La jornada está aquí

Argentina campeón, un show de La Renga y el círculo que se cerró con la persona espectacular que se nos fue

Una historia personal, a dos años de una pérdida irreparable, con Independiente y el trabajo como puntos de partida y con la consagración en Qatar y una invitación al primer banquete de 2023 como frutilla del postre.

Por Panqui Molina ·

22 de febrero de 2024

Esta crónica fue publicada por primera vez el 22 de febrero de 2023

SER NUEVO

EN ENERO DE 2012 empecé a trabajar en un lugar nuevo. Mi laburo era visualizar todos los goles de las ediciones anteriores de la Copa Libertadores de los equipos brasileños e indicar el minuto y el autor del gol para ahorrarle el trabajo al editor. 

Caminaba por la empresa con una pila gigante de betas y me administraba el trabajo a mi manera. Podía sacar la información de internet, pero era nuevo y no quería fallar. Por eso estaba entre 6 y 8 horas por día viendo partidos viejos. Me ubicaba en un cuarto compartido con varias personas que preferían ignorarme. Veía buena onda entre los demás, pero a mí no me daban bola. Apenas me saludaban. 

Independiente había perdido contra Estudiantes y yo fui a la cancha, en uno de esos partidos que preferiría olvidar. Nos esperaba la B Nacional y una sensación de resignación se apoderaba de mi cuerpo. 

El lunes en el laburo se hizo presente en ese cuarto, que ya era mi segunda casa, una persona inmensa, de casi 2 metros de altura. Me incluyó en el saludo general y después de observar lo que estaba haciendo me preguntó si yo había ido al Estadio Único de La Plata el fin de semana. Le dije que sí. Charlamos dos o tres palabras, dijimos que con Ramón Díaz no íbamos a ningún lado, nos saludamos y la vida siguió. Gracias a Independiente entablé un diálogo sostenido con alguien de la empresa por primera vez.

En marzo mi trabajo de visualizar goles de Brasil para el que me habían contratado ya estaba terminado. Mi vínculo finalizaba en unos días y el futuro era incierto. Mientras tanto, me reubicaron en uno de esos programas de verano, con protagonistas en la playa y modelos que muestran el culo en primer plano en una TV todavía sin deconstrucción. 

River peregrinaba por la segunda categoría y había que conseguir un paño de imágenes del entrenamiento de los últimos días. Alguien me dijo que fuera a pedirlas al noticiero, el lugar en donde, después entendí, se resuelven todos los problemas ajenos. Me apersoné ante el jefe del área y me derivó con la misma persona gigante que días antes me había encontrado en la cancha. Además de saludarme, como si me conociera de toda la vida, me dijo “Hola Panqui”, algo que me sorprendió porque yo sabía perfectamente que se llamaba Guido, pero por culpa de mi timidez me cuesta llamar por su nombre a las personas en los primeros contactos. 

Me senté en su computadora y me dio una mano con las benditas imágenes de River. Independiente se volvió a hacer presente en la charla. La reciente salida de Ramón Díaz era un motivo de alivio y preocupación de cara al futuro. 

EL NOTICIERO, INDEPENDIENTE, TODO ES NADA Y NADA ES LO MISMO

Avanzó marzo, mi contrato se terminó pero decidieron reubicarme en el noticiero, con la misma gente con la que venía compartiendo el espacio y me daba la espalda. Tenía una sola referencia: la persona que me había reconocido en la cancha y me había dado una mano con las imágenes de River. 

Mi jefe me insertó en el grupo de la noche, en esa especie de derecho de piso que tienen que pagar los nuevos cuando son nuevos. Guido, mi faro entre tanto desconocido, no se presentó a trabajar durante mis primeros 15 días por un diagnóstico errado de paperas. 

La primera vez que coincidimos fue un domingo a la noche. En el medio de la jornada, pasó con un menú, una hoja y birome por todas las computadoras levantando el pedido para comer. El aroma de los sandwiches de milanesa, de bondiola, las empanadas fritas y las papas a la provenzal se mezclaban en la redacción mientras avanzábamos en la preparación del noticiero que empezaría en horas. Independiente tuvo otro de esos partidos que preferiría olvidar. Perdió 3-0 contra Colón en Santa Fe y la cercanía con el aire no nos dio tiempo ni para lamentarnos por nuestro triste presente. 

Pasé 2012 compartiendo con Guido algunas horas a la semana. Él era del turno tarde y solamente nos veíamos entre el final de su jornada y el principio de la mía. 

En septiembre me pedí un día para ir a Uruguay a ver a Independiente. Viajé con dos de mis hermanos en Buquebus y al poner un pie en el barco recibí una palmada en la espalda que casi me tira al piso. Era Guido, que también hacía uso de uno de sus francos compensatorios para cruzar el charco. Iba solo y allá lo esperaban unos amigos. Necesitó de una ronda de mate para hacer con mis hermanos lo mismo que había hecho cuando me conoció a mí: mostrarse como alguien cercano.

Al año siguiente hubo modificaciones en los turnos y Guido pasó a ser el productor ejecutivo de la noche. De repente empezamos a vernos 8 horas en 6 de los 7 días de la semana. Su primera medida fue establecer que los viernes se pida pizza para comer. El noticiero cerraba la jornada, iba todos los días del año y a diferencia con otros turnos era ilevantable. El horario del aire variaba según los partidos de Copa Libertadores y Copa Sudamericana o el evento que la señal decidiera transmitir. La presencia de los mexicanos en las competencias internacionales nos hacía víctimas de su maldito GMT -6. En todos esos días en los que el noticiero no salía en el horario convencional (de 0.00 a 1.30) estaba establecido que eran “noches de 100 pesos”, el billete de mayor valor hasta el momento. También lo impuso Guido, siempre en la búsqueda del bienestar grupal y de hacer que trabajar fuera una excusa para pasarla bien. El plan incluía combo de Mc Donalds y helado de Freddo de postre. La comida nos daba lo que la vida nos quitaba.

El triste presente de Independiente era tema de conversación en cada jornada laboral. Especulábamos, imaginábamos posibles escenarios, hacíamos cálculos y combinaciones de resultados. Vivíamos pero en realidad por dentro preferíamos no hacerlo para evitar ver lo que ya sabíamos que iba a pasar. La B Nacional estaba a la vuelta de la esquina pero esa cosa medio incomprensible que implica ser hincha nos hacía todavía mantener una mínima ilusión porque “si ganamos acá, Quilmes pierde, San Martín de San Juan empata y nosotros volvemos a ganar ojo que todavía seguimos peleando”. 

Al día siguiente de la derrota contra River, cuando el descenso era cuestión de días, el llanto desconsolado de Guido en la tribuna se apoderó de la primera plana del Olé. Alguien interpretó que la contradictoria imagen de su inmensidad con el rostro desfigurado por las lágrimas era el reflejo perfecto del dolor del hincha y decidió llevarlo a la tapa del diario. A él no le gustó nada, obvio.

 

Imagen Guido en la tapa de Olé, en el momento más crítico en la historia de Independiente
Guido en la tapa de Olé, en el momento más crítico en la historia de Independiente
 

El año en la otra categoría hizo que la presencia de Guido en la cancha fuera esporádica. Su vínculo con el club de sus amores fue como esas relaciones desgastadas que necesitan de un tiempo para repensar cómo seguir. Alguna vez eligió ir al teatro o a un recital antes de ver el partido por la televisión. 

El desencanto con el fútbol en general y con Independiente en particular fue total. No tenía ni ganas de hablar del tema y hasta el “buscate” de un medio partidario lo encontró durmiendo en la platea Erico Alta en un aburrido empate 1-1 contra Unión en un día de semana. El punto final a la pesadilla, a eso que nos hizo estar muertos en vida, fue en La Plata, en el mismo lugar en donde él me ubicó cuando todavía no nos conocíamos y en donde nos encontramos a la salida del Estadio Único y nos saludamos como dos personas que apenas se dan el pésame. 

Todo siguió más o menos igual en los siguientes años hasta que en 2017 hubo una serie de cambios. Guido dejó el noticiero y consiguió el buscado pase “al otro sector”. Perdimos la cotidianeidad pero no dejamos de vernos. Su casa en La Paternal, a metros de la cancha de Argentinos, fue la sede de múltiples encuentros, de parrillas repletas de distintos animales a las brasas, de bebidas infinitas con La Renga haciéndose escuchar en los parlantes. 

 

Imagen La casa de Guido en La Paternal, sede de múltiples encuentros
La casa de Guido en La Paternal, sede de múltiples encuentros
 

El 13 de diciembre de ese año, Independiente hizo gala de su mote de Rey de Copas y se consagró campeón de la Copa Sudamericana contra Flamengo en Brasil. Guido fue uno de los afortunados que consiguió una de las poquísimas entradas que el club decidió vender por la web para el partido decisivo. Mientras todos puteábamos por el sistema colapsado y sospechábamos sobre un manejo poco discrecional, él fue a la sede a retirar su ticket que había conseguido por hacer click a la hora y el momento indicado. Yo moví cielo y tierra para estar ahí y viajé sin tener mi lugar asegurado. 

Después de una hazaña personal (gracias AG) en territorio hostil, conseguí entrar al mítico Maracaná para ver a ese Independiente que tantas veces nos habían contado gritar campeón. A la salida, mientras bajábamos por la rampa de la felicidad, también me crucé a Guido entre la marea roja. Transpiraba alegría, derrochaba euforia y ya casi no tenía voz. Nos dimos un abrazo que nada tuvo que ver con el encuentro sufrido tres años antes en La Plata.

 

El encuentro con Guido en la rampa de la felicidad del Maracaná
 

LA DESPEDIDA INVOLUNTARIA

En marzo de 2020 nos mandaron a nuestras casas antes de que Alberto Fernández decretara el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. El noticiero dejó de salir y nos quedamos con la única certeza de que ya nada iba a ser igual que antes. 

Para fin de año, me enteré de que Guido había tomado la decisión de no seguir. Me salió mandarle un mensaje, que palabras más, palabras menos decía que guardaba los mejores recuerdos, que ojalá la vida nos volviera a cruzar, aunque sea con Independiente como excusa, y que no tenía dudas de que se iba a poder insertar rápido porque le sobraba talento para que le vaya bien en lo que decida. 

Casi una hora después, la respuesta llegó con un audio que decía exactamente así:Qué hacés amigo, ¿todo bien? Gracias por el mensaje y por tus palabras. Me llevo lo mejor. Me llevo experiencias, un montón de momentos compartidos hermosos con todos, pero por sobre todo me llevo un gran valor humano de gente que conocí, obviamente en donde te incluyo. Haré algún currito de televisión y esas cosas personales y después laburar con mi viejo. Es un ciclo que se tenía que cerrar”. 

Y después de algún que otro mensaje, ese 4 de diciembre de 2020 fue la última vez que hablamos. Fue una despedida involuntaria para su salida voluntaria, con las palabras justas y necesarias pero sin saber que sería la última vez. 

Llegó el 2021, siguió la pandemia, me enteré de su caso positivo con un parte no muy esperanzador y me salió mandarle un mensaje.

"Hola amigo, me enteré que estás internado. Te mando mucha fuerza, va a salir todo bien. Por las dudas no prendas la Tv a la hora del partido de Independiente para evitar hacerte mala sangre. Abrazo enorme!!!"

El único tic gris de Whatsapp y la lejanía con la última hora de conexión me hicieron notar que la cosa no iba bien. Intenté contagiar mi infundado optimismo aun cuando sabía que el panorama estaba complicado. 

Más tarde, Independiente le ganó casi sin patear al arco a Patronato, en, una vez más, otro de esos partidos que preferiría olvidar, y lo interpreté como un guiño del destino, como una alineación de planetas que empezaba en el Rojo y seguía con la salud de Guido. 

El 22 de febrero de 2021 llegó el mensaje que nunca creí que iba a doler tanto. Desde el silencio y a la distancia imaginé el impacto de una noticia así en sus más cercanos. En Flor, su mujer. En su viejo, con el que había decidido empezar a trabajar. En Stéfano, el sobrino, por quien se desvivía. En Juan Cruz, con quien tenía una complicidad única y hasta envidiable. En sus amigos de Independiente, con los que conformaba un grupo fundamentalista del paladar negro. Y en todos aquellos a los que Guido nos dejó algo. 

Con Guido se fue una parte de mi vida, una etapa imborrable, dimensionada con el paso del tiempo por todo lo que vino después. Cuando vivís a contramano de los demás, los que están en tu misma sintonía pasan a ser los que más y mejor te entienden. Lloré su partida en la soledad del homeoffice, lejos de todos los que compartimos tanto tiempo.

Guido supo ser el líder de un grupo que se divertía para trabajar y trabajaba para divertirse. Guido fue la predisposición para solucionar problemas ajenos, el apoyo a los suyos con uñas y dientes, el pensamiento constante en cómo mejorarles la vida a los demás, con una generosidad proporcional a su tamaño.

Si ya nada iba a ser como antes en lo laboral, su pérdida también vino a confirmar eso. Por un lado agradezco que la pandemia haya trastocado los planes al nivel de que el noticiero haya desaparecido de la grilla y que la redacción haya sido reconvertida en un sector de oficinas. Sería imposible pretender que todo siga igual desde la partida de Guido, incluso cuando él ya había dejado el noticiero hace unos años y ya ni siquiera formaba parte de la empresa.

Al poco tiempo hubo un reconocimiento en el hall central del canal. Fueron invitados sus familiares, se dijeron palabras emotivas, cantaron una canción en su honor y al finalizar se descubrió una placa que decía“Homenaje a Guido Beroldo”en la puerta de entrada a la Suite, el control en donde se hacía el noticiero. Al término del evento, el techo empezó a gotear. Hay veces que es mejor creer para no reventar.

 

Imagen Un instante después del homenaje en la puerta de la mítica Suite hubo que poner un balde porque el techo empezó a gotear
Un instante después del homenaje en la puerta de la mítica Suite hubo que poner un balde porque el techo empezó a gotear
 

 

LA VIDA DESPUÉS DE GUIDO

Desembarqué en El Gráfico de un día para el otro, con todo por descubrir pero en la soledad del home office. Después de dos años llegó Qatar 2022. La revista más influyente en la historia del deporte es ahora un medio multiplataforma. El boom de la Selección Argentina fue también un récord histórico de visitas en la web y un crecimiento exponencial en sus múltiples redes.

 

Entre las cosas que se hicieron llegó una felicitación de alguien del entorno de La Renga conmovido porque las imágenes de la Selección que inundan el feed de Instagram habían sido acompañadas con “El final es en donde partí”, “Panic show” y otros hits de la banda de rock argentina por excelencia.

El mensaje incluía una invitación para el recital de Mercedes, primer banquete de 2023. Cuentan quienes fueron que terminaron en el camarín, reunidos con los miembros del staff y los propios protagonistas. El fútbol, nuestro trabajo, Argentina campeón y la música se juntaron en un momento único. Y ahí también “apareció” Guido.

 

Imagen Guido con Chizzo Nápoli, el líder de La Renga. Su fanatismo lo llevó a conocer la intimidad de la banda
Guido con Chizzo Nápoli, el líder de La Renga. Su fanatismo lo llevó a conocer la intimidad de la banda
 

Lo que llegó a los ojos de La Renga fue, en gran parte, por no decir casi en su totalidad, una idea de Mariano San Marco, el encargado de ponerle cabeza, creatividad y corazón a cada uno de los contenidos. Había preparado una biblioteca musical con cumbia, trap y la música que escuchan los jugadores, pero por esas cosas que solamente el futbolero puede entender la derrota contra Arabia Saudita lo obligó a cambiar. Así llegó a La Renga, su grupo preferido, el mismo que se le hace difícil escuchar sin pensar en Guido. Su elección fue también una manera de homenajearlo.

“Viste que en el laburo te hacés amigos que no son tus mejores amigos, pero que sabés que son re buenas amistades. Con Guido me pasaba eso”, me dijo en un audio con la verborragia que lo caracteriza.

Así como ese abrazo en el Maracaná cerró el círculo que se abrió esa tarde repleta de angustia y lluvia en La Plata, el reconocimiento de La Renga vino a hacer lo propio con nosotros y con nuestro trabajo. Mariano me lo reafirma: “Lo que fue un homenaje para Guido terminó con Argentina campeón y con La Renga, la banda que a él tanto le gustaba, buscándonos a nosotros”.

Me queda el consuelo de que, aunque haya sido en otro contexto, le pude decir algo de lo que pensaba de él. Son dos años de ese día y yo solamente pienso en la persona espectacular que se nos fue.

 

El Grafico, La Renga Y Guido
 

FOTO DE PORTADA: AFP Y LA RENGA