1946. Una cátedra en casa propia
Argentina gana invicta el Sudamericano de 1946, enfrentando en la final a Brasil. Lujosos delanteros, como Labruna y Méndez, regocijan a los espectadores pese al juego violento que genera batallas entre los futbolistas.
Hacía calor en ese verano de 1945. La inseguridad de los fuertes cambios políticos la sufrían menos los hinchas de River, campeón luego de dos años favorables a Boca. A fin de año, la Selección Argentina, dirigida por Guillermo Stábile, se presenta en la copa Roca. Arranca con todo ganándole en San Pablo a Brasil por 4 a 3, pero las lesiones de Tucho Méndez y Salomón los dejan afuera en los partidos siguientes y el equipo local obtiene el máximo lauro en Río de Janeiro.
“En el Sudamericano a jugarse en Buenos Aires tendremos ocasión de comprobar si esa virtud (la predisposición al gol y las ganas de vencer de Brasil) fue puramente circunstancial, como resultado de la exigencia popular hacia la victoria a toda costa”. Más adelante, Guillermo Stábile, el técnico argentino esgrimirá una curiosa causa de las dos derrotas argentinas: “A los dos cotejos sostenidos en Río de Janeiro se les rodeó de un ambiente para nosotros extraño, completamente desconocido y que incidió parcialmente en sus resultados. La incesante explosión de petardos en enormes cantidades, con fragosidad indescriptible, si bien no fueron los que depositaron la pelota seis veces en el arco de Vacca, rodearon a esos partidos de un clima totalmente nuevo para nosotros”.
Con esas expectativas se jugaría, pocos días después, el Campeonato Sudamericano de 1946.
CON ESA DELANTERA…
Una semana más tarde, arranca la cobertura del Sudamericano con estadísticas e historias. Argentina defiende el título conseguido un año antes, en Santiago de Chile. El técnico de la celeste y blanca escribe una nota con su firma: “Vamos a tener bravos rivales pero podemos ganar”. Era el cuarto campeonato que dirigía a la Selección, y el primero en su país; y esto le resulta “Una honda satisfacción que entraña una responsabilidad grande”.
El 18 de enero de 1946, El Gráfico publica una nota de la ceremonia inaugural nocturna del Sudamericano en cancha de River, y de la deslucida victoria del “team” local sobre Paraguay por 2 a 0, con goles de Vicente de la Mata y Rinaldo Martino. “Los grandes encuentros, aquellos en los que se ha podido ver fútbol, se produjeron siempre con los uruguayos y brasileños. Es decir, frente a los conjuntos de mayor calidad… No debe extrañar, entonces, que en el match del sábado último, el equipo local haya mostrado su superioridad, pero nunca en forma concluyente y mucho menos ofreciendo un match de jerarquía”.
El Gráfico de la semana siguiente trae en tapa a un joven Oscar Alberto Furlong, que descollaría cuatro años después en el Campeonato Mundial de Básquet en el Luna Park. Pero la primera nota es, otra vez, el Sudamericano de Fútbol y, en este caso, la aplastante victoria nacional sobre Bolivia por 7 a 1. El elenco argentino “tuvo un excelente desempeño a partir del momento en que se asentó la línea media.
El entendimiento en el ataque llegó a ser perfecto”. Y como para no serlo, con Salvini (2 goles), Méndez (2), Pedernera, Labruna (2) y Loustau (1). El técnico y las circunstancias habían dejado afuera del primer partido a Boyé, De la Mata, Pontoni y Martino. Eso es tener jugadores para elegir. El único que no marcó fue Pedernera, pero “con su colocación un tanto retrasada fue sirviendo pases a las puntas o cortando a sus insiders para que ellos entraran en posesión de la pelota en posiciones muy favorables”. Como lo describe el half de Independiente Pepe Battagliero, presente en el estadio: “La pisa… mira… da dos pasos... vuelve a pisarla… hay que marcarlo con una tiza”.
El primer día de febrero, el artículo sobre la victoria argentina 3 a 1 ante Chile se publica, por primera vez en el Sudamericano, con firma: Borocotó. Arranca comentando la rudeza del partido: ya a los dos minutos, la Argentina –que forma con la misma delantera que en el cotejo anterior– se queda sin Salvini por un choque contra el arquero Fernández. Con Boyé suspendido por todo el torneo, ingresa René Pontoni. “Hagan fútbol que ganamos. No se dejen arrastrar a otro juego. Actúen con serenidad, que la clase va a imponerse”, eran las palabras de Stábile. Pero la presión de la tribuna podía más y “al ir al foul, el team argentino salió perjudicado. Habrá demostrado hombría pero eso interesaba menos que jugar bien y ganar poniendo de manifiesto su superioridad”. Pese a todo, dos goles de Labruna y otro de Pedernera liquidan el pleito. En San Lorenzo, entre tanto, se disputa un gran partido, que adelanta, de alguna manera, la final del Campeonato del Mundo de 1950, pese a que en este caso Brasil vence a Uruguay por 4 a 3.
Néstor Saavedra (2009).