¡Habla memoria!

1946. Un preciado bien: la personalidad

Grandes deportistas de comienzos del siglo pasado fueron reconocidos por sus méritos deportivos, pero algunos tenían un plus y era su forma de ser. Nasazzi, Zubieta y Landini fueron algunos de ellos.

Por Redacción EG ·

17 de diciembre de 2019

Hace ya mucho tiempo publicó El Gráfico un reportaje a Roberto Delfino, el peso pesado argentino que en su época logró renombre y que en sus andanzas llegó hasta Norte América cuando Jack Dempsey era campeón del mundo. Delfino había tenido ocasión de conocer de cerca al "Matador de Manassa" y fue uno de sus sparrings. Evocando al extraordinario pugilista, y definiéndolo, Delfino decía más o menos:

—Dempsey tenía una izquierda formidable, un certero golpe de vista, dos piernas tan fuertes como ágiles y una inteligencia vivísima. Pero... no fue nada de eso lo que hizo de él un hombre extraordinario. Hasta resulta ridículo hablar de la pegada o de la técnica de Jack. Lo que valía en él haciéndolo distinto era una sola cosa: personalidad. Personalidad poderosa, avasallante, dominadora. Esa personalidad le confería ascendencia sobre todo y sobre todos. Los rivales de Dempsey estaban vencidos antes de que empezara la pelea: en el momento en que él les daba la mano, Desde ese instante quedaba patentizada la superioridad del campeón. Yo sentí esa impresión. Y era en un entrenamiento, nada más...

¿Qué cosa será la "personalidad"? Es un conjunto de factores morales, de aptitudes o cualidades que no es posible precisar.

Imagen Amelio Piceda, el macizo pugilista, tiene personalidad dentro y fuera del ring. Es una figura armoniosa, de alta moral deportiva y aptitudes que se trasuntan en su campaña deportiva.
Amelio Piceda, el macizo pugilista, tiene personalidad dentro y fuera del ring. Es una figura armoniosa, de alta moral deportiva y aptitudes que se trasuntan en su campaña deportiva.

Se reúnen, al parecer, la moral muy firme, la serenidad inalterable, la confianza absoluta en el propio poder, el sistema nervioso perfectamente equilibrado, la voluntad. Son cualidades que se traen desde la cuna y a las que se agregan — por lo menos en el campo deportivo — una estampe airosa y un inagotable caudal de energía física. Otras cualidades que suelen dar el triunfo, como la destreza, la técnica, la experiencia, la astucia, etc., pueden figurar o no en el haber de esas figuras extraordinarias, pero no bastan para conferir personalidad. Hasta podría decirse que ésta se impone cuando aquellas no existen. Un deportista bien dotado puede fracasar si carece de personalidad, perdiéndose, diluyéndose en esfuerzos malogrados, mientras que otro mediocremente dotado triunfa si, a falta de esas cualidades secundarias, tiene la esencial: personalidad.

Ese poder tan difícil de definir infunde respeto. No se sabe qué es, a ciencia cierta, en qué consiste, dónde están sus detalles, pero "se ve". Pongámonos en la actualidad, vayamos por ejemplo al terreno futbolístico y admitiremos sin esfuerzo que, aparte sus condiciones técnicas, un hombre como Angel Zubieta, el half derecho de San Lorenzo, tiene personalidad. Ocupa un puesto desde el cual es difícil ejercer influencia sobre los demás jugadores. Sin embargo, del vasco irradia un "algo" que corre por toda la cancha. Ausente él, parece que faltara una gran parte del poderoso conjunto sanlorencista. Habrá otros más hábiles, más científicos o más vistosos, hasta individualmente más eficaces si se quiere, pero el gran mérito de Zubieta está en su ascendencia personal. Y cuesta saber si la virtud radica en su estampa física, en sus fuerzas morales o en su carácter de gran muchacho...

Imagen Angel Zubieta, a quien vemos aquí rodeado de amigos al inaugurar su bar La Alameda, es un jugador personalísimo y cuya presencia aporta fisonomía al team de San Lorenzo.
Angel Zubieta, a quien vemos aquí rodeado de amigos al inaugurar su bar La Alameda, es un jugador personalísimo y cuya presencia aporta fisonomía al team de San Lorenzo.

Esa misma condición que confiere dominio sobre los demás la poseyeron grandes figuras deportivas del pasado, reciente o distante: un Cosme Saavedra, en el ciclismo; un José Nasazzi, en el fútbol uruguayo; o un Raúl Riganti, en el automovilismo, los tres con algunas semejanzas, como si existiera, en las creaciones de la naturaleza, determinado patrón que produce ejemplares del mismo tipo. Energía, potencialidad, ascendencia. "Voy a hacer esto", parecían decirse. Y lo hacían, en un todo de acuerdo con eso que no era promesa ni amenaza, sino íntima convicción, absoluta seguridad de que las cosas tenían que producirse así.

Imagen El capitán uruguayo José Nasazzi, con recia estampa, sus decisiones, sus actitudes tan peculiares, en las canchas, desparramaba su vigorosa personalidad de manera inconfundible.
El capitán uruguayo José Nasazzi, con recia estampa, sus decisiones, sus actitudes tan peculiares, en las canchas, desparramaba su vigorosa personalidad de manera inconfundible.

En el viejo Racing, recordado siempre, tuvimos aquella silueta inolvidable de Alberto Ohaco, rodeado con cierta aureola de misterio o de leyenda, originadas en su decisión de mantenerse constantemente cubierto con el gorrito blanco; pero eso podía ser una cábala o, tal como se ha contado ya, una juvenil actitud de represalia. Ohaco, sin embargo, tenía personalidad; no la que podía darle ese aspecto de "tipo raro", sino la que le permitía actuar como consejero y director, en la misma forma que hoy, salvando las distancias y dando las evoluciones, actúa Adoli, Pedernera en River Plate.

Personalidad en la cancha, poderosísima, era la del Chueco García, colocado también, como Zubieta, en un extremo del campo, pero irradiando desde ahí su influencia sobre compañeros y adversarios. De distinto carácter, pero igualmente notables, eran las personalidades de dos grandes centre halves del pasado: Luis Monti y Adolfo Zumelzú.

Entre las muchas figuras inconfundibles del boxeo, amateur o profesional, encontramos de primera intención las dos máximas expresiones tantas veces citadas: Luis Angel Firpo y Justo Suárez. En el Torito fue más evidente, porque en Firpo su excepcional potencia física eclipsó otras cualidades, mientras que Suárez tuvo un valioso aliado en sus dotes personales cuando debió enfrentar a adversarios que, física y técnicamente, estaban tan capacitados como él para imponerse.

Imagen No le faltó a Raúl Landini ese algo, esa cosa que lo ha definido, que lo ha caracterizado y que, unido a su arte pugilístico, le acordó, y le acuerda, un sello de calidad muy personal.
No le faltó a Raúl Landini ese algo, esa cosa que lo ha definido, que lo ha caracterizado y que, unido a su arte pugilístico, le acordó, y le acuerda, un sello de calidad muy personal.

Pero tuvimos también un Héctor Méndez, que si por algo perdura en el recuerdo es por su acusada personalidad, inconfundible, y tenemos hoy a un Amelio Piceda, armonioso conjunto de pujanza física y de alta moral, que a través del tiempo se mantiene en su sitial de campeón, resurge de una derrota con nuevos bríos y sigue en su puesto, defendiéndose contra el ataque de varios rivales que aspiran con buenos títulos a ser sus sucesores. Esa misma sensación de superioridad trascendía de hombres como Ignacio Ara y Raúl Landini, que aun en la declinación de su forma atlética lograron mantenerse por el poder de su propia personalidad, conscientes de que el enemigo actuaba  impresionado por algo que no sabía bien de qué se trataba pero que lo cohibía...

Imagen Le decíamos Don Ignacio, porque Ara obligaba a que así lo mencionáramos por ser distinto, por ese señorío que se manifestaba en el ring y fuera del cuadrado.
Le decíamos Don Ignacio, porque Ara obligaba a que así lo mencionáramos por ser distinto, por ese señorío que se manifestaba en el ring y fuera del cuadrado.

Quienes practiquen deportes y en esa actividad hayan llegado a planos destacados encontrarán, sin duda, ejemplos que completen esta nómina, en la cual sólo hemos querido mencionar algunos modelos, pero sin pretender abarcar la totalidad de los que vinieron al mundo con ese preciado bien de la personalidad.

Acaso corresponda una advertencia: no deben confundirse algunos rasgos personales — la comicidad o el mal humor, digamos — con ese aire único que es la personalidad.

 

 

El Gráfico (1946).

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