“En Argentina jugaría gratis”
José Saturnino Cardozo ya había tenido la oportunidad de jugar en Argentina, pero no se había dado, en esta entrevista a El Gráfico en 2004 le cuenta los pormenores de esas oportunidades que terminarían concretándose un año más tarde.
Parado unos metros delante de la línea imaginaria del arco, veía cómo su primo iba gambeteando a todos los defensores y cada vez se acercaba más a su área. Como era inminente el mano a mano, fue separando más las piernas, extendiendo los brazos, bajando las rodillas, sacando cola y tratando de no perder de vista la pelota. Ya con el delantero encima, sin cerrar nunca los ojos –prohibido en un proyecto de buen arquero–, infló el pecho y esperó el pelotazo. Diez minutos después todavía estaba en el piso intentando respirar. La pelota le había pegado en el estómago y casi lo dejó inconsciente. “Tenía doce años y hasta ese momento siempre había sido arquero. Todo el tiempo decía que era Ever Almeyda, el famoso portero de Olimpia. Pero después de ese pelotazo que me dio mi primo Félix no quise atajar nunca más”, rememora José Saturnino Cardozo, el máximo goleador del mundo de 2003.
El futbol, una obsesion
Octavo de diez hermanos, Jirafa –como lo llamaban de chico a José porque era alto y flaco– nació el 19 de marzo de 1971, en Nueva Italia, un pueblo a 40 kilómetros de Asunción. Para mantener a una familia tan numerosa, papá Juan tuvo que conseguir un trabajo bien pago (en una refinería) y, aunque nunca les faltó nada a sus hijos, sólo podía verlos cada quince días. Así fue que la crianza y educación quedó en manos de mamá Constancia. Aunque ella se las arreglaba bien, sufría a la hora de ponerle límites a José, que era caprichoso y sólo tenía una pelota en la cabeza. “Siempre quise ser futbolista –recuerda Cardozo–. Mi mamá me regañaba porque llegaba tarde al colegio y me castigaba, pero yo le decía: ‘Mamá, no me castigues que yo voy a ser jugador de fútbol’”.
–¿Y al final ibas al colegio?
–Sí, pero en las clases me escapaba por la ventana y en el aula tenía todo el tiempo el balón. La maestra se enojaba conmigo y entonces yo me iba a jugar al patio. La maestra, llorando, iba a buscar a mi hermano para que yo regresara a la clase. Festejaba los goles solo, los transmitía y me imaginaba que había 20 mil personas gritando a mi alrededor. La vecina de mi casa le decía a mi mamá que yo estaba loco.
–Después de dejar los guantes de lado, ¿directamente elegiste ser delantero?
–No, me acuerdo de que mi papá me regaló una camiseta de Argentina, con el número “10”. Esa fue mi primera camiseta y durante cinco años la usé todo el tiempo. Uno de mis hermanos me decía que me iban a tener que operar para sacármela. Cuando a los doce años fui a probarme a Unión Pacífico, el técnico me preguntó de qué jugaba, y yo le dije “de diez”; pero como era grandote me puso de nueve.
–¿Cómo fue que llegaste al River paraguayo, el club donde debutaste?
–A los quince años ya jugaba en la Primera de Unión Pacífico y después me fui a Primavera, un club del interior que jugaba Interligas. En Paraguay es muy importante ese torneo, porque de ahí salen todos los jugadores. Los ocho mejores equipos juegan en el estadio Defensores del Chaco, y todos los empresarios van a buscar talentos. Incluso a una final de Interligas pueden ir más de 30 mil personas. Con Primavera salimos campeones y, en un amistoso con River, el técnico Mario Rivarola me pidió. Antes de cumplir diecisiete debuté en Primera, pero la gente se enojó porque yo era muy chico y terminaron echando al técnico. Llegó Alicio Solalinde, me dijo que era muy joven y me mandó al juvenil. Jugué tres partidos, metí seis goles y me tuvieron que regresar. Después metí dos goles en Primera y ya no me sacaron más.
–Al año y medio te fuiste para el Saint Gallen, de Suiza, ¿cómo fue esa experiencia?
–Tenía dieciocho años y decidí que nadie me acompañara. Era un reto, quería formarme solo. Hay que hacerse fuerte en la vida. Lógicamente sufrí bastante porque era todo diferente. Además del idioma –estudiaba italiano y alemán–, hacía un frío terrible. Por suerte estaban Iván Zamorano, Daniel Raschle, el Flaco Theiler, el chileno Hugo Rubio y ellos empezaron a aconsejarme. El primer año hice 30 goles, 24 en la liga y 6 en la copa. Pero al segundo sufrí una distensión de ligamentos, cambiaron al técnico, que no me ponía, y ya me quería regresar.
–¿Y cómo llegaste al fútbol chileno?
–Me vio Vicente Cantatore cuando fue a Suiza para comprar a Zamorano. Y un tiempo después, cuando lo echaron de Sevilla, se fue a la Católica y me llamó. Perdimos tres finales, incluida la de la Libertadores 93, contra San Pablo. En Chile me fue bien, pero no ganamos ningún título. Y si no ganás, nadie se acuerda. Después volví a Paraguay y salí campeón invicto con Olimpia. Ahí me vinieron a buscar de Toluca.
–En México ahora sos un rey, pero al principio sufriste bastante.
–Llegué a México con mucha ilusión. Pagaron muy buena plata por mi pase y había mucha gente que confiaba en mí. Pero la rodilla me dejó un año sin jugar. Llegué casi lastimado, en enero del 95, y seguí jugando hasta octubre, cuando me operaron. Ese año, en la Copa América de Uruguay, el arquero venezolano Angelucci me dio una patada y me rompió el cruzado izquierdo. Jugué tres partidos más y contra Atlante hice un amague y se me trabó la rodilla. Quedé tirado. Fue terrible. Aunque soy muy fuerte mentalmente, un día, mirando mi pierna, empecé a llorar, porque pensé que no jugaba nunca más. Vivía encerrado en mi casa y hacía tres horas por día de bicicleta.
–¿Pensabas que podía ser tan bueno el regreso a las canchas?
–Desde el principio creía que me iba a ir bien en México, pero nunca me imaginé que tanto. Tuve la fortuna de ganar cinco títulos y cuatro veces fui goleador. En 1998 el Toluca fue campeón después de 24 años y fui goleador, algo que no pasaba en el club desde hacía 26 años. Ese fue el momento en que mejor me sentí, en el que más fuerte estaba como profesional.
–Tenés fama de tipo con pocas pulgas.
–Cada uno tiene su forma de ver la vida y de pensar. Y el respeto es también importantísimo. Cuando no hay respeto no se puede hacer nada en la vida. Hablo mucho y soy muy exigente, conmigo y con mis compañeros. A veces dicen que soy duro con mis compañeros, pero es todo lo contrario. Yo me formé solo y no tuve la suerte de que alguien me aconsejara. Por ejemplo, cuando un delantero le quiere pegar fuerte, yo le digo que despacio también entra. Hay que encontrar el hueco. Siempre les repito a los jóvenes: “A ver si por pegarle fuerte le das en la cabeza al arquero, se muere y se suspende el partido”.
–¿Siempre te vas último de los entrenamientos?
–Sí, y me gusta llegar temprano, disfrutar de lo que hago. También corregir errores, por eso me quedo por lo menos 30 minutos después de cada práctica. Hasta un día antes del partido. Eso es fundamental para mí. Hago quedar al segundo arquero y a alguien que me tire los centros. Ahora es el técnico “Tuca” Ferreti. Me tira toda clase de piedras, ni un solo centro bueno. Me encanta definir y me gusta hacer mi trabajo y hacerlo bien. Trato de que la gente de alrededor me diga qué hago mal. No me sirve que me digan que juego bien, así no puedo mejorar. Primero hay que corregir errores y después todo será más fácil. Hay que trabajar, porque para eso te pagan.
–Al ser el máximo goleador del mundo, ¿no entrás con una presión terrible por tener que meterla sí o sí?
–Sí, y eso es lo lindo. En 2002 hice 58 goles y 40 en el último torneo. Es una presión linda, porque sabes que tú lo hiciste y que lo puedes volver a hacer. Como profesional, yo mismo me presiono. “Tengo que hacer un gol”, me digo antes de entrar a jugar. Un profesional que no tiene ganas de ponerse a prueba a sí mismo no sirve para nada.
ARGENTINA, OTRA OBSESION
Cardozo conoce muy bien Argentina. Tiene dos hermanas que viven en Buenos Aires y cada tanto pasa a visitarlas. Durante esos viajes, parece imposible que al goleador se le borre la sonrisa. Poder encontrarse con sus familiares es un motivo para esa alegría, pero él mismo reconoce que no es ésa la causa principal de su felicidad desbordante. “El fútbol es lo que más me gusta a mí –explica–. Me siento cómodo en ese país. Cuando voy para allá me quedo hablando de fútbol hasta las dos o tres de la mañana. Me atrae muchísimo el fútbol argentino. Veo todos los programas y los partidos. Es un fútbol muy competitivo, y la gente reconoce tu trabajo. Eso es lo que más me interesa. Los periodistas saben de fútbol y también la gente en la calle. Necesito ese ambiente futbolero, ir a comprar un periódico o a tomar un café y hablar de fútbol”.
–Se habló mucho de que estabas por venir a Boca, ¿por qué no se hizo el pase?
–Yo hablé con el presidente Macri en Miami, durante la fiesta de Fox Sports, y él me dijo que quería llevarme. Yo también le dije que tenía ganas de cumplir el sueño de jugar en Argentina, en Boca. A cualquiera le interesa. Pero después se fue enfriando.
–¿Y qué pasó? ¿Es difícil que te paguen lo mismo que ganás en México?
–Es imposible que me paguen lo que gano, y yo entiendo la situación en toda Sudamérica, aunque también hay que arriesgar. Hubiera resignado plata, pero ellos no propusieron nada. Si vos ves una pendeja hermosa en la esquina, ¿cómo vas a saber si quiere irse con vos? Hablándole. A lo mejor a ella también le gustás, pero si no le vas a hablar no va a venir a buscarte. Hablaron con Claudio Luna, mi representante, sin embargo nunca le tiraron una oferta concreta. A lo mejor no hubo interés de ellos. Seguro que alguien en Boca no quería que fuera, porque si vos querés a un jugador tenés que tirar la oferta. Sea baja, media o alta, pero tirarla.
–Algunos te ven como el Palermo que todavía la gente de Boca extraña.
–No, cada uno hace su historia. La gente no se va a olvidar de Palermo. Yo hubiera dejado mi huella.
–¿Jugarías en otro equipo argentino?
–Sí, hay clubes muy grandes, como River, San Lorenzo, Independiente y Racing. Eso me atrae del fútbol argentino. Pero a mí me interesó Boca por la hinchada. Aunque pierdas te apoyan y así es más fácil jugar. Te sentís respaldado. Veo mucho sus partidos y a mí me gusta que es un equipo con muchas llegadas, te entra por todos lados.
–En 2001 también estuviste cerca de pasar a River. ¿Qué pasó esa vez?
–Lo mismo, nunca hubo una oferta concreta. Ellos piensan que en el fútbol mexicano se gana mucho dinero. Sin embargo hay que tomar riesgos en la vida. Yo me iba a arriesgar al ir a Boca, principalmente en lo económico, pero también porque si no funcionaba ponía en juego mi prestigio.
–¿Y no preferís ir a Europa?
–Para mí, Argentina es mejor que Europa. Allá tampoco pagan bien, ¿eh? Hace unos años estuve por firmar con Zaragoza y me querían pagar la mitad de lo que gano en México. A mí se me acercaron varios equipos europeos, y no quieren pagar. Salvo que sea un grande, como el Real Madrid o el Barcelona.
–Ya tenés 32 años. ¿Te ves cumpliendo el sueño de jugar en la Argentina?
–Voy a jugar en el fútbol argentino. Te digo más: si pasa el tiempo, en el fútbol argentino jugaría gratis. Igual me voy a retirar muy tarde. Trato de cuidarme mucho y acá no hay secretos. Si tenés calidad, vas a poder jugar tanto a los quince años como a los cincuenta.
Cuando un amigo se va...
Ademas de volver a ser campeón y goleador en México, Cardozo sueña con usar por última vez la camiseta paraguaya en Alemania 2006. “Retirarme en el Mundial sería magnífico. Confío en que vamos a volver a clasificarnos. Es un equipo fuerte, compacto, que le gustan los retos, con jugadores maduros y jóvenes muy compenetrados.”
–Ya sin Chilavert en la selección, ¿te ves ocupando ese lugar de caudillo?
–José Luis se ganó un respeto impresionante para nosotros. Me acuerdo de que cuanto más me puteaban, él más me apoyaba. Pero se nos fue, y ahora somos cuatro o cinco jugadores que tratamos de manejar el grupo: Gamarra, Arce, Ayala, Acuña y yo, los más experimentados. Pero Chilavert es esa clase de persona y de profesional que perdura. Como arquero ganó todo e hizo lo
imposible. Te contagia. Es un ganador.
Por Maxi Goldschmidt
Fotos: AFP