Las Entrevistas de El Gráfico
Fernando Galetto, memorias de un conde
Forma parte de una raza de futbolistas exquisitos que eran un lujo en el mediocampo. Campeón con San Lorenzo en 1995, está alejado del ambiente del fútbol profesional, pero sigue tirando fantasía en torneos amateurs.
Galetto hoy, en su museo personal. Una cálida habitación de su casa, repleta de recuerdos agradables.
Con la amabilidad con la que en sus épocas de volante central distribuía el balón a sus compañeros del mediocampo, Fernando Galetto le abre las puertas de su casa a El Gráfico y recorre su presente alejado del ambiente del fútbol profesional, pero también rememora aquellos momentos en que era elogiado por su exquisita forma de tratar la pelota.
Compartimos ese café, tan necesario, en un rincón especial, donde los fantasmas de otros tiempos no tan lejanos acompañan en imágenes y recuerdos. Postales de jugadas. La estampa clásica del Conde. La pelota acariciada con su pie derecho. La camiseta número 5 en la espalda. Fotos de momentos de vértigo y juventud. Camisetas de amigos, rivales, y admirados futbolistas están ahí como recordándonos que ese santuario del fútbol no está por estar. Tiene un sentido. Un reconocimiento.
La célebre y popular novela de Alejandro Dumas El Conde de Montecristo es una historia de aventuras. Y la carrera de Fernando Galetto, conocido en el fútbol argentino como El Conde por su localidad natal, tuvo mucho de aventuras. Desde sus inicios en el pueblo, la prueba frustrada en Instituto, su llegada a Racing de Córdoba, su rápido debut profesional, las presiones en Talleres, la comparación del Pato Pastoriza con su ídolo Marangoni, su llegada a Lanús, su paso y gloria en San Lorenzo, su periplo por Grecia y su regreso al país. Aventuras en cada paso. Parece que fue hace mucho tiempo. Aunque por ahora no quiere saber nada con el fútbol profesional, sigue jugando en el San Martín que milita en el torneo de la UCFA en Córdoba. Todavía, en otro contexto, sigue regalando esas pinceladas de buen fútbol. De los volantes centrales solitarios de otros tiempos.
En Lanús disfrutó muchísimo. "Fue como estar en Europa", sostiene el Conde.
Un sorbo de café. La esposa del Conde se acerca, sirve unas medialunas dulces y con una sonrisa suplica: “Por favor, no lo trates de usted que nos hace sentir viejos”. Tiene razón. Risas. La charla continúa. Y Fernando cuenta: “Juego en el torneo como para despuntar el vicio. Los jueves entrenamos a la noche, con el clásico asado después, y jugamos los sábados o domingos. Estoy con el Pancho, el Diablo, el Loqui Zárate. El equipo se llama San Martín. Y me gusta porque te juntás con un montón de ex jugadores, conocidos. Es como para seguir jugando al fútbol. En el torneo hay una banda, están el Luifa Artime, Dertycia, Lussenhoff, muchos ex jugadores. Están buenos los partidos. Pero uno se pone más viejo y se pone peor. Porque el cuerpo ya no da para más. La cabeza te manda y el cuerpo no responde. Entonces, jugás más con la boca que con otra cosa, pero me gusta estar ahí. Me divierto, la paso bien”.
-¿Extrañás el fútbol profesional?
-No, no lo extraño. Pero, por ahí se te mueven cosas cuando vas a la cancha. Si me toca ir, que voy poco, veo todo eso y digo: “¡Qué lindo!”. Te trae recuerdos. Te acordás de cómo era. Pero si no, no lo extraño. Lo disfruté. Me encantó vivirlo. Pero ya está, fue una etapa de la vida. Estoy bien como estoy, me siento bien.
-¿Cómo fue el día en el que decidiste “colgar los botines”?
-Primero dije que no jugaba más cuando volví de Grecia y estuve en Lanús (2002). Tenía contrato por dos años, estuve cuatro meses, jugué poco, físicamente no me sentía bien ni llegué a ponerme bien. Chiche Sosa me mandó al banco y no jugué nunca. Encima Buenos Aires, en ese 2002, era un quilombo y dije no va más. Me volví a casa. Llamé al representante y le dije que fuera y rescindiera. Estuve como un año en casa. El Diablo Monserrat estaba en Racing de Córdoba y me dijo que fuera a probar si podía jugar. Estaba Daniel Teglia de técnico, fui e hicimos una prueba. Me dijo que me quedara. Arreglamos un contrato. Jugué un par de partidos y le dije al técnico que me mandara al banco, porque no me sentía bien para jugar. Era grande y sabía, me daba cuenta. Me sentía indefenso, porque físicamente estaba mal. Salí como para ponerme bien, a fin de año hablé de hacer la pretemporada. La hice, pasaron algunos partidos, no jugué, iba al banco, seguí compartiendo, pero... ya estaba grande, y dije “listo, hasta acá llegué”.
La consagración popular le llegó en San Lorenzo, con título incluido.
-No. Me ayudó el hecho de no sentirme bien, me lo hizo más fácil. Supongo que que debe ser más difícil cuando te sentís entero, pero a mí no me tocó esa situación.
-Si no hubieses sido futbolista, ¿a qué te habrías dedicado?
-Nunca lo pensé. No sé, mi viejo era abastecedor de carne, y a lo mejor seguía la profesión de él. Es lo más cercano, pero no lo sé. Por suerte, me tocó jugar al fútbol.
-¿En qué momento te diste cuenta de que te ibas a dedicar profesionalmente?
-Se fue dando. Fui a Instituto con 14 años, hice una prueba y quedé. Empecé a jugar, discutí con un compañero y me volví a casa. Era chico. Después jugué un año en Peñarol de Córdoba. A los 17 estaba acá, en Monte Cristo, y había un hombre de apellido Caparrós, que era panadero. Un pariente de él estaba en Racing de Córdoba y me decía que fuera a probarme. Me llevaron junto a dos compañeros más. El técnico era Marino, nos probó, gusté y me quedé en Racing. Ahí empecé en Cuarta División y al año siguiente ya estaba en Reserva. Y a los 20 años arranqué en Primera.
-Te hace debutar el campeón del mundo Miguel Oviedo...
-Sí, la Cata Oviedo. Racing arrancaba el torneo ante Atlético de Rafaela y había un par de refuerzos que todavía no estaban habilitados. Me hicieron viajar por las dudas, no llegaron los dos transfers y debutamos con Adrián Bozoletti.
-Entonces, ¿prácticamente no hiciste inferiores?
-Y sí, llegué a los 18 a Racing y a los 20 me tocó debutar. Así arrancó mi carrera.
-¿En el pueblo sentías, de chico, que te destacabas del resto?
-Sí, uno sabe de sus condiciones. No sé si te imaginás a dónde podés llegar. Yo era un tipo de pueblo. De acá ninguno había llegado a Primera, y me tocó a mí. Lo veía lejano.
-¿Quién era tu referente en el puesto en esa época?
-Miraba mucho a Claudio Marangoni. Me sentía reflejado en él.
-¿Qué recordás de esos inicios en Racing de Córdoba, que vivía una situación muy distinta a la actual?
-Son recuerdos muy lindos. Sos un chico y te pasan muchas cosas. Te cae la ficha y vas afrontando situaciones de forma inconsciente. A mí me pasó así, no sé si a los otros también. Después, con los años valorás más y te das más cuenta.
-Claro, al futbolista le suceden cosas a muy temprana edad y es evaluado como un mayor.
-Exacto, escuchás cada cosa; y si sos muy conocido podés intercambiar opinión, pero si no, a veces no se puede ni abrir la boca. Algunos hablan sin tener la menor idea, no estuvieron adentro, no sintieron lo que es estar adentro y no ponen en la balanza la edad. Al futbolista le pasan cosas con 20-22 años y tiene que asimilarlo rápidamente. Querés salir de joda, te dicen que no salgas... Y sos chico. Hay tantas cosas. Por eso, hay que ver todo el combo. Muchos hablan, pero no es tan fácil. El fútbol tiene cosas buenas y cosas malas.
-Estábamos hablando del inicio en Racing...
-Sí, que fue soñado... Comenzar a jugar en Primera, en un club cerca de mi casa. Fue cumplir el sueño y me pasaron muchas cosas muy lindas. Fue increíble.
Producción para El Gráfico con otras figuras del Granate: Di Carlo, Fabbri y Ojeda.
El juego de Galetto en la Academia cordobesa no pasó desapercibido. Y Talleres gestionó para adquirirlo. Cambio de barrio; y a una presión mayor. Le tocó atravesar por diversas circunstancias, como la “visita” de la barra brava o que cuando el equipo perdía, en la despensa del pueblo todos le reclamaran sobre la derrota. O peor, que su mamá, hincha de la T, enojada por la derrota, no lo saludara. Cosas del “Mundo Talleres”, que el volante central tuvo que vivir.
“Cuando llegué estaba el Pato Pastoriza. Jugué un año y descendimos. Fue un año durísimo. Otra experiencia, que desde afuera no dimensionás nunca. No te imaginás lo que es. Yo tenía 21 años cuando jugué en Talleres con toda esa presión. Llegaba a casa y no sabía dónde meterme. Acá en el pueblo son todos de Talleres y Belgrano. Y me odiaban. No iba ni al bar al que fui toda la vida”, repasa el Conde; y agrega: “Solo iba al bar si ganaba. Le tenía que dar explicaciones a todo el mundo. Hasta en la panadería me reclamaban. Todos hablan de fútbol, saben de fútbol y te piden explicaciones. Fue muy duro”. En ese momento, se aferró con todo a la familia y amigos, “porque si no, era complicado”.
El Pato lo llamaba “Maranga”, por Claudio Marangoni, quien era su ídolo. Pastoriza había tenido al volante en Independiente, y a él le alegraba ese “mimo”. “El Pato era un tipo con mucha calle, me gustó siempre ese carisma que tenía”, rememora.
De ese convulsionado Talleres pasó a un tranquilo Lanús. “Todo distinto. Con menos presión. Llegué por Miguel Russo y el profe Córdoba. Los había enfrentado en la B Nacional cuando yo estaba en Racing, ellos ascendieron y los enfrenté con Talleres, y me vinieron a buscar. Un club espectacular. Fue hermoso”, expresa con una sonrisa y continúa: “Para mí, era como llegar a Europa. Una institución tan distinta. Encima, el primer campeonato anduvimos muy bien, salió campeón Vélez, creo, y ya el segundo torneo no fue tan bueno. Ese equipo jugaba muy bien, estaban el Tapita García, Gambier, Néstor Fabri, Schurrer, Loza, Ojeda. Sentí que caí parado. Se armó una estructura y yo jugaba tic-tac, todo fantástico”.
-Por tu estilo de juego elegante, se te solía criticar. ¿Lo sentías, cómo lo tomabas?
-Las críticas se daban porque la marca nunca fue mi fuerte, y, encima, en aquel momento se jugaba con un solo volante central. Me criticaban porque decían que perdía la espalda. Entonces, le metía esmero a trabajar eso como para que no sucediera, pero lo mío era jugar.
-¿Y cómo tomabas esa crítica a tu estilo?
-No era por lo que decían, sino por el técnico. Te exigen que lo labures, hablábamos con el central de achicar el espacio, de estar atentos. Era consciente de eso y hacía más hincapié en las prácticas para que no se notara. Y para hacerme fuerte en lo que era mío, el juego.
-¿Y con el pasar de los años, notabas la evolución en esa “debilidad”?
-Sí, porque lo trabajaba. Obvio que jugar con esa presión es complicado. En Lanús todos buscaban jugar, estaba más suelto y para mí era más fácil. Vas sintiendo esos cambios, que son importantes.
-¿Qué técnico te ayudó más en ese aspecto?
-De cada uno sacaba algo. Con Russo laburaba mucho en lo táctico, después el Bambino era más motivador, pero me hablaba, no me dejaba perder nunca el medio. Me cuidaba en eso. Le gustaba que jugara de esa manera. El Coco Basile, el Cai Aimar, el Profe Castelli, todos me enseñaban. Aimar impuso lo del doble turno y ver videos para corregir errores, era distinto.
A ritmo de cuarteto con compañeros de San Lorenzo: Monserrat, Arbarello, Rivadero y Escudero.
Monte Cristo es un pueblo pegado a la ciudad de Córdoba. Está a tan solo 25 kilómetros y en menos de 20 minutos se llega desde el centro de La Docta hasta esa localidad que lo tiene a Galetto como su figura más emblemática.
El fútbol y la vida. La vida y el fútbol. Unidas siempre proponen situaciones gratas e ingratas. Afrontarlas, asumirlas, forma parte del proceso. Y el Conde sabe de qué se trata tanto en la vida, como en el fútbol.
Debutó en 1990 en la Academia cordobesa y se retiró en el mismo club del barrio Nueva Italia en el 2003. Durante esos años de carrera tuvo pasos exitosos por Talleres, Lanús, San Lorenzo, Panathinaikos de Grecia. Su hoja de vida dice que disputó 440 partidos oficiales y convirtió 4 goles. Además, formó parte de la Selección cuando Daniel Passarella era el técnico. Pero su momento cúlmine, el de la consagración, y por el que el futbolero lo tiene bien en la memoria, fue en el Clausura de 1995, cuando fue campeón con San Lorenzo.
“Cinco años pasé en el club, llegué cuando estaba el Bambino”, recuerda. En su cabeza conviven una retahíla de emociones y recuerdos al llegar a esa parte de la historia. “Quedé identificado con el club, porque encima metimos el campeonato del 95”, expresa con una sonrisa.
En la carrera de Galetto, le tocó atravesar por distintos “clímax” a medida que pasaba a clubes. Racing de Córdoba distaba bastante de las presiones de Talleres. Las obligaciones en la T eran muy distintas a las que vivió en Lanús. Y ni hablar de lo que fue su mudanza al Ciclón. Otro mundo, muy distinto al que había vivenciado en sus anteriores aventuras futbolísticas.
Con esa tonada cordobesa inconfundible, mientras con la mano derecha tomaba la taza de café y con la izquierda la apoyaba en la mesita, moviendo los dedos, el Conde relata: “Ahí sí que las presión era mayor, llegaba a un club grande. Un grande que, además, hacía 21 años que no salía campeón. Había que lograr el título sí o sí. Mi primer torneo fue el Apertura 94, sale campeón River y nosotros segundos. Hicimos una gran campaña. Y al torneo siguiente, logramos el objetivo. Jugué cinco años en San Lorenzo y pasé por muchas etapas, muy buenas, buenas, malas, de todo. Fue un sueño jugar y ser campeón en San Lorenzo”.
Ese torneo, el Ciclón lo ganó en la última fecha, tras vencer a Rosario Central por 1-0 con gol del Gallego González. El equipo del Bambino Veira obtuvo 30 unidades, una más que su escolta, Gimnasia de La Plata. Cuando El Gráfico le consulta a Galetto sobre qué es lo que más recuerda de ese campeonato, no deja terminar la pregunta y, entusiasmado, responde: “El último partido con Central. Me quedó marcado. Me acuerdo de los nervios, obvio, pero más de cuando íbamos llegando a la cancha. ¡La cantidad de gente que había! ¡Era una locura! Yo no entendía nada. Qué manera de haber gente. Explotaba. El aliento de los hinchas de San Lorenzo era impresionante. Mirá, lo cuento y se me pone la piel de gallina. Es como que lo vuelvo a sentir...”.
Esa última fecha fue histórica. Ustedes estaban segundos, Gimnasia, que enfrentaba a Independiente, lideraba...
-Claro, porque nosotros perdemos con Vélez no sé si faltando uno o dos partidos, después de local, le ganamos de pedo (sic) a Lanús y vamos a Central. Gimnasia nos había pasado y jugaba contra Independiente en esa fecha final. El fuerte del Bambino era la motivación, pero en ese momento no hacía falta nada. Uno trataba de estar tranquilo, pero era imposible. Muchos nervios. Del partido me acuerdo cuando yerra el penal Javier (Neto).
-¿Y qué sentiste en ese momento, porque Neto no erraba nunca?-Me dij
e: “Acá perdemos el campeonato”. Pensé eso, porque primero nosotros teníamos que ganar sí o sí, y ellos, Gimnasia, tenían que perder. Y ya era difícil que perdieran. Ellos jugaban de local, no era sencillo. Encima, la mala suerte de que Javier falle el penal. Se complicaba, por más que veía que nosotros estábamos bien. Era una tensión increíble.
-¿Les llegaba lo que sucedía en La Plata?
-Cuando Independiente hizo el gol, la tribuna lo gritó. Lo sentimos. Y a los pocos minutos, lo metimos nosotros y cambió todo. Y entró Marcelo Tinelli a la cancha y terminó el partido. Lo cortó ese loco (se ríe). Encima eso también: Tinelli, todos los días en su programa, estaba dale y dale con el campeonato. Era otra presión también, eh. Pero eso creo que también ayudó a que quedemos tan marcados en la historia. Fue muy fuerte, porque además hacía 21 años que no se salía campeón. Tinelli le daba una manija tremenda. Y cuando estaba terminando, apareció desde el túnel con una banda de gente y se acabó ahí.
-¿Y cómo era el Bambino con vos? Supiste decir que te tenía de punto.
-Sí, sí, me gritaba todo el tiempo a mí. Yo era joven y pensaba: “¿Qué le pasa a este tipo conmigo? ¿Por qué me grita a mí siempre?”. Y obvio que tenía razón. En ese momento no me daba cuenta, pero me gritaba para bien mío, para ordenarme. Me tenía cortito, claro, porque yo era vago. Estaba todo el tiempo chuzándome (sic) para que no aflojara... Un día, en una práctica, desde la tribuna, me gritó: “¡¿Estás en un cumpleaños?!”. Era un jueves, y el miércoles nos habíamos juntado y me había acostado tarde. Tenía una mañana olvidable. No la agarraba en la práctica de fútbol. Nada. El Bambino se había sentado en la tribuna a tomar sol y nos miraba. Y de ahí me gritó: “¡¿Qué estás, en un cumpleaños?!”. Y todos mis compañeros se empezaron a cagar de risa. Me comí una gastada. Hasta el día de hoy me lo recuerdan. El Bambino tenía esos arranques. En la pretemporada, a veces, al Pampa Biaggio no lo dejaba practicar, porque decía que se le iba a romper. “El es de cristal”, decía, y lo hacía quedar en el colectivo. No hacía la parte fuerte, porque lo quería cuidar bien.
-Ese equipo tenía a tipos fuertes como Ruggeri, Silas...
-Ruggeri imponía su presencia en la cancha. Pero en el vestuario era uno más. Ya era campeón del mundo, pero sumaba, apoyaba. Hicimos una buena amistad con el Cabezón. Fue muy lindo compartir el vestuario y jugar con él. Y con Silas también, crack. Bien brasilero. Era una cosa de amor y odio, en un mismo partido. Por ahí lo puteabas porque desaparecía y por ahí aparecía y hacía un quilombo. Cuando estaba iluminado, hacía cada cosa... Te salía con esos pasitos, esa bicicleta. Tuve muy buenos compañeros en San Lorenzo y grandes jugadores como Pipo Gorosito o el Beto Acosta.
-¿De las malas en San Lorenzo, cuál recordás?
-Cuando se tuvo que ir el Bambino. Fue después de una racha de no sé cuántos partidos sin ganar. Y cuando nos eliminó River de la Copa Libertadores.
"Quedé identificado con San Lorenzo por el título del 95. Hacía 21 años que no salía campeón."
En 1999, Galetto emigró al Panathinaikos griego. Sus primeros días fueron una odisea en las tierras de Homero. Le resultaba imposible comunicarse. No entendía el idioma, y no había casi nadie que hablara español, ni inglés.
“Me salió esta posibilidad con 28 años. Y consideré, junto con mi señora, que era momento de cambiar de aire, probar otra cosa. Una experiencia muy linda, jugar copas europeas… aunque estuve demasiado en el banco. El técnico nunca me quiso porque me había llevado el presidente. Después tuve a Markarian, a otro griego… jugaba, pero no siempre titular, y eso fue contraproducente para mí. Normalmente siempre fui lento, y no jugar y no entrenar al ritmo de competencia me pasó factura para cuando volví”, analiza. Cumplió los tres años de contrato en Panathinaikos, donde se lo recuerda por un gol en el clásico ante Olympiakos. Pero la adaptación no fue fácil. “De San Lorenzo, donde la pasaba tan bien y era un gusto ir a entrenar, pasé a un grupo donde no conocía a nadie, me hacían bromas en su idioma, se me cagaban de risa y yo no entendía. Pero más allá de que no rendí como quería, jugué Champions, fue una gran experiencia”, expresa. Y regresó a Lanús, aunque, como él dice, su físico comenzó a pasarle factura.
Con elegancia, con exquisitez, tanto para cortar un avance rival como para distribuir la pelota en el mediocampo. Cabeza levantada, mirada perimetral, exacto en el pase, piernas largas, trote distinguido, plantado en el centro de la cancha con una prestancia de un jugador difícil de encontrar en estas épocas. Así jugaba Fernando Galetto. Así se lo recuerda al Conde de Monte Cristo...
Por Marcos J. Villalobo / Fotos: Nicolás Aguilera y Archivo El Gráfico.
Nota publicada en la edición de Septiembre de 2017 de El Gráfico