Conmebol Libertadores

Valentín Barco: del Renault 12 y el sánguche compartido a la primera plana de Boca

La profunda historia de la gran aparición xeneize de los últimos 30 años y el espinoso sendero a otra gran actuación en la Bombonera.

Por Pablo Amalfitano ·

10 de agosto de 2023

HABÍA TRANSCURRIDO un puñado de minutos de las diez y media de la noche. Boca dominaba la escena: ganaba 2-1 ante Nacional de Montevideo en la Bombonera y tenía abrochado el pase a cuartos de final de la Copa Libertadores. Era el momento para sentenciar el resultado.

El partido pedía a Exequiel Zeballos para desequilibrar la escasa resistencia que sobrevivía en el área de los uruguayos. El entrenador Jorge Almirón, sin embargo, tenía otros planes. Sacó a Miguel Merentiel, el centrodelantero que había abierto el marcador con un implacable cabezazo, y puso a Marcelo Weigandt, un lateral derecho para rearmar una suerte de abroquelamiento y llevarse en el bolsillo el 2-1.

Fútbol, dinámica de lo impensado. Tenía razón Dante Panzeri, acaso el director de El Gráfico más entrañable del centenar de años de la revista, el periodista "más citado y menos leído". Con poco, con una pizca de ímpetu, Nacional seguía en el partido. Parecía mentira: Almirón, aquel técnico que había flameado las banderas del fútbol bien jugado, de la idea de defenderse con la pelota en equipos como su glorioso Lanús, permeaba ante la timorata posibilidad de un nuevo fracaso boquense. Definir el resultado o cuidarse: eligió cuidarse. Para qué: empató Nacional y forzó los penales.

Durante la sufrida media hora final de Boca y hasta el tardío ingreso de Zeballos cuando faltaban tres minutos para cumplirse el tiempo reglamentario, sólo un jugador tomó la batuta de la orquesta y, con guapeza de barrio y la fuerza de una joven locomotora sin miedo a nada, llevó el equipo hacia adelante. Como marca la historia de Boca. Como pide la Copa Libertadores.

Valentín Barco se adueñó del panorama y del ambiente. No parece ser un chico nacido para el reparto. Con 19 años recién cumplidos, es el actor principal de este Boca cuartofinalista de la Copa Libertadores, este Boca que tiene apenas cinco partidos por delante para conseguir su máxima obsesión. El contexto no es Hollywood. O sí: la Bombonera, en las noches de Copa, abraza una suerte de magia que bien podría asemejarse a lo que sucede en las mejores películas.

 

El partido de Valentín Barco contra Nacional.
 

Resulta necesario rebobinar unas semanas para dibujar la escenografía de la coyuntura. No habría cuartos de final sin fase de grupos. El 18 de abril pasado Boca perdía 1-0 ante el Deportivo Pereira colombiano y, en caso de mantenerse el resultado, todos en el Xeneize sabían que deberían sufrir las venideras cuatro fechas para superar la primera ronda de la Copa. Ya se había originado el epílogo y la Bombonera había desempolvado, después de un largo tiempo, el fuerte reclamo de otras épocas: "Jugadores, a ver si ponen huevos, que están jugando en Boca...".

El pequeño Barco, entonces, toma la pelota. La reclama. Encara. Atropella. Y la cancha se mueve. Y los hinchas enloquecen. No es para menos: ese coloradito de apenas 18 años emergía como la última gran aparición de Boca en los últimos 30 años. Acaso desde que brillara en los inicios Juan Román Riquelme no se veía un jugador de semejante desfachatez para acariciar la pelota y desordenar el orden del rival. Boca, entonces, gana. Boca, entonces, respira. Hay vida en la Libertadores.

Ahora es necesario adelantar la cinta hasta el presente. La Copa es la misma pero el rival es otro y la instancia es otra. Pero Barco es el mismo, con una única diferencia: tiene celebrado apenas un cumpleaños más. El desfile del lateral-volante izquierdo de Boca resulta fabuloso. Un ejemplo lo pinta de pies a cabeza: apoyado en la banda izquierda suelta un pase sin mirar y los uruguayos se le van al humo. Típico: sucede cuando hay un jugador al que no podés frenar. La calma en su rostro se complementa con la pulsión de sus compañeros por protegerlo. Nadie quiere que le hagan daño a una joya.

El desfile también contiene un cierre digno del Oscar: en la definición decidió hacerle un mimo a la pelota para que transitara, lenta y al ras, con rumbo de red. Boca está en cuartos de final.

"No nos sorprende: así juega todos los entrenamientos, Es un chico inteligente. Contra Pereira lo ovacionaron, se puso el equipo al hombro y levantó a la gente. Tiene mucha personalidad", destacó Almirón, ya con la paz de haber logrado el pase a la instancia de los ocho mejores, una zona que Boca no pisaba desde la edición de 2020.

 

Una infancia de escasez

Barco, nacido el 23 de julio de 2004, tenía sólo nueve años. El suceso es sistemático: cuatro veces por semana recorre unos 225 kilómetros de ida y otros 225 kilómetros de vuelta entre 25 de Mayo -una pequeña localidad al centro-norte del interior de la provincia de Buenos Aires- y el predio de infantiles que Boca tenía en La Candela, en San Justo.

Seis horas de viaje. El motor es la idea de materializar un sueño. El vehículo, el Renault 12 gris de su padre Walter y de su madre Patricia. Un periplo que se repite, una y otra vez, para conquistar una quimera. El recurrente trayecto nació por el ojo clínico de un legendario cazatalentos de Boca: Ramón Maddoni.

Aquel descollante partido ante Deportivo Pereira disparó dos genuinas declaraciones que describen el fenómeno Barco y por qué llegó a donde llegó. El descubridor del lateral izquierdo soltó: “No es pedantería: cuando lo descubrí ya lo veía en Primera. Era un jugador diferente. Yo sabía que en algún momento iba a hacer algo distinto".

Mamá Patricia, por otro lado, eligió la génesis del prodigio, con el Renault 12 como la aeronave de los deseos: “Había veces que no teníamos nada para llevar. Teníamos para pagar el gas y el peaje. Volvíamos de La Candela y le daban un sánguche y un juguito. En el auto él preparaba el mate y me daba medio sánguche a mí. ‘Yo sé que vos también tenés hambre’, me decía. Y yo no se lo agarraba".

Diez años después de aquel cúmulo de sacrificios, dos años luego del debut oficial con la camiseta azul y oro -el 16 de julio de 2021, en el empate 1-1 ante Unión en Santa Fe, con Miguel Russo como entrenador; tenía apenas 16 años-, Barco no sólo juega y hace jugar. También habla y rectifica con personalidad.

Elegido como la figura rutilante del partido ante Nacional, el defensor fue consultado por un cronista que, aunque parezca mentira, confundió su nombre. "Valentín me llamo. Valentín. Valentín Barco", insistió, con calma, el sagaz jugador. Nada mal para un chico que pocos años atrás quería compartir con su madre un único sánguche en un viejo Renault 12.

 

La templanza de Barco para patear el penal.
 

Imagen de portada: Boca