¡Habla memoria!

Román de Paternal

Esta es la historia imprescindible para entender por qué Riquelme eligió a Argentinos para sus últimas gambetas en el fútbol. Cuenta los tiempos felices de un chico que sólo quería jugar a la pelota con sus amigos.

Por Redacción EG ·

23 de febrero de 2018
Imagen RIQUELME en las inferiores de Argentinos, donde le enseñaron todos los fundamentos del fútbol.
RIQUELME en las inferiores de Argentinos, donde le enseñaron todos los fundamentos del fútbol.

El sábado 9 de agosto de 2014, Juan Román Riquelme jugó por primera vez un partido oficial para Argentinos Juniors, su segundo equipo en el fútbol nacional después de su consagratorio paso por Boca, un doble ciclo en el cielo –de 1996 a 2002 y de 2007 a 2014– que chocó contra el frente de tormenta instalado por el presidente Daniel Angelici. La fecha y el resultado del debut –Román convirtió el gol del triunfo 1-0 ante Boca Unidos de Corrientes, por el campeonato de la B Nacional– servirán de efeméride para recordar el kilómetro cero en la imprevista y acaso desconcertante aventura de uno de los deportistas argentinos más inspiradores. Riquelme, sin embargo, nunca fue un outsider en La Paternal: el chico de la mirada inquisidora se educó entre 1991 y 1996 en las divisiones inferiores del club que gestó a varios de los mejores futbolistas del país, entre ellos Diego Maradona. La esquina de Boyacá y Juan Agustín García debería ser declarada La Soborna del fútbol criollo.

La prehistoria de Riquelme en Argentinos comenzó en la Prenovena División y terminó en la Quinta. Todavía era un pibe anónimo, pero ya hacía malabares en canchas de tierra y el club, recién descendido a la B Nacional y en el dilema de recaudar dinero urgente o esperar genialidades a futuro, decidió venderlo junto con otras promesas emergentes. No deja de ser una imagen melancólica: La Paternal prestando su vientre futbolístico para que los cracks debuten en Primera con otras camisetas. Al Román de inferiores lo buscaron del Barcelona y se probó en River, pero finalmente pasó a Boca. Su último partido en las divisiones formativas de Argentinos fue una goleada 4 a 1, en Quinta, justamente contra el club que lo contrataría y en el que –ya como profesional– desbancaría hasta al propio Maradona como el jugador más idolatrado en la historia azul y amarilla. La chequera voraz de Mauricio Macri, entonces un presidente de Boca que intentaba alejarse de los resultados adversos como si huyera del ébola en Africa, completó la operación.

Atrás quedaba la primera etapa de Riquelme en Argentinos, cinco años en los que la estrella impávida comenzó como suplente y alternó de volante central hasta que volvió a su puesto natural, el de enganche, siempre al ritmo de la categoría 78, un equipo mítico que convocaba a centenares de hinchas y que eyectó a varios futbolistas que poco después llegarían a Primera –cuando la mayoría ya habían sido transferidos a otros clubes–: Cristian Ledesma, Mariano Herrón, Emanuel Ruiz, Nicolás Cambiasso y Martín Tradito, más la presencia ocasional de un clase 80, Esteban Cambiasso, el Cuchu. Riquelme y sus compañeros también dieron un par de vueltas olímpicas en torneos nacionales y extranjeros, aunque la mitología sostiene que pudieron haber sido campeones más veces si no fuera que los entrenadores los imbuían de un mensaje contracultural, el de priorizar el buen juego y la formación técnica en detrimento de los triunfos.

Imagen JUNTO AL "Lobo" Ledesma y Ruiz en Italia.
JUNTO AL "Lobo" Ledesma y Ruiz en Italia.
Riquelme descubrió La Paternal –¿o habría que decir lo inverso?– por intermedio de su padre futbolístico, Jorge Rodríguez, el hombre que había orientado sus pasos iniciales en La Carpita, un equipo artesanal del barrio San Jorge, en Don Torcuato, partido de Tigre, donde vivía la familia Riquelme. Román tenía 12 años y –en concreto– desembarcó en Parque, el afamado club de baby fútbol en el que ya correteaban muchos de los pibes que también serían sus compañeros en Argentinos: Herrón, Ruiz y el mayor de los hermanos Cambiasso, el arquero.

Entre las dos instituciones había un convenio para la detección de pequeños virtuosos. La prueba que Riquelme debió pasar fue una formalidad: los chicos de La Carpita llegaron hasta El Globo, la cancha techada de Malvinas Argentinas, una de las sedes de Argentinos –también en La Paternal–, para jugar un partido contra Parque. En un par de jugadas quedó en evidencia que aquel pibe monosilábico tenía una facilidad fuera de lo común para pisar la pelota con la pierna derecha. Su fútbol era tántrico: lento pero sabio, o tal vez sabio –justamente– por lento. Aunque medía menos que el resto y le faltaba fuerza física, el talento compensaba su debilidad corporal, y el técnico de Parque, Ramón Maddoni, bajó el martillo: “Se queda acá”.

Ya con los colores circenses de su nuevo club de baby fútbol –camiseta verde y roja–, y a pesar de que todavía faltaba alguna firma para oficializar el pase, a Riquelme lo infiltraron para que jugara un único partido, la final de un torneo organizado por la revista Solo Fútbol contra Sol de Plata, en Lanús. La inclusión contrarreloj, esta vez sí, tenía criterios resultadistas: había que ganar ese título, y entre Parque y Riquelme lo consiguieron. Aquella tarde, suspendida en el tiempo y en algún gimnasio despintado del sur del Gran Buenos Aires, podría ser señalada como la génesis de un deportista que a su don natural le agregaría la codicia del triunfo. El cóctel deportivo que atrapa a millones: el artista en armonía con la desesperación de ganar.

Enseguida, a comienzos de 1991, llegó el salto a Argentinos. Campeonato de Prenovena División, torneo organizado por la AFA, fútbol de once contra once en lugar de cinco contra cinco, y canchas de césped (o mejor dicho de polvo, barro y algunas matas verdes) en vez de cemento. Un mundo se le abría. Todo era nuevo y excitante, también las amistades, y Román empatizó con Ruiz –Suchard Ruiz– y Sebastián Arbo –Cachi–, un chico que no llegaría a debutar en Primera, pero que era líder natural en aquel grupo.

El trío se hizo inseparable. Ruiz era de San Martín; Arbo, de Florida; y Riquelme, de Don Torcuato; pero daba igual: muchas noches dormían en una misma casa y al día siguiente viajaban juntos hacia el entrenamiento. Argentinos era un club gitano a toda escala: con su estadio de La Paternal derruido e inhabilitado –había dejado de usarse para partidos oficiales en 1984–, el equipo de Primera jugaba como local en Ferro, Vélez, Huracán y Deportivo Español. Las inferiores, a su vez, peregrinaban en lo cotidiano por el predio de la UTN en el Bajo Flores, la cancha de General Lamadrid en Devoto o la propia de Argentinos.

Cuando la práctica era en La Paternal –con el campo de juego en malas condiciones, tablones de la vieja tribuna de madera resquebrajándose y la barra brava copando la periferia–, Riquelme y su banda se tomaban el 365 en dirección a Puente Saavedra y conectaban con el 133 hasta el templo semiabandonado de Boyacá. Nada los detenía. Eran felices y lo sabían. También el postentrenamiento era un regocijo: almuerzo en lo de Tony, el bar de la esquina del estadio, y confraternización con los chicos de las otras categorías, Juan Pablo Sorín y Sebastián Pena de la 76; Diego Markic, Diego Placente y Nicolás Diez de la 77; César La Paglia y Daniel y Pablo Islas de la 79; y Federico Insúa y Esteban Cambiasso de la 80. La supervivencia del potrero urbano: el futuro del fútbol argentino compartiendo una gaseosa y un sándwich en el cordón de la vereda de un barrio con calles adoquinadas. Y ya por la tarde, en el regreso hacia la zona norte del Gran Buenos Aires, los pocos pesos que les quedaban a Riquelme y a sus amigos servían para comprarse un par de porciones de pizza en la estación Aristóbulo del Valle, del ferrocarril Belgrano Norte, de nuevo en Puente Saavedra. Una vez cumplido el ritual, se subían al tren sin pagar boleto y oteaban para que no aparecieran los guardas.

El problema es que Riquelme, en sus comienzos, jugaba poco o nada. Estaba relegado como suplente. Maddoni en la Prenovena –en 1991– y José Morales en la Novena –al año siguiente– eran entrenadores que no terminaban de confiar en aquel enganche al que su físico magro le soplaba en contra. Su apocamiento tampoco lo impulsaba: era de pocas palabras, introvertido, desconfiado. Y entre Román y su padre, Cacho, comenzaron a dudar: ¿Conviene seguir en Argentinos? ¿O es mejor buscarse otro club? Al menos, en medio de esas dos temporadas en las que el genio incomprendido pacía al costado de la cancha, Argentinos le ganó 1 a 0 a River el desempate por el título de la Prenovena, en cancha de All Boys, y Riquelme dio la primera vuelta olímpica de su carrera “adulta”, o mejor dicho en torneos de AFA. Pero fue un festejo aislado. El desconcierto continuaba.

Imagen CON SUCHARD Ruiz y el trofeo al mejor jugador en Gradisca.
CON SUCHARD Ruiz y el trofeo al mejor jugador en Gradisca.
Ya en 1993, el arranque del campeonato de Octava repitió las señales adversas. Román hibernaba. Si entraba a jugar, era en los minutos de relleno. Cacho, su padre, encaró al nuevo técnico de la categoría 80, Carlos Balcaza:

–Quiero el pase de mi hijo, es mejor que lo lleve a otro club.
–No, se queda acá. A mí me gusta y lo voy a tener en cuenta –le respondió Balcaza, uno de esos héroes que los clubes guardan en secreto: en 2014 sigue trabajando en las inferiores de Argentinos.
Lo que había que resolver era la ubicación. De enganche, advirtió el entrenador, no funcionaba. La solución sería que se retrasara unos metros: Riquelme pasaría a participar más en la creación de la jugada que en la resolución:

–Román, quiero que jugués de cinco –le dijo Balcaza.
–¿De cinco? ¿Yo? –se sorprendió Riquelme.

–Sí. De cinco –lo desafió el técnico.
Pasaron más de 20 años y los protagonistas no se ponen de acuerdo. Algunos de sus ex compañeros creen que Riquelme debutó como volante central durante una gira a Rancagua, Chile, para un torneo amistoso organizado por el club O’Higgins. Otros, como el propio Balcaza, sostienen que ese diálogo sucedió antes de un triunfo contra Ferro, en el primer tercio del campeonato de Octava División, cerca de la décima fecha. Lo que está claro es que, apenas consiguió la titularidad, Román comenzó a sacar diferencias respecto de sus compañeros y en simultáneo pegó el estirón físico: se estilizó. Cada partido jugaba mejor. Cada partido era más Riquelme. Cada partido era más líder. Cada partido admiraba más a otros volantes centrales de la época, como Fernando Galetto y José Luis Villarreal. Así hasta el final de su –primera– aventura en Argentinos, en 1993 en Octava, en 1994 en Séptima, en 1995 en Sexta y en 1996 en Quinta, un tiempo en el que el mediocampo de la categoría 80 se movía como un bandoneón: el Lobo Ledesma (que había llegado de Defensores de Belgrano) como volante derecho y Román como eje central en lugar de Herrón, que tuvo que bajar a la defensa. En YouTube hay imágenes de Riquelme, en 1995, jugando un partido contra River en la cancha auxiliar del Monumental: son las semillas de un líder.

Si al comienzo de su estadía en La Paternal, como integrante secundario del plantel, Román no había visitado Tandil y Uruguay con el resto de los chicos para jugar unos amistosos ocasionales, a partir de que creció en importancia dentro del equipo ya no se perdió ninguna gira: primero viajó a un torneo en Alegrete, Brasil –cerca de la frontera con Corrientes–, y después fue dos veces al campeonato Sub 17 de Gradisca, al norte de Italia. En el primer viaje a Europa, en 1994, Argentinos perdió el tercer puesto contra un Barcelona en el que asomaba Carles Puyol. El premio al mejor jugador (que en 1993 había sido para Raúl, el delantero del Real Madrid) quedó para Suchard Ruiz, un puntero derecho que sintonizaba con Román fuera y dentro de la cancha: congeniaban en pelotazos de 30 metros, pases al pie y paredes en velocidad. Parecían siameses. Y justamente Riquelme, Ruiz y Arbo, el trío de amigos, volvieron al año siguiente a Gradisca como los tres refuerzos permitidos para la categoría 79. Esta vez Argentinos le ganó la final a la Roma, y Román fue elegido la figura del torneo.

Imagen UN MOMENTO, junto a sus amigos en el viaje a Italia.
UN MOMENTO, junto a sus amigos en el viaje a Italia.
Ya no eran niños, sino adolescentes y a la pasión por el fútbol se le sumaba el despertar por las mujeres. A Riquelme le gustaba la prima de Arbo, Anabella. El interés fue correspondido y comenzó una relación de la que nacerían los tres hijos de Román, Florencia, Agustín y Lola (la amistad también se reciclaría en vínculos familiares: Arbo sería el padrino de Florencia, la primera hija de Román). En los veranos también compartían vacaciones con otro amigo en común, Marcelo Centurión, en el balneario Noctiluca de Villa Gesell. Todo era tan cercano que Román y sus cofrades no sólo jugaban para Argentinos: los sábados, apenas terminaban los partidos de inferiores de AFA, salían disparados para sumarse al equipo de Cacho, su padre, en el torneo barrial de San Jorge.

Lo curioso es que la categoría 80 –intimidante en nombres– no volvió a ser campeona. Su único festejo en torneos de AFA fue aquel de la Prenovena, en 1991, cuando Riquelme campeaba en el banco de suplentes. Balcaza se mantuvo como el entrenador durante tres años, de la Octava en 1993 a la Sexta en 1995, hasta que la dupla Luis Soler y Oscar Cadars asumió en la Quinta, en 1996.
Aunque los jugadores fueron variando con el paso de los años, una formación prototípica debería incluir a Nico Cambiasso como arquero (desde 2007 en All Boys); una línea defensiva con Néstor Fernández (en 2014 en Barracas Central), Ceferino Denis (jugó en Argentinos de 1998 a 2002, después pasó por Morón y otros clubes del Ascenso y de Chile, hoy retirado), Gabriel Lauría Calvo (el hermano de Nicolás, sin vinculación con el fútbol, radicado en Salta) y Tradito (debutó en Primera en Argentinos, más tarde jugó en All Boys, Chacarita y San Miguel, ya retirado); un mediocampo con Ledesma (el Lobo volvió a Argentinos después de haber salido campeón con River en el Torneo Final 2014), Román (que usaba la camiseta 8) y Arbo (luego pasó a las inferiores de Platense, pero una serie de lesiones impidió su debut en Primera, en 2014 su hijo Nicolás –de 15 años– juega en el Gavea y es una promesa argentina en Cataluña); Emanuel Ruiz (pasó con Riquelme a Boca en 1996 y luego jugó en Central, el fútbol griego, israelita y terminó en el peruano), Lucas Cassius Gatti (el hijo de Hugo, que llegó a jugar un par de partidos en Argentinos y en Boca, en la Copa Mercosur) y Pablo Islas (otros de los juveniles que pasaría a Boca en el combo). También jugaban Mariano Herrón (hoy ayudante de campo de Claudio Borghi en Argentinos) y se sumaba un chico dos años menor, Esteban Cambiasso.

El último equipo de Riquelme en su primera etapa en Argentinos, que ya no jugaba como volante central, sino que había regresado al puesto de enganche, terminaría subcampeón, detrás de Lanús. De aquel torneo de Quinta se recuerda un triunfo 1-0 conseguido con nueve jugadores ante un Gimnasia que contaba con Leandro Cufré, Sebastián Chirola Romero, Mariano Messera y Fernando Gatti (sin relación con Hugo ni Lucas). Newell’s también tenía a Gabriel Heinze, Diego Mateo, Walter Samuel (por entonces con el apellido Luján), Diego Quintana y Pablo Guiñazú, todos jóvenes clase 78 con futuro europeo y de selecciones juveniles, aunque ninguno tan buscado como Román. Su salida de Argentinos era cuestión de tiempo y ni siquiera terminó el campeonato de 1996: fue vendido a mitad de año. Todavía era jugador de Quinta, aunque en simultáneo ya había jugado ocho partidos en la Reserva, según recopiló uno de los historiadores del club, Javier Roimiser.

Pudo haber arreglado con River, pero sus genes xeneizes rechazaron la posibilidad. Emisarios del Barcelona intentaron armar un amistoso para ponerlo a prueba, pero Román dijo no estar interesado. Hasta que Carlos Bilardo, entonces técnico de Boca, vio un partido de Quinta entre su equipo y Argentinos. Fue en agosto. Riquelme hizo alquimia con la pelota, y Macri compró su pase en tándem con Emanuel Ruiz –recién al año siguiente se sumarían más jóvenes de Argentinos, entre ellos Fabricio Coloccini, Marinelli, La Paglia, Gatti, Islas, Alejandro Lalli y Ariel Rodó–.

Ya en Boca, su primer partido en la Reserva sería justamente contra River, a finales de septiembre de 1996, pero la habilitación de AFA no llegó a tiempo y Román vio el clásico de Primera en la popular de la Bombonera, junto a Cacho, su padre. Lo curioso es que se fueron unos segundos antes del final, por lo que del famoso gol de Hugo Guerra, el nucazo, se enteraron en las escaleras del estadio. Riquelme ya estaba en la cuenta regresiva para su debut oficial en Boca, el 11 de noviembre, contra Unión. Para su regreso a Argentinos, en cambio, faltaban 18 años.

Por Andrés Burgo (2014)