¡Habla memoria!

Mi personaje favorito: Carlos Pairetti

1972. Roberto Cardozzo destaca la figura del piloto del Turismo de Carretera, oriundo de Santa Fe, que brilló en el campeonato de 1968, en el que el “Trueno Naranja” se quedó con el título.

Por Redacción EG ·

24 de septiembre de 2018
Dejó el auto estacionado frente a la confitería Augustus, cuando la calle Florida era un terreno que se disputaban peatones y automovilistas. Cruzó la calle y, con ese Paso decidido que aún lo identifica, entró en el banco. Apoyó su portafolios negro en uno de los mostradores y preguntó:

— ¿Podría hablar con el contador?

—Sí. ¿De parte de quién?

—De Pairetti… Vengo por la cuenta de Gomatro.

Sí. En aquel 1962 Carlos Alberto Pairetti era un nombre que recién, comenzaba a hacerse familiar en el Turismo de Carretera, y quien lo atendía no tenía idea de que algún día podría llegar a ser redactor de automovilismo de "El Grafico".

Así, entre libretas de cheques, saldos a favor y estados de cuenta comencé a conocer un personaje que siempre mostró constantes valiosas en la vida de un hombre, en la trayectoria de un deportista. Como corredor, la búsqueda inquebrantable del primer puesto, ese brindarse sin especulaciones que lo llevó a ser ídolo con la velocidad y la brillantez de un arco iris… Quizá Carlos sabía que una carrera qua comienza a los 26 años no tiene tiempo para esperar resultados y salió a buscarlos.

Era la época de los caminos de tierra, que a veces solían transformarse en barro. Y en ese terreno cimentó su fama de piloto de punta. Era tan impetuoso, tan irreverente y tan dominador de ese fondo polvoriento que, aun hoy, Juan Manuel Bordeu no tiene empacho en decir: "Carlos fue uno de las más grandes que conocí corriendo en la tierra; allí nos ganaba a todos. Psicológicamente ya estábamos vencidos".

Pero no solamente supo ganar carreras. Con su simpatía, con esa eterna sonrisa, con ese saber brindarse al público hizo suyo el favor de una hinchada que vivió su año de gloria cuando llevó al "Trueno Naranja" a la cúspide del Campeonato en 1968... Con su modo de ser llano, franco, sin rodeos, supo ganar amigos y retenerlos, tarea tan delicada y tan de hombres como llevar una cupe TC a 230 kilómetros por hora en la tierra, o zambullirse al límite en cada una de las cuatro curvas de Indianápolis con un auto graduado de "batata", o mantener la línea de marcha de un Alfa Romeo 33/3 —lanzado a tondo— cuando a una de las cubiertas delanteras se le ocurre desintegrarse llegando a la nueva chicana de la Curva de Ascari.

Fue, además, tan desprendido, tan alto de egoísmo, tan convencido de que quien es bueno debe demostrarlo luchando, a fuerzas iguales y en la pista, que siendo un piloto en plena actividad permitió que el automovilismo argentino descubriese a un Néstor Jesús García Veiga, que bien podría haber quedado en la historia pequeña de nuestro automovilismo como 'el secretario de Pairetti"… Y también supo darles la mano a Marito García y a Luis Barragán.

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Su último acto de fe entre sus pares fue modificar el Falcón TC de Gradassi, en el que fuera taller de su equipo en San Fernando, el año pasado... Después, el anuncio de su retiro dentro de nuestro automovilismo que se convirtió en renuncia total al no poder participar en las últimas 500 Millas de Indianápolis. Para Carlos ocupar un lugar entre esos 33 "astronautas" hubiese sido La distinción más alta que reconocieran sus 10 años de servicio al automovilismo deportivo... Porque si bien hay mucha gente que piensa que el hizo dinero con las carreras, lo que Carlos puso en ellas no tiene medida, y mucho menos cuando el patrón que se pretenda  imponer sean las caducas "fragatas".

Ahora, a diez años de aquel primer encuentro, algo burocrático vuelve a separarnos físicamente. Antes, un mostrador. Hoy, un escritorio... A un costado de su despacho de director de una empresa de créditos para el automovilista, las maquetas de todos los autos que corrió. Al otro lado del escritorio, una secretaría con una pila de cheques para firmar. Al frente, la pista por recorrer es otra: no hay huellas en los guadales ni marcas de cubiertas en el pavimento. Siempre, la inquebrantable búsqueda del primer puesto.