Siempre hay una primera vez
En 2007, El Gráfico publica la crónica de un hito histórico, a 140 años del primer partido de fútbol disputado en Sudamérica. Las condiciones era totalmente diferentes, no había tribunas y ni siquiera juntaron once por lado.
Si Diego Maradona dibujó gambetas, desparramó rivales y generó sonrisas fue porque hubo un instante en el pasado, un día en la historia, en que alguien jugó al fútbol por primera vez. Si hoy Lionel Messi pinta jugadas similares y acelera el corazón fue porque una vez hubo hombres que eligieron un momento y un lugar para batirse a duelo. Hubo en la Argentina, y en Sudamérica, un primer partido de fútbol.
Y para remitirse a ese hecho hay que retroceder 140 años en el tiempo. Hay que viajar a la Buenos Aires de 1867 e imaginarse una ciudad en la que, por ejemplo, nadie formaba equipos y gritaba gol. Fue un 20 de junio de 1867, en los Bosques de Palermo, en el sitio que pertenecía al Buenos Aires Cricket Club y donde actualmente está el Planetario. Allí, 16 hombres jugaron un partido y escribieron la primera página de la historia del deporte más popular en el continente americano.
El fútbol organizado ya había tenido su origen, en Inglaterra, en 1863, cuando se produjo la fundación de la Football Association, que estableció las diferencias con el rugby. Una de ellas era la prohibición de tocar la pelota con las manos. Cuatro años después, un grupo de jóvenes ingleses iba a poner en práctica este deporte en Buenos Aires, dividiéndose en dos grupos de ocho: identificados con gorros rojos y blancos y capitaneados por Thomas Hogg y Walter Heald, respectivamente, se enfrentaron un jueves, cuando el reloj marcaba las 12.30 del mediodía.
El otoño fue testigo. De un lado jugaron Thomas Hogg, James Hogg, Thomas Barlow Smith, William Forrester, James Wensley Bond, E. S. Smith, Norman Harry Smith y John Ramsbotham. Y del otro estuvieron Walter Heald, Herbert Thomas Barge, Thomas Best, Urban Smith, John Harry Wilmott, R. Ramsay, J. Simpson y William Boschetti.
Esos hombres habrían jugado en realidad a algo similar al fútbol actual, una mezcla entre fútbol y rugby. De hecho, la pelota podría haber sido más ovalada que circular y los jugadores podían tomarla con las manos. Los arcos eran de mayores dimensiones y no tenían travesaño.
El choque terminó 4-0 a favor del equipo de Hogg. No hay certezas sobre los autores de los goles, pero sí se sabe que el encuentro duró dos horas, según publicó Walter Heald en su diario íntimo, un hallazgo del periodista Víctor Raffo, autor del libro “El origen británico del deporte argentino”. De ese puntapié bautismal hay, claro, muchos más detalles para resaltar.
SUSPENDIDO POR LLUVIA
En aquel tiempo, Bartolomé Mitre era el presidente de una Argentina con mayoría de analfabetos y el país llevaba a cabo la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay. Desde esa época empezaron a establecerse los ferrocarriles, motivo por el cual llegaron al país muchos ingleses, para trabajar y también para invertir en ellos. Sin duda, estas visitas fueron otro de los factores que contribuyeron a la práctica del fútbol.
En medio de ese contexto un grupo de jóvenes ingleses que estaban en Buenos Aires, y que en su mayoría eran socios del Biei (BA en inglés, el Buenos Aires Cricket Club), decidieron fundar el Buenos Ayres Football Club.
La actual calle Viamonte se llamaba Temple. Allí, en una pensión donde residían esos muchachos que promediaban los 24 años, surgió y tuvo comienzo ese sueño del primer partido, el 9 de mayo de 1867. El comité del Buenos Ayres Football Club estaba integrado por Thomas Jackson, Thomas Barlow Smith, Thomas Hogg, James Hogg y Walter Heald, quien cumplía la función de secretario y tesorero.
El calendario tenía al 25 de mayo como fecha pautada para el primer partido. El feriado por el aniversario del primer gobierno patrio aparecía como el día justo para ello y hasta ya se había elegido el lugar: un descampado en donde hoy está el barrio de La Boca. Pero ese día la lluvia hizo postergar la concreción del puntapié inicial.
Esos entusiastas británicos tuvieron que cambiar la fecha. Y eligieron el 20 de junio, el feriado del Corpus Christi, aunque el escenario iba a ser otro. El diario inglés The Standard se editaba en la ciudad y anunció el encuentro: “El partido inaugural de la temporada se jugará en la cancha lindante a la Estación Palermo, el jueves próximo, 20 de junio. El juego comienza a las 12.30”. Este periódico estaba dirigido a la comunidad británica y se publicaba en inglés.
Es entretenido someterse al juego de imaginar las ansias de esos jóvenes, las ilusiones volcadas en descubrir el juego de la pelota. Imaginarlos en los encuentros previos, compenetrados en la organización de lo que iba a transformarse en un hecho histórico. Y pensar que en lugar de mandar un e-mail a una cadena de amigos escribían con una pluma los detalles de lo que fue el primer partido de fútbol de Sudamérica.
Heald, por ejemplo, era el encargado de dar a conocer este evento. El día del partido, The Standard publicó: “Hoy habrá un partido de football en Palermo; creemos que será el primero jugado en Buenos Aires y entendemos que media ciudad (en referencia a la comunidad británica) estará allí si el clima se presenta favorable. El partido en La Boca nunca se jugó debido a las inundaciones en los Potreros”.
Ese jueves 20 de junio de 1867, a las 12.30, la pelota empezó a rodar. Durante dos horas, 16 hombres hicieron lo que millones y millones harían desde ese momento: jugaron al fútbol.
Más allá del 4-0 y de que hubo un equipo ganador –el capitaneado por Hogg–, ese primer encuentro abrió el camino. Y tuvo sus repercusiones, y las sigue teniendo. Raffo encontró el diario íntimo de Walter Heald y además descubrió que su verdadero nombre era ése, ya que antes figuraba como William. Allí, el hombre que en 1867 tenía 26 años, escribió la crónica, su crónica, del partido inicial del fútbol argentino.
Vaya a saber en qué lugar, si en alguna callecita, en algún espacio al aire libre o en su cuarto y bajo la luz de una vela en la pensión de la calle Temple, Heald redactó: “20 de junio. Jueves. Hoy es feriado y el día del partido de fútbol. Thomas Hogg y yo salimos en el tren de las 10 hacia Palermo para marcar la cancha tal como lo habíamos establecido para jugar en el campo de cricket. Después de haber puesto todas las banderas fuimos a la Confitería y comimos un poco de pan y queso y bebimos cerveza negra (Porter). Poco después, el resto de los jugadores llegó en el tren de las 12; no pudimos reunir más de aproximadamente ocho por lado y eso nos obligó a correr mucho, jugamos durante aproximadamente dos horas y terminamos absolutamente exhaustos: Retornamos en el tren de las 15.30. (…) Regresé derecho a Temple e inmediatamente fui a la cama, pero ay! No pude dormir puesto que no podía quedarme quieto por mucho tiempo en ninguna posición y no había duda de que fui herido internamente (probablemente en la zona de los riñones) por un severo golpe donde accidentalmente recibí una carga de James Hogg”.
Heald llevó el informe a The Standard, que tres días después aportó más detalles de aquel choque: “No había tantos jugadores como se había esperado, porque muchos de los que habían prometido unirse al juego prefirieron ver cómo sería la primera reunión. (…) El resultado se debió principalmente al juego superior de los señores Hogg; en el lado perdedor la labor del Sr. Barge despertó gran admiración, y si alguno conocía el juego, ciertamente habría sido él. Sin embargo, fue notable que considerando que era la primera vez que jugaban juntos, todos los jugadores lo hicieron bien, y cuando a las 2.30 el partido terminó, fue resuelto unánimemente jugar otro partido el próximo 29 de junio”.
Después de ese primer partido hubo otros dos. El 29 de junio, otra vez en Palermo, jugaron seis por lado durante dos horas y media. Y el 9 de julio disputaron un tercero que se desconocía hasta la aparición del diario íntimo de Heald.
En el preciso lugar que hizo de terreno de juego descansa el monolito, el símbolo de aquel suceso. “Aquí se instaló el primer campo de deportes del Buenos Aires Cricket Club”, reza. Ese sitio fue declarado lugar histórico a través de un decreto firmado por Juan Domingo Perón que descansa en los archivos de la Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos.
Las hojas en las que figura el pedido para la construcción del monolito están amarillas. En esos documentos se dejan en claro los motivos que llevaron a que la plaqueta esté ahí, a que cada uno que pase por esa zona recuerde la fecha. Los fundamentos son más que justos: “El Buenos Aires Cricket Club es el primer club deportivo del país y de América Latina. En su sede se organizó por primera vez y en forma sistemática la práctica deportiva que tan beneficiosamente ha contribuido a la salud física y espiritual de la Argentina actual”, escribió alguien el 14 de septiembre de 1949. La historia está ahí.
Ciento cuarenta años después, las frases de Thomas Hogg suenan con la misma fuerza y tenacidad que en aquella época. El escribió en 1867 una carta a Edward Mulhall, dueño del diario The Standard junto con su hermano Michael. En ella dejó sus pensamientos sobre el fútbol: “Lo considero el mejor pasatiempo, el más fácil y barato para la juventud de la clase media, así como también para el pueblo, aunque esto parezca una perfecta ilusión para muchos”. El tiempo demostraría que la suma de estas palabras fue una sentencia justa. Fue, en el siglo XIX, la definición exacta del juego de la pelota.
Hoy, y podría afirmarse que gracias a ese partido, hay un Ronaldinho que le muestra su sonrisa al mundo, hubo un Pelé que se hizo O Rei, un Di Stéfano amado en España y apareció un Francescoli con calidad de Príncipe. Existió un Maradona y existe un Messi… Y quién sabe cuántos más deslumbrarán con una pelota bajo la suela.
El biei segun pasan los años
El terreno en el que se jugó el primer partido pertenecía al Buenos Aires Cricket Club y de hecho la mayoría de esos jugadores eran socios de esa institución que se fundó el 8 de diciembre de 1864. Desde ahí hasta hoy, el Biei tuvo idas y vueltas, momentos buenos y no tanto en sus 142 años de vida.
A fines de 1940 y principios de 1950 el club atravesó una etapa sin sonrisas: en el 47 se incendió el pabellón en Palermo y tres años después el gobierno de Juan Domingo Perón no le renovó la concesión de ese sitio. Este hecho fue parte de la curva descendente que venía atravesando: la Primera Guerra Mundial y sobre todo la Segunda disminuyeron considerablemente la cantidad de socios. La institución, entonces, siguió de pie gracias a unos pocos.
El Buenos Aires Cricket y el Buenos Aires Football funcionaban como dos instituciones independientes, que compartían las instalaciones, ya que no se superponían los calendarios: el cricket se jugaba en verano y el rugby-football en invierno. El Biei iba a seguir escribiendo su historia en un terreno en Don Torcuato. El Buenos Aires Football le había comprado ese predio –esas caballerizas– a Hindú y entonces todo se mudó hacia allí, a esas cuatro hectáreas.
La asamblea de 1951 determinó la fusión entre la Asociación de Cricket y la de Football y el 4 de mayo nace el Buenos Aires Cricket & Rugby Club, en una década que se cierra con la obtención de los torneos de rugby del 58 y 59. El tiempo determinó que esas fueran las últimas dos coronas del club, que ostenta 10 campeonatos de Primera División.
Don Torcuato albergó al Biei hasta el año 1987, cuando las tierras se le vendieron nuevamente a Hindú y todo volvió a trasladarse: esta vez a un lugar sobre la ruta 202, en el partido de Malvinas Argentinas.
Para ese entonces el club que tuvo como socio honorario a Domingo Faustino Sarmiento ya contaba entre sus actividades con el hóckey sobre césped femenino, que hoy participa del torneo de Primera División.
Claro que la ubicación no favoreció el desarrollo del club. La distancia era un factor que le jugaba en contra y lo alejaba de la posibilidad de incorporar socios. Por eso hubo una nueva mudanza. Actualmente el Buenos Aires Cricket & Rugby Club está instalado en el límite entre San Fernando y San Isidro, en un predio de nueve hectáreas y media, en un sitio clave para la política de expansión del rugby y del hóckey. Allí permanece desde el año pasado y desde allí está creciendo nuevamente. Un dato: hoy cuenta con alrededor de 600 socios. La cancha de hockey de césped sintético está por estrenarse en estos días y el equipo de rugby está en la segunda categoría, pero sueña y pelea por volver a Primera: jugará la Reubicación del Grupo I, a la cual accedió junto a San Martín y a CUQ (Club Universitario de Quilmes) .
Los Descendientes
Genes que están vivos.
Tataranietos y bisnietos de dos de los futbolistas que jugaron el primer partido de fútbol se reunieron en el Planetario, escenario de aquel hito, e intercambiaron anécdotas.
En ese cruce de sonrisas y esas manos que se estrechan hay un orgullo en común: el de saberse descendientes de aquellos audaces que jugaron el primer partido de fútbol en un país en el que la palabra fútbol es un país dentro de una palabra. Están los Hogg de un lado y los Forrester del otro. Y están, en el centro de la escena, las anécdotas de Thomas y William, dos de los hombres que patearon la pelota por primera vez.
Roberto Forrester es uno de los tataranietos de William y llega a la cita junto con Yvonne, Federico y Diego, sus primos, y con Yvonne hija, la chozna de aquel hombre que hizo historia. Roberto cuenta que hace apenas un par de años su familia empezó a darle atención a este acontecimiento: “Yvonne jorobaba con el tema del árbol genealógico. Ella se encargó de hacer una reunión familiar, pero a nosotros no nos interesaba mucho el tema. Hasta que un día encontré a este William Forrester y me apareció un artículo sobre el primer partido. Investigué y vi que era de mi familia”.
Los Hogg mantienen viva la historia como una cuestión de herencia. Daniel es bisnieto de Thomas y recibió la información que pasó de generación en generación. “Alberto, mi papá, empezó a juntar datos por una cuestión de mantener la historia de la familia. Futbolero no salió ninguno, pero bueno... Esto es algo muy llamativo”, expresa.
En el Planetario, en el lugar en que se jugó aquel encuentro, hay siete personas que 140 años después de aquel hecho intercambian anécdotas, se prestan recuerdos y se pasan teléfonos, con el objetivo de hacer un pedido para que haya una placa que hable de aquel primer partido de fútbol.
Roberto Forrester es pediatra y no pudo traer a su hijo Francisco, de 9 años, porque estaba enfermo. Francisco es uno de los motivos que lo llevan a investigar sobre su tatarabuelo. “Yo no soy fanático del fútbol. Pero mi hijo sí: juega en el colegio y le encanta. Como padre, me enganché con esto para que él lo cuente en la escuela. El tema es que no sé si le creerán”, bromea.
Yvonne narra que cuando comenzó a armar el árbol genealógico de la familia se encontró con la noticia. Y que enganchó con la historia a Roberto, encontrando un cómplice. Su hija protesta: “Cada vez que llama mi tío es para hablar de eso. En cada reunión se cuentan estas cosas… Nosotros los sufrimos”, dice y se ríe.
Daniel Hogg vive en San Antonio de Areco y está con su sobrino, Santiago Casabal Hogg, quien guarda fotos antiguas de la familia. Thomas tuvo un hijo, Ricardo, quien fue fundador de la Sociedad Fotográfica Argentina y Santiago heredó esos recuerdos: “Ricardo se volvió loco… Rompía las fotos, dibujaba sobre ellas. Entonces mi abuelo Alberto empezó a guardarse cosas, a anotar, para que nadie se olvide. Y con muchas de esas imágenes me quedé yo”.
Thomas vino a Argentina junto con su hermano James, pero este último no sentó bases en el país. “De James no se sabe nada. Sólo que él se volvió a Inglaterra, mientras que a Thomas le gustó y se quedó. Yo también me enganché de grande con toda esta historia. Antes mi padre me la contaba y no le prestaba atención. Hoy daría cualquier cosa porque estuviera acá y me diera más detalles”, expresa Daniel.
En el clan Forrester también se destacó Arturo, uno de los hijos de William, quien fue el autor del primer gol de un equipo argentino a uno inglés. Federico lo cuenta: “Arturo jugaba para Belgrano Athletic y enfrentaron a Southampton, que terminó ganando 4-1. La familia siguió vinculada a Belgrano, un club que dejó el fútbol y continuó con el rugby, el cricket y el hockey. En la familia hay futboleros, sí, pero nadie que lo practique”.
Los Hogg y los Forrester hablan y se sorprenden. Se dan cuenta de que sus ancestros jugaron en el mismo equipo. Terminan de intercambiar teléfonos, vuelven a estrecharse las manos y se van. Se alejan entre sonrisas y recuerdos.
Por Ayelen Pujol (2007).