Los apáticos
Félix Daniel Frascara nos deleita con una divertida evocación de deportistas que con su actitud rayana en la desidia ponían a todos con los pelos de punta en las primeras tres décadas del siglo XX.
Parecen sajones nacidos fuera de lugar, o, por lo menos, usan una flema que han patentado los británicos. Algunos han conseguido deleitarnos con su apatía, realzándola con cierta aristocracia que viste bien. Otros, en cambio, menos hábiles quizás, necesitaron del grito de aliento que los volviera a la realidad, porque su apatía estaba lindando con la postración.
Hemos visto futbolers pintorescos en su pasividad, tales como Tennant, aquel inmóvil centre forward del Motherwell.
Para no desmentir la fama de ahorrativos que se adjudica a los escoceses, Tennant ahorraba hasta la respiración. Su labor en todos los matches que disputó aquí se concretaba a lo siguiente: apenas oía el silbato del referee indicando la iniciación del juego, hacía el pase a su insider y corría a ubicarse entre los dos zagueros adversarios y de ahí ya no se movía, salvo para retornar al redondel céntrico al producirse algún goal o al comenzar el segundo período. No he visto futboler que trabajara menos en un field que ese eje delantero de los "profesores". En el team del Motherwell — contra lo normal — no era el eje el que hacía funcionar a las ruedas, sino que eran éstas las que tenían la misión de servir al eje. Cuando el pase llegaba, siempre a sus pies, Tennant tampoco se movía; avanzaba apenas un paso y hacía su jugada, tirando al goal o devolviendo la pelota a sus insiders. ¡Y vuelta a su inmovilidad! Ese forward, más que un apático era un avaro. Sin embargo, hubo quien lo elogió y pretendió que lo tomáramos como ejemplo del centre forward perfecto...
EL REY DE LA APATÍA
Entre la apatía de Tennant y la de los futbolers criollos media una considerable distancia. Aquél era así, inmóvil, por reglamento, por imposición de ese geométrico estilo que usaba el buen conjunto escocés. Los nuestros, en cambio, lo son o lo fueron por temperamento. Y resultaron siempre más apáticos. ¿Quién no se ha solazado de buena gana viendo jugar a Héctor Muschietti, aquel excelente goalkeeper de Estudiantes que tantas veces integró equipos seleccionados ? Muschietti, "el hombre sin nervios", encarnaba la serenidad elevada a la máxima potencia. Puede ser que a algunos los haya desesperado esa quietud de lago que exhibía el flaco goalkeeper porteño. Yo confieso que a mí me extasiaba y me distraía. Observándolo a él solamente he pasado momentos gratísimos.
Alto, morocho, delgado, tenía hasta la indolencia del bailarín de tango. Iba a ocupar su puesto, se agachaba junto a un poste y ya no salía de esa actitud contemplativa sino en casos de urgencia extrema. Jamás creyó darle categoría a los avances adversarios. Siempre en cuclillas, era un espectador más de las combinaciones certeras con que ganaban terreno las líneas contrarias. Las veía acercarse, estar a treinta metros, a veinte, gambetear a sus halves, buscar el claro para el remate... ¡Y él siempre ahí! Seguramente se entretenía observándolo todo. Recién cuando la pelota entraba en el área penal recobraba su estatura total, en un gesto que decía: "¡Hay que trabajar!" De pie, mantenía la misma impasibilidad. Pero, junto a eso, su notable golpe de vista, su colocación y seguridad de manos, le permitían intervenir con presteza y eficacia, de manera que cada intervención suya provocaba el aplauso. Se comprobaba entonces que Muschietti no era apático solamente porque quería sino, además, porque podía. Muy rara vez le hicieron goals desde lejos, con tiros de sorpresa. Adivinaba la intención del adversario, de manera que cuando el shot partía se veía al goalkeeper saltar con soltura y elegancia, aprisionando la pelota entre sus manos.
Muschietti fue, en el fútbol nuestro, un espectáculo magnífico que en esta época no puede ya reproducirse, y que, en su tiempo, no admitía imitaciones. A este respecto podría citar al más popular de, sus "parodistas", Néstor Sangiovanni, el arquero de Independiente, que pretendió ser sereno cuando en realidad era tan excesivamente inquieto que sus nervios no lo dejaban mover.
EL ARISTÓCRATA Y EL MARQUÉS
Creo haber dicho en El Gráfico, hace ya unos años, que Adolfo Zumelzú, el gran centre half de nuestros seleccionados, jugaba al fútbol vestido de frac, y era su deseo de aparecer siempre impecable, lo que le hacía sentir desprecio por cualquier actitud brusca que descompusiera su línea de gran señor. Cuando tenía la pelota en su poder la jugaba con tal delicadeza que daba la impresión de estar velando por el brillo de unos imaginarios zapatos de charol. Futboler de calidad, quedado en el recuerdo como uno de los mejores centre halves que hemos tenido, por la limpieza de su quite, la exactitud de sus pases y, especialmente, por su admirable colocación. La verdad es que sabía estar en su puesto, y eso le evitaba un estéril desgaste de energías, pero su apariencia permitía suponer que no corría para no perder la línea. Así, dentro de ese aire de arrogancia con que jugaba al fútbol, hacía cosas que mostraban su calidad y su indiferencia. Me parece verlo hoy en un partido de Sportivo Palermo, que era su team, contra un rival poderoso que no puedo precisar cuál era. Frente al dominio del adversario, la figura de Zumelzú había ido agrandándose paulatinamente y dominaba en la cancha con su característica parsimonia. Los forwards enemigos, desesperados por hacer goal, se estrellaban contra la reiterada eficacia del apático centre half. De pronto se vio que Zumelzú se agachaba para atarse las cintas de los botines, tan tranquilo como si estuviera en su dormitorio. Abandonar el juego de ese modo, cuando el team era presionado y su presencia tan necesaria, sólo podía ocurrírsele al aristocrático centre half. Parte del público, captando el gesto de Zumelzú, lo festejó con sonrisas; pero muchos hinchas locales protestaron contra ese abandono: "¡Podía esperar a que saliera la pelota para atarse las cintas!". En ese momento atacaban los centrales adversarios, peligrosamente. Partió un pase de la izquierda hacia la derecha y de pronto se vio que Zumelzú, sin descomponer su actitud, sin descuidar su minuciosa tarea, irguió imperceptiblemente el busto, adelantó un poco la cabeza y acertó a impulsar la pelota en dirección a Pieri, su centre forward, hecho lo cual — como si nada hubiera pasado —terminó de atar las cintas de sus botines, mientras una ovación lo saludaba.
Ese era "el futboler de frac". Racing tuvo, a su vez, una gran figura que hizo con la mayor frialdad las más grandes jugadas, un back que gracias a su línea señorial se ganó el título, que El Gráfico le otorgó, de "Marqués de Avellaneda". Fernando Paternóster puso siempre, en cada una de sus jugadas, la medida eficacia que da el máximo de rendimiento con el mínimo de esfuerzo. ¡Cuántas veces, en medio de un entrevero recio, se le vio salir con su característico golpecito de cabeza, con su galope suave, apagando con el leve soplo de su quite fino la hoguera que se había encendido en el área! Jamás se contagió de la furia que ponen, en cada intervención, otros zagueros. Acaso no fuera la suya una apatía natural, sino una consecuencia de su calidad, pero lo cierto es que con su frialdad dominaba las situaciones. Lo comprendimos quienes sabemos que vale mucho más la simple intercepción de un pase que el espectacular rechazo a las tribunas.
UN PARAGUAYO
Hasta la llegada providencial de Ernesto Lazzatti, los hinchas de Boca llenaban el puesto de centre half con el recuerdo de Manuel Fleitas Solich, el larguirucho paraguayo de tan depurada técnica. En su juego de extraordinario rendimiento, el lungo "naranjero" hizo gala de una apatía que, si no estaba adornada con la elegancia de Zumelzú, lo superaba en la más rápida intuición para repartir el juego. Tranquilo, inconmovible a los elogios, Fleitas Solich no quiso molestarse nunca y se mantuvo alejado de cualquier lío que se originara. Tenía, sobre Zumelzú, la ventaja de estar respaldado por una defensa completa, pero aun sin eso, por su sola acción individual, el paraguayo era un gran centre hall y un inteligente administrador de sus energías. Nunca le fue necesario derrocharlas. La primera vez que jugó en Buenos Aires hizo una jugada que luego reconoceríamos como característica en él. Fue en aquel histórico match contra los uruguayos por el sudamericano de 1921, en el field de Sportivo Barracas. Un rechazo alto de la defensa celeste lo sobró al centre half; se creyó, lógicamente, que la dejaría pasar, porque saltando no iba alcanzarla. Efectivamente, Fleitas la dejó pasar, pero hizo algo más: dándose cuenta que la pelota caía ya, alargó hacia atrás una de sus piernas, en actitud espectacular, y el taco de su botín calzó justo en la pelota la hizo describir un semicírculo por encima de su cabeza y la tomó nuevamente, antes de que llegara al suelo, enviándola en un pase justo al puntero derecho, todo eso sin haberse movido del sitio en que estaba. Después, en su larga actuación en nuestros fields, se vio con qué eficaz apatía caminaba por la cancha y aprovechaba el alcance de sus piernas, no sólo hacia atrás, sino también hacia los costados, manejando los pies con una flexibilidad semejante a la de las manos.
LOS DE HOY
Ahora, no son muchos los futbolers apáticos. El ritmo del juego se ha acelerado y el más tranquilo se ve obligado a descomponer su silueta en actitudes recias. Tenemos, sin embargo, al "inglés" De Jonge, más flemático en el gesto que en sus acciones, y al "rusito" Wergifker, dueño de una apatía que empieza en el vestuario, donde se le ve siempre callado, sigue en la cancha, imperturbable en cada una de sus intervenciones, y culmina en los goals, que no parecen causarle emoción. El rusito "Pérez" es un hombre que cumple cronométricamente con su deber, dando la impresión de que solamente le preocupa hacer bien su parte, sin intervenir en el trabajo de los demás.
Creo que el más apático de los jugadores está en Boca Juniors y vino del Brasil. El negro Domingos Da Guía no entra en el calor de la lucha. Resultó, efectivamente, lo que se decía de él. Para ponerse a tono con nuestras delanteras, ha tenido que adquirir más velocidad, pero la emplea más para colocarse que para perseguir al adversario, es decir, que juega con clase de gran back. Como corresponde a un futboler de su cotización, no hace concesiones aI público; no juega para las tribunas, sino para el cuadro. Hay frialdad en su acción siempre exacta, que le evita inútiles esfuerzos. En vez de correr al encuentro de la pelota, hace que la pelota lo encuentre a él en su trayectoria. Luego, el rechazo es suave, porque es más un pase que una devolución; para eso le basta un leve movimiento de cuerpo, una media vuelta en el aire. En los momentos de más peligro conserva su calma. Y en sus saltos parece medir la altura del adversario. Lo observé en el match con Estudiantes. Zozaya es, junto con Cherro, el mejor cabeceador de la actualidad. Pues bien: en ese partido, cada vez que se encontraron para disputarse una pelota de alto, Domingos saltó siempre llevando sobre Zozaya la ventaja suficiente para hacer el rechazo. Advertido, sin duda, de que ese era el hombre peligroso, lo anuló, pero sin ningún alarde, tan fríamente que puede asegurarse que mucho público no se dio cuenta de que si el delantero pincha no hizo goals se debió a la acción matemática de Domingos.
EL TORITO Y NAPOLEON
Si la modalidad actual del fútbol hace muy difícil encontrar jugadores apáticos, el puesto de delantero, por el dinamismo que necesariamente debe desplegar en su acción de ataque, se ha hecho incompatible con la flema en todos los tiempos. Sin embargo, así como he citado al centre forward del Motherwell, también podría encontrar algunas otras figuras en los países rioplatenses. Y, para presentar dos ejemplos, no es necesario pensar mucho. En el fútbol uruguayo, un nombre que ya pasó: Anselmo, el lento, parsimonioso y académico delantero de Peñarol, el hombre que con su calidad prometía jugar siempre bien y lo lograba pocas veces, a tal punto que los más acérrimos hinchas de Peñarol tenían que responder a las bromas de los nacionalófilos con una frase que se hizo histórica: "¡Ah, pero el día que Napoleón tenga ganas de jugar!" Lástima, para ellos, que este estratega del fútbol tenía que esforzarse demasiado para vencer su apatía.
Teniendo la pelota en los pies, Anselmo hacía con ella maravillas y, a paso tardo, realizaba con admirable soltura las más perfectas gambetas; pero había que dársela en los pies. A un metro, la miraba pasar. Ni la defensa que de él hacían sus hinchas le sirvió nunca de estimulante...
Y aquí, ahora, desde su consagración en Gimnasia y Esgrima hasta su reciente debut en San Lorenzo, ha sido Arturo Naón el más apático de nuestros forwards.
Naón tiene mucho de la aristocracia de Zumelzú, quizás con mayor plástica en los movimientos; ha hecho goals magníficos de espectáculo. En cualquiera de los partidos que han jugado River y Gimnasia, la pelota debe haber sufrido en los pies de Bernabé y debe haber encontrado la felicidad en los pies de Naón, todo suavidad y parsimonia. Excesiva parsimonia, acaso, para usarla dentro del área penal y en pleno reino de la velocidad. Francamente, no sé ni me he explicado nunca por qué a Naón se le llama Torito. No le sienta bien el símil a un futboler que exhibe, como su principal característica, la comodidad, y como su mayor virtud el raciocinio.
FIGURAS DEL BOX
Así como en el fútbol hay dos clases de apáticos -- los que con su frialdad malogran las virtudes que tienen y los que, por el contrario, han estilizado su flema en provecho de su calidad,— así también nos ofrece el boxeo esos dos tipos. Cabe reconocer como inusitado que en un deporte que exige violencia y movilidad continua, tengan lugar los apáticos. Sin embargo, el público los conoce muy bien, puesto que son figuras populares.
¿ Cuántas veces se habrá impacientado el admirador de Jorge Azar ante la frialdad de su favorito? Hombre de extraordinario poder en el punch, buen boxeador, fuerte y de aguante, podría haber llegado a ser mucho más de lo que es, pero su falta de dinamismo constituye un obstáculo contra sus propias condiciones. En su recordada pelea contra Sabatino, el cordobés Azar nos demostró de lo que es capaz cuando se resuelve a entrar en actividad. Recuerdo que en una ocasión, explicando ese defecto suyo, se defendía diciéndome:
—Si yo peleara más seguido, no sería tan apático. La prueba está en que cuando he hecho tres peleas próximas una de otra, estuve mucho mejor en la tercera que en la primera. Pero, claro, después paso los meses enteros sin subir al ring y estoy inseguro; desconfío...
De las mismas características de Azar es el otro "turquito" nuestro: Humberto Curi. En los entrenamientos, Curi tiene una desenvoltura y decisión admirables, que permiten fundar los pronósticos a su favor, pero más tarde, ya en pelea, se hace tan excesivamente apático que parece trabado, inhábil, duro en los movimientos. También con él nos hemos pasado doce rounds esperando que descargara su poderosa derecha y cuando sonó el gong final todavía estaba prometiéndola. Quienes conocen bien a Curi aseguran que su indecisión no responde a su apatía, sino, por el contrario, a un exceso de nerviosidad que lo inmoviliza.
Apático sin remedio, capaz de desesperar a los bancos del ring side, era Norman Tomasulo, ese muchacho a quien, hasta el momento, parece irle muy bien en Europa. Boxeaba muy bien y en su derecha llevaba bastante dinamita, pero le faltaba "algo" que le restaba toda capacidad ofensiva. Por eso, o más exactamente por faltarle eso, perdió la oportunidad de destacarse en una época en que se carecía en absoluto de pesos pesados.
Algo parecido es lo que sucedió con este muchacho Eduardo Primo, peso máximo de excelentes condiciones, que apareció de improviso a la popularidad merced a su resonante triunfo por knock out sobre Alberto Lovell. En aquella pelea, Primo demostró poseer un buen punch y, además, una resolución capaz de darle nuevas y mejores victorias. Sin embargo, más tarde se vio que la apatía iba a serle perjudicial, pues por esa causa — más que por la derrota en sí — decepcionó al público con la performance que cumplió frente a Arturo Godoy.
HOMBRES DE CLASE
Entre los boxeadores extranjeros que hemos conocido fueron varios los apáticos, pero la mayoría de ellos llegó a ese estado de indiferencia como resultado de su larga actuación en los rings. El más reciente es el de Tommy Loughran.
Otro hombre de esas características, o más acentuadas quizá, era el belga Armando Schackels, que actuó en el Parque Romano.
Pobre, sin recursos, sin horizontes, vino a ganarse unos pesos a cambio de unas cuantas lecciones de box dictadas con pasmosa displicencia.
¡Ah, pero, a propósito de los que piensan en otra cosa, nadie más típico que el "alemán" Alfonso Knopf!
Este es la estampa de la apatía. Eso sí: lo es por naturaleza; en él no hay el atenuante de los años ni de cientos de combates. Es así en el ring y fuera de él. Hace poco, la noche que pelearon Landini e Invierno, Knopf se midió con Werner en la pelea de semifondo. Subió al ring con su acostumbrado gesto de indiferencia, dando la sensación exacta de que estaba muy lejos de ahí. Mientras le calzaron los guantes siguió con esa expresión de "ausentismo" y la llevó a su más increíble extremo cuando el referee lo llamó al centro del ring para impartir las instrucciones de ritual: entonces, ante quince mil personas, Alfonso Knopf avanzó lentamente, mirando al vacío y abrió su boca en un bostezo largo, interminable; un bostezo que, más que de sueño, era de aburrimiento, tal como si estuviera cansado de todo...
Félix Frascara (1935)