Las Entrevistas de El Gráfico

2003. Gol de oro

Fernando Cavenaghi había surgido como una de las joyitas de la cantera Millonaria hacía poco tiempo, 2003 fue uno de los mejores años de su carrera. Cavegol le concede un mano a mano a El Gráfico.

Por Redacción EG ·

04 de septiembre de 2019

La his­to­ria de Ri­ver, y so­bre to­do la más re­cien­te, la más fres­ca, re­co­no­ce al­gu­nos he­chos que se re­pi­ten ca­si in­va­ria­ble­men­te. Pa­re­ce que fue ayer, no­más, que Her­nán Cres­po de­sa­ta­ba to­da su fu­ria go­lea­do­ra pa­ra ha­cer vi­brar el ce­men­to del Mo­nu­men­tal y de­fi­nir su ine­xo­ra­ble des­ti­no eu­ro­peo, eu­ro­peo del gran­de. Y uno ni al­can­za a dar vuel­ta la ca­be­za ha­cia atrás cuan­do ya se di­bu­ja la si­lue­ta de Ja­vier Sa­vio­la, su tre­men­da afi­ni­dad por el gol, pe­ro tam­bién por la gam­be­ta y el fút­bol ex­qui­si­to, su pre­sen­cia de duen­de inal­can­za­ble, su ex­plo­sión y el pa­sa­por­te al fút­bol del pri­mer mun­do, del pri­mer mun­do en se­rio.

Ha­ce dos años na­da más, ape­nas dos años, fi­na­li­za­dos los en­tre­na­mien­tos de Ri­ver, Fer­nan­do Ca­ve­nag­hi se su­bía al au­to de Ja­vier Sa­vio­la por la puer­ta del acom­pa­ñan­te, co­mo se pue­de su­bir cual­quier ami­go oca­sio­nal que ha ido a vi­si­tar­lo ese día, pa­ra que su via­je has­ta el ho­tel-pen­sión-for­ja­dor de ca­rác­ter fue­ra más rá­pi­do y tam­bién más cá­li­do que en el co­lec­ti­vo de to­dos los días.

 

Imagen Toda la plasticidad en los movimientos del goleador.
Toda la plasticidad en los movimientos del goleador.
 

Hoy cuan­do Fer­nan­do se ba­ja de su au­to pa­ra acer­car­se has­ta el es­tu­dio en don­de se pres­ta­rá sin po­ses de es­tre­lla a la pro­duc­ción con El Grá­fi­co, cuan­do en un ins­tan­te se pa­sa lis­ta a lo que hi­zo es­te chi­co en el fút­bol y to­do lo que le que­da por ha­cer, uno en­se­gui­da aso­cia su fi­gu­ra a la de los dos úl­ti­mos mons­truos del gol que dio el se­mi­lle­ro ri­ver­pla­ten­se. Por­que así co­mo Val­da­ni­to y el Co­ne­ji­to ni si­quie­ra pu­die­ron su­pe­rar los tres años en el club por­que su po­ten­cial era irre­sis­ti­ble pa­ra el fút­bol eu­ro­peo, pa­ra sus bi­lle­tes, la sen­sa­ción es que el Kity de O’Brien les se­gui­rá los pa­sos. Y Ca­ve­nag­hi ya in­gre­só en su ter­cer año de Pri­me­ra Di­vi­sión en Ri­ver.

¿Qué ha­bla­rían Ja­vier y Fer­nan­do, dos tí­mi­dos en po­ten­cia, en ese pe­que­ño tra­yec­to que une Nú­ñez con Bel­gra­no, el Mo­nu­men­tal con la ca­lle Que­sa­da? Di­fí­cil sa­ber­lo, por­que Fer­nan­do es un chi­co de res­pues­tas cor­tas, más pro­cli­ve a ex­pre­sar­se con su cuer­po en la can­cha que con pa­la­bras fue­ra de ella. Pe­ro de al­gu­na ma­ne­ra le es­ta­ban en­tre­gan­do “la pos­ta”, co­mo unos años atrás se la ofre­cía Cres­po a ese chi­qui­lín de fí­si­co es­mi­rria­do que lo mi­ra­ba em­be­le­sa­do ves­ti­do de al­can­za­pe­lo­tas.

Imagen Distendido en la producción fotográfica de El Gráfico. Humilde y goleador.
Distendido en la producción fotográfica de El Gráfico. Humilde y goleador.

“Lis­to, to­ma 1 ter­mi­na­da”, anun­cia Fer­nan­do des­pués de una se­sión de pri­me­ros pla­nos pa­ra la ta­pa, y en­se­gui­da se po­ne a ha­cer jue­gui­tos con la pe­lo­ta, cons­cien­te de que eso le sien­ta me­jor, aun­que es­tá cla­ro que tam­bién po­dría ha­cer des­tro­zos en cual­quier te­le­no­ve­la pa­ra ado­les­cen­tes. Los shorts de oca­sión le que­dan chi­cos, lo que re­sal­ta un po­co más su “gor­du­ra”. “¿Qué pa­sa?, ¿que­da­ron de la pro­duc­ción de Sa­vio­la?”, lo chi­ca­nea Nés­tor Sí­vo­ri, re­pre­sen­tan­te y com­pin­che, hi­jo del le­gen­da­rio En­ri­que Omar Sí­vo­ri. “Pa­rá, mi­rá es­ta pro­duc­ción tu­ya. ¿Cuán­to tiem­po tu­vie­ron que es­tar pa­ra que no se te ca­ye­ra la pe­lo­ta? Ade­más la fo­to es en blan­co y ne­gro, mi­rá si se­rás vie­jo”, le re­tru­ca Fer­nan­do, apun­tan­do a una no­ta pu­bli­ca­da en El Grá­fi­co cuan­do Nés­tor ha­bía ido a pro­bar suer­te en la Ju­ven­tus, en 1978.

En­tre to­ma y to­ma, Fer­nan­do se da un res­pi­ro y se pres­ta a la en­tre­vis­ta. Es­tá preo­cu­pa­do por­que en dos ho­ras tie­ne que es­tar en lo de Cou­det y to­da­vía no tie­ne bien cla­ro có­mo lle­gar a des­ti­no, só­lo sa­be que de­be aga­rrar la Pa­na­me­ri­ca­na y po­co más. “Na­da es­pe­cial, ca­da tan­to nos jun­ta­mos to­dos los mu­cha­chos a co­mer y a char­lar un ra­to”, ex­pli­ca, y así uno em­pie­za a en­ten­der aque­llo de la for­ta­le­za del gru­po.

Sue­na su ce­lu­lar. “¿Qué ha­cés, Ca­be­za? Sí, ma­ña­na va­mos al me­dio­día, no lo li­qui­des en tres sets así po­de­mos ver al­go. Da­le, da­le. Suer­te”, se des­pi­de de Da­vid Nal­ban­dian, ami­go del plan­tel, en ge­ne­ral, y de Fer­nan­do, en par­ti­cu­lar. Al día si­guien­te, es­ta­rá alen­tán­do­lo en el match an­te Ru­sia, por la Co­pa Da­vis.

 

Imagen Toda la facha de pibe. Fernando era un fana de los gorros.
Toda la facha de pibe. Fernando era un fana de los gorros.
 

–Ha­bla­mos de fút­bol, Fer­nan­do.

–Da­le.

–Tu es­ti­lo es bas­tan­te par­ti­cu­lar. Mu­chos ti­ros tu­yos de afue­ra son pi­cán­do­la, de em­bo­qui­lla­da, no sos de pe­gar­le fuer­te. ¿Por qué?

–No sé, es un es­ti­lo pro­pio que trai­go des­de chi­co. An­te la op­ción de pe­gar­le fuer­te de afue­ra o de pi­car­la, dar­le des­pa­cio, qué sé yo, me que­do con la úl­ti­ma, es mi jue­go, me sa­le así. Y aden­tro del área es lo mis­mo, pre­fie­ro bus­car un pa­lo an­tes que ti­rar fuer­te al bul­to. Por lo ge­ne­ral tra­to de ver al ar­que­ro an­tes de pa­tear y bus­co el pa­lo más ale­ja­do. Uno, an­tes de que lle­gue la pe­lo­ta, ya tra­ta de es­tar aten­to a to­do: adón­de es­tá el de­fen­sor, el ar­que­ro y dón­de va a ir el pa­se. Un ejem­plo es el se­gun­do gol con­tra Ar­se­nal: cuan­do Da­río em­pe­zó a des­bor­dar por la iz­quier­da, yo ya es­ta­ba pen­san­do to­do eso, ha­cien­do un cua­dro de si­tua­ción en mi ca­be­za, ima­gi­nan­do que si la ti­ra­ba al se­gun­do pa­lo al ar­que­ro le iba a cos­tar más lle­gar. Lo que pa­sa es que a ve­ces sa­le y a ve­ces no.

–¿Bus­cás aga­rrar al ar­que­ro a con­tra­pier­na?

–Sí, se bus­ca de to­do, con tal de que pue­da en­trar, ja, ja. Son dos se­gun­dos en los que se te pa­san mu­chas co­sas por la ca­be­za y tra­tás de de­fi­nir lo me­jor po­si­ble. Mu­chas ve­ces só­lo ten­go que dar el úl­ti­mo toque a la red y na­da más.

–¿Cuál es la cla­ve pa­ra em­bo­car­la en los ti­ros li­bres?

–El en­tre­na­mien­to y la con­fian­za. Siem­pre pen­sé que en el fút­bol se pue­de apren­der y me­jo­rar to­dos los días. Y es­to que me vie­ne pa­san­do con los ti­ros li­bres es el me­jor ejem­plo. En las in­fe­rio­res pa­tea­ba, pe­ro po­co; con la Ga­ta Fer­nán­dez éra­mos un po­co los en­car­ga­dos, pe­ro pa­tea­ba más él. Cuan­do era al­can­za­pe­lo­tas mi­ra­ba mu­cho al En­zo, lo te­nía de cer­ca y lo se­guía, so­bre to­do en los ti­ros li­bres. ¡Qué ca­li­dad, ma­mi­ta! En­zo es un gran­de. Una vez me sa­qué una fo­to con él, cuan­do era pi­be y pa­sa­ba la pe­lo­ta, aun­que des­pués no tu­ve chan­ce de co­no­cer­lo per­so­nal­men­te, una pe­na. Pe­ro vol­vien­do al te­ma, con la Se­lec­ción ju­ve­nil em­pe­cé a en­tre­narme un po­co más y tan­to To­jo co­mo To­ca­lli me alenta­ron pa­ra que lo hi­cie­ra. Aho­ra, por en­tre­na­mien­to, por de­ci­sión pro­pia y por ga­nas de me­jo­rar, me ten­go con­fian­za y aga­rro la pe­lo­ta. Es cues­tión de me­ter­le un po­co to­dos los días.

Imagen Su debut en la red: ante Guaraní, por la Libertadores, el 6-3-2001. Entró por Cuevas, a 17’ del final, le dio un pase gol a Saviola y metió otro.
Su debut en la red: ante Guaraní, por la Libertadores, el 6-3-2001. Entró por Cuevas, a 17’ del final, le dio un pase gol a Saviola y metió otro.

–¿Te sor­pren­dió que tu­vie­ras esa fa­ci­li­dad pa­ra pa­tear ti­ros li­bres?

–Y… por ahí me sor­pren­dió un po­co, no me te­nía de­ma­sia­do en esa fa­ce­ta que es nue­va. Tra­to de apro­ve­char­la al má­xi­mo y de me­jo­rar­la.

–Aho­ra te­nés más cha­pa en­tre tus com­pa­ñe­ros. Me ima­gi­no que el año pa­sa­do, si que­rías pe­gar­le, tus com­pa­ñe­ros te de­cían: sa­lí de acá…

–Sí, por ahí tus com­pa­ñe­ros mis­mos te tie­nen más con­fian­za y has­ta te dan el pun­ta­pié ini­cial pa­ra que lo hagas. Eso es bue­no.

–Y an­tes te de­cían: no, ne­ne…

–Y… era más com­pli­ca­do (ri­sas).

–Fer­nan­do, ¿qué re­cor­dás del par­ti­do con San Lo­ren­zo del tor­neo pa­sa­do?

–(Pien­sa unos se­gun­dos.) Que es­ta­ba en el ban­co.

–Sí. Se le­sio­nó Cue­vas, en­tró Le­gui­za­món en su lu­gar y vos se­guis­te en el ban­co. ¿Qué sen­tis­te?

–Que era una de­ci­sión del téc­ni­co y que te­nía mu­chas ga­nas de en­trar, pe­ro, por ahí, co­mo se ha­bía le­sio­na­do un pun­ta por afue­ra, pre­fi­rió po­ner a otro pun­ta por afue­ra y no te­ner dos de área.

–¿Ese fue el momento más ba­jo de tu ca­rre­ra?

–No, no, yo creo que la úni­ca for­ma de de­mos­trar­le al téc­ni­co que uno pue­de ju­gar es es­tan­do bien.

–¿Lle­gas­te a ba­jo­near­te en esa épo­ca de su­plen­te?

–No, por­que me es­ta­ba re­cu­pe­ran­do de una le­sión y el téc­ni­co me ha­bla­ba mu­cho, me da­ba con­fian­za. Eso hi­zo que hoy es­té mu­cho me­jor y que pu­die­ra cre­cer tam­bién. Una de las ven­ta­jas es que vi­ne a Ri­ver de chi­co. Y eso te sir­ve pa­ra la for­ma­ción co­mo fut­bo­lis­ta, por­que vas cre­cien­do en un ni­vel com­pe­ti­ti­vo, vas apren­dien­do co­sas de los téc­ni­cos y vas moldean­do tu ca­rác­ter.

–¿Sos un ju­ga­dor que de­pen­de mu­cho de la ca­be­za?

–No, en lí­neas ge­ne­ra­les soy muy tran­qui­lo.

–¿Qué te de­cía Pe­lle­gri­ni?

–Me da­ba la tran­qui­li­dad de que a él le gus­ta­ba mu­cho có­mo ju­ga­ba, que me que­ría lle­var des­pa­cio por­que ve­nía de una le­sión, que me es­ta­ba re­cu­pe­ran­do y sa­bía que iba a ser algo bue­no pa­ra le­van­tar el ni­vel.

 

Imagen A Cavenaghi también le tocó la cinta.
A Cavenaghi también le tocó la cinta.
 

–Pe­ro un día te eno­jas­te: en el Ri­ver-Bo­ca, el de los dos go­les de Del­ga­do, te sa­ca­ron y te fuis­te de­re­cho al tú­nel.

–Por la amar­gu­ra de sa­lir en un clá­si­co. Ve­nía­mos de em­pa­tar y te­nía mu­chas ga­nas de ju­gar, pe­ro bue­no, eso es un te­ma que ya pa­só.

–¿Agui­lar te ha­bló en ese mo­men­to? Por­que a ca­da ra­to de­cía que no en­ten­día có­mo po­días ser su­plen­te.

–Sen­tí y sien­to un res­pal­do im­pre­sio­nan­te de Jo­sé Ma­ría y de mu­chos di­ri­gen­tes, es­toy muy agra­de­ci­do. Nos sa­lu­da­mos, char­la­mos, te­ne­mos una muy bue­na re­la­ción.

–¿Pe­lle­gri­ni te di­jo al­go an­tes de em­pe­zar es­te tor­neo?

–Lle­gué del Su­da­me­ri­ca­no y me si­guió dan­do la con­fian­za con la que ve­nía. Me sir­vió mu­cho. El Su­da­me­ri­ca­no, pa­ra mí, fue fun­da­men­tal. Po­der sa­lir cam­peón y go­lea­dor con la Se­lec­ción es un or­gu­llo.

–¿Te di­jo que se ha­bía equi­vo­ca­do con vos en el tor­neo an­te­rior?

–No, por­que él ha­bía si­do cla­ro, me ha­bló siem­pre bien y ya es­tá. Yo sien­to que es­tos años en Pri­me­ra me sir­vie­ron pa­ra cre­cer: lle­gar, ser go­lea­dor, la le­sión, ir al ban­co, vol­ver. Es al­go que les pa­sa a to­dos los ju­ga­do­res; de­pen­de de có­mo se lo to­me ca­da uno, ser­vi­rá pa­ra cre­cer o no. Mi sen­sa­ción es que cre­cí en to­do, en la par­te fut­bo­lís­ti­ca y tam­bién en lo otro, tam­bién en su­pe­rar a ve­ces los ner­vios an­tes de los par­ti­dos. Aho­ra ya en­tro más re­la­ja­do a la can­cha.

–¿Sí­vo­ri pa­dre te da con­se­jos?

–Me ha­bla mu­cho, me car­ga tam­bién. La ver­dad que los dos, tan­to En­ri­que co­mo Nés­tor, tra­tan de que yo me­jo­re en to­do lo que pue­da. Me car­gan cuan­do yerro un gol, pa­ra que me­jo­re, no on­da re­pro­che, si­ no có­mo le ten­go que pe­gar.

–¿Qué te enor­gu­lle­ce más, que di­gan que Ca­ve­nag­hi es un go­lea­dor im­pla­ca­ble o que es un go­lea­dor que, ade­más, sa­be ju­gar?

–Las dos co­sas. Uno lo que tra­ta es de ser buen ju­ga­dor y co­mo con­se­cuen­cia de eso lle­gan los go­les. Mi fuer­te es es­tar en el área, pe­ro si ten­go que ti­rar­me un po­co atrás, me gus­ta.

–Con Cou­det for­man una muy bue­na so­cie­dad en la can­cha. ¿Ha­blan an­tes de los par­ti­dos?

–Sí, apar­te co­mo es bue­na per­so­na afue­ra de la can­cha, aden­tro nos en­ten­de­mos muy bien: co­no­ce bien mis mo­vi­mien­tos, yo tam­bién los su­yos, eso ha­ce que me­jo­re­mos. El Cha­cho es un fe­nó­me­no, siem­pre es­tá en po­si­ti­vo y ti­ra pa­ra ade­lan­te al gru­po, con­ta­gia. Es así co­mo se lo ve por la te­le. Y po­ne­lo bien gran­de: es un gran asis­ti­dor en la can­cha.

 

Imagen El Torito grita su gol frente de Rosario Central.
El Torito grita su gol frente de Rosario Central.
 

Ca­ve­nag­hi irra­dia en sus res­pues­tas una tran­qui­li­dad pas­mo­sa que re­mi­te, irre­me­dia­ble­men­te, a lo que de­be ser su pue­blo de 2 mil ha­bi­tan­tes a la ho­ra de la sies­ta. Pa­ra co­no­cer­lo me­jor hay que re­co­rrer un po­co su cír­cu­lo más ín­ti­mo, por­que a Fer­nan­do le cues­ta ha­blar so­bre él. En­ton­ces nos en­te­ra­re­mos de que es un gran dor­mi­lón y que ma­má Mó­ni­ca le da los bue­nos días lla­man­do to­das las ma­ña­nas de Cha­ca­bu­co, la ciu­dad en la que vi­vió des­de los 6 años. Que no es ca­bu­le­ro, co­mo la ma­yo­ría de los fut­bo­lis­tas. Que en su tiem­po li­bre le gus­ta quedarse en su ca­sa con su no­via, So­le­dad. Que le gus­ta ir al ci­ne, es­tar con la fa­mi­lia o ir a co­mer a al­gún res­tau­rante no muy con­cu­rri­do, to­do muy tran­qui­lo. Que des­de ha­ce al­gu­nos me­ses le to­mó el gus­ti­to al golf por su­ge­ren­cia de Bul­ju­ba­sich y que sue­le prac­ti­car­lo (Ca­ve­golf, tí­tu­lo can­ta­do) con Lux y De­mi­che­lis, sus ami­gos más ín­ti­mos den­tro del plan­tel. Que en la con­cen­tra­ción, ade­más de cum­plir con su vi­cio de la sies­ta, le gus­ta ju­gar al pool y to­mar ma­te con sus com­pa­ñe­ros. Que sien­te una gran de­bi­li­dad por sus her­ma­ni­tos: Be­lén, de 5 años –que se li­ga de re­bo­te al­gu­nos pe­lu­ches que las fans le re­ga­lan a Fer­nan­do–, Ni­co­lás (7) y Mar­cos (7), los dos pri­me­ros hi­jos de la ma­dre, el úl­ti­mo del pa­dre, de­lan­te­ros tam­bién los dos va­ro­nes. Que al­gu­na vez los hi­zo en­trar de mas­co­tas en la can­cha y que cuan­do an­da por sus pa­gos, los chi­cos sa­can pe­cho or­gu­llo­sos en el au­to del her­ma­no fa­mo­so, que los lle­va a los jue­gui­tos con la mú­si­ca a to­do vo­lu­men. “Es­toy po­co con mis her­ma­nos, por eso cuan­do es­toy con ellos me gus­ta mal­criar­los un po­co”, ad­mi­ti­rá.

Al­gu­nas se­ña­les per­mi­ten su­po­ner que el ac­tual go­lea­dor de Ri­ver no se la cree, vi­rus que se ins­ta­la con fa­ci­li­dad ape­nas las es­tre­llas pre­co­ces del fút­bol ac­tual to­can el cie­lo. Una prue­ba: cuan­do des­pués de ser el má­xi­mo ar­ti­lle­ro del fút­bol ar­gen­ti­no, a me­dia­dos del 2002 pa­só al ban­co de su­plen­tes, tras una le­sión, no se le es­cu­chó ni una que­ja con­tra el en­tre­na­dor ni an­du­vo con la ca­ra lar­ga. Dos: a pe­sar de ser un con­sa­gra­do, el lu­nes 3 de mar­zo de es­te año, un día des­pués de me­ter un gol de­ci­si­vo con­tra Co­lón, en San­ta Fe, cum­plió con su pro­me­sa fa­mi­liar y se pre­sen­tó a ren­dir Bio­lo­gía de cuar­to, por­que quie­re ter­mi­nar la se­cun­da­ria. “No apro­bé por por­ta­ción de ape­lli­do, ojo, eh. Tu­ve que es­tu­diar. Char­lé un ra­to con los pro­fe­so­res, que uno se de­di­ca mu­cho a es­ta pro­fe­sión y no tie­ne mu­cho tiem­po pa­ra el es­tu­dio, me tra­ta­ron bien. Pe­ro a la ho­ra de ren­dir so­mos to­dos igua­les”, se de­fien­de.

Los do­min­gos pospar­ti­do, Fer­nan­do no se des­vi­ve pa­ra ob­ser­var lo que pro­du­jo a la tar­de. Si en­gan­cha al­go por la te­le, se pren­de y lis­to; si­ no, no se preo­cu­pa de­ma­sia­do. En­tre los hob­bies re­cien­tes, se des­ta­ca uno que lla­ma la aten­ción: la pin­tu­ra. Ha­ce unos me­ses com­pró un atril, al­gu­nas te­las y le da fie­ro con los pin­ce­les. “Cuan­do ten­go ga­nas y tiem­po, me de­di­co a eso. Lo ha­go de pu­ro co­ra­je”, se ríe de sí mis­mo.

Tie­ne una fi­lial bau­ti­za­da con su nom­bre en Mon­te Gran­de. Se inau­gu­ró en agos­to del año pa­sa­do, cuan­do Fer­nan­do te­nía ape­nas 18 años, un he­cho ca­si iné­di­to pa­ra un ju­ga­dor tan jo­ven.

–¿Qué es lo que me­nos te gus­ta de tu nue­va vi­da de “fa­mo­so”?

–Es­toy co­mo siem­pre, por ahí te co­no­ce un po­co más la gen­te, pe­ro eso no me cam­bió pa­ra na­da.

–¿Po­dés sa­lir a co­mer afuera o ya no?

–No soy de sa­lir mu­cho, por ahí voy al­go al ci­ne y si sal­go a co­mer, me ubi­co en un rin­cón, siem­pre en un lu­gar tran­qui. Des­pués, si la gen­te vie­ne a sa­lu­dar con bue­na on­da no hay dra­ma. Yo ten­go me­mo­ria y no me ol­vi­do de que soy del in­te­rior, que ape­nas pi­sé Bue­nos Ai­res y lle­gué a Ri­ver me vol­vía lo­co por ver a los ído­los de cer­ca. Y que pe­día mu­chos au­tó­gra­fos.

–¿Sos muy tí­mi­do, no?

–Sí.

–Te pre­gun­to por­que fue ra­ro ver­te en el Su­da­me­ri­ca­no de­di­cán­do­le un gol a tu no­via con una ins­crip­ción en la re­me­ra…

–Fue un sen­ti­mien­to que que­ría ex­pre­sarle.

–Le ro­bas­te la ilu­sión a muchas chi­cas

–Bue­no, pe­ro lo im­por­tan­te era que lo vie­ra la que yo que­ría.

 

 

Por Diego Borinsky (2003).

Fotos: Alejandro Chaskielberg.