1929. El dueño de la pelota. Por Borocotó
El periodista le dedica un artículo a ese antipático personaje destacado por sobre los pibes del barrio. Tiempo en el que poseer el codiciado balón le daba el poder de un tirano en el potrero.
EL DUEÑO DE LA PELOTA
Por BOROCOTÓ
Es el más patadura del barrio. Su figuración en el campito emana directamente de su pelota. Él no vale nada. Su distinción entre la purretada dribleadora es una consecuencia de su pequeña riqueza realizada en el ambiente paupérrimo. Se le trata con cariño fingido. Se le menciona por el diminutivo de su nombre. Se le adula, y la adulación va, indirectamente, dirigida al globo. Se le oculta el verdadero concepto que merece a sus compañeros de juego, quienes difícilmente serán amigos de verdad. En el fondo de todo pibe existe una antipatía no confesada hacia el dueño de la pelota. Es la reacción de la pobreza contra la prepotencia del capital.
El pequeño tirano ordena y exige que se le respete. Aparece en el potrero, bien peinado, vestido mejor que los demás, y su presentación la hace con gesto autoritario y con la pelota debajo del brazo. De inmediato, todos los chicos codiciosos de fútbol lo rodean. "¿Cómo te va, Raulito?" El saludo es discreto. No se llama ni "Chiflito", ni "Comeuña" ni "Tiquiflequi", como los otros. Es Raulito, y nadie osará colocarle un nombrete, como él llama a los apodos.
Luego se le pide que ensaye a patear con violencia, y estallarán las aclamaciones: “¡Qué shot tenés!... ¡Qué patada!... ¡Sos un fenómeno!" Y luego repetirá el ensayo frente al arco, en el cual el goalkeeper improvisado se dejará meter el goal para contentar al propietario. Establecido el peloteo, alguien propondrá lo que es un anhelo general: un match.
DESEO MÁS FUERTE QUE LA SOLIDARIDAD
El dueño de la pelota mide la escena de una mirada fría y altanera, y comienza la selección: "Vos no jugás; vos tampoco y vos tampoco". Los señalados evidencian, en el brillo de sus ojos, la indignación que les produce esa exclusión, y se colocan al margen del grupo, del que finalmente se alejan con la cabeza baja y modulando anatemas. Quisieran algunos agarrar al dueño de la pelota y darle un escarmiento, pero los detiene la lejana esperanza de un perdón, que implica como recompensa el poder jugar. Además, los otros defenderían a Raulito, no porque en conciencia deseen hacerlo, sino porque la defensa va dirigida hacia las probabilidades de jugar al fútbol, y, el deseo que inspira esa posibilidad es más fuerte que el sentimiento de solidaridad con los dejados a un lado.
DE CENTRE-FORWARD POR PREPOTENCIA
El tirano selecciona Los jugadores y compone los teams. Trata de rodearse de buenos futbolers, a fin de no perder el match. Elige para sí el puesto de centre forward, no porque tenga condiciones para ello, sino por Prepotencia. Busca que los adversarios no puedan ganar de ninguna manera, pues él mismo decide los fallos, ya que en el potrero, por tradición, no hay referee, y menos lo habría estando el dueño de la pelota, que se convierte en la autoridad máxima.
Nadie podrá lastimar a Raulito; nadie intentará detenerlo bruscamente en una de sus corridas. Por suerte para los demás, el dueño de la pelota, de puro patadura, la pierde solo en sus pobres acciones, lo que, da margen a que actúen los demás. Pero cuando alguna de sus alas compuesta por esos jugadores se posesiona del globo y comienza a hacer apiladas, el centre forward reclama el pase con gesto autoritario. Entusiasmados con el juego, los compañeros hacen oídos sordos al petitorio. Es entonces cuando el propietario del único capital existente en el potrero detiene el juego, y recogiendo la pelota, que vuelve a poner bajo un brazo, señala con el otro: "Vos no jugás más, ni vos tampoco". Y mira hacia los que antes había desdeñado. "Vení vos, y vos, pero me la tienen que pasar". Se, opera entonces la escena, en la que se invierten los papeles entre los que se van gesticulando blasfemias y los que ocupan sus puestos con los ojos ansiosos y las piernas inquietas. Reiniciado el juego, si alguno llega a patear fuerte, a pisar la pelota o a cometer cualquier clase de acción que Raulito juzgue atentatoria para sus propios intereses, volverá a ocurrir la interrupción, y otra vez el brazo señalará las expulsiones.
HASTA QUE REPIQUE OTRO GLOBO
Siempre así. El dueño de la pelota quiere jugar solo y necesita de compañeros, porque el fútbol es deporte colectivo. Pero esa necesidad se la cobra con sus imposiciones, en las que rebaja el concepto de quienes, por amor al fútbol, deben someterse incondicionalmente a la prepotencia que sienta su base en la propiedad de una pelota. Pero todo eso tiene su límite. Dura la tiranía hasta que surja otro dueño, hasta que los pobres logren comprar una pelota en subscripción; hasta que cualquier circunstancia determine el cese de las imposiciones del tirano del potrero. Entonces, todo aquel desprecio almacenado se manifiesta plenamente y Raulito sufre las burlas y es víctima de sus propios errores. Se le dice lo que se le ocultó: se le hace entender su condición de patadura. A veces, el hecho que determina el cambio suele tener como origen una patada recibida por eI que no acepta nombretes. A la patada ha seguido un desplante de Raulito y el adversario no ha podido mantener sus impulsos. Los demás tendrían interés en defender al dueño de la pelota, pero ya están cansados de sufrir humillaciones, y, por otra parte, la amistad es mayor con el agresor que con el agredido.
RECUERDO ANTIPÁTICO
Esa figura antipática del dueño de la pelota, ¡cómo surge en estos momentos en que el ex purrete desarrapado y anheloso de fútbol se detiene a recordarla! Y aparece en mi evocación, en su actitud de un brazo extendido que señala y ordena la expulsión, mientras bajo el otro sostiene su pelota, pelota que se dio en dosis homeopática y ante la cual hubo de rendirse disimulando la tiranía de su propietario. Pelota que nunca fue como aquella comprada en subscripción y propiedad del cuadro formado por una necesidad del ambiente, del cual algunos llegaron a merecer artículos elogiosos, que otros hemos tenido que escribir...
¡Qué satisfacción un tanto mezquina la de comprobar, después de muchos años, que Raulito no alcanzó la gloria de "Comeuña", porque su imperio duró hasta la aparición de otra pelota, que se entregó de lleno, sin vacilaciones, que se fue “agüevando” y conoció la lezna de don Pascual, el generoso zapatero padre de "Chiflito"!...