque había gente que la podía llevar mejor que yo, era una realidad. Pero me dolió, seguro. Hace un mes hablé con él, me llamó y me puso muy contento. Yo lo quiero a Daniel, gracias a él debuté en primera y fui al Mundial.
–¿Después de perder con Holanda te encerraste en tu casa un par de semanas?
–No, para nada. Agarré a mi familia, a mis viejos, mis dos hermanas, los suegros y mis cuatro sobrinos y nos fuimos de vacaciones en dos casillas rodantes durante 15 días. Ellos fueron a Roma y de ahí salimos a recorrer Francia, pasamos por Cannes, hicimos toda la Costa Azul y terminamos en Eurodisney, quería que mis sobrinos lo conocieran. Trece en total había ahí arriba, los Campanelli eran un poroto. Dormíamos en los campings. Fue espectacular. Cuando llegamos a la Torre Eiffel, abrimos la puerta de las casillas, y empezamos a bajar todos. Era una vergüenza, entendés, porque bajaba gente y no terminaba más. Un griterío, no se podía ni hablar cuando nos juntábamos.
–¿Pagó todo Matías?
–Sí, sí (risas), pero con gusto, con mucho gusto.
Lanzó una sonrisa más, la última de la tarde, después aceptó recorrer para la producción fotográfica los 10 kilómetros que separan su casa de su campo, “El Viejo Matías”, que bien lejos está de aquel personaje que inmortalizó Víctor Heredia en una de sus canciones. Este Matías rebosa de entusiasmo y energía, si apenas se hizo 25.000 kilómetros para que le miraran la piernita...
Por DIEGO BORINSKY (1999)
Fotos: ALEJANDRO DEL BOSCO.