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Ariel Rojas: el cerebro

Después de un par de campeonatos irregulares, se consolidó con Ramón Díaz y fue potenciado por Gallardo, quien le exigió mayor recorrido. Figura clave en su esquema, en la intimidad lo reconocen como el más futbolero e inteligente del plantel de River.

Por Diego Borinsky ·

14 de diciembre de 2014
     Nota publicada en la edición de diciembre de 2014 de El Gráfico

Imagen A LOS 28 AÑOS, y en su tercera temporada en River, se convirtió en un hombre clave del equipo.
A LOS 28 AÑOS, y en su tercera temporada en River, se convirtió en un hombre clave del equipo.
Confort. En zona de confort. Allí se encontraba Ariel Mauricio Rojas, bonaerense de Garín, 28 años, según la mirada de Marcelo Gallardo. No se refería a que el zurdo reposara en un mullido sillón de su casa, sino a su prestación en el campo de juego. A que le alcanzara con ser la rueda de auxilio de Ledesma. Un pasito para allá, otro para acá, cubrir al Lobo, tapar los huecos dejados por Vangioni, equilibrar el medio, cumplir como oficinista. ¿El área rival? Bien, gracias. El nuevo DT se tomó unas semanas para certificar el diagnóstico. Por supuesto que ya tenía estudiado al Chino del campeonato ganado con Ramón Díaz. Luego lo vio entrenar de cerca a sus órdenes, lo puso de titular en las prácticas de fútbol y antes del amistoso frente a Millonarios, en Colombia, en el debut de Gallardo, se le acercó a hablar. Mano a mano, como le gusta al Muñeco. Y sin vueltas, frontalmente. Le planteó sus planes. Su idea de sacarlo de esa zona. De la zona de confort.

-Me dijo que me había visto y que me había quedado en ser un jugador más que nada posicional (revive el Chino). Obviamente tenía que ver con la función que tenía en el equipo anterior. Mi responsabilidad era equilibrar con el Lobo para que pudiera pasar Vangioni, para que pudiera pasar Carbonero y que Lanzini también atacara con los dos delanteros, y para un jugador a veces es difícil sacarse un chip y ponerse el otro. Marcelo me dijo que pretendía que los volantes ataquemos y pisemos más el área, que tuviera más dinámica.

-¿Cómo lo tomaste?
-Y… la verdad, cuando alguien te dice algo así, no es lo más lindo, a uno le gusta que lo elogien y le digan cosas lindas, pero también está muy bueno que un técnico te explique lo que pretende de vos, así uno lo puede cambiar. A mí me sirvió mucho porque en la etapa que seguimos de preparación, traté de cambiarlo y de mejorarlo. Y creo que el cambio se notó: tengo más situaciones de gol, convertí, tuve más asistencias en zona de definición. Me gusta esta nueva función. Y se lo agradezco a Marcelo, porque como nos dijo de entrada: no sólo se proponía hacer un mejor equipo, sino también mejorar a los jugadores.

El cambio resultó evidente. En dos años completos, cuatro torneos, de junio 2012 a junio 2014, el Chino Rojas no había convertido ningún gol oficial con la camiseta de River (sí en un amistoso, de chilena, ver recuadro). Y en menos de un semestre, en su nuevo patrullaje de media y larga distancia, gritó dos. Y estuvo muy cerca varias veces más. Y, como el mismo protagonista dice, asistió a sus compañeros como nunca antes.

Hoy, ante su gente de confianza, Gallardo no tiene dudas. Y resalta que Ariel Mauricio Rojas, el Chino Rojas, es el hombre más futbolero e inteligente de su plantel. El cerebro. Aquí, descubrimos particularidades de su recorrido poco conocido en el fútbol.

Imagen EN ACCION, ante Estudiantes de La Plata, bajo la mirada de Gallardo, que lo potenció.
EN ACCION, ante Estudiantes de La Plata, bajo la mirada de Gallardo, que lo potenció.
Debut tardío
El Chino se crió en Garín, en el norte del conurbano bonaerense. Sus raíces vienen aún de más al norte: su padre nació en Jardín América, Misiones, y su abuela era paraguaya. En el Barrio Baldi, enfrente de su casa, tenía el potrero. Allí era futbolista y canchero (no cancherito, canchero). “No sólo jugábamos, sino que con mis amigos cortábamos el pasto para que no nos llegue a las rodillas y armábamos los arcos. Ibamos a un campo al fondo a buscar los palos y los atábamos con alambre”, rememora con nostalgia y remarca que había que ajustar bien esos palos, no fuera a ser cosa que el travesaño se le cayera en la cabeza al arquero, no ya como figura metafórica empleada para fustigar a los porteros que no salen de su área chica a cortar centros, sino en el sentido estricto de la palabra.

A los 6 años participó de su primer campeonato fuera del potrero, luego pulió su técnica en el baby de Rincón de Milberg y más tarde en Estrella de Oro de Caseros. Probó en Argentinos Juniors, donde se entrenó unos meses, y luego, con 10 años, pasó a Vélez, donde haría todas las divisiones inferiores. De su camada, la 86, no surgieron valores que trascendieran en Primera, apenas se pueden nombrar a Emanuel Fernandes Francou y Darío Ocampo. El debut en la Primera de un club habituado a promover jóvenes se demoró más de la cuenta. Ni a los 17, ni a los 18, ni a los 19, ni a los 20. El Chino no la tenía fácil: debía tomarse dos colectivos para ir de Garín a Ituzaingó, el 430 o el 228 hasta Panamericana y Márquez y luego el 57 hasta la Villa Olímpica. Muchas horas, muchos gastos. Su padre era jefe de bromatología en la Municipalidad de Escobar (si pasara después de un partido de River por los alrededores del Monumental se harían un festín levantando puestos de choris y patys) y su madre, ama de casa. Entonces, para colaborar con la economía familiar, mientras esperaba el demorado contrato profesional, Ariel se arremangó y trabajó en un frigorífico.

“Vélez siempre saca gran cantidad de jugadores y llega un momento en que no dan abasto para darles rodaje. A partir de los 19 o 20 años empecé a tener ansiedad y dudas de en qué momento me iba a tocar, pero el hecho de no bajar los brazos permitió que me llegara la oportunidad”, admite. El técnico que lo hizo debutar tenía bigote grueso y modales poco finos. Un tal Richard. La Volpe de apellido. Fue en agosto del 2007, ante Gimnasia de Jujuy. Ingresó en el segundo tiempo. “Ricardo no me dio mucho preámbulo, me dijo que jugara por afuera en una línea de cinco, entré como carrilero”, sonríe. En total fueron 3 los partidos en la Primera de Vélez. Todos ingresando desde el banco: Gimnasia de Jujuy, Newell`s y Tigre. Y se acabó el sueño.

A fin de año rajaron al Bigotón y llegó Hugo Tocalli. El nuevo entrenador juntó al plantel antes de las vacaciones y dio la lista de los que viajarían a la pretemporada. Sólo dos quedaban al margen: Maximiliano Timpanaro y Ariel Rojas. No hubo demasiadas explicaciones. Tocalli, al menos, tuvo la delicadeza de llamarlos aparte y anunciarles que no serían tenidos en cuenta, que se buscaran club. Rojas había firmado contrato hacía 6 meses, se juntó con su representante para que le buscara club, pero no era sencillo: apenas si llegaba a los 100 minutos en Primera División. Sorprendentemente, en enero del 2008 ya estaba en Mendoza para jugar en el Nacional B con Godoy Cruz. “El Tomba siempre se caracterizó por buscar jugadores y técnicos poco conocidos –razona Rojas–. Miran bastante las Reservas, y el Gato Oldrá hizo un sondeo, se ve que había visto algo en mí, porque llegué y empecé a jugar de entrada, a sumar minutos”.
Godoy Cruz estaba 6° en la tabla (era torneo largo, a dos ruedas) y terminó ascendiendo detrás de San Martín de Tucumán. El Chino jugaba de volante por izquierda. Luego, Diego Cocca lo ubicó como doble cinco, se armó un lindo equipo que se salvó del descenso jugando bien al fútbol, y la consolidación final la alcanzó con Omar Asad: “Al Turco lo conocía de las inferiores de Vélez. Lo tuve en Sexta, que fue su primer equipo como entrenador. Se acordaba de mí, después me quiso llevar a San Lorenzo”.

Claro, era el San Lorenzo AT (antes de Tinelli), plata no había, así que el pase quedó trunco, pero la dirigencia le prometió que ante un nuevo pedido intentarían facilitarle la salida porque ya llevaba 4 años y medio en el club con asistencia casi perfecta en los últimos dos.

Passarella insistió y lo consiguió para mediados de 2012, con el equipo recién ascendido. Con Almeyda jugó y salió, no pudo consolidarse, en un equipo que no terminaba de encontrar su identidad y funcionamiento. Ramón regresó a River y lo primero que hizo fue pedir a Vangioni; el Chino acusó el impacto, se trataba de su posición. Para doble cinco, también tenía competencia de sobra: Ledesma, Ponzio, Cirigliano, Acevedo, el ascendente Kranevitter. Sin embargo, se las arregló para sumar minutos, también para comer banco, hasta que le tocó la prueba más dura de superación, a comienzos de 2014. “Me mandaron a la Reserva. Me entrenaba con el plantel, pero el fin de semana no concentraba. Era una sensación rara, tenía un poco de bronca, nunca me había tocado pasar por una situación así desde que jugaba en Primera. No concentrar para un partido sí, pero bajar a Reserva era no saber dónde estaba parado en la consideración del técnico. Pero más allá de la bronca me propuse tratar de no perder ritmo, de prepararme por si en algún momento me tocaba jugar. Y vino bien: porque cuando me vinieron a buscar, estaba con ritmo de fútbol”.

Ese día llegó. Fueron 4 partidos en Reserva. De los grandes, sólo compartía angustias con Bruno Urribarri; el resto eran sólo pibes. El equipo de Ramón perdió contra Godoy Cruz y Colón, el presidente D`Onofrio salió a marcarle la cancha al DT y Emiliano Díaz se acercó al Chino para felicitarlo por su actitud de haber aceptado la situación con entereza y para avisarle que sería reincorporado para el compromiso siguiente.
El compromiso siguiente era con San Lorenzo en el Monumental, 5a fecha. River ganó 1-0 con gol de Teo, en una gran demostración del equipo pese al resultado escueto. Rojas jugó de doble cinco con Ledesma. Fue un partido bisagra para él: no saldría más del equipo salvo para cumplir una fecha de suspensión por 5 amarillas. Había logrado torcer la ecuación. Y formar la SRL, Sociedad de Responsabilidad Limitada (Sociedad Rojas Ledesma), como bien se le ocurrió definir a Juan Pablo Varsky.

Pero antes, mientras iba modificando la opinión del exigente público riverplatense, ocurrió una jugada que podría haberle definido para siempre el destino. La insólita mano ante Racing en el último minuto del antepenúltimo partido del Final 2014, con River venciendo 3-2. Una copia malograda de aquel infantil penal de Adalberto Román en la Promoción. Y ya sabemos cómo se la facturaron para siempre al paraguayo. Pero a Rojas lo salvó Chichizola. Le salvó la macana, el penal, ¿el futuro?

-¿Le compraste a Chichizola el regalo que le habías prometido?
-El regalo que le dimos fue haberse ido a jugar afuera (risas), gracias al penal que hice le permití lucirse y ahora juega en la Segunda de Italia. Lo hicimos famoso a Chichi por los penales que le dimos la chance de atajar, tanto Balanta como yo.

-¿Pensaste que si no hubiera atajado ese penal y River perdía el campeonato, ahora podrías estar en otro club?
-Sí, obvio que lo pensé. Por cómo es el fútbol argentino, posiblemente me hubiese tenido que ir, porque también estaba el antecedente de Román. Hubiese sido muy duro perder el campeonato por esa mano, sé que nunca se pierde un campeonato por una sola jugada pero fue en el último minuto, ya terminaba el torneo, se hizo evidente. Esa noche va a quedar marcada para siempre en el hincha, creo que después de aquella victoria, el hincha de River se sintió campeón.

-¿Se sacaron una mochila pesada con ese campeonato ganado?
-Sí, no sólo nos pasó a nosotros, sino que cambió el clima en el club, el ambiente, porque hacía mucho tiempo que River no salía campeón. Fue un desahogo grande para todos y a nosotros nos sirvió para ganar en confianza. Ramón nos transmitió esa mentalidad ganadora, se manejó siempre con mucha tranquilidad en la previa de los partidos importantes y eso nos ayudó a afrontar los momentos difíciles.

Imagen CON GODOY CRUZ, en el Monumental, año 2010, seguido por otro Ariel, el  Burrito Ortega.
CON GODOY CRUZ, en el Monumental, año 2010, seguido por otro Ariel, el Burrito Ortega.
Ha pasado más de un mes del codazo criminal que el Chino recibió contra Libertad de Paraguay y aún conserva la cicatriz sobre su ceja. En sus pantorrillas, descubiertas por las bermudas que usa, se observan también rayones de distintos tamaños y direcciones. Cobra bastante el Chino: es el precio que pagan los habilidosos que la piden seguido para participar de la elaboración en la jungla del mediocampo.
Casado con Natalia, padre de una niña de dos años y hermano mayor de un músico que estudia en el conservatorio y da clases en colegios, al Chino le gusta leer y aprender de fútbol. Ahora está con Herr Pep, el último libro sobre Guardiola.

-Siempre me gustó observar, pero hay distintas maneras de ver el fútbol: se puede mirar un partido sin anotar nada en especial. Yo ahora lo miro desde otro lado, desmenuzándolo, sacando más los detalles. Hace un año empecé a grabar nuestros partidos y los veo tranquilo en casa para sacar conclusiones.

-Después los charlan en el grupo…
-Sí, en general somos un grupo que charla bastante de fútbol y sobre todo de nosotros mismos, de cómo nos sentimos, de qué pasó en ese partido. Nos juntamos en la concentración o en el vestuario, tomando mate. Nos viene bien, porque vamos ganando en conocimiento entre los compañeros y en experiencia, y por ahí se repite una situación similar en otro partido y ya lo hablaste y sabés cómo llevarlo.

-¿A vos Gallardo te pasó algún video en especial como hizo con Guido Rodríguez con videos de Busquets?
-De alguien en especial no, pero en la pretemporada nos mostró un compilado de situaciones de cómo presionaba la selección de Chile. Veíamos tanto los movimientos de los delanteros como de los volantes. No es lo mismo verlo en la tele rápido que detenerte a observar ciertos movimientos de todo un equipo y no sólo donde está la pelota. También nos pasó muchos entrenamientos nuestros.

-¿Qué es lo que más te llamó la atención de Gallardo?
-El desafío de llegar y tratar de hacer que un equipo campeón intente dar otro salto. No es fácil de lograr. La comunicación que tuvo con nosotros fue clave porque hizo que se aceleraran los tiempos de este cambio. Por ahí nadie esperaba que se diera tan rápido. Esas charlas frontales, diciendo lo que él pretende, fueron muy importantes, el grupo lo asimiló bien e hizo que se aceleraran los tiempos.

Aceleró el Chino Rojas. En tiempo y espacio. Ya no trabaja a reglamento en su zona de confort. El cambio salta a la vista.

Por Diego Borinsky. Fotos: Hernán Pepe